VíctorSon las once de la mañana, y conduzco en silencio al juzgado, Madisson está a mi lado muy callada desde ayer lo está, luce tan hermosa, un vestido verde turquesa se ajusta a su esbelta figura, ahora me doy cuenta de lo delgada que está. No lo había notado, al menos no con el detenimiento que ahora lo hago.Me detengo en un semáforo en rojo y la miro de reojo, su rostro de perfil es precioso.No quiero perderla.Tengo miedo, un nudo en la garganta que me estrangula fuerte, ¿en qué momento dejé que está situación se me fuera de las manos?Cuando la vi en aquel bar la quise para mi porque me había enamorado, pero el poder tenerla completamente a mi merced me hizo perder la sensatez.Una voz en mi cabeza me dice que es muy tarde para arrepentimientos. Pude haberlo tenido todo con ella, una boda, una familia, hijos a los cual criar juntos. ¿Por qué le hice tanto daño?, ¿Por qué me deje llevar por mi lado perverso?Me quedo embelesado cuando se medio gira a mirarme clavando el
VíctorDespués de lo que me a dicho mi abogado paso saliva jamás en mi vida sentí miedo no tanto como en este momentoIncluso la cárcel no me aterra me aterra perderla ahora se lo que siente un pez cuando lo sacan del agua y se va asfixiando lentamenteSigo a mi abogado hacia la sala y cuando entramos todos se callan y me miran de mala maneraSus rostros lo dicen todo incluso me señalan y cuchichean (murmuran) entre ellos.Caminamos hacia un escritorio del lado de la defensa solo hay abogados—Y Madison —pregunté.—Siéntate —ordena—. No te puedes acercar a ella, trata de no hacer una escena, no es prudente.Lo miro con el ceño fruncido, ¿por qué no puedo preguntar por ella? si ella es mía, y siempre será así, por qué me la quieren quitar es algo que me enerva.—Dudo que la vuelvas a ver —dice él sin mirarme.—Todos de pie para recibir al honorable juez Marco Onestini —Anuncian una voz autoritaria.Me puse de pie cuando todos lo hicieron y cuando mis ojos se posaron con los d
Camino hacia el estrado con el peso de los años colgando de mi espalda. Cada paso resuena en mi cabeza como si el tiempo se ralentizara, como si el universo quisiera que sintiera cada segundo de este momento. La sala está tensa, expectante. No miro a Víctor, porque sé que sus ojos están clavados en mí, tratando de perforarme como cuchillos. Pero no me importa. Ya no. Cuando llego al estrado, el alguacil me indica dónde sentarme. Mis manos están firmes, aunque dentro de mí, el temblor amenaza con desbordarse. Respiro hondo antes de levantar la mirada hacia el juez. —Nombre completo —me pide el fiscal. —José Enrique Rinaldi. —¿Edad? —Treinta y cinco años. —¿Relación con el acusado? Mis ojos se desvían por un momento hacia Víctor. Lo veo, con la mandíbula apretada, los puños tensos sobre la mesa. Nunca había visto tanto odio en un rostro, pero es un odio que no me amedrenta. —Fuimos amigos. Por muchos años —respondo con voz clara. —¿Puede explicarnos su relación
VíctorLa sala estaba en silencio absoluto cuando Víctor Cascuzo se levantó para caminar hacia el estrado. Sus pasos eran lentos, calculados, como si quisiera proyectar calma, pero la tensión en sus hombros lo delataba. Era un hombre acostumbrado a dominar, pero el aire pesado en el tribunal parecía quitarle fuerza. El juez lo observaba con atención, y el fiscal ya estaba de pie, preparado para comenzar el interrogatorio más intenso del juicio. —Señor Cascuzo —comenzó el fiscal, con la voz firme y una mirada que atravesaba como cuchillos—, durante los últimos días, hemos escuchado testimonios que describen su relación con Madisson y las circunstancias de su vida en el campo. Ahora es su turno de hablar. Recuerde que está bajo juramento. Víctor se acomodó en el asiento del estrado, fingiendo serenidad. —Estoy aquí para decir la verdad, señor fiscal. Nada más que la verdad. El fiscal no se dejó intimidar por la aparente seguridad del acusado. —Muy bien, señor Cascuzo. Empece
Madisson El aire de la sala era frío, más de lo que podía soportar. Las paredes blancas y lisas parecían cerrarse sobre mí, mientras el sonido del reloj en la pared marcaba cada segundo de mi interminable espera. Estaba sentada en una silla dura, con los brazos cruzados contra mi pecho en un intento desesperado de controlar los temblores que no habían parado desde que me bajaron del coche de Víctor.Era imposible calmarme. Mi mente estaba atrapada en un torbellino de imágenes y recuerdos, cada uno más doloroso que el anterior. Desde que llegué aquí, la policía no había dejado de hacerme preguntas. Cada vez que intentaba hablar, mi voz se quebraba y las lágrimas caían sin control. Me habían sacado sangre, revisado cada centímetro de mi cuerpo, y sometido a un interrogatorio que parecía interminable.«¿Dónde estabas?», «¿Cómo sucedió?», «¿Cómo me trataba?»No entendían lo difícil que era responder. Cada palabra que salía de mi boca era como revivir esos cuatro años. Las noches intermin
Mas tarde, supe que se había terminado el juicio, el cual tendría continuidad muy pronto, no había visto a José, y deseaba saber de él, verle, abrazarle. Me llevaron a un lugar protegidos donde según estaba parte de mi familia y eso me hacia temblar por completo. Cuando llegue el aire de la sala tenía un peso diferente. Después de tanto tiempo en la oscuridad.Entré. La sala estaba sola e hice lo que me dijeron esperar. La pequeña mesa de madera frente a mí parecía fuera de lugar, como un intento de normalidad en un espacio que estaba destinado a enfrentar los horrores del pasado. Sentía mis manos frías, mis piernas temblaban, y mi pecho latía desbocado. Me habían prometido algo que apenas podía creer: un reencuentro con mi familia. Mi madre, mis hermanas, y un sobrino al que no conocía. Habían pasado cuatro años desde la última vez que los vi. Cuatro años de miedo, de encierro, de soñar con abrazarlos, pero también de creer que ese día nunca llegaría.La puerta chirrió al abrirs
Dos semanas después…La sala estaba en completo silencio cuando Víctor Cascuzo, el hombre acusado de secuestrar y torturar a Madisson durante cuatro años, fue escoltado al estrado. Sus manos esposadas tintineaban con cada movimiento. Su rostro, una máscara de desdén, contrastaba con los ojos hundidos que delataban noches de insomnio. Era el segundo juicio, el que enfrentaba por los daños psicológicos, el abuso físico y la manipulación mental que había ejercido sobre su víctima. El juez de semblante estoico y mirada penetrante, presidía la sesión. Aunque su rostro no revelaba nada, su corazón latía con furia contenida: frente a él estaba el hombre que había destruido la vida de su hija biológica. Una hija que apenas había conocido, pero cuyo dolor resonaba en cada fibra de su ser. —Señor Cascuzo —comenzó el juez, su voz grave llenando la sala—, en este juicio se le acusa de secuestro, abuso psicológico, agresión agravada y tortura. Este tribunal escuchará todos los testimonios ante
Madison salió del juzgado con pasos temblorosos, sus manos apretadas en un puño contra el abrigo oscuro que la cubría del frío de la tarde. A pesar de la multitud de oficiales que la escoltaban, se sentía desnuda bajo la voraz atención de los periodistas que la aguardaban en las escalinatas. Un océano de cámaras y micrófonos se alzaba frente a ella, destellando como dagas bajo el sol invernal. No había paz, ni silencio, solo preguntas que caían sobre ella como una tormenta que no podía detener.—¡Madison! ¿Cómo te sientes después del juicio? —preguntó una voz masculina, fuerte y clara, mientras el micrófono casi golpeaba su rostro.Ella intentó mantener la cabeza alta, pero sus piernas vacilaban. Las lágrimas que llevaba conteniendo desde que se anunció la sentencia amenazaban con escapar. No se permitió detenerse; sus escoltas le habían dicho que cuanto más rápido llegara al auto de seguridad, menos daño sufriría.—¿Qué opinas de la cadena perpetua para tu captor? ¿Crees que es sufic