José Lucía está dormida en su cuna y enciendo el ventilador para que no la piquen los mosquitos. Ha caído la noche, y como no tengo nada en la nevera para cenar alcanzo un vaso y una botella barata de vino que abrí hace tres días. Me siento en la terraza de la cabaña, ya no hay sol, y las farolas empiezan a encender sus focos en la calle. Cada noche me siento en el mismo sillón y las veo encenderse una tras otra como fichas de dominó. El ruido arenoso de la calle me hace alzar la vista cuando visualizo una camioneta blanca. Víctor. Lo espero cuando se estaciona y baja de la camioneta, recoge varias bolsas de la parte de atrás y camina hacia mi. —La ciudad esta muy lejos —maldice—. A ver si Lucia crece y deja de necesitar pañales y leche, me estoy dejando un dineral con ella. —Tiene un año —murmuro—. Aun hazte la idea de que puede que te falte otro año mas. Arroja la bolsa a mis pies. Y busca en su bolsillo delantero algo para fumar, enciende un puro y mira las plantaciones de uva pensativo. —Esa chiquilla me tiene harto —farfulla expulsando el humo—. Me sale mucho mas cara que su madre, y debería de ser al revés, su madre es la que me interesa, no ella. Se hace un silencio largo entre los dos. —Por cierto, dónde está la niña. —¿Quieres pasar a verla?, está durmiendo —digo. Él niega con la cabeza y se sienta en el brazo del sillón. —¿Madisson se puso difícil cuando se la quitaste? —No —tomo la bolsa y reviso que le haya traído todo lo que dije que hacia falta. Víctor se queda mirando su camioneta, fumando rápido como si quisiera terminarse el puro de una calada. —Pareces preocupado —comento mirándolo. —Sí, aun estoy desesperado por las plantaciones que se quemaron el mes pasado, estuve hablando con varios bancos para solicitar un préstamo. Necesito volver a invertir en ese terreno y aumentar la producción. —¿Y en donde está el problema? —cuestiono. —Que de ir al banco tendré que ir al centro de la ciudad y eso implica estar al menos dos días fuera y no puedo ausentarme por tanto, ya sabes que tengo a Madisson y debo de vigilarla bien —lo último lo mastica con firmeza como si ella intentara huir a cada rato—. La llevaría conmigo a la ciudad, me gustaría poder hacer eso, pero temo que alguien pueda reconocerla. —Yo puedo vigilarla —me ofrezco—. Puedo ir a tu casa y echarle el ojo los días que no estés. —¿Enserio? —Claro. —Joder, José eres como un hermano para mi. Te agradecería si hicieras eso por mi. Sabes que no se la confiaría a nadie. Y que irme así sin mas me dejaría muy preocupado. Asiento sabiendo que así es. Víctor se incorpora de un brinco como quien traza las líneas de un plan elaborado. —¿Mañana tienes mucho trabajo en el invernadero? —pregunta. —Bueno, lo de siempre, ¿por qué? —Es que estaba pensando salir hoy por la madrugada y así llego mañana temprano a la ciudad, entre que pido cita y hablo con el abogado, me tomará uno o dos días, creo que me quedaré en un hotel y mas o menos el jueves estaré de vuelta, ¿Crees que me puedas echar la mano con Madisson esos días? —Claro, sabes que me llevo a Lucía al trabajo allí la puedo cuidar sin ningún problema y saliendo del invernadero me paso por tu casa a echarle el ojo a Madisson. Recibo unas palmaditas en el costado como agradecimiento. —Eres el mejor, hermano. Bueno, me iré ya tengo horas fuera de la casa y Madisson debe estar haciendo de la suya. Te juro que si no estuviera enamorado de ella —hace un gesto altivo—. Ya la hubiese enterrado viva. Cada día está mas respondona. No opino. Y prefiero levantarme a guardar las bolsas que ha traído. El cambio en mi rostro a sido contundente y él lo ha notado. —¿Qué pasa, José? —Nunca me ha gustado ser cómplice de todo esto —hablo serio—. Siempre te lo he manifestado, aun sigo sin entender por qué la engañaste y encerraste como lo hiciste, pero lo que menos entiendo es que le hayas quitado a la niña, no la está viendo crecer como desearía cualquier madre y eso la está destrozando. Víctor apaga el puro y escupe a su derecha antes de encogerse de hombros y decir: —Ya te expliqué que la encerré porque la amo, y no quiero que ningún otro la vea, y sobre Lucía —hace una pausa pensativo—. Simplemente no quiero compartirla con nadie, ni siquiera con Lucia. Desde el momento en que nació la prefiere a ella que a mí que llevo años a su lado, ¿puedes creerlo? Lo último lo murmuró indignado. —Por eso maté a Ángel —añade un poco mas bajo. —¿A ángel? —balbuceé. —Hará dos años y medio de ello —cuenta—. Madisson tuvo a nuestro primer hijo, era niño, no soportaba su llanto, ella estaba tan afanada con él, que comencé a estar celoso de el bebé. El niño nació de siete meses, y creo que necesitaba oxígeno o algo así, pero yo no podía llevarlo a un hospital, sabría que me harían preguntas y no manejaba el tema como ahora. El hecho es que Madisson se desvivía por él, día y noche luchando para que no se asfixie cada que él hacía ruidos de sofoco ella le pasaba aire con sus pulmones, así la primera semana. No dormía, por consecuente yo tampoco, día y noche ella estaba pendiente a él. La segunda semana me harté y cuando lo soltó por primera vez dejándolo dormir en la cama, aproveché que entró al baño, tomé una almohada y lo asfixie. Solo quería que todo acabara estaba harto de sus gritos y toda la atención que me robaba de mi mujer. No pretendía que ella se diera cuenta, quería que cuando saliera del baño pensara que había muerto que simplemente el bebé dejó de respirar, pero salió antes de lo que esperaba y me vio hacerlo. Recuerdo que se volvió loca y se fue sobre mí, pero ya era demasiado tarde. Tuve que amarrarla para que se calmara, en un mes bajó casi 7 kilos cuando entró en depresión. Desde entonces me teme mas, y es capaz de lamer las suelas de mis zapatos por Lucía. «Maldito psicópata». —Nunca nadie lo supo —continúa—. Es como si el bebé nunca existió. Pero Lucía es diferente, a ella si le puse mi apellido y mis familiares conocen de su existencia. Y aunque no lo creas, la quiero a mi manera, pero la quiero…, aun así no estoy dispuesto a compartir a Madisson completamente con ella. Sé que esto puede parecer enfermo, pero no lo entenderías, nadie lo haría, para entenderme debes estar en mi piel, y como tu no eres yo no creo que lo entiendas. No tienes idea de lo que es amar como lo hago yo con mi mujer. —Tienes razón no te entiendo —zanjo tosco—. Y no creo que nunca entienda esa manera de “amar”. Me giro bruscamente. Su mano en mi hombro me detiene cuando trato de entrar a la cabaña. La mirada con la que me topo al darme la vuelta es tan ruda como amenazadora. —Jamás le he confiado ningún secreto mio a nadie, considérate afortunado. Siempre nos hemos tratado como hermanos, tampoco olvidemos el hecho de por qué te escondes aquí en mis tierras, el hecho de que yo te haya tenido que dar trabajo e incluso te nombré encargado en mis huertos. Admito que haces tu trabajo muy bien, pero también podría echarte y si no mal recuerdo cada fin de mes le envías dinero a tu madre para sus medicinas —me sonríe forzado—. No es una amenaza ni mucho menos, solo te recuerdo, cómo se ha forjado nuestra amistad, y me gustaría que siguiera siendo como hasta ahora, tu en tus asuntos y yo en los míos. —Tu lo haz dicho cada uno a lo suyo —siseo tenso. Él suelta una carcajada y me da dos palmaditas en el hombro. —Anda quita esa cara, eres como mi hermano y sé que jamás me defraudarías. Quiero forzar una sonrisa pero me es imposible fingir aunque mi rostro se relaja y eso lo deja mas tranquilo. Termina por entrar a la cabaña y comentarme lo que piensa hacer mañana, quince minutos después se despide como un bipolar y se va. Cuando me aseguro de que estoy completamente solo hago trizas el vaso de cristal que tengo en la mano de pura rabia. Tengo suerte al no cortarme, aunque me he rasguñado la piel. Impotente golpeé con el pie una caja, guardaba vasos de metal en ella y el ruido tintineante en el suelo se hizo escandaloso. —¡Joder, joder, joder! —gruño soltando todas las ganas que tenía de estamparlo en el suelo y golpear su cabeza con una piedra hasta la saciedad. El ruido de mi arrebato despierta a la niña y me calmo. Entro a la habitación y la saco de la cuna para volverla a dormir. Quizás me estoy tomando esto demasiado personal y no debería. O quizás me está afectando el hecho de saber que mi madre esta tan enferma y que no puedo estar ahí cuidándola. Lucía me la recuerda todo el tiempo, cuando en las noche se despierta llamando a su madre y sé que no puede estar con ella, cuando en las tardes me señala la puerta balbuceando mamá, pidiéndome a gritos ir a verla. Me doy cuenta de que me he encariñado tanto con ella, o quizás no es solo ella la que a llamado mi interés estos últimos meses. Quiero a Lucia como si fuera mia, yo la he cuidado por mas de cinco meses y la adoro, pero voy a dejar de mentirme… Madisson. Ella es la verdadera razón de todos mis problemas…
MadissonEstá oscuro para cuando llega Víctor. Me he duchado y metido a la cama como quien lleva horas durmiendo, lo cierto es que estoy despierta.El chirrido de la puerta es lento y pausado, mantengo los ojos cerrados hasta que siento como cierra.—¿Estás despierta? —pregunta y me quedo callada.—Sabes que no me gusta repetir las cosas dos veces.—Sí, estoy despierta —susurré sin moverme o abrir los ojos.—Ven quítame los zapatos estoy cansado —recalca.Bajo de la cama y me acuclillo frente a él que esta sentado al filo del colchón. Deshago los cordones de las botas de obra y luego las saco.—Tendré que irme sobre las tres de la mañana —comenta masajeándose el cuello—. Estaré unos días en la ciudad. Ya sabes lo que eso significa.Asiento y me alejo a dejar sus zapatos en la esquina que siempre los pone.—José te estará vigilando, y si tengo una sola queja de ti me voy a cabrear Madisson —hala de mi antebrazo bruscamente hacia él—. Vas a quedarte en la habitación encerrada, y como no
JoséSeguí a Madisson cuando se incorporó con Lucía y no pude contener una pequeña risa ante su cara inusual. Es realmente atractiva cuándo se sonroja.No la culpo por repeler el hecho de querer hablarme de ella, yo en su situación estaría igual, tampoco puedo exigirle que confíe en mi de la noche a la mañana, pero si pretendo ganarme su confianza.—¿Segura que por ahí hay mandarinas? —tanteo siguiéndole los pasos.Ella se detiene dudosa y miró hacia atrás.—No lo sé. De hecho si me dejaras aquí me perdería, no sabría ni llegar a casa. Pero quiero caminar, quiero ver cosas diferentes, ¿Sabes hacia cuanto no caminaba libremente?, no tienes ni idea.—Claro, podemos caminar cuanto quieras…Ella iba delante y yo prefería ir detrás, me gustaba ver como se movía a su estilo, a donde quería sin cohibiciones, parecía tan feliz.Empezamos a caminar, hablar de cosas triviales y para nuestra suerte encontramos una fila extensa de árboles de mandarinas.Jugamos con Lucía, al principio no quería
MadissonMe quedé estática mirando hacia la puerta cuando José se marchó. Un enjambre de mariposas me oprimían el pecho y por primera vez las piernas me temblaban y no de miedo.Dios mio.¿Qué me está pasando?—¡Madisson! —me llama Rosefina y me giro al instante.—Dime —entré por completo a la casa y me acerqué al sofá.—Es el señor Cascuzo —murmura mostrándome en su teléfono una llamada entrante—. De seguro va a preguntarme como está todo, quédate con la nena, iré a contestar al jardín para que no vaya a escucharla.—Claro, claro —Tomo el platito con comida que Rosefina tenía en las manos cuando pasa por mi lado.La veo alejarse hasta salir al jardín.—Mamá —habla mi pequeña cerrando y abriendo las manitos sin dejar de mirar el plato que sostengo.Sonrío y me siento a su lado para continuar dándole de comer. Son lentejas, que de seguro debió haber hecho Rosefina al medio día.—¿Está rico? —le pregunto entrándole una cucharada a la boca.Ella mueve la cabeza asintiendo aunque no sé
Madisson Las risas de mi pequeña me ha dado el mejor de los buenos días, no he parado de reír ante la manera tan peculiar que ha empleado para despertarme: con uno de sus deditos en mi nariz. La alzo aun acostada en la cama pretendiendo hacerle el avión y ella muere de risa. Nos lo estamos pasando bien, pero todo cesa cuando tocan a la puerta. Me reincorporo. —Pasa Rosefina —grito. La puerta se abre y para mi vergüenza por las pintas que llevo veo asomarse la cabeza de José. Me enderezo de súbito y paso involuntariamente una mano por mi pelo asesorándome de que no este con los pelos como si me acabase de electrocutar. —Parece que se lo están pasando bien por aquí —dice desvelando esa sonrisa de dientes perfectos—. Sus risas se escucha desde el portón. Él terminó entrando con ambas manos en la espalda, como quien oculta algo, se aproximó hasta estar frente a las dos y de sopetón sacó una de sus manos entregándole una piruleta a Lucía. Ella la cogió encantada y en automático
José Sus mejillas se han puesto rosa pastel y sus pupilas se han dilatado en el momento en el que nos han interrumpido. Estuve a punto de besarla, tengo la respiración entrecortada y puedo sentir la suya palpitar tanto como la mia. El ruido de una bocina nos ha sobresaltado y cuando me giro veo un Toyota gris aproximándose a nosotros, por lo concentrado que estaba ni siquiera lo escuché acercarse. El tipo se estaciona cerca y baja la ventanilla cuando está a nuestro lado. —Disculpe la molestia, ¿sabes como puedo salir de aquí? —pregunta haciendo un repaso con la vista de los tres—. Ando buscando la licorería Cascuzo, pero me perdí y la verdad no sé en donde estoy. Madisson me lanza una mirada nerviosa, aún tiene la cara rosa y yo trato de mantener la calma para que ella sepa que no pasa nada, posiblemente solo sea un comprador. —Verás —señalo por donde ha venido—. De hecho se ha pasado la licorería, suele ocurrir que algunos se pierden porque el lugar no está en una zona muy
Madisson Unas horas después… —Me lo he pasado muy bien —murmuro cuando José me deja en la puerta de la casa de Víctor. Es de noche, él día ha sido inmejorable y sobre todo entre los dos ha comenzado a surgir una complicidad que no puedo explicar. —Yo también me he divertido y creo que Lucía también —comenta pasándole la mano por la espalda. Mi hija tiene la cabecita acostada en el hombro de José, y aunque está despierta parece gustarle estar así. —¿Nos vemos el viernes? —susurro. —Deseo que ya sea viernes —responde. Y no puedo evitar sonrojarme. —Yo también… Dejé un beso en la frente de mi hija, y José se acerca a besar mi mejilla pero termina dándome un beso en la comisura de mis labios que termina en mi boca, lo recibo con las piernas temblando y la respiración se me disloca cuando se separa, y me acaricia la mejilla como solo él sabe hacer. —Hasta el viernes, preciosa. Me pego al lumbral de la salida y lo veo alejarse con el corazón a mil. ¿Cómo puede ponerm
Madisson Viernes 10:07 a.m. No he dormido en toda la noche, Víctor no volvió a entrar a la habitación desde la discusión que tuvimos a noche. Me he cabeceado cada diez minutos entre el sueño y la incertidumbre de querer y no poder dormir. He imaginado que Víctor entraba furioso y me pegaba o algo así mientras dormía. Nunca sé que esperar de él, nunca ha sido lo suficientemente transparente como para saber que hará o qué dirá, a veces, Víctor puede llegar a ser bastante bipolar, en un rato puede estar arrastrándome del pelo por toda la casa, y diez minutos después diciéndome que me ama. Aunque todo esto resulte enfermo, él es así y no sé como actuar a veces. Estoy deambulando por la habitación de una esquina a otra, estoy preocupada y no dejo de hacerme preguntas cada dos segundos, la incertidumbre me esta matando. No hago mas que esperar, ya me he duchado y puesto una bata limpia antes de sentarme en la cama mirando a la nada y volver a deambular. Hace rato que salió el sol y
José Voy llegando a la casa de Víctor cuando lo veo salir como alma que lleva al diablo, maldice por lo bajo y se precipita a su camioneta con tanta rabia que dudo en si debería preocuparme o no por su estado, no lo digo por él, no. Lo digo por Madisson sé perfectamente que la mayoría de sus arrebatos son por alguna disputa con ella, o casi todas. Decido no hablarle y entrar por Lucía, saco las llaves y casi cuando estoy por entrar lo escucho que me llama. Me detengo y cuando me giro ya lo tengo al lado. —Quería hablar contigo —dice soltando un suspiro silencioso—. Quería pedirte que cuidaras de Lucía por unas semanas. Arrugo el entrecejo sin entender muy bien. —Ya cuido de ella —le recuerdo. —Sí, si, no me refería a eso —gesticula con la mano—. Me refería a que no estaré. Madisson y yo iremos a la ciudad, estaremos un mes fuera y por razones obvias no quiero llevarme a Lucía. —¿Un mes en la ciudad? —vuelvo a repetir en pregunta, no me agrada el hecho de que el