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Capítulo tres: Una distracción

 

José

 

Lucía está dormida en su cuna y enciendo el ventilador para que no la piquen los mosquitos. Ha caído la noche, y como no tengo nada en la nevera para cenar alcanzo un vaso y una botella barata de vino que abrí hace tres días.

Me siento en la terraza de la cabaña, ya no hay sol, y las farolas empiezan a encender sus focos en la calle. Cada noche me siento en el mismo sillón y las veo encenderse una tras otra como fichas de dominó.

El ruido arenoso de la calle me hace alzar la vista cuando visualizo una camioneta blanca.

Víctor.

Lo espero cuando se estaciona y baja de la camioneta, recoge varias bolsas de la parte de atrás y camina hacia mi.

—La ciudad esta muy lejos —maldice—. A ver si Lucia crece y deja de necesitar pañales y leche, me estoy dejando un dineral con ella.

—Tiene un año —murmuro—. Aun hazte la idea de que puede que te falte otro año mas.

Arroja la bolsa a mis pies. Y busca en su bolsillo delantero algo para fumar, enciende un puro y mira las plantaciones de uva pensativo.

—Esa chiquilla me tiene harto —farfulla expulsando el humo—. Me sale mucho mas cara que su madre, y debería de ser al revés, su madre es la que me interesa, no ella.

Se hace un silencio largo entre los dos.

—Por cierto, dónde está la niña.

—¿Quieres pasar a verla?, está durmiendo —digo.

Él niega con la cabeza y se sienta en el brazo del sillón.

—¿Madisson se puso difícil cuando se la quitaste?

—No —tomo la bolsa y reviso que le haya traído todo lo que dije que hacia falta.

Víctor se queda mirando su camioneta, fumando rápido como si quisiera terminarse el puro de una calada.

—Pareces preocupado —comento mirándolo.

—Sí, aun estoy desesperado por las plantaciones que se quemaron el mes pasado, estuve hablando con varios bancos para solicitar un préstamo. Necesito volver a invertir en ese terreno y aumentar la producción.

—¿Y en donde está el problema? —cuestiono.

—Que de ir al banco tendré que ir al centro de la ciudad y eso implica estar al menos dos días fuera y no puedo ausentarme por tanto, ya sabes que tengo a Madisson y debo de vigilarla bien —lo último lo mastica con firmeza como si ella intentara huir a cada rato—. La llevaría conmigo a la ciudad, me gustaría poder hacer eso, pero temo que alguien pueda reconocerla.

—Yo puedo vigilarla —me ofrezco—. Puedo ir a tu casa y echarle el ojo los días que no estés.

—¿Enserio?

—Claro.

—Joder, José eres como un hermano para mi. Te agradecería si hicieras eso por mi. Sabes que no se la confiaría a nadie. Y que irme así sin mas me dejaría muy preocupado.

Asiento sabiendo que así es. Víctor se incorpora de un brinco como quien traza las líneas de un plan elaborado.

—¿Mañana tienes mucho trabajo en el invernadero? —pregunta.

—Bueno, lo de siempre, ¿por qué?

—Es que estaba pensando salir hoy por la madrugada y así llego mañana temprano a la ciudad, entre que pido cita y hablo con el abogado, me tomará uno o dos días, creo que me quedaré en un hotel y mas o menos el jueves estaré de vuelta, ¿Crees que me puedas echar la mano con Madisson esos días?

—Claro, sabes que me llevo a Lucía al trabajo allí la puedo cuidar sin ningún problema y saliendo del invernadero me paso por tu casa a echarle el ojo a Madisson.

Recibo unas palmaditas en el costado como agradecimiento.

—Eres el mejor, hermano. Bueno, me iré ya tengo horas fuera de la casa y Madisson debe estar haciendo de la suya. Te juro que si no estuviera enamorado de ella —hace un gesto altivo—. Ya la hubiese enterrado viva. Cada día está mas respondona.

No opino. Y prefiero levantarme a guardar las bolsas que ha traído. El cambio en mi rostro a sido contundente y él lo ha notado.

—¿Qué pasa, José?

—Nunca me ha gustado ser cómplice de todo esto —hablo serio—. Siempre te lo he manifestado, aun sigo sin entender por qué la engañaste y encerraste como lo hiciste, pero lo que menos entiendo es que le hayas quitado a la niña, no la está viendo crecer como desearía cualquier madre y eso la está destrozando.

Víctor apaga el puro y escupe a su derecha antes de encogerse de hombros y decir:

—Ya te expliqué que la encerré porque la amo, y no quiero que ningún otro la vea, y sobre Lucía —hace una pausa pensativo—. Simplemente no quiero compartirla con nadie, ni siquiera con Lucia. Desde el momento en que nació la prefiere a ella que a mí que llevo años a su lado, ¿puedes creerlo?

Lo último lo murmuró indignado.

—Por eso maté a Ángel —añade un poco mas bajo.

—¿A ángel? —balbuceé.

—Hará dos años y medio de ello —cuenta—. Madisson tuvo a nuestro primer hijo, era niño, no soportaba su llanto, ella estaba tan afanada con él, que comencé a estar celoso de el bebé. El niño nació de siete meses, y creo que necesitaba oxígeno o algo así, pero yo no podía llevarlo a un hospital, sabría que me harían preguntas y no manejaba el tema como ahora. El hecho es que Madisson se desvivía por él, día y noche luchando para que no se asfixie cada que él hacía ruidos de sofoco ella le pasaba aire con sus pulmones, así la primera semana. No dormía, por consecuente yo tampoco, día y noche ella estaba pendiente a él. La segunda semana me harté y cuando lo soltó por primera vez dejándolo dormir en la cama, aproveché que entró al baño, tomé una almohada y lo asfixie. Solo quería que todo acabara estaba harto de sus gritos y toda la atención que me robaba de mi mujer. No pretendía que ella se diera cuenta, quería que cuando saliera del baño pensara que había muerto que simplemente el bebé dejó de respirar, pero salió antes de lo que esperaba y me vio hacerlo. Recuerdo que se volvió loca y se fue sobre mí, pero ya era demasiado tarde. Tuve que amarrarla para que se calmara, en un mes bajó casi 7 kilos cuando entró en depresión. Desde entonces me teme mas, y es capaz de lamer las suelas de mis zapatos por Lucía.

«Maldito psicópata».

—Nunca nadie lo supo —continúa—. Es como si el bebé nunca existió. Pero Lucía es diferente, a ella si le puse mi apellido y mis familiares conocen de su existencia. Y aunque no lo creas, la quiero a mi manera, pero la quiero…, aun así no estoy dispuesto a compartir a Madisson completamente con ella. Sé que esto puede parecer enfermo, pero no lo entenderías, nadie lo haría, para entenderme debes estar en mi piel, y como tu no eres yo no creo que lo entiendas. No tienes idea de lo que es amar como lo hago yo con mi mujer.

—Tienes razón no te entiendo —zanjo tosco—. Y no creo que nunca entienda esa manera de “amar”.

Me giro bruscamente.

Su mano en mi hombro me detiene cuando trato de entrar a la cabaña. La mirada con la que me topo al darme la vuelta es tan ruda como amenazadora.

—Jamás le he confiado ningún secreto mio a nadie, considérate afortunado. Siempre nos hemos tratado como hermanos, tampoco olvidemos el hecho de por qué te escondes aquí en mis tierras, el hecho de que yo te haya tenido que dar trabajo e incluso te nombré encargado en mis huertos. Admito que haces tu trabajo muy bien, pero también podría echarte y si no mal recuerdo cada fin de mes le envías dinero a tu madre para sus medicinas —me sonríe forzado—. No es una amenaza ni mucho menos, solo te recuerdo, cómo se ha forjado nuestra amistad, y me gustaría que siguiera siendo como hasta ahora, tu en tus asuntos y yo en los míos.

—Tu lo haz dicho cada uno a lo suyo —siseo tenso.

Él suelta una carcajada y me da dos palmaditas en el hombro.

—Anda quita esa cara, eres como mi hermano y sé que jamás me defraudarías.

Quiero forzar una sonrisa pero me es imposible fingir aunque mi rostro se relaja y eso lo deja mas tranquilo. Termina por entrar a la cabaña y comentarme lo que piensa hacer mañana, quince minutos después se despide como un bipolar y se va.

Cuando me aseguro de que estoy completamente solo hago trizas el vaso de cristal que tengo en la mano de pura rabia. Tengo suerte al no cortarme, aunque me he rasguñado la piel. Impotente golpeé con el pie una caja, guardaba vasos de metal en ella y el ruido tintineante en el suelo se hizo escandaloso.

—¡Joder, joder, joder! —gruño soltando todas las ganas que tenía de estamparlo en el suelo y golpear su cabeza con una piedra hasta la saciedad.

El ruido de mi arrebato despierta a la niña y me calmo. Entro a la habitación y la saco de la cuna para volverla a dormir.

Quizás me estoy tomando esto demasiado personal y no debería. O quizás me está afectando el hecho de saber que mi madre esta tan enferma y que no puedo estar ahí cuidándola. Lucía me la recuerda todo el tiempo, cuando en las noche se despierta llamando a su madre y sé que no puede estar con ella, cuando en las tardes me señala la puerta balbuceando mamá, pidiéndome a gritos ir a verla. Me doy cuenta de que me he encariñado tanto con ella, o quizás no es solo ella la que a llamado mi interés estos últimos meses.

Quiero a Lucia como si fuera mia, yo la he cuidado por mas de cinco meses y la adoro, pero voy a dejar de mentirme…

Madisson.

Ella es la verdadera razón de todos mis problemas…

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