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capítulo cuatro: Un suspiro

 

Madisson

 

Está oscuro para cuando llega Víctor. Me he duchado y metido a la cama como quien lleva horas durmiendo, lo cierto es que estoy despierta.

El chirrido de la puerta es lento y pausado, mantengo los ojos cerrados hasta que siento como cierra.

—¿Estás despierta? —pregunta y me quedo callada.

—Sabes que no me gusta repetir las cosas dos veces.

—Sí, estoy despierta —susurré sin moverme o abrir los ojos.

—Ven quítame los zapatos estoy cansado —recalca.

Bajo de la cama y me acuclillo frente a él que esta sentado al filo del colchón. Deshago los cordones de las botas de obra y luego las saco.

—Tendré que irme sobre las tres de la mañana —comenta masajeándose el cuello—. Estaré unos días en la ciudad. Ya sabes lo que eso significa.

Asiento y me alejo a dejar sus zapatos en la esquina que siempre los pone.

—José te estará vigilando, y si tengo una sola queja de ti me voy a cabrear Madisson —hala de mi antebrazo bruscamente hacia él—. Vas a quedarte en la habitación encerrada, y como no me fio de ti esta vez si voy a ponerte las cadenas.

—Sabes que siempre hago lo que quieres —murmuro—. Cuando me dejas las cadenas por tanto tiempo se me entumecen las piernas y luego tengo problemas de circulación, sabes que no podemos ir al médico. No hace falta que me las pongas, sabes que cuando llegues voy a estar aquí.

Mi voz ha sido suave y pausada, midiendo el tono en cada frase para que él lo tomara en las mejor de las formas, incluso he agachado la mirada.

—Ven siéntate aquí —ordena señalándome su regazo.

Despacio me siento, estoy tan tiesa que me duele la columna.

—Estás temblando —murmura acariciando mis piernas.

Contengo la respiración cuando sigue acariciándome un poco mas arriba. Se me disloca la respiración cuando llega a mi sexo y aprieto los ojos conteniendo el impulso de empujar su mano. 

—Maldición, eres tan bonita —jadea acercando su boca a mi cuello.

Tocan a la puerta y me sobre salto.

—¿¡Que quieres!? —grita.

—Señor Cascuzo ya he preparado todo lo que me ha pedido para el viaje —informa Rosefina.

Víctor maldice por lo bajo y me echa a un lado para ir abrir.

Me quedo sentada en la cama, agradeciendo la pequeña interrupción. Víctor sale y lo escucho discutir no sé muy bien que esta pasando y asomo la oreja pegándome a la madera, pero el ruido se va alejando y no escucho bien.

Vuelvo a la cama y espero.

Casi media hora después, vuelve a entrar y pasa directo al baño. Me acomodo en la cama mientras escucho el agua del grifo, poco después sale y se acuesta a mi lado, me abraza de la cintura en un gesto brusco haciendo la cucharita.

Dejo los ojos cerrados y me mantengo inmóvil hasta que el sueño me gana.

 

        No sabía que hora era cuando desperté, posiblemente mas de las 10 a.m.  Y Víctor ya no estaba. Miré todo mi alrededor visualizando la habitación, no me había puesto las cadenas. Solté el aire de mis pulmones.

Entré al baño y me aseé.

Salí cepillando mi pelo húmedo ya vestida y encontré a Rosefina haciendo mi cama.

—Buenos días, Madisson —me saluda—. ¿Qué tal tu noche?

—Como siempre —dejo el cepillo en el tocador—. ¿Víctor ya se fue?

—Sí, me dijo lo de siempre, que te vigilara y que no te consienta de mas, que siempre que lo hago te pones respondona.

Ruedo los ojos. Víctor es tan indeseable. Menos mal que Rosefina no le hace caso cuando él no está.

—¿Por qué discutían a noche? —indago.

—El señor Cascuzo me pidió que no le molestara mas cuando éste a solas con usted —me explica—. Al parecer eso lo irritó mucho, pero creo que estaba molesto porque tenia que hacer un viaje y no te podía llevar.

—¿Sabes cuanto tiempo estará fuera?

—No me dijo, pero creo que unos dos o tres días.

Casi sonrío ante la idea de quitármelo de encima por ese tiempo.

—¿Te dijo si José traería a la niña el miércoles?, me toca verla y no me comentó nada.

—Pues no me dijo nada, pero creo que el señor José la traerá. Él siempre está muy pendiente a ti.

—¿Ha, sí?

—Sí.

—No sabía.

—Pues como lo vas a saber si siempre tienes al señor Cascuzo encima, pero cuando trae a la niña y no te ve, a veces me pregunta como estás y si has comido.

Me quedo callada.

—¿Y esa carita? —alude Rosefina cuando me descubre con cara intrigada.

Me encojo de hombros.

—¿Por qué nunca me lo habías comentado?, por qué nunca me dijiste que él se preocupaba por mi.

—Porque él me pidió que no lo hiciera. El señor Cascuzo no sabe nada y mas nos vale. No entiendo bien que se traen entre ellos, pero siento que algo no cuadra: es como si José, no estuviera de acuerdo con las cosas que te hace Víctor. Y bueno yo tampoco lo estoy pero, tu ya sabes por qué estoy aquí.

Asiento.

Víctor pagó la operación de corazón abierto de su hijo, ella le está eternamente agradecida, claro que todo a cambio de su silencio y de paso la amenazó, por una parte la entiendo, una madre es capaz de cualquier cosa por sus hijos. Pero José, de él no sé nada, mas de que cuida de mi hija y que trabaja para Víctor.

De repente se escucha ruido en la parte delantera como si alguien estuviera abriendo la cerradura.

Rosefina y yo nos miramos.

—Espera aquí iré a ver quien es —me dice antes de salir.

Espero sentada en la cama, cruzo los dedos para que no sea que Víctor se haya arrepentido y se haya regresado.

No puedo tener tan mala suerte.

Minutos después se abre la puerta y veo a José con mi hija en los brazos, pego un respingón de la cama y casi corro hacia ella.

¿Hoy es martes? Hoy no me toca verla, ¿no?

—Puedes cargarla —me dice cuando me freno al llegar a su altura.

La tomo sin dudar y beso su mejilla.

—Dios, siento como si llevara días sin verte y te vi ayer —susurro besando su mano.

La llené de besos y ella se dejaba arrullar.

Miro a José que nos observa con la mano en los bolsillos, las palabras de Rosefina me vuelven a la cabeza y me siento extraña. Se preocupa por mí.

—Gracias por traerla —murmuro mirándolo a los ojos.

—Desearía poder hacerlo todo el tiempo si con eso puedo verte así de feliz. 

Desvié la vista un tanto nerviosa, no sabía como sentirme era como si mi yo interno quisiera aceptar esas frases que me resultan tan bonita,, pero la otra parte de mi me recuerda a Víctor y comienzo a sentir un hormigueo en el estómago como si estuviera haciendo algo malo.

Ceñuda apreté los ojos intentando alejar la parte que me recordaba a Víctor, ¡No!, no lo iba a permitir, él ya me controlaba todo sobre mi y no iba a permitir que también mandara dentro de mi cabeza.

—¿Dije algo que te molestara? —habló José ante mi cara de crucigrama.

—No —negué rápido con la cabeza y asomé una tenues sonrisa—. Solo estoy sorprendida por todo lo que estás haciendo por mi.

Se acercó hasta quedar frente a nosotras y acarició con su dedo la mejilla izquierda de Lucía.

—Ya te dije que todo lo hago de corazón —sonrió dando pasos a una dentadura totalmente blanca—. Además no es todo lo que tengo pensado para hoy.

—¿Y qué más tienes pensado para hoy? —Sin querer se me escapó una risita risueña.

Quise restarle importancia girando la cabeza, pero él lo notó.

—Tienes una bonita sonrisa, no tienes por qué ocultarla.

Me mordí la mejilla por dentro y quise desviar el asunto evocando otro tema.

—¿Muero por saber cuales son tus planes? —susurré.

—Me gustaría que fuese sorpresa — murmuró aclarándose la garganta.

—¿Vamos a salir de la casa? —balbuceé.

—Así es…

Miré la bata que llevaba puesta y luego hacia mi ropero donde solo tenía mas batas, recordé el vestido que me prestó Rosefina para la comida con los padres de Víctor, aun no se lo había devuelto así que caminé hacia el ropero.

—Voy a cambiarme —le avisé y él procedió a salir de la habitación aunque yo pensaba entrar al baño.

Dejé a Lucía en la cama y me vestí rápido, mi pelo ya estaba casi seco así que lo cepillé un poco y lo dejé suelto. 

Me calcé, tomé a mi hija y salí al pasillo donde nos esperaba José. Él parecía sorprendido por la manera en la que me había vestido, quizás resultaba muy elegante para donde sea que me fuese a llevar, lo cierto es que no tenía nada mas que ponerme y no quería ir en bata.

Terminó por sonreírme y señalarme la salida para que fuese delante.

Me topé con Rosefina que estaba en el patio delantero barriendo las hojas secas. Que me guiñara un ojo me tranquilizó, ella siempre había callado cuando hacia algo a espaldas de Víctor, pero esto no era como ir a la cocina a escondidas o al jardín, no, iba a salir de casa por primera vez sin Víctor. Mi corazón se aceleró cuando José abrió la puerta dejándome ver los terrenos de uva que vi el viernes.

¡Corre!, gritó una voz en mi cabeza. 

Tuve que contenerme para no hacerlo, tenía a mi hija en mis brazos y la idea era jugosamente tentadora. Pero sabía que no llegaría lejos; para huir se necesita un coche, y ni siquiera Rosefina tiene uno, ella usa un carrito de golf para moverse a las distancias mas retiradas, además José está intentando ser lindo conmigo y si me echo a correr como una loca, sabiendo que no tendría las posibilidades de huir muy lejos, posiblemente él dejaría de ayudarme.

«Madisson…».

—Madisson —una mano tocó suavemente mi hombro sacándome de mi letargo. 

Casi me sobresalto.

—Te decía que vengas, vamos a usar el carrito de golf de Rosefina.

—Sí, sí —respondí al instante y lo seguí.

Tenía a Lucía en mis piernas y mientras José conducía iba enseñándome las tierras y como se llamaba cada zona. Incluso me habló del cultivo, me explica como se decide cuando se cosecha para lograr el mejor vino, ya que por muy bueno que sea el viñedo y por mucho que se haya cuidado su fruto si se cosecha antes estará verde y si se cosecha después estará muy maduro y eso no nos dará un vino de buena calidad. Todo me resulta interesante y me la paso embelesada mirando toda la vegetación.

Cuando menos me doy cuenta hemos llegado a una zona verde donde ya no hay plantación. Ambos lados a la izquierda y derecha están vallado con alambre de púa como si fuese terreno privado.

—Es por aquí —dice José estacionando bien el carrito de golf.

Bajamos y él cruzó al otro lado de la valla moviendo los alambres para que nosotras pudiéramos pasar.

—Esto es legal —pregunté por la forma en la que estábamos entrando.

Que se riera ante mi pregunta dejaba mucho que desear, pero como él estaba relajado yo también me dejé llevar, el sabía lo que hacía, ¿no? 

El tomó a Lucia para ayudarme por mi calzado, aunque yo podía llevarla dejé que el lo hiciera, caminamos entre árboles de mandarina y salimos por otro sendero. En automático escuché agua correr, como las de un rio.

—Es aquí —gritó José que iba delante de mi.

Cuando vi a donde señalaba no pude evitar maravillarme con lo bonito que era el lugar, y me sorprendió la manta y la canasta que había acomodada cerca del rio.

—Wow, es muy bonito —confesé—. ¿Cómo encontraste este lugar si está tan escondido?

—Bueno, me gusta explorar —comentó sentándose sobre la manta.

Me quité el calzado y me senté cerca de Lucia quien en automático comenzó a jugar con las hojas secas que abundaban en el suelo. La sombra de varios árboles nos cubría y la vista era maravillosa, sé que hay lugares mas hermosos pero para mi este era el paraíso. Y no, no era el hecho de estar encerrada casi cuatro años que me hacía flipar en colores, el lugar era realmente hermoso.

—He traído algunos bocadillos —comenta él alcanzando la canasta.

—Veo que ya habías preparado todo.

—Sí, esta mañanita lo traje —se deja caer hacia atrás con las manos apoyadas como almohada.

Lucia es curiosa y en automático se pone a explorar lo que hay en la canasta sacando varias piezas de frutas.

—Gracias por traerme aquí, creo que no recuerdo cuando fue la última vez que una salida fue de mi agrado.

Él se giró a mirarme en esa posición, y medio aparto la vista cuando sus ojos buscan dar con los míos.

Lucia tiene una mandarina en la mano, la ayudo a pelarla y ella espera ansiosa mirando cada gesto que hago, me aseguro de que no tenga semillas y luego se la pongo en la manito para que ella solita se la coma. Es tan bonita.

—Háblame de ti —escucho de repente pronunciar a José—. ¿Cuál es la verdadera razón por la que estás aquí Madisson?

Alzo la vista y  me encuentro con el avellana intenso de sus iris escudriñándome con interés.

—No hay mucho que contar, supongo que Víctor ya te lo habrá dicho todo —murmuro y me entro un trozo de mandarina a la boca yo también.

Él se sienta y sacude las manos sin dejar de mirarme.

—He escuchado muchas cosas por parte de él —concuerda—. Pero quiero escuchar tu versión, qué pasó realmente… Por qué estás aquí, sé que no viniste por voluntad propia.

Lo miré de súbito sorprendida de qué Víctor haya tocado ese tema, supongo que le tendrá confianza, pero él nunca quiere hablar de ello. Incluso me ha prohibido a mí hacerlo.

—No voy a contar nada de lo que me digas sabes… —añade José—. Quedará entre los dos, así como esta escapada que hemos tenidos hoy los tres.

Paso saliva comenzando a recordar, los ojos se me quieren empapar de lágrimas y tomo aire antes de abrir la boca.

—Ya te dije que no hay nada que contar —mi tono fue ligeramente mas alto, pero no enfadado. Pero si asustado.

—Vale… —susurró posando una mano cálida sobre la mia—. Sé que estás asustada, y te entiendo, no es fácil confiar en alguien de la noche a la mañana y mas si crees que está del lado de la persona que te hace daño, pero te aseguro que no es así no estoy del lado de Víctor. Solo soltando lo que llevas dentro vas a sanar o al menos sentirte mejor, y quiero que sepas que cuando quieras contármelo te escucharé porqué Víctor no merece tu silencio. 

José supo que palabras usar para tocar en mi llaga y dudé en contárselo mas de una vez, casi estuve a punto de hacerlo. Pero mi instinto protector no quería confiar en nadie. Quizás se lo contaría pero no me sentía preparada, aun no confiaba en él. En los últimos años me había vuelto tan paranoica y desconfiada, tenía mis razones para ello.

—¿Qué hay de ti? —solté captando su atención—. Si no estás de su parte, ¿por qué estás con él?

—Mi antiguo jefe me acusó de fraude —empieza a relatar—. Un fraude que no cometí, habían algunas irregularidades en el negocio y todo cayó sobre mi, cuando las cosas se pusieron difíciles me echaron.

—Si no hiciste nada, ¿por qué te echaron? —pregunté.

—Reputación de la empresa, me amenazaron con ir a la cárcel y con mi madre que está enferma no podía darme el lujo de pagar un buen abogado. Ella dependía de mi. Somos inmigrantes, bueno, yo nací aquí en Toscana. Una tierra hermosa, pero mis padres son de Ucrania, bueno mi madre, mi padre también nació aquí en Italia, aunque mis abuelos paternos eran ucranianos.

—¿Alguna vez has estado ahí?

—¿En Ucrania? —me miró.

—Sí.

—No, pero tengo pensado hacerlo.

José se volvió a costar mirando al cielo y de soslayo miraba cada tanto hacia mi. Mi hija recostó su cabecita en su abdomen y se llevó el pulgar a la boca observándome, siempre lo hace cuando está relajada.

—¿Y a Víctor, cómo lo conociste? —indago recostándome de lado para mirarlos a ambos.

—Fue mi mejor amigo en la segundaria, pero se cambió de instituto a mitad de año y no volví a saber de él, era muy diferente al hombre que ves ahora, sinceramente no reconozco el hombre en el que se ha convertido, ambos teníamos muchos problemas en ese entonces, ya sabes cosas de la adolescencia. Pero nada fuera de lo normal.

—¿Y como se reencontraron?

—Por casualidad de la vida nos topamos en un bar la misma noche que acababa de salir del juzgado, mi supuesto “Fraude” llegó a los tribunales y me pedían una cantidad desorbitada que no podía pagar. Esa noche no lo reconocí, pero él si a mi, hablamos, le conté mis problemas, me dejó su número, y unos días después nos volvimos a reunir. Me prestó el dinero, pero aun así sabía que no podía pagarle, le expliqué mi situación, aparte de que también ayudaba a mi madre, mi padre murió el año pasado y, él se ofreció a darme trabajo. Paga bien, pero a veces se juntan imprevistos y voy ahogado. 

Vaya, parece que Víctor es amable con todos menos conmigo. No sé, no creo que todo haya sido por pura bondad.

—Unos meses después de trabajar con él me ofreció cuidar a Lucía para ganar algo de dinero extra. Y bueno, obviamente pregunté de donde había sacado a esa niña, me dijo que era su hija y yo comencé a notarlo extraño, finalmente con el tiempo me habló de ti, pero tampoco me contó la gran cosa, prometí guardarle el secreto pero no sabía la magnitud de lo que estaba prometiendo.

—¿No se te hace extraño la manera en la que se reencontraron?

—Un poco si.

—Al principio Rosefina cuidaba de Lucia los 6 primeros meses. Casi nunca la veía pero me tranquilizaba saber que estaba en la casa, desde la habitación la escuchaba reír, llorar, sabía que estaba bien. Cuando me dijo que se la llevaría y que alguien cuidaría de ella, casi enloquecí.

Se instala un silencio largo entre los dos y de repente quiero saber mas de él.

—Y…  —lo miro de reojo—. Que hay de tu vida personal, antes de aceptar venir al campo a trabajar con Víctor, ¿tenías amigos?, ¿mas familiares aparte de tus padres?, ¿novia?

—Te gusta saber, pero no contar, ¿eh? —la risita jovial que ha acompañado a su frase me resulta tan encantadora.

Sus ojos brillan con el contraste del reflejo del sol, y la manera en la que me observa no ayuda a que mi mejilla dejen de arder.

—Mejor cuéntame algo de ti, lo que sea…

No quiero hablar de mi, no porque me cuesta hacerlo, sino porque recordar me impulsa a llorar y no quiero, no hoy que este día va tan bien.

Me incorporé de un brinco y cargué a mi hija.

—Lucía y yo vamos a recoger mandarinas —cambié de tema.

Comencé a alejarme descalza teniendo cuidado en donde pisaba, escuché su risa a mi espalda y en automático lo sentí seguirme.

 

 

 

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