Cuando el destino de toda una ciudad está en peligro, dos personas tan distintas como iguales deberán dejar de lado sus desemejanzas y volver aquello que los hace diferentes la combinación perfecta que los llevará a la victoria. Después de que una serie de asesinatos y actos vandálicos poco comunes tomen lugar en la gran ciudad de Londres, todas las organizaciones entrarán en estado de alerta ante el caos que amenaza por desatarse por doquier. Así que cuando la solución parece cada vez más lejana, dos organizaciones que rara vez concuerdan deberán forjar un acuerdo. La fe y la justicia, con principios diferentes, misiones diferentes y dos emisarios que parecen ser las caras opuestas de una misma moneda. Cuando Nathan Castle, un agente del Servicio Secreto de Inteligencia y Ekaterina Sforza, una asesina al servicio del Vaticano, se vean obligados a hacer equipo, la vida de ambos dará un vuelco y comenzarán a replantearse sus propios objetivos. Dos polos opuestos que colisionarían hasta fundirse en una pieza perfecta e invencible, pero en el proceso se destruirían a sí mismos y a todo lo que los rodeara. Dicen que del odio al amor solo hay un paso, pero de la pasión a la muerte solo hay un beso.
Leer másNew York, USA7 meses despuésEsa tarde era cálida, aunque la noche ya comenzaba a bañar el cielo con su oscuro manto, un aire proveniente del sur aplacaba la frialdad de la noche.Miró hacia el cielo, contempló las estrellas en medio de su lento andar y nuevamente dejó ir una lágrima, una traicionera y rebelde.Detuvo su andar en medio de aquel cementerio, contempló la lápida de mármol esculpido que se alzaba sobre la tierra y se dejó caer sentado junto a ella. Depositó sobre la tierra las flores blancas que llevaba cada semana, retiró las que ya estaban marchitas y las lanzó lejos. Contempló la inscripción en la lápida y deslizó lentamente su dedo sobre las escrituras del nombre.—¿Por qué hiciste eso, Ekaterina? —susurró Nathan como si aquella allí dentro, pudiera escucharlo—. Me haces cargar con el peso de haber causado tu muerte, me engañaste.Los acontecimientos de meses atrás no dejaban de repetirse como un bucle infinito en la mente del espía. Los gritos ordenándole que dispar
Habían pasado varios minutos en silencio. Ekaterina había conseguido un cigarrillo; luego de ver a uno de los guardias del jardín fumando, había ido hasta él y obtenido uno. Se encontraba sentada en uno de los bancos de granito que había a la sombra de un árbol, en la parte delantera de la mansión. Su vista estaba perdida en el cielo, las nubes al pasar y el destello de la luz del sol. Era ese un día precioso, a pesar de ello le esperaban situaciones horribles. —Sforza —escuchó una voz a sus espaldas, una voz conocida. Se volteó con una amplia sonrisa para contemplar al anciano que venía caminando a prisas en su dirección. —¡Anciano! —exclamó sobresaltada por el regocijo—. ¿Te encuentras bien? —cuestionó, mirándolo de arriba abajo, buscando alguna mínima herida para desquitárselas con el mentiroso de Nathan, sin embargo, parecía estar en perfecto estado. —Deja de preocuparte por mí. —El hombre mayor tomó asiento junto a ella y notó la herida vendada en su pierna—. ¿Qué te ha pasado
El auto tomó la carretera principal, el trayecto era sumamente largo y Ekaterina comenzaba a perder demasiada sangre. —Tendremos que tomar un desvío —aseguró Nathan, mirando la pierna herida de la rubia—. Dirígete hacia la clínica del doctor Patric —ordenó al chofer, que asintió y tomó un desvío. Minutos más tarde estaban frente a una clínica privada. Nathan cargó en sus brazos a Ekaterina, que se encontraba al borde de la inconsciencia, e ingresó al lugar. Era plena madrugada, pero aquel doctor que servía a su organización estaba esperándolos con el equipamiento necesario para sanar a la asesina, luego de recibir órdenes de hacerlo. —Ha perdido mucha sangre —habló el médico mientras se ponía los guantes, contemplando la herida. —Opérela —ordenó Nathan—. Si le pasa algo, tomaré represalias —advirtió. —No es una operación difícil, la bala no tocó ninguna parte importante —explicó. Nathan tomó asiento junto a la camilla, permaneció junto a Ekaterina mientras el médico la op
New York, USA3 Años despuésEra invierno, en la gran ciudad de New York el frío llegaba a tornarse bastante insoportable. Una brisa helada corría entre los altos edificios y traía consigo un desagradable olor a muerte.—¿Estás segura de que es por aquí? —cuestionó Giovanni, siguiéndole el paso a la ahora pelirrubia. Le costaba trabajo alcanzarla, Ekaterina era muy rápida y a él la edad le estaba cobrando la factura.—Por supuesto —miró al alto edificio frente a ambos, estaba abandonado después de un incendio que había cobrado la vida de muchos de los habitantes—. A esa rata le gustan este tipo de sitios.—Si tú lo dices. —Giovanni desenfundó su arma y caminó para colocarse junto a la asesina.—¿Qué crees que haces?—Iré contigo.—¿Estás loco anciano? —elevó una ceja enmascarando una sonrisa—. Que sepas usar un arma no quiere decir que estés capacitado para entrar allí.—Soy tu compañero, Sforza —arrugó el rostro.—Eres mi amigo —colocó una mano en el hombro del anciano—, además de mi
Nathan pidió a su jefa una oportunidad de ocuparse él de aquella situación. Se le dio carta blanca, así que decidió no detener a Ekaterina mientras avanzaban las investigaciones, lo cual era la principal idea de la jefa.Cuando la policía logró aplacar a los periodistas y los forenses se habían llevado los cadáveres y los trozos de cuerpos en su mayoría inidentificables, la policía cercó el lugar y procedió poco a poco a irse marchando. Nathan aprovechó aquella oportunidad para llevarse a Ekaterina lejos de la escena, lejos de todos.—¿A dónde vamos? —cuestionó Ekaterina mientras bajaba la ventanilla del auto para encender el cuarto cigarrillo de la noche.—A un lugar privado.—Algo me dice que no es a tener un segundo round —le dio una calada al cigarrillo.—Hoy has fumado más de lo normal.—Una vez te dije que suelo fumar cuando me encuentro en situaciones desagradables, de estrés, de hastío.—Lo recuerdo como si hubiera sido ayer —confesó el que iba al volante—. Lo que no entiendo
Una caricia cómplice, un susurro tentador, unos besos lentos que la conducían a la locura. Ekaterina estaba sumida en un estado casi ajeno a este mundo. Nathan parecía no tener nada de prisa, disfrutando cada toque, cada lento roce, pero para la castaña era como una dulce tortura. No es que aquella fuera la vez más ardiente, la más salvaje, ni la más emocionante, era que aquella era la vez en que se encontraba en esa situación con alguien a quien estaba segura que amaba. Antes no sabía cuál era la diferencia entre estar enamorada o no, ahora lo entendía. La diferencia estaba en la manera en que te hacía sentir, era diferente, era mejor, como nunca antes pensó poder sentirse. Una emoción indescriptible que iba más allá del conocimiento humano.Las manos de Nathan vagaban por todo el cuerpo de la castaña, eran delicadas pero a la vez muy demandantes. La espalda de Ekaterina se encontraba presionada contra la pared del baño, mientras estaba sumida en un beso largo y demandante que había
Nathan jadeó cuando sintió el dolor del impacto de la bala, miró hacia el suelo y vio la sangre que salía de su cuerpo gotear sobre él. Le había disparado, sin siquiera pensarlo, sin medir consecuencias. Sin embargo, cuando miró su brazo, vio que la bala no había entrado, solo rozado, haciendo una herida poco profunda, pero dolorosa.—Toma esto como una advertencia —habló Ekaterina bajando el arma—. La próxima vez no fallaré.—Mátame —Nathan caminó cerca de ella, tomó del suelo uno de los cuchillos que portaban los atacantes ahora muertos y se lo extendió—. Si te vas a ir, si voy a verte hoy por última vez, si este va a ser un adiós, entonces mejor mátame de una vez.Ekaterina tomó el cuchillo y lo colocó sobre el cuello de Nathan.—Debería hacerlo —aceptó —, prefiero llorar tu muerte que tener que vivir con la incertidumbre de que en cualquier descuido, tú podrás matarme a mí.—Yo jamás haría eso —la miró directamente a los ojos—. He tenido muchas oportunidades y ni siquiera ha pasad
Nathan remitió una orden a la policía para que detuvieran la persecución, porque estaban alertando demasiado a Leo.—Aún no me dices qué tiene que ver ese Leo en esta historia —habló el agente mientras aún perseguía al otro auto—. ¿Por qué apareció ahora y de la nada?—Ni ahora ni de la nada —comentó Ekaterina cruzándose de brazos—. Leo es el responsable de todos los asesinatos de la ciudad. Lleva en Londres un año y recién comenzó a liderar la secta.—¿Es él? —cuestionó sorprendido el agente.—Sí —suspiró—. Leo fue mi compañero de lucha durante dos años en el Vaticano, en aquel entonces él tenía más experiencia como venator que yo. Siempre tuvo su forma de ser, su forma de pensar. Quizás sueno yo como la traidora, y lo sé, lo soy, pero si recibí órdenes de eliminarlo no fue por abandonar la organización, fue por volverse contra nosotros, traicionó la causa.—Tampoco es que vuestra causa sea muy justa, lo siento, pero tienes que aceptar que hacen cosas horribles.—Lo sé, Castle —bufó—
—¡No me llames de ese modo, cerdo! —espetó Ekaterina iracunda.Nathan no soportó más la incertidumbre que le causaba toda aquella situación. Salió de su escondite y entró a la pequeña habitación. Al verlo, Ekaterina se sobresaltó y lo contempló totalmente incrédula.—¿Cómo me has encontrado? —preguntó al agente.—He aprendido a predecirte —contestó dándole una rápida mirada.—Mira nada más —habló el hombre desconocido que permanecía a unos dos metros de distancia. Tenía unos treinta años, pelo rubio y ojos verdes. Una sonrisa maliciosa estaba plasmada en su rostro y portaba una túnica roja—. Se nos suma otro a la fiesta, bienvenido.—¿Quién demonios eres? —cuestionó el agente apuntándolo con el arma.—Soy el ex y he de asumir que tú eres el actual —se burló.—¿Ex? —Nathan miró a Ekaterina y esta solo pudo dedicarle una mirada algo turbada.—Hay muchas cosas que no sabes —confesó la de la Iglesia.—Definitivamente las hay —aseguró el hombre—. Apuesto a que jamás te habló de mí, por sup