Cuando el destino de toda una ciudad está en peligro, dos personas tan distintas como iguales deberán dejar de lado sus desemejanzas y volver aquello que los hace diferentes la combinación perfecta que los llevará a la victoria. Después de que una serie de asesinatos y actos vandálicos poco comunes tomen lugar en la gran ciudad de Londres, todas las organizaciones entrarán en estado de alerta ante el caos que amenaza por desatarse por doquier. Así que cuando la solución parece cada vez más lejana, dos organizaciones que rara vez concuerdan deberán forjar un acuerdo. La fe y la justicia, con principios diferentes, misiones diferentes y dos emisarios que parecen ser las caras opuestas de una misma moneda. Cuando Nathan Castle, un agente del Servicio Secreto de Inteligencia y Ekaterina Sforza, una asesina al servicio del Vaticano, se vean obligados a hacer equipo, la vida de ambos dará un vuelco y comenzarán a replantearse sus propios objetivos. Dos polos opuestos que colisionarían hasta fundirse en una pieza perfecta e invencible, pero en el proceso se destruirían a sí mismos y a todo lo que los rodeara. Dicen que del odio al amor solo hay un paso, pero de la pasión a la muerte solo hay un beso.
Leer másEl corazón de Ekaterina saltó en un pálpito. Pero era diferente a esas ocasiones en las que se sintió emocionada al estar junto a Nathan, no, esta vez era una sensación desagradable que oprimía su pecho y estómago.—Sforza —habló aquella voz del otro lado de la línea. Era exactamente tan grave y atemorizante como recordaba. —Señor —habló ella sin atreverse a levantar siquiera el tono. —Se te asignó una misión y por primera vez, incumples. —No sé de lo que habla, señor. —Se te ordenó: sin cuerpos, sin rastros. Pero vas y haces un desastre y dejas un montón de cadáveres en un estacionamiento del MI5. ¿Tienes idea de lo grave que es este incumplimiento?—Lo siento mucho, mi señor —bajó la cabeza a pesar de que nadie estaba viéndola, pero su temor por aquel ser era demasiado —. Recibiré cualquier castigo que desee imponerme. —Ciertamente mereces un castigo, pero lo dejaré pasar esta vez, porque nunca antes has incumplido. Pero ten en cuenta que si existe una próxima vez, entonces te
Ekaterina miraba a Nathan con seriedad, buscando en aquellos ojos cristalinos algo que le dijera lo que ocultaba. Pero no vio nada, solo una perfecta cara de póker. Fue ese instante en que entendió todo. Jamás fueron sinceros los ojos de Nathan, no es que fuera realmente honesto. Sino que era muy bueno mintiendo, que dejaba ver a través de sus ojos lo que él quería que vieran, y así ganarse esa reputación de persona genuina e intachable. Era él un mentiroso profesional, casi tan profesional como lo era Ekaterina matando. Así que asumió no lidiaba con un simple agente del MI5. —No tengo nada que explicarte —sanjó el pelinegro. —Bien pues entonces... —Ekaterina tomó su daga larga, aquella que utilizó con anterioridad para matar a los atacantes —. Esta no fallará —apuntó en dirección a la cabeza del agente y la lanzó. En un ágil movimiento el pelinegro se apartó hacia un lado, por lo que la daga solo logró hacerle una pequeña cortada en el rostro. Nathan miró el objeto clavado en la
Nathan estaba desconcertado. No entendía por qué aquel arrebato de sinceridad por parte de Ekaterina, y tampoco comprendía el porqué de aquella afirmación. Si bien él mismo no entendía sus propios sentimientos, no se propuso huir de ellos como un cobarde, sin embrago su compañera sí parecía tener esa intención. —No te entiendo —aceptó soltando un suspiro —, pero te respetaré. —Es lo mejor. —Ekaterina pasó por su lado con la intención de continuar, pero cuando se marchaba Nathan agarró su brazo impidiéndole continuar. Aún así no se volteó, no quiso ver a los ojos verdes y cristalinos de su compañero, porque si lo hacía sentía que perdería toda determinación. —Sin embargo, ten en cuenta que yo no sé rogar a nadie. Así que si esa es tu desición, haré como que nunca pasó, y nuevamente seremos solo compañeros de trabajo. Ekaterina no respondió, soltó su agarre y salió del corredor dando cortos y lentos pasos. El agente la imitó, tomando el camino opuesto. Era tarde en la noche, ambos
La tensión se apoderó del lugar. Un segundo de silencio antecedió al sonido de un disparo, fue Ekaterina, su primer disparo dio en la mano del que portaba el cuchillo. El hombre soltó el objeto largando un grito rasgado de dolor y una maldición, la cual fue callada por otra bala que destrozó su mandíbula y cráneo. La distancia a la que se encontraba Ekaterina era considerable, un disparo tan acertado solo podría ser dado por alguien sumamente entrenado, eso notó Nathan. Una nube de disparos se abrieron contra Ekaterina, instante que aprovechó Nathan para entrar en su auto. Cerró la puerta y tomó el arma que mantenía oculta bajo el asiento de copiloto. Cuando intentó salir una exclamación de su compañera bañó el lugar. —¡No salgas! —gritó Ekaterina asomando la cabeza de detrás del pilar donde se encontraba oculta —. ¡Eres el maldito objetivo y solo vas a estorbar, así que permanece adentro!—¡Yo tambien puedo ayudar! —afirmó Nathan en otro grito. —¡Mi misión es mantener a salvo tu
Colgó el teléfono Ekaterina sintiendo una llamarada intensa comenzar en sus pies y apoderarse de todo su cuerpo. Era aquella la sensación que antecedía a cada misión, pero en esa ocasión era mucho más poderosa. Salió de la habitación para llegar a la puerta de la del contrario. Sin llamar o esperar abrió, y se adentró para encontrarse de frente con el agente. Nathan apenas salía de darse un baño, tenía aún el cabello húmedo e iba portando un pantalón un tanto más holgado que los que solía usar, con su torso descubierto. Sus brazos fornidos adornados por numerosos tatuajes y aquel abdomen, trabajado se habían llevado toda la atención de la chica. —¡Demonios! —exclamó asustado el agente ante la repentina intromisión —. ¿Por qué no llamas la puerta? —Lo olvidé —se excusó Ekaterina con la mirada aún ida de lugar. —¿A qué has venido? —cuestionó el agente apresurándose a colocarse una camiseta. —Ah cierto —pareció recordar su objetivo —. Mañana voy contigo a la estación. —¿Estás de br
¿Por qué sonreía así? Nathan quería simplemente hacer esa sonrisa borrarse de su rostro. No era porque realmente le molestara, todo lo contrario, tenía aquella sinvergüenza la sonrisa más hermosa que había visto nunca. —¿Sabes cuál es la mejor parte de esto? —preguntó Nathan dando un paso más cerca de la contraria. —No —negó Ekaterina —, ilumíname. —Que eres posiblemente la persona más extraña que he conocido nunca, tienes siempre ese aire de grandeza, como si nadie en este mundo pudiera alcanzarte. Pero no sabes ni la mitad de mí, de lo que realmente soy capaz de hacer y hasta donde puedo llegar. —Ya te dije que estoy totalmente dispuesta a saberlo —humedeció sus labios —. Pensé que eras aburrido, pero resultaste ser más interesante de lo que creí. Además, anoche mientras dormías, que por cierto no sé por qué duermes semi desnudo, me quedé algo ensimismada con esos lindos tatuajes. —¿Espera qué? —jadeó sorprendido —. ¿Entraste en mi habitación? —Sí, la revisé de pies a cabe
Después de aquella incómoda noche, Nathan no hacía más que pensar en una cosa: Su profundo odio hacia Ekaterina. Si aquellos minutos, en los que la observó y sintió una ligera atracción siquiera habían existido, ya no quedaba rastro de ellos. Se tachó a sí mismo de tonto por sentir esa punzada cuando la vio, pero a la vez no se tomó las molestias de darle al asunto más importancia de la necesaria, pues se conocía a sí mismo y sus emociones lo suficiente, como para saber que no fue un deseo real lo que sintió. Todo había sido cuestión de la situación. Su estómago rugió mientras se servía aquella taza de café. No había cenado nada en la noche y, en la prisa de la mañana tampoco tomado el desayuno. Supuso que el café acompañado de una dona con glaseado de fresa, serían suficientes para saciar su hambre, al menos hasta la hora del almuerzo. Se dejó caer en su silla mientras en una mano sostenía la taza, en la otra traía algunos documentos del caso y su boca venía sosteniendo la delici
Un silencio poco prolongado llenó la habitación. Nathan entró y cerró la puerta tras de sí. Caminó hasta uno de los asientos y al depositarse sobre él señaló en dirección al otro asiento, invitando a la contraria a imitarlo. —¿Qué quiere? —cuestionó Ekaterina cruzándose de brazos. —Tome asiento, no es algo que discutir de pie. Chasqueó la lengua inconforme pero al final terminó sentándose para mirarlo de mala gana. —Que sea rápido, aún no termino de ordenar mi habitación —sentenció la castaña. —Es sobre el caso, ya que como supondrá no tenemos otros temas en común que tratar. —Por ahora —corrigió Ekaterina. Nathan la ignoró para no desviarse del tema. Si iniciaban otra discusión sería interminable. —Tengo muchísimas pruebas recaudadas desde que iniciaron las investigaciones del caso. —¿Alguna apunta a un posible culpable? —preguntó la de la iglesia. —No, ninguna nos hace siquiera tener sospechosos. —Entonces puedes desecharlas —comentó simple y él arrugó la frente. —Debes
Sus miradas convergían en una poderosa lucha que ninguno quería perder. Estaban cerca, mucho más de lo que para ese instante se habían percatado. No parecía ser ese el punto en ese preciso instante, sino demostrar cada uno la fortaleza de ideal que tenían. Nathan tenía aquella mirada firme, segura y valerosa, Ekaterina por otra parte le dedicaba su más inerte mirada, como si todo a su alrededor le diera exactamente igual, todo excepto perder la razón que sentía tenía en esa situación. Los profundos ojos grises de Ekaterina parecían querer devorar a los verdes del contrario. Quería pisotearlo como si se tratara de un insecto. No era un odio personal, más bien una rivalidad auto-impuesta a la que ella mismo se había sometido luego de saber que aquel hombre, tenía las intenciones de dejarla solo como un cero a la izquierda, y ocuparse en su totalidad del caso. —Esto será imposible. —Finalmente Nathan rompió el contacto visual, se alejó despeinando su cabello y resoplando. —Es porque s