Cuando el destino de toda una ciudad está en peligro, dos personas tan distintas como iguales deberán dejar de lado sus desemejanzas y volver aquello que los hace diferentes la combinación perfecta que los llevará a la victoria. Después de que una serie de asesinatos y actos vandálicos poco comunes tomen lugar en la gran ciudad de Londres, todas las organizaciones entrarán en estado de alerta ante el caos que amenaza por desatarse por doquier. Así que cuando la solución parece cada vez más lejana, dos organizaciones que rara vez concuerdan deberán forjar un acuerdo. La fe y la justicia, con principios diferentes, misiones diferentes y dos emisarios que parecen ser las caras opuestas de una misma moneda. Cuando Nathan Castle, un agente del Servicio Secreto de Inteligencia y Ekaterina Sforza, una asesina al servicio del Vaticano, se vean obligados a hacer equipo, la vida de ambos dará un vuelco y comenzarán a replantearse sus propios objetivos. Dos polos opuestos que colisionarían hasta fundirse en una pieza perfecta e invencible, pero en el proceso se destruirían a sí mismos y a todo lo que los rodeara. Dicen que del odio al amor solo hay un paso, pero de la pasión a la muerte solo hay un beso.
Leer másNathan se despertó un rato después, no encontró a Ekaterina por ninguna parte en el departamento, sin embargo encontró una nota sobre la mesa con una simple oración escrita: «No me busques, esto lo hago por ambos.»La habitación de la joven estaba intacta, no se había llevado nada de ropa, ni siquiera sus antiguas armas, solo Las Purificadoras y el libro.Sabía que Ekaterina no quería ser encontrada, pero él no estaba dispuesto a dejarla ir así sin más, la encontraría y la ayudaría. Esa era una batalla que debían librar juntos, no por separado. Estaba más que dispuesto a dejar todo atrás, su estúpida misión y su pasado, todo por ella. Habían pasado once largos días. Su búsqueda había sido ardua pero aún así sin frutos. Ekaterina era muy buena ocultándose y si no quería ser encontrada no lo sería. Se hallaba el agente en su trabajo, se servía una taza de café en busca de algo que lo ayudase a espabilarse, ya que las últimas noches sin dormir correctamente le habían jugado una mala pa
No logró pegar ojo en toda la noche. Cuando salió de la habitación como un pobre muerto en vida, sin ningún tipo de motivación para comenzar el día, lo primero que divisaron sus ojos fue a una sonriente Ekaterina. Ella estaba preparando el desayuno, iba portando solo una larga camisa blanca sobre su ropa interior, tarareaba una canción mientras hacía huevos revueltos. Fue aquella imagen lo más revitalizante que había visto nunca. Fue como si aquella sonrisa preciosa disipara cada duda, cada temor o inseguridad respecto a ellos dos. —Que voz tan hermosa —habló llamando la atención de la joven que al verlo ensanchó su sonrisa. —Buenos días —comentó mientras apagaba el fuego y vertía el contenido de la sartén en un plato. —Buenos días —contestó el agente frotando sus ojos agotado —. Estás radiante, ¿algún motivo en particular?—Tú —confesó algo sonrojada. Era increíble ese lado de Ekaterina que comenzaba a salir a luz. Nathan ni siquiera podía creer que fuera la misma asesina a sang
Nathan acarició el rostro de Ekaterina, pretendía besarla, esas eran sus intenciones. Al notarlo, la joven cerró los ojos y esperó aquél beso que no llegó. Un golpe en el cristal del auto los sobresaltó a ambos. —Esto es increíble —bufó Ekaterina ya de camino a casa. Nathan había recibido una multa de tránsito por haberse estacionado en un sitio no permitido, y al final, ella jamás recibió su beso —. Maldito policía. —Solo hacía su trabajo —comentó risueño el pelinegro, al cual toda la situación le parecía sumamente divertida. —No hablaba de él, sino de ti —lo señaló con el dedo y el agente no pudo contener una sonora carcajada. Habían llegado a casa, ninguno tenía sueño ni ganas de dormir. Habían decidido conversar para decidir que rumbo tomaría la investigación. Ahora sabían los orígenes y lo peligroso que sería el proceso, aún así tenían confianza en sí mismos y su compañero. —Desde un principio siempre supe que se podría tratar de este tipo de actos —dijo Ekaterina mientras a
Nathan parpadeó un par de veces procesando aquellas palabras. Sonaba como una broma de mal gusto, mas la expresión de la castaña decía que no era nada un juego. —¿Pretendes que crea algo así? —preguntó Nathan. —No sé para qué me molesto en decirte nada —Ekaterina bufó y aprovechando que el auto estaba detenido, abrió la puerta para salir. —¿A dónde vas? —preguntó por lo alto el agente mientras la veía alejarse caminando. —A donde pueda pensar, quizás a donde sí me crean. —No seas tan radical —Nathan salió del auto para caminar tras de ella —. Entiende que me dices algo imposible. —¿Imposible? —Ekaterina se detuvo y volteó para verlo mientras negaba riendo con ironía — Tú no tienes ni la más mínima idea de todo lo que existe entre los humanos, de todo lo que se oculta tras mentiras. Y lo entiendo, entiendo que vivas en esa ciega ignorancia, porque si hoy en día es así, si ustedes las personas comunes pueden darse el lujo de vivir como si nada, es gracias a mí —apretó los puños y
Salieron del baño luego de acomodar sus aspectos, mayormente Ekaterina que parecía disimular muy bien su aún latente debilidad debido al orgasmo. Caminaban rumbo a la parte central de la pista. Entonces notaron que un grupo en particular de personas se dirigían al área norte del establecimiento, donde había una pequeña puerta negra, estaba abierta y junto a ella un guardia que se encargaba de darle unas inusuales máscaras a todos los que ingresaban. No eran muchos los que atravesaban la puerta y nadie más en el club parecía estar atento a ese suceso. Era como si todos estuvieran sumidos en su propio mundo, ajenos a lo demás. —Vamos.Ekaterina tomó por el brazo al pelinegro y fueron con rapidez a la puerta. El guardia se cuadró al verlos.—No pueden pasar, esta área es exclusiva para clientes VIP. —Somos clientes VIP. —Nunca antes los he visto por aquí —achicó los ojos desconfiado.Ekaterina sonrió con arrogancia y mostró al hombre la tarjeta. El guardia resopló pero les dio a ambo
—Basta. —Nathan se levantó de su asiento, tomó por los hombros a la castaña para alejarla de la chica, que apenas se vio libre echó a correr fuera de la estancia — ¿Qué crees que haces? —preguntó molesto.—¿Qué crees que hacías tú? —gruñó colérica ella.—Mira quién es la celosa ahora —sonrió victorioso el agente —. No tienes nada que reclamar, estabas haciendo lo mismo que yo, pero a diferencia de ti, yo sí tengo autocontrol, y no ando por ahí queriendo apuñalar a cada persona que se entromete en mi camino.—Eres un idiota —lo empujó por los hombros para dar media vuelta y salir de allí.Nathan sonrió complacido mientras veía a la joven dar largos pasos alejándose de él y apartando a empujones a todo el que estaba en medio de su andar. Ekaterina, por su parte, iba soltando maldiciones por lo bajo mientras dejaba que sus pies la llevaran a cualquier lugar lejos del agente.¿Quién se creía que era aquel agente de pacotilla para hacerla sentir de ese modo? ¿Celos? No, jamás había sentido
—Debes estar de broma —se quejó Nathan —. Deshazte de la idea de que usaré esa ropa. —Por una maldita vez en tu vida hazme caso, Castle. —Ekaterina se cruzó de brazos — No puedes ir a ese club con tu ropa, es como tener un cartel de policía en la frente.—¿Y planeas vestirme como un proxeneta? —se quejó mirando la camisa que sostenía la mujer. —¿Disculpa? —hizo un gesto de ofendida con el rostro —. Yo elegí esta ropa, así que no te quejes, además es el atuendo ideal para pasar desapercibido. —¿Desde cuando el rojo es un color para pasar desapercibido? No usaré ese color Ekaterina y punto. —Pues bien, ya llevaré algo rojo yo. —¡Ni hablar! —sentenció —. No irás así, es demasiado llamativo. —Me gusta llamar la atención. —¿De quién? —preguntó molesto —. De todos esos buitres que te mirarán como si fueras el desayuno. —Santo Dios, es mi imaginación o esos fueron celos, agente —se burló y el pelinegro apartó la mirada. —Para nada —se apresuró en responder. —Anjá —sonrió complacida
Ekaterina sonrió complacida ante la confesión del agente. Poco a poco, era como si empezara a desprenderse de aquella personalidad suya tan recta que le impedía decir lo que realmente sentía. Estaba siendo más sincero y más libertino también. Aquel momento de sensualidad se vio interrumpido por el sonido de los pasos y voces cada vez más cerca. Al asomarse lentamente por el balcón, Ekaterina vio a dos agentes uniformados analizando los charcos de sangre en el suelo. —Son policías —susurró casi inaudible al pelinegro que se alertó. —Mierda —susurró. No tenían que huir, después de todo ellos también eran parte de esa investigación, pero no era ese el mejor momento. Toda la cara de Nathan estaba roja y su respiración aún agitada. Por otra parte Ekaterina tenía algunas manchas de semen en el rostro. Un escenario no muy indicado para ser descubiertos. Con rapidez el agente se subió nuevamente los pantalones y tirando del brazo de la castaña, se dirigieron hacia el balcón externo. —Te
La estancia estaba sumida en silencio. El único sonido audible era el inestable de algunas lámparas fundidas al encenderse y apagarse. Ambos jóvenes se miraron fijamente. —Un demonio —susurró Nathan mientras negaba —. A veces creo que te sientes orgullosa de las cosas que has hecho. —No lo llamaría orgullo, pero te aseguro que no siento una gota de arrepentimiento, ni nada que me haga sentir mal por mis actos. Para que haya mundo deben existir toda clase de personas. Están los honrados como tú, y la gente como yo. La gran diferencia entre nosotros, Nathan, es que yo no sé dejar a mis pecados atormentarme, mientras tú les permites torturarte. —No entablaré una discusión sobre eso, realmente no estoy de humor. —Nathan simplemente negó y dio media vuelta para salir al balcón exterior. Ekaterina decidió darle unos minutos y de paso, tomárselos ella también. En un principio creía que el odio que sentían mutuamente, sería un impedimento en la investigación y el trabajo en conjunto