Capítulo 6

Un silencio poco prolongado llenó la habitación. Nathan entró y cerró la puerta tras de sí. Caminó hasta uno de los asientos y al depositarse sobre él señaló en dirección al otro asiento, invitando a la contraria a imitarlo.

—¿Qué quiere? —cuestionó Ekaterina cruzándose de brazos.

—Tome asiento, no es algo que discutir de pie.

Chasqueó la lengua inconforme pero al final terminó sentándose para mirarlo de mala gana.

—Que sea rápido, aún no termino de ordenar mi habitación —sentenció la castaña.

—Es sobre el caso, ya que como supondrá no tenemos otros temas en común que tratar.

—Por ahora —corrigió Ekaterina.

Nathan la ignoró para no desviarse del tema. Si iniciaban otra discusión sería interminable.

—Tengo muchísimas pruebas recaudadas desde que iniciaron las investigaciones del caso.

—¿Alguna apunta a un posible culpable? —preguntó la de la iglesia.

—No, ninguna nos hace siquiera tener sospechosos.

—Entonces puedes desecharlas —comentó simple y él arrugó la frente.

—Debes estar bromeando. Todas son pruebas que tomaron mucho esfuerzo.

—Si ninguna ayuda no las necesitamos. Además tengo mi propio método de trabajo. A partir de ahora las cosas comienzan de cero, eso incluye el recaudar pruebas.

—Imposible, ya le dije que no la dejaré desandar por sus sucios métodos. Además todos los sitios de los actos han sido ya profanados, no queda ya ni rastro de los incidentes.

—No lo ha entendido —se puso de pie —, esperaremos a que nuevos actos sean cometidos y de ahí en adelante empieza la investigación.

—¿Está demente? —El agente se quedó estupefacto —. Sugiere que nos sentemos a esperar a que alguien más muera u otro lugar sea destruido.

—Exacto —chasqueó los dedos con una sonrisa.

—No lo aceptaré. —Nathan se puso de pie señalandola con el dedo —Mi deber es evitar que las personas sigan sufriendo.

—Por ese estúpido ideal jamás lograrás ningún mérito. —Ekaterina se tomó la libertad de hablar informalmente, y de ofenderlo sintiéndose enojada —. Eso de hacer de oficial intachable no te ayudará en nada. He visto muchos casos como este, y si quieres realmente resolverlo tendrás que aceptar mis métodos, volverte mi compañero y aceptar lo que eso significa.

—Me niego —sanjó —, estoy a cargo y yo decido. Si no vas a cooperar pues bien, de todos modos nunca conté con tu ayuda —se dirigió a la puerta pero antes de salir la miró —. Y ya que te tomaste la libertad de perder las formalidades haré lo mismo.

Salió dando un fuerte portazo que resonó dentro de la habitación.

Ekaterina lamió sus labios con cierta emoción. Se había vuelto aquella situación no solo una molestia, sino un reto, y para ella, un reto siempre sería bien recibido. Decidió simplemente esperar, sabía que no tendría que hacer nada, ni siquiera mover un dedo. Tarde o temprano él solo vendría buscando ayuda, eso sucedería cuando se diera cuenta de que los métodos convencionales no son útiles, y que su honradez jamás lo llevaría a resolver aquel caso.

Las horas transcurrieron, ambos permanecieron en sus habitaciones, ninguno quería salir y tener que toparse con el otro. Un comportamiento infantil causado por la molestia que sentían cuando tenían al otro alrededor. El incoveniente mayor era que tarde o temprano tendrían que verse. Compartían el mismo baño, la misma cocina y, no era posible evadirse uno al otro para siempre, entre las mismas cuatro paredes.

Era tarde, bastante, Ekaterina moría por deshacerse de aquel holgado atuendo, después de portarlo todo el día comenzaba a sentirse asfixiada dentro de tanta ropa. Quería poder tomar un baño y relajarse en su habitación, mientras, por su cuenta, comenzar a analizar los sucesos del caso.

Salió de la habitación tratando de no hacer el más mínimo sonido. Por unos instantes se dio pena a sí misma.

—Mírate nada más, Ekaterina Sforza, eres lamentable —habló a su reflejo, el que contempló en el espejo del baño —. Es increíble que esté huyendo de un idiota y por una situación tan infantil —mordió su belfo molesta, a medida que se quitaba el velo que cubría su cabeza.

Suspiró aliviada cuando liberó su largo cabello de aquel encierro. Masajeó su cuero cabelludo suavemente con los ojos cerrados. Se desnudó y caminó hasta la ducha. El primer contacto del agua caliente con su cuerpo y su cabellera fue gratificante. Se tomó su tiempo, sin prisas. Se liberó de la tensión del viaje en avión y los conflictos con su compañero.

Salía del baño, usando solo su ropa interior mientras secaba su cabello con una toalla blanca. Su andar se vio interrumpido cuando se encontró cara a cara con aquel a quien tanto esperaba evitar.

Nathan se dirigía del mismo modo que ella, a escondidas hacia el baño. Se sorprendió al topársela de frente de una manera tan sorpresiva. Iba la castaña portando una ropa interior blanca y pequeña, con una tela delgada que no dejaba mucho a la imaginación, y menos a una tan creativa como la del agente.

Increíble, la detestaba pero en ese instante su testosterona habló y algo palpitó; no fue su corazón.

Ekaterina lo contempló indiferente, era esa indiferencia en su mirada oscura la cosa más sensual que había contemplado jamás Nathan, aunque le pesara aceptarlo. No era que se sintiera atraído por ella de ninguna manera, tampoco sexualmente. Pero habían ocasiones en las que los sentidos suelen hablar más fuerte y, fue esa ocasión en que todos ellos lo hicieron. Estaba oscuro en el corredor, una sola luz los iluminaba desde el lado izquierdo, procedía de una lámpara de pared con luz amarillenta.

La luz se reflejó en las prominentes curvas de la contraria y los sentidos de Nathan, todos, se embriagaron. Sus ojos deslumbraron ante su aspecto, aquellos ojos filosos grises que lo fulminaban, con sus cejas arrugadas hacia abajo, dándole aspecto de villana de cuentos de hadas. Su cabello castaño es lacio y largo, con algunos cabellos húmedos que se adherían a su hermoso rostro. El olfato del agente se jactó del aroma que desprendía todo el cuerpo de la joven, su tacto cosquilleó ansiando tocar aquella piel expuesta, blanca de apariencia cremosa, la iluminación se reflejaba en ella dándole un brillo único.

«No la desees, detéstala tanto como ella a ti.» Se repitió esa frase al menos unas cien veces mientras aún en silencio se miraban. Contempló la expresión de ella, el desprecio que destilaba por sus poros y se propuso devolverle la misma emoción. No fue complicado, es como si fuera contagioso el sentimiento.

—¿Cuándo planeas quitarte del camino? —cuestionó la susodicha cruzándose de brazos.

Nathan tragó en seco.

—Lo haré, pero antes —imitó su acción cruzando sus brazos por sobre su pecho —, quiero que tengas en cuenta que no vives sola, podrías al menos tomarte la molestia de usar alguna otra prenda de vestir mientras te pasees por la casa.

—No veo la necesidad —elevó una de sus delgadas cejas —. No mires de más si no te interesa.

—No se trata de eso, se trata de respeto.

—¿Cuál respeto? —achicó los ojos haciéndolos lucir más felinos aún —. No me parece muy respetuosa la manera en la que sin descaro has detallado cada pedazo de piel de mi cuerpo.

—No tengo idea de lo que estás hablando.

—¿Ah no? —dio unos pasos más cerca, hasta que su pecho se pegó al del agente y su rostro se puso a centímetros, su aliento tenía un aroma a cigarrillo mentolado que para sorpresa de Nathan no fue desagradable, era una mezcla rara pero buena —. Lo haces parecer todo muy obvio, y te recomiendo tener cuidado, agente.

Se alejó y chocando su hombro pasó por su lado caminando a paso firme, sus pies descalzos sonaban al impactar contra el suelo, como el pisar de un animal feroz y pesado. Como un toro en medio de una pista de rodeos, pasos potentes que anteceden a la más peligrosa acometida.

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