Un silencio poco prolongado llenó la habitación. Nathan entró y cerró la puerta tras de sí. Caminó hasta uno de los asientos y al depositarse sobre él señaló en dirección al otro asiento, invitando a la contraria a imitarlo.
—¿Qué quiere? —cuestionó Ekaterina cruzándose de brazos. —Tome asiento, no es algo que discutir de pie. Chasqueó la lengua inconforme pero al final terminó sentándose para mirarlo de mala gana. —Que sea rápido, aún no termino de ordenar mi habitación —sentenció la castaña. —Es sobre el caso, ya que como supondrá no tenemos otros temas en común que tratar. —Por ahora —corrigió Ekaterina. Nathan la ignoró para no desviarse del tema. Si iniciaban otra discusión sería interminable. —Tengo muchísimas pruebas recaudadas desde que iniciaron las investigaciones del caso. —¿Alguna apunta a un posible culpable? —preguntó la de la iglesia. —No, ninguna nos hace siquiera tener sospechosos. —Entonces puedes desecharlas —comentó simple y él arrugó la frente. —Debes estar bromeando. Todas son pruebas que tomaron mucho esfuerzo. —Si ninguna ayuda no las necesitamos. Además tengo mi propio método de trabajo. A partir de ahora las cosas comienzan de cero, eso incluye el recaudar pruebas. —Imposible, ya le dije que no la dejaré desandar por sus sucios métodos. Además todos los sitios de los actos han sido ya profanados, no queda ya ni rastro de los incidentes. —No lo ha entendido —se puso de pie —, esperaremos a que nuevos actos sean cometidos y de ahí en adelante empieza la investigación. —¿Está demente? —El agente se quedó estupefacto —. Sugiere que nos sentemos a esperar a que alguien más muera u otro lugar sea destruido. —Exacto —chasqueó los dedos con una sonrisa. —No lo aceptaré. —Nathan se puso de pie señalandola con el dedo —Mi deber es evitar que las personas sigan sufriendo. —Por ese estúpido ideal jamás lograrás ningún mérito. —Ekaterina se tomó la libertad de hablar informalmente, y de ofenderlo sintiéndose enojada —. Eso de hacer de oficial intachable no te ayudará en nada. He visto muchos casos como este, y si quieres realmente resolverlo tendrás que aceptar mis métodos, volverte mi compañero y aceptar lo que eso significa. —Me niego —sanjó —, estoy a cargo y yo decido. Si no vas a cooperar pues bien, de todos modos nunca conté con tu ayuda —se dirigió a la puerta pero antes de salir la miró —. Y ya que te tomaste la libertad de perder las formalidades haré lo mismo. Salió dando un fuerte portazo que resonó dentro de la habitación. Ekaterina lamió sus labios con cierta emoción. Se había vuelto aquella situación no solo una molestia, sino un reto, y para ella, un reto siempre sería bien recibido. Decidió simplemente esperar, sabía que no tendría que hacer nada, ni siquiera mover un dedo. Tarde o temprano él solo vendría buscando ayuda, eso sucedería cuando se diera cuenta de que los métodos convencionales no son útiles, y que su honradez jamás lo llevaría a resolver aquel caso. Las horas transcurrieron, ambos permanecieron en sus habitaciones, ninguno quería salir y tener que toparse con el otro. Un comportamiento infantil causado por la molestia que sentían cuando tenían al otro alrededor. El incoveniente mayor era que tarde o temprano tendrían que verse. Compartían el mismo baño, la misma cocina y, no era posible evadirse uno al otro para siempre, entre las mismas cuatro paredes. Era tarde, bastante, Ekaterina moría por deshacerse de aquel holgado atuendo, después de portarlo todo el día comenzaba a sentirse asfixiada dentro de tanta ropa. Quería poder tomar un baño y relajarse en su habitación, mientras, por su cuenta, comenzar a analizar los sucesos del caso. Salió de la habitación tratando de no hacer el más mínimo sonido. Por unos instantes se dio pena a sí misma. —Mírate nada más, Ekaterina Sforza, eres lamentable —habló a su reflejo, el que contempló en el espejo del baño —. Es increíble que esté huyendo de un idiota y por una situación tan infantil —mordió su belfo molesta, a medida que se quitaba el velo que cubría su cabeza. Suspiró aliviada cuando liberó su largo cabello de aquel encierro. Masajeó su cuero cabelludo suavemente con los ojos cerrados. Se desnudó y caminó hasta la ducha. El primer contacto del agua caliente con su cuerpo y su cabellera fue gratificante. Se tomó su tiempo, sin prisas. Se liberó de la tensión del viaje en avión y los conflictos con su compañero. Salía del baño, usando solo su ropa interior mientras secaba su cabello con una toalla blanca. Su andar se vio interrumpido cuando se encontró cara a cara con aquel a quien tanto esperaba evitar. Nathan se dirigía del mismo modo que ella, a escondidas hacia el baño. Se sorprendió al topársela de frente de una manera tan sorpresiva. Iba la castaña portando una ropa interior blanca y pequeña, con una tela delgada que no dejaba mucho a la imaginación, y menos a una tan creativa como la del agente. Increíble, la detestaba pero en ese instante su testosterona habló y algo palpitó; no fue su corazón. Ekaterina lo contempló indiferente, era esa indiferencia en su mirada oscura la cosa más sensual que había contemplado jamás Nathan, aunque le pesara aceptarlo. No era que se sintiera atraído por ella de ninguna manera, tampoco sexualmente. Pero habían ocasiones en las que los sentidos suelen hablar más fuerte y, fue esa ocasión en que todos ellos lo hicieron. Estaba oscuro en el corredor, una sola luz los iluminaba desde el lado izquierdo, procedía de una lámpara de pared con luz amarillenta. La luz se reflejó en las prominentes curvas de la contraria y los sentidos de Nathan, todos, se embriagaron. Sus ojos deslumbraron ante su aspecto, aquellos ojos filosos grises que lo fulminaban, con sus cejas arrugadas hacia abajo, dándole aspecto de villana de cuentos de hadas. Su cabello castaño es lacio y largo, con algunos cabellos húmedos que se adherían a su hermoso rostro. El olfato del agente se jactó del aroma que desprendía todo el cuerpo de la joven, su tacto cosquilleó ansiando tocar aquella piel expuesta, blanca de apariencia cremosa, la iluminación se reflejaba en ella dándole un brillo único. «No la desees, detéstala tanto como ella a ti.» Se repitió esa frase al menos unas cien veces mientras aún en silencio se miraban. Contempló la expresión de ella, el desprecio que destilaba por sus poros y se propuso devolverle la misma emoción. No fue complicado, es como si fuera contagioso el sentimiento. —¿Cuándo planeas quitarte del camino? —cuestionó la susodicha cruzándose de brazos. Nathan tragó en seco. —Lo haré, pero antes —imitó su acción cruzando sus brazos por sobre su pecho —, quiero que tengas en cuenta que no vives sola, podrías al menos tomarte la molestia de usar alguna otra prenda de vestir mientras te pasees por la casa. —No veo la necesidad —elevó una de sus delgadas cejas —. No mires de más si no te interesa. —No se trata de eso, se trata de respeto. —¿Cuál respeto? —achicó los ojos haciéndolos lucir más felinos aún —. No me parece muy respetuosa la manera en la que sin descaro has detallado cada pedazo de piel de mi cuerpo. —No tengo idea de lo que estás hablando. —¿Ah no? —dio unos pasos más cerca, hasta que su pecho se pegó al del agente y su rostro se puso a centímetros, su aliento tenía un aroma a cigarrillo mentolado que para sorpresa de Nathan no fue desagradable, era una mezcla rara pero buena —. Lo haces parecer todo muy obvio, y te recomiendo tener cuidado, agente. Se alejó y chocando su hombro pasó por su lado caminando a paso firme, sus pies descalzos sonaban al impactar contra el suelo, como el pisar de un animal feroz y pesado. Como un toro en medio de una pista de rodeos, pasos potentes que anteceden a la más peligrosa acometida.Después de aquella incómoda noche, Nathan no hacía más que pensar en una cosa: Su profundo odio hacia Ekaterina. Si aquellos minutos, en los que la observó y sintió una ligera atracción siquiera habían existido, ya no quedaba rastro de ellos. Se tachó a sí mismo de tonto por sentir esa punzada cuando la vio, pero a la vez no se tomó las molestias de darle al asunto más importancia de la necesaria, pues se conocía a sí mismo y sus emociones lo suficiente, como para saber que no fue un deseo real lo que sintió. Todo había sido cuestión de la situación. Su estómago rugió mientras se servía aquella taza de café. No había cenado nada en la noche y, en la prisa de la mañana tampoco tomado el desayuno. Supuso que el café acompañado de una dona con glaseado de fresa, serían suficientes para saciar su hambre, al menos hasta la hora del almuerzo. Se dejó caer en su silla mientras en una mano sostenía la taza, en la otra traía algunos documentos del caso y su boca venía sosteniendo la delici
¿Por qué sonreía así? Nathan quería simplemente hacer esa sonrisa borrarse de su rostro. No era porque realmente le molestara, todo lo contrario, tenía aquella sinvergüenza la sonrisa más hermosa que había visto nunca. —¿Sabes cuál es la mejor parte de esto? —preguntó Nathan dando un paso más cerca de la contraria. —No —negó Ekaterina —, ilumíname. —Que eres posiblemente la persona más extraña que he conocido nunca, tienes siempre ese aire de grandeza, como si nadie en este mundo pudiera alcanzarte. Pero no sabes ni la mitad de mí, de lo que realmente soy capaz de hacer y hasta donde puedo llegar. —Ya te dije que estoy totalmente dispuesta a saberlo —humedeció sus labios —. Pensé que eras aburrido, pero resultaste ser más interesante de lo que creí. Además, anoche mientras dormías, que por cierto no sé por qué duermes semi desnudo, me quedé algo ensimismada con esos lindos tatuajes. —¿Espera qué? —jadeó sorprendido —. ¿Entraste en mi habitación? —Sí, la revisé de pies a cabe
Colgó el teléfono Ekaterina sintiendo una llamarada intensa comenzar en sus pies y apoderarse de todo su cuerpo. Era aquella la sensación que antecedía a cada misión, pero en esa ocasión era mucho más poderosa. Salió de la habitación para llegar a la puerta de la del contrario. Sin llamar o esperar abrió, y se adentró para encontrarse de frente con el agente. Nathan apenas salía de darse un baño, tenía aún el cabello húmedo e iba portando un pantalón un tanto más holgado que los que solía usar, con su torso descubierto. Sus brazos fornidos adornados por numerosos tatuajes y aquel abdomen, trabajado se habían llevado toda la atención de la chica. —¡Demonios! —exclamó asustado el agente ante la repentina intromisión —. ¿Por qué no llamas la puerta? —Lo olvidé —se excusó Ekaterina con la mirada aún ida de lugar. —¿A qué has venido? —cuestionó el agente apresurándose a colocarse una camiseta. —Ah cierto —pareció recordar su objetivo —. Mañana voy contigo a la estación. —¿Estás de br
La tensión se apoderó del lugar. Un segundo de silencio antecedió al sonido de un disparo, fue Ekaterina, su primer disparo dio en la mano del que portaba el cuchillo. El hombre soltó el objeto largando un grito rasgado de dolor y una maldición, la cual fue callada por otra bala que destrozó su mandíbula y cráneo. La distancia a la que se encontraba Ekaterina era considerable, un disparo tan acertado solo podría ser dado por alguien sumamente entrenado, eso notó Nathan. Una nube de disparos se abrieron contra Ekaterina, instante que aprovechó Nathan para entrar en su auto. Cerró la puerta y tomó el arma que mantenía oculta bajo el asiento de copiloto. Cuando intentó salir una exclamación de su compañera bañó el lugar. —¡No salgas! —gritó Ekaterina asomando la cabeza de detrás del pilar donde se encontraba oculta —. ¡Eres el maldito objetivo y solo vas a estorbar, así que permanece adentro!—¡Yo tambien puedo ayudar! —afirmó Nathan en otro grito. —¡Mi misión es mantener a salvo tu
Nathan estaba desconcertado. No entendía por qué aquel arrebato de sinceridad por parte de Ekaterina, y tampoco comprendía el porqué de aquella afirmación. Si bien él mismo no entendía sus propios sentimientos, no se propuso huir de ellos como un cobarde, sin embrago su compañera sí parecía tener esa intención. —No te entiendo —aceptó soltando un suspiro —, pero te respetaré. —Es lo mejor. —Ekaterina pasó por su lado con la intención de continuar, pero cuando se marchaba Nathan agarró su brazo impidiéndole continuar. Aún así no se volteó, no quiso ver a los ojos verdes y cristalinos de su compañero, porque si lo hacía sentía que perdería toda determinación. —Sin embargo, ten en cuenta que yo no sé rogar a nadie. Así que si esa es tu desición, haré como que nunca pasó, y nuevamente seremos solo compañeros de trabajo. Ekaterina no respondió, soltó su agarre y salió del corredor dando cortos y lentos pasos. El agente la imitó, tomando el camino opuesto. Era tarde en la noche, ambos
Ekaterina miraba a Nathan con seriedad, buscando en aquellos ojos cristalinos algo que le dijera lo que ocultaba. Pero no vio nada, solo una perfecta cara de póker. Fue ese instante en que entendió todo. Jamás fueron sinceros los ojos de Nathan, no es que fuera realmente honesto. Sino que era muy bueno mintiendo, que dejaba ver a través de sus ojos lo que él quería que vieran, y así ganarse esa reputación de persona genuina e intachable. Era él un mentiroso profesional, casi tan profesional como lo era Ekaterina matando. Así que asumió no lidiaba con un simple agente del MI5. —No tengo nada que explicarte —sanjó el pelinegro. —Bien pues entonces... —Ekaterina tomó su daga larga, aquella que utilizó con anterioridad para matar a los atacantes —. Esta no fallará —apuntó en dirección a la cabeza del agente y la lanzó. En un ágil movimiento el pelinegro se apartó hacia un lado, por lo que la daga solo logró hacerle una pequeña cortada en el rostro. Nathan miró el objeto clavado en la
El corazón de Ekaterina saltó en un pálpito. Pero era diferente a esas ocasiones en las que se sintió emocionada al estar junto a Nathan, no, esta vez era una sensación desagradable que oprimía su pecho y estómago.—Sforza —habló aquella voz del otro lado de la línea. Era exactamente tan grave y atemorizante como recordaba. —Señor —habló ella sin atreverse a levantar siquiera el tono. —Se te asignó una misión y por primera vez, incumples. —No sé de lo que habla, señor. —Se te ordenó: sin cuerpos, sin rastros. Pero vas y haces un desastre y dejas un montón de cadáveres en un estacionamiento del MI5. ¿Tienes idea de lo grave que es este incumplimiento?—Lo siento mucho, mi señor —bajó la cabeza a pesar de que nadie estaba viéndola, pero su temor por aquel ser era demasiado —. Recibiré cualquier castigo que desee imponerme. —Ciertamente mereces un castigo, pero lo dejaré pasar esta vez, porque nunca antes has incumplido. Pero ten en cuenta que si existe una próxima vez, entonces te
La estancia estaba sumida en silencio. El único sonido audible era el inestable de algunas lámparas fundidas al encenderse y apagarse. Ambos jóvenes se miraron fijamente. —Un demonio —susurró Nathan mientras negaba —. A veces creo que te sientes orgullosa de las cosas que has hecho. —No lo llamaría orgullo, pero te aseguro que no siento una gota de arrepentimiento, ni nada que me haga sentir mal por mis actos. Para que haya mundo deben existir toda clase de personas. Están los honrados como tú, y la gente como yo. La gran diferencia entre nosotros, Nathan, es que yo no sé dejar a mis pecados atormentarme, mientras tú les permites torturarte. —No entablaré una discusión sobre eso, realmente no estoy de humor. —Nathan simplemente negó y dio media vuelta para salir al balcón exterior. Ekaterina decidió darle unos minutos y de paso, tomárselos ella también. En un principio creía que el odio que sentían mutuamente, sería un impedimento en la investigación y el trabajo en conjunto