¿Por qué sonreía así? Nathan quería simplemente hacer esa sonrisa borrarse de su rostro. No era porque realmente le molestara, todo lo contrario, tenía aquella sinvergüenza la sonrisa más hermosa que había visto nunca. —¿Sabes cuál es la mejor parte de esto? —preguntó Nathan dando un paso más cerca de la contraria. —No —negó Ekaterina —, ilumíname. —Que eres posiblemente la persona más extraña que he conocido nunca, tienes siempre ese aire de grandeza, como si nadie en este mundo pudiera alcanzarte. Pero no sabes ni la mitad de mí, de lo que realmente soy capaz de hacer y hasta donde puedo llegar. —Ya te dije que estoy totalmente dispuesta a saberlo —humedeció sus labios —. Pensé que eras aburrido, pero resultaste ser más interesante de lo que creí. Además, anoche mientras dormías, que por cierto no sé por qué duermes semi desnudo, me quedé algo ensimismada con esos lindos tatuajes. —¿Espera qué? —jadeó sorprendido —. ¿Entraste en mi habitación? —Sí, la revisé de pies a cabe
Colgó el teléfono Ekaterina sintiendo una llamarada intensa comenzar en sus pies y apoderarse de todo su cuerpo. Era aquella la sensación que antecedía a cada misión, pero en esa ocasión era mucho más poderosa. Salió de la habitación para llegar a la puerta de la del contrario. Sin llamar o esperar abrió, y se adentró para encontrarse de frente con el agente. Nathan apenas salía de darse un baño, tenía aún el cabello húmedo e iba portando un pantalón un tanto más holgado que los que solía usar, con su torso descubierto. Sus brazos fornidos adornados por numerosos tatuajes y aquel abdomen, trabajado se habían llevado toda la atención de la chica. —¡Demonios! —exclamó asustado el agente ante la repentina intromisión —. ¿Por qué no llamas la puerta? —Lo olvidé —se excusó Ekaterina con la mirada aún ida de lugar. —¿A qué has venido? —cuestionó el agente apresurándose a colocarse una camiseta. —Ah cierto —pareció recordar su objetivo —. Mañana voy contigo a la estación. —¿Estás de br
La tensión se apoderó del lugar. Un segundo de silencio antecedió al sonido de un disparo, fue Ekaterina, su primer disparo dio en la mano del que portaba el cuchillo. El hombre soltó el objeto largando un grito rasgado de dolor y una maldición, la cual fue callada por otra bala que destrozó su mandíbula y cráneo. La distancia a la que se encontraba Ekaterina era considerable, un disparo tan acertado solo podría ser dado por alguien sumamente entrenado, eso notó Nathan. Una nube de disparos se abrieron contra Ekaterina, instante que aprovechó Nathan para entrar en su auto. Cerró la puerta y tomó el arma que mantenía oculta bajo el asiento de copiloto. Cuando intentó salir una exclamación de su compañera bañó el lugar. —¡No salgas! —gritó Ekaterina asomando la cabeza de detrás del pilar donde se encontraba oculta —. ¡Eres el maldito objetivo y solo vas a estorbar, así que permanece adentro!—¡Yo tambien puedo ayudar! —afirmó Nathan en otro grito. —¡Mi misión es mantener a salvo tu
Nathan estaba desconcertado. No entendía por qué aquel arrebato de sinceridad por parte de Ekaterina, y tampoco comprendía el porqué de aquella afirmación. Si bien él mismo no entendía sus propios sentimientos, no se propuso huir de ellos como un cobarde, sin embrago su compañera sí parecía tener esa intención. —No te entiendo —aceptó soltando un suspiro —, pero te respetaré. —Es lo mejor. —Ekaterina pasó por su lado con la intención de continuar, pero cuando se marchaba Nathan agarró su brazo impidiéndole continuar. Aún así no se volteó, no quiso ver a los ojos verdes y cristalinos de su compañero, porque si lo hacía sentía que perdería toda determinación. —Sin embargo, ten en cuenta que yo no sé rogar a nadie. Así que si esa es tu desición, haré como que nunca pasó, y nuevamente seremos solo compañeros de trabajo. Ekaterina no respondió, soltó su agarre y salió del corredor dando cortos y lentos pasos. El agente la imitó, tomando el camino opuesto. Era tarde en la noche, ambos
Ekaterina miraba a Nathan con seriedad, buscando en aquellos ojos cristalinos algo que le dijera lo que ocultaba. Pero no vio nada, solo una perfecta cara de póker. Fue ese instante en que entendió todo. Jamás fueron sinceros los ojos de Nathan, no es que fuera realmente honesto. Sino que era muy bueno mintiendo, que dejaba ver a través de sus ojos lo que él quería que vieran, y así ganarse esa reputación de persona genuina e intachable. Era él un mentiroso profesional, casi tan profesional como lo era Ekaterina matando. Así que asumió no lidiaba con un simple agente del MI5. —No tengo nada que explicarte —sanjó el pelinegro. —Bien pues entonces... —Ekaterina tomó su daga larga, aquella que utilizó con anterioridad para matar a los atacantes —. Esta no fallará —apuntó en dirección a la cabeza del agente y la lanzó. En un ágil movimiento el pelinegro se apartó hacia un lado, por lo que la daga solo logró hacerle una pequeña cortada en el rostro. Nathan miró el objeto clavado en la
El corazón de Ekaterina saltó en un pálpito. Pero era diferente a esas ocasiones en las que se sintió emocionada al estar junto a Nathan, no, esta vez era una sensación desagradable que oprimía su pecho y estómago.—Sforza —habló aquella voz del otro lado de la línea. Era exactamente tan grave y atemorizante como recordaba. —Señor —habló ella sin atreverse a levantar siquiera el tono. —Se te asignó una misión y por primera vez, incumples. —No sé de lo que habla, señor. —Se te ordenó: sin cuerpos, sin rastros. Pero vas y haces un desastre y dejas un montón de cadáveres en un estacionamiento del MI5. ¿Tienes idea de lo grave que es este incumplimiento?—Lo siento mucho, mi señor —bajó la cabeza a pesar de que nadie estaba viéndola, pero su temor por aquel ser era demasiado —. Recibiré cualquier castigo que desee imponerme. —Ciertamente mereces un castigo, pero lo dejaré pasar esta vez, porque nunca antes has incumplido. Pero ten en cuenta que si existe una próxima vez, entonces te
La estancia estaba sumida en silencio. El único sonido audible era el inestable de algunas lámparas fundidas al encenderse y apagarse. Ambos jóvenes se miraron fijamente. —Un demonio —susurró Nathan mientras negaba —. A veces creo que te sientes orgullosa de las cosas que has hecho. —No lo llamaría orgullo, pero te aseguro que no siento una gota de arrepentimiento, ni nada que me haga sentir mal por mis actos. Para que haya mundo deben existir toda clase de personas. Están los honrados como tú, y la gente como yo. La gran diferencia entre nosotros, Nathan, es que yo no sé dejar a mis pecados atormentarme, mientras tú les permites torturarte. —No entablaré una discusión sobre eso, realmente no estoy de humor. —Nathan simplemente negó y dio media vuelta para salir al balcón exterior. Ekaterina decidió darle unos minutos y de paso, tomárselos ella también. En un principio creía que el odio que sentían mutuamente, sería un impedimento en la investigación y el trabajo en conjunto
Ekaterina sonrió complacida ante la confesión del agente. Poco a poco, era como si empezara a desprenderse de aquella personalidad suya tan recta que le impedía decir lo que realmente sentía. Estaba siendo más sincero y más libertino también. Aquel momento de sensualidad se vio interrumpido por el sonido de los pasos y voces cada vez más cerca. Al asomarse lentamente por el balcón, Ekaterina vio a dos agentes uniformados analizando los charcos de sangre en el suelo. —Son policías —susurró casi inaudible al pelinegro que se alertó. —Mierda —susurró. No tenían que huir, después de todo ellos también eran parte de esa investigación, pero no era ese el mejor momento. Toda la cara de Nathan estaba roja y su respiración aún agitada. Por otra parte Ekaterina tenía algunas manchas de semen en el rostro. Un escenario no muy indicado para ser descubiertos. Con rapidez el agente se subió nuevamente los pantalones y tirando del brazo de la castaña, se dirigieron hacia el balcón externo. —Te