Nathan pidió a su jefa una oportunidad de ocuparse él de aquella situación. Se le dio carta blanca, así que decidió no detener a Ekaterina mientras avanzaban las investigaciones, lo cual era la principal idea de la jefa.Cuando la policía logró aplacar a los periodistas y los forenses se habían llevado los cadáveres y los trozos de cuerpos en su mayoría inidentificables, la policía cercó el lugar y procedió poco a poco a irse marchando. Nathan aprovechó aquella oportunidad para llevarse a Ekaterina lejos de la escena, lejos de todos.—¿A dónde vamos? —cuestionó Ekaterina mientras bajaba la ventanilla del auto para encender el cuarto cigarrillo de la noche.—A un lugar privado.—Algo me dice que no es a tener un segundo round —le dio una calada al cigarrillo.—Hoy has fumado más de lo normal.—Una vez te dije que suelo fumar cuando me encuentro en situaciones desagradables, de estrés, de hastío.—Lo recuerdo como si hubiera sido ayer —confesó el que iba al volante—. Lo que no entiendo
New York, USA3 Años despuésEra invierno, en la gran ciudad de New York el frío llegaba a tornarse bastante insoportable. Una brisa helada corría entre los altos edificios y traía consigo un desagradable olor a muerte.—¿Estás segura de que es por aquí? —cuestionó Giovanni, siguiéndole el paso a la ahora pelirrubia. Le costaba trabajo alcanzarla, Ekaterina era muy rápida y a él la edad le estaba cobrando la factura.—Por supuesto —miró al alto edificio frente a ambos, estaba abandonado después de un incendio que había cobrado la vida de muchos de los habitantes—. A esa rata le gustan este tipo de sitios.—Si tú lo dices. —Giovanni desenfundó su arma y caminó para colocarse junto a la asesina.—¿Qué crees que haces?—Iré contigo.—¿Estás loco anciano? —elevó una ceja enmascarando una sonrisa—. Que sepas usar un arma no quiere decir que estés capacitado para entrar allí.—Soy tu compañero, Sforza —arrugó el rostro.—Eres mi amigo —colocó una mano en el hombro del anciano—, además de mi
El auto tomó la carretera principal, el trayecto era sumamente largo y Ekaterina comenzaba a perder demasiada sangre. —Tendremos que tomar un desvío —aseguró Nathan, mirando la pierna herida de la rubia—. Dirígete hacia la clínica del doctor Patric —ordenó al chofer, que asintió y tomó un desvío. Minutos más tarde estaban frente a una clínica privada. Nathan cargó en sus brazos a Ekaterina, que se encontraba al borde de la inconsciencia, e ingresó al lugar. Era plena madrugada, pero aquel doctor que servía a su organización estaba esperándolos con el equipamiento necesario para sanar a la asesina, luego de recibir órdenes de hacerlo. —Ha perdido mucha sangre —habló el médico mientras se ponía los guantes, contemplando la herida. —Opérela —ordenó Nathan—. Si le pasa algo, tomaré represalias —advirtió. —No es una operación difícil, la bala no tocó ninguna parte importante —explicó. Nathan tomó asiento junto a la camilla, permaneció junto a Ekaterina mientras el médico la op
Habían pasado varios minutos en silencio. Ekaterina había conseguido un cigarrillo; luego de ver a uno de los guardias del jardín fumando, había ido hasta él y obtenido uno. Se encontraba sentada en uno de los bancos de granito que había a la sombra de un árbol, en la parte delantera de la mansión. Su vista estaba perdida en el cielo, las nubes al pasar y el destello de la luz del sol. Era ese un día precioso, a pesar de ello le esperaban situaciones horribles. —Sforza —escuchó una voz a sus espaldas, una voz conocida. Se volteó con una amplia sonrisa para contemplar al anciano que venía caminando a prisas en su dirección. —¡Anciano! —exclamó sobresaltada por el regocijo—. ¿Te encuentras bien? —cuestionó, mirándolo de arriba abajo, buscando alguna mínima herida para desquitárselas con el mentiroso de Nathan, sin embargo, parecía estar en perfecto estado. —Deja de preocuparte por mí. —El hombre mayor tomó asiento junto a ella y notó la herida vendada en su pierna—. ¿Qué te ha pasado
New York, USA7 meses despuésEsa tarde era cálida, aunque la noche ya comenzaba a bañar el cielo con su oscuro manto, un aire proveniente del sur aplacaba la frialdad de la noche.Miró hacia el cielo, contempló las estrellas en medio de su lento andar y nuevamente dejó ir una lágrima, una traicionera y rebelde.Detuvo su andar en medio de aquel cementerio, contempló la lápida de mármol esculpido que se alzaba sobre la tierra y se dejó caer sentado junto a ella. Depositó sobre la tierra las flores blancas que llevaba cada semana, retiró las que ya estaban marchitas y las lanzó lejos. Contempló la inscripción en la lápida y deslizó lentamente su dedo sobre las escrituras del nombre.—¿Por qué hiciste eso, Ekaterina? —susurró Nathan como si aquella allí dentro, pudiera escucharlo—. Me haces cargar con el peso de haber causado tu muerte, me engañaste.Los acontecimientos de meses atrás no dejaban de repetirse como un bucle infinito en la mente del espía. Los gritos ordenándole que dispar
Dicen que el destino es caprichoso, como un niño pequeño que hace fechorías por doquier. También es aquella carta que mantenemos oculta bajo la manga, la justificación perfecta, aquel ser inexistente al que culpamos la mayoría de las veces por nuestras desventuras. Creer en el destino no es cuestión de que tan soñador seas, que tan crédulo o por el contrario, incrédulo. Es cuestión de que un día, por cuestiones que jamás entenderemos, seas empujado a un camino que te hará vivir más emociones de las que jamás imaginaste, entonces seas un creyente o no, tú también pensarás: Fueron hazares del destino. Era esa una mañana nublada, aunque la primavera se acercaba cada vez más, no parecía aquello tener mucho efecto en Londres. El aire frío y húmedo corría por cada calle, cada vecindario o callejón oscuro. Ese día parecía ser más agitado que cualquier otro mas no había diferencia a días anteriores, un sinfín de personas transitaban por las calles a pesar de ser tan temprano, sus quehaceres
Si había algo que odiaba Nathan Castle, era a los impuntuales. Era él del tipo de personas que siempre llegaría cinco minutos antes a un encuentro, del que prevería cada escenario posible en una situación y haría un plan B, C, D, todos los que fueran necesarios. De ese tipo de gente que no toleran fallos, ni faltas. Del mismo modo que se autoexigía lo hacía con los demás. Era debido a aquella manía que no tenía una relación duradera ni una amistad verdadera. Mirar a Nathan era como estar observando a un reloj, uno que no aceptaba fallos. Caminaba de un lugar a otro dentro de aquella oficina. Después de esperar más de una hora su poca paciencia comenzaba a desbordarse por sus poros. ¿Cómo era posible que tardaran tanto? Había recibido claras órdenes de aguardar por su futura compañera en su oficina, así que como era costumbre suya estuvo allí a tiempo, incluso antes queriendo causar una buena impresión. Sin embrago allí estaba, una hora más tarde de la acordada, y aún esperando a la i
Cuando salió de la oficina, Ekaterina se encontró con Giovanni que conversaba con el superior de Nathan. Ambos tenían establecida una armónica plática acompañada por café y risas momentáneas. Llegó ella ante la presencia de ambos y se cruzó de brazos mirando a su acompañante. —Nos vamos —ordenó haciendo que ambos la miraran extrañados.—Pensé que el agente Castle y usted tomarían más tiempo para conversar —explicó el agente mayor. —El tiempo utilizado ha sido suficiente, se lo aseguro. Si no le importa me marcho, ya tengo la dirección del apartamento que me fue asignado para vivir así que me dirigiré allí, después de un largo viaje estoy exhausta.—Entiendo —asintió el hombre —, pero tenía la idea de que se marcharía con el agente Castle. —¿Por qué habría de hacerlo? —elevó una ceja.—¿No fue informada? —preguntó y Ekaterina negó.—Los dos agentes vivirán juntos. —La había tomado por sorpresa, aquella noticia no fue algo que esperara, aún así no denotó en su expresión nada que ref