Capítulo 3

Cuando salió de la oficina, Ekaterina se encontró con Giovanni que conversaba con el superior de Nathan. Ambos tenían establecida una armónica plática acompañada por café y risas momentáneas.

Llegó ella ante la presencia de ambos y se cruzó de brazos mirando a su acompañante.

—Nos vamos —ordenó haciendo que ambos la miraran extrañados.

—Pensé que el agente Castle y usted tomarían más tiempo para conversar —explicó el agente mayor.

—El tiempo utilizado ha sido suficiente, se lo aseguro. Si no le importa me marcho, ya tengo la dirección del apartamento que me fue asignado para vivir así que me dirigiré allí, después de un largo viaje estoy exhausta.

—Entiendo —asintió el hombre —, pero tenía la idea de que se marcharía con el agente Castle.

—¿Por qué habría de hacerlo? —elevó una ceja.

—¿No fue informada? —preguntó y Ekaterina negó.

—Los dos agentes vivirán juntos. —La había tomado por sorpresa, aquella noticia no fue algo que esperara, aún así no denotó en su expresión nada que refleja esa emoción. Como siempre Ekaterina sentía y padecía por dentro, sin dejar al mundo exterior saber sobre sí misma y sus debilidades.

—¿Por qué motivo? —preguntó con los dientes ligeramente apretados mirando de reojo a Giovanni, la expresión del susodicho lo delataba. Su mirada estaba fija en el suelo y movía su mano con nerviosismo, eso quería decir que lo sabía con anterioridad pero que aún así no se lo informó a ella.

—Sabemos que quizás pueda parecer molesto e inapropiado, más para usted, una joven de la iglesia, el tener que convivir con un hombre desconocido. Le aseguro que Castle es una persona íntegra que jamás le faltará al respeto. La desición fue tomada debido al peligro que supone esta misión, es mejor que estén juntos que por separado. Además queremos sacarlos del radar de cualquier posible enemigo, por lo que el agente Castle también ha de abandonar su casa, para habitar junto a usted, en el departamento que fue preparado para esta ocasión.

—¿Será una investigación en cubierto? —preguntó Ekaterina.

—No necesariamente, pero es mejor mantenernos al margen.

—Entiendo.

No, no entendía, tampoco quería comprender, pero no tenía caso alguno comenzar una discusión. Ella era la forastera en un país ajeno, así que era mejor no ponerse en la mira de los superiores, pues pretendía actuar con toda libertad y si lograba enfadarlos, podía despedirse de dicho privilegio.

¿Sabía Nathan de aquél acuerdo? Se preguntó al verlo salir de su oficina para, luego de dedicarle una molesta mirada, seguir su camino sin detenerse.

—¿Cómo será toda esta porquería? —preguntó Ekaterina cuando ya llevaban ella y Giovanni varios minutos de camino en el auto.

—Todo se mantiene según lo planeado, las órdenes las sabes así que seguir ese camino es tu misión, los atajos y desvíos que tomes para lograrlo no son de nuestra incumbencia.

—Como siempre tengo bandera blanca —asintió complacida —. Lamentablemente el agente será una carga para mí.

—Ya sabes como debe ir la cosa, es tu compañero y han de trabajar juntos. No creas que fueron elegidos ambos por hazares del destino. Así como tú, él también fue seleccionado por sus capacidades.

—No me pareció una persona muy capaz.

—Eso es porque de seguro no te tomaste la molestia de saber nada de él, pero confía, cada desición fue meditada pacientemente antes de ser tomada.

Mordió Ekaterina su mejilla interna, tenía deseos de refutar y decir las mil justificaciones por las cuales, sabía, que sería una mala idea la convivencia temporal con Nathan. Escogió callar porque sabía que cuando una desición de ese tipo era tomada ya no había nada que hacer, no sería cambiada por mucho que ella discutiera al respecto, menos si su compañero no mostraba también desacuerdo.

—¿Lo sabe él?

—Sí, lo supo con unos días de antelación. Supongo que tampoco le pareció algo cómodo y ahora que te conoció, y como he de imaginar lo has arruinado como siempre, estoy seguro de que se encuentra igual en desacuerdo.

—Yo solo hice lo que mejor sé hacer —se encogió de hombros restándole importancia.

—¿Hacer sentir menos a los demás? —cuestionó él y la contraria rodó los ojos.

—Dejar claro la forma en que vivo y trabajo.

—Tú no vives, Sforza —suspiró el mayor —, crees que sí pero te equivocas. La adrenalina que sientes al completar tus misiones o enfrentar amenazas más poderosas que tú, es una droga, no una emoción. Puede que aveces te sientas emocionada, excitada, llena de vida y vitalidad, furiosa y en pocas ocasiones feliz, aunque este aspecto lo dudo; mas nada de eso te hace estar viva.

—¿Qué insinúas?

—¿Has llorado alguna vez de dolor? Y no me refiero al dolor físico, sino al emocional. ¿Te has sentido indefensa, has tenido miedo de perder algo importante, has querido alguna vez proteger algo con todas tus fuerzas?

—Son emociones negativas. ¿Por qué he de sentirlas? Dudo que alguna de ellas me garantice la felicidad que como bien has supuesto, nunca he logrado alcanzar.

—Las emociones negativas son necesarias en grandes aspectos de la vida, diría que más que las positivas. Una vida carente de ellas será también una vida carente de felicidad, por más contraproducente que suene. Es el dolor el que te hace saber que estás viva, que no eres un ser vacío. Te hace poderosa, valiente y adulta, convivir con las emociones dolorosas, saber mantener una armonía entre ellas y la alegría, afrontarlas y convertirlas en tu motor impulsor. Huir de ellas, fingir que no existen y que no pueden afectarte, eso es de cobardes.

—No puedo simplemente bañarme en dolor, Giovanni. ¿Qué puedo hacer si no logro sentirlas? No es como presionar un botón y, que de un momento a otro mi vida se llene de una razón de existencia, menos después de llevar tantos años de este modo. No es que no quiera sentir, es que no puedo.

—Sí puedes —asintió regalándole una sonrisa de labios —, no eres un objeto Ekaterina, eres una persona. Puedes hacerlo solo que no sabes. Pero algún día eso sucederá.

—No tengas tanta fe depositada en ello —desvió la mirada hacia la ventanilla del auto, evitando todo contacto visual que hiciera a aquel hombre ver en sus ojos reflejado el anhelo, la vehemencia de su deseo de sentir algo tan abrazador, tan poderoso y puro.

—Tu poder consta de tu voluntad, el mío de mi instinto —aseguró Giovanni.

—¿Qué te dice entonces tu instinto?

—Que algo bueno ha de pasarte alguna vez. Dios tiene un plan para todos nosotros, joven Sforza, nadie ha de padecer más de lo que merezca.

—Merezco muchas cosas malas, he hecho cosas horribles, sin miramientos o remordimiento. ¿Por qué me pasaría algo bueno?

—¿Estas segura de que ha sido sin remordimientos? —preguntó haciendo que ella lo mirara ofuscada —. El hecho de que te permitas recordarlo y saber que mereces un castigo por esos pecados, significa que no fueron del todo insignificantes para ti.

—Hablas mucho anciano —contrajo los labios fingiendo una fallida indiferencia.

—Es una lástima que tenga que regresar mañana temprano a Roma. Me gustaría quedarme para ver qué será de ti.

—Completaré esta labor sin fallos, como siempre.

—No lo dudo, pero no será como siempre, habrán inconvenientes estoy seguro. Aunque a lo que me refiero es a lo que será de tu vida personal.

—Estás demasiado interesado en mi vida personal, anciano, hasta podría creer que sientes cariño por mí —bromeó.

—Y lo siento, aunque más bien lo llamaría lástima, espero que eso no te moleste.

—¿Lástima? —sonrió irónica ante lo idiota que había sonado aquello.

—Eres joven pero el tiempo no espera por nadie, poco a poco los años irán pasando, estás desperdiciando el tiempo ideal para tomar otro camino.

—Sigues diciendo lo mismo, ya te dije que aunque pudiera no cambiaría mi trabajo, ni mi forma de ser. Lo que hago me gusta, es lo único que sé hacer bien y en lo que destaco por sobre los demás.

—La vida no es un juego de ganar o perder Ekaterina.

—¿Cuándo llegamos? —preguntó cambiando súbitamente el tema, sin disimularlo.

La conversación que minutos antes era armónica y había logrado tocar fibra sensible, ahora la había hecho molestarse. Giovanni trataba de darle buenos consejos pues tenía edad para ser su padre, pero aunque tenía buenas intenciones no era ella la persona ideal a la cual decirle todas aquellas cosas.

No era que no hubiera pensando antes en buscar otro camino, en experimentar nuevas emociones. Era que simplemente no podría jamás dejar la vida al servicio del Vaticano, era ella su arma más letal, la esclava de un ideal turbio que nunca la liberaría. En anteriores ocasiones las repercusiones por salirse de control habían sido desagradables, dolorosas, y las palabras que desde niña escuchó salir de los labios de su mentor, estaban grabadas en su mente y en su piel como un estigma.

«—Para que en este mundo todos crean en los ángeles, deben existir demonios. Para que crean en los héroes, han de existir los monstruos. Eres tú, Ekaterina, ese demonio, ese monstruo, pero uno que tiene un amo, uno que tiene un objetivo. Mata en nuestro nombre, despedaza a nuestros enemigos y recibirás de nosotros, el agradecimiento y el regocijo de saber que habrán ángeles y héroes porque tú los has protegido. Mas nunca busques escapar, no tires de tus cadenas ni luches contra tu collar, debes entender que un ser como tú no debe andar libre en el mundo. Perteneces aquí, al único lugar donde tus pecados pueden ser perdonados, si intentas huir entonces has de ser exterminada»

No es que tuviera miedo de aquellas amenazas, ni de morir si desobedecía. Era que había desarrollado una dañina dependencia a la vida que llevaba, que al conocer el mundo y las personas pensó que jamás hallaría lugar entre ellas, que no habría cabida para alguien así. Después de todo y aunque lo hiciera por el bien de otros, ella era una Venatora, una asesina, un monstruo.

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