La estancia estaba sumida en silencio. El único sonido audible era el inestable de algunas lámparas fundidas al encenderse y apagarse. Ambos jóvenes se miraron fijamente. —Un demonio —susurró Nathan mientras negaba —. A veces creo que te sientes orgullosa de las cosas que has hecho. —No lo llamaría orgullo, pero te aseguro que no siento una gota de arrepentimiento, ni nada que me haga sentir mal por mis actos. Para que haya mundo deben existir toda clase de personas. Están los honrados como tú, y la gente como yo. La gran diferencia entre nosotros, Nathan, es que yo no sé dejar a mis pecados atormentarme, mientras tú les permites torturarte. —No entablaré una discusión sobre eso, realmente no estoy de humor. —Nathan simplemente negó y dio media vuelta para salir al balcón exterior. Ekaterina decidió darle unos minutos y de paso, tomárselos ella también. En un principio creía que el odio que sentían mutuamente, sería un impedimento en la investigación y el trabajo en conjunto
Ekaterina sonrió complacida ante la confesión del agente. Poco a poco, era como si empezara a desprenderse de aquella personalidad suya tan recta que le impedía decir lo que realmente sentía. Estaba siendo más sincero y más libertino también. Aquel momento de sensualidad se vio interrumpido por el sonido de los pasos y voces cada vez más cerca. Al asomarse lentamente por el balcón, Ekaterina vio a dos agentes uniformados analizando los charcos de sangre en el suelo. —Son policías —susurró casi inaudible al pelinegro que se alertó. —Mierda —susurró. No tenían que huir, después de todo ellos también eran parte de esa investigación, pero no era ese el mejor momento. Toda la cara de Nathan estaba roja y su respiración aún agitada. Por otra parte Ekaterina tenía algunas manchas de semen en el rostro. Un escenario no muy indicado para ser descubiertos. Con rapidez el agente se subió nuevamente los pantalones y tirando del brazo de la castaña, se dirigieron hacia el balcón externo. —Te
—Debes estar de broma —se quejó Nathan —. Deshazte de la idea de que usaré esa ropa. —Por una maldita vez en tu vida hazme caso, Castle. —Ekaterina se cruzó de brazos — No puedes ir a ese club con tu ropa, es como tener un cartel de policía en la frente.—¿Y planeas vestirme como un proxeneta? —se quejó mirando la camisa que sostenía la mujer. —¿Disculpa? —hizo un gesto de ofendida con el rostro —. Yo elegí esta ropa, así que no te quejes, además es el atuendo ideal para pasar desapercibido. —¿Desde cuando el rojo es un color para pasar desapercibido? No usaré ese color Ekaterina y punto. —Pues bien, ya llevaré algo rojo yo. —¡Ni hablar! —sentenció —. No irás así, es demasiado llamativo. —Me gusta llamar la atención. —¿De quién? —preguntó molesto —. De todos esos buitres que te mirarán como si fueras el desayuno. —Santo Dios, es mi imaginación o esos fueron celos, agente —se burló y el pelinegro apartó la mirada. —Para nada —se apresuró en responder. —Anjá —sonrió complacida
—Basta. —Nathan se levantó de su asiento, tomó por los hombros a la castaña para alejarla de la chica, que apenas se vio libre echó a correr fuera de la estancia — ¿Qué crees que haces? —preguntó molesto.—¿Qué crees que hacías tú? —gruñó colérica ella.—Mira quién es la celosa ahora —sonrió victorioso el agente —. No tienes nada que reclamar, estabas haciendo lo mismo que yo, pero a diferencia de ti, yo sí tengo autocontrol, y no ando por ahí queriendo apuñalar a cada persona que se entromete en mi camino.—Eres un idiota —lo empujó por los hombros para dar media vuelta y salir de allí.Nathan sonrió complacido mientras veía a la joven dar largos pasos alejándose de él y apartando a empujones a todo el que estaba en medio de su andar. Ekaterina, por su parte, iba soltando maldiciones por lo bajo mientras dejaba que sus pies la llevaran a cualquier lugar lejos del agente.¿Quién se creía que era aquel agente de pacotilla para hacerla sentir de ese modo? ¿Celos? No, jamás había sentido
Salieron del baño luego de acomodar sus aspectos, mayormente Ekaterina que parecía disimular muy bien su aún latente debilidad debido al orgasmo. Caminaban rumbo a la parte central de la pista. Entonces notaron que un grupo en particular de personas se dirigían al área norte del establecimiento, donde había una pequeña puerta negra, estaba abierta y junto a ella un guardia que se encargaba de darle unas inusuales máscaras a todos los que ingresaban. No eran muchos los que atravesaban la puerta y nadie más en el club parecía estar atento a ese suceso. Era como si todos estuvieran sumidos en su propio mundo, ajenos a lo demás. —Vamos.Ekaterina tomó por el brazo al pelinegro y fueron con rapidez a la puerta. El guardia se cuadró al verlos.—No pueden pasar, esta área es exclusiva para clientes VIP. —Somos clientes VIP. —Nunca antes los he visto por aquí —achicó los ojos desconfiado.Ekaterina sonrió con arrogancia y mostró al hombre la tarjeta. El guardia resopló pero les dio a ambo
Nathan parpadeó un par de veces procesando aquellas palabras. Sonaba como una broma de mal gusto, mas la expresión de la castaña decía que no era nada un juego. —¿Pretendes que crea algo así? —preguntó Nathan. —No sé para qué me molesto en decirte nada —Ekaterina bufó y aprovechando que el auto estaba detenido, abrió la puerta para salir. —¿A dónde vas? —preguntó por lo alto el agente mientras la veía alejarse caminando. —A donde pueda pensar, quizás a donde sí me crean. —No seas tan radical —Nathan salió del auto para caminar tras de ella —. Entiende que me dices algo imposible. —¿Imposible? —Ekaterina se detuvo y volteó para verlo mientras negaba riendo con ironía — Tú no tienes ni la más mínima idea de todo lo que existe entre los humanos, de todo lo que se oculta tras mentiras. Y lo entiendo, entiendo que vivas en esa ciega ignorancia, porque si hoy en día es así, si ustedes las personas comunes pueden darse el lujo de vivir como si nada, es gracias a mí —apretó los puños y
Nathan acarició el rostro de Ekaterina, pretendía besarla, esas eran sus intenciones. Al notarlo, la joven cerró los ojos y esperó aquél beso que no llegó. Un golpe en el cristal del auto los sobresaltó a ambos. —Esto es increíble —bufó Ekaterina ya de camino a casa. Nathan había recibido una multa de tránsito por haberse estacionado en un sitio no permitido, y al final, ella jamás recibió su beso —. Maldito policía. —Solo hacía su trabajo —comentó risueño el pelinegro, al cual toda la situación le parecía sumamente divertida. —No hablaba de él, sino de ti —lo señaló con el dedo y el agente no pudo contener una sonora carcajada. Habían llegado a casa, ninguno tenía sueño ni ganas de dormir. Habían decidido conversar para decidir que rumbo tomaría la investigación. Ahora sabían los orígenes y lo peligroso que sería el proceso, aún así tenían confianza en sí mismos y su compañero. —Desde un principio siempre supe que se podría tratar de este tipo de actos —dijo Ekaterina mientras a
Dicen que el destino es caprichoso, como un niño pequeño que hace fechorías por doquier. También es aquella carta que mantenemos oculta bajo la manga, la justificación perfecta, aquel ser inexistente al que culpamos la mayoría de las veces por nuestras desventuras. Creer en el destino no es cuestión de que tan soñador seas, que tan crédulo o por el contrario, incrédulo. Es cuestión de que un día, por cuestiones que jamás entenderemos, seas empujado a un camino que te hará vivir más emociones de las que jamás imaginaste, entonces seas un creyente o no, tú también pensarás: Fueron hazares del destino. Era esa una mañana nublada, aunque la primavera se acercaba cada vez más, no parecía aquello tener mucho efecto en Londres. El aire frío y húmedo corría por cada calle, cada vecindario o callejón oscuro. Ese día parecía ser más agitado que cualquier otro mas no había diferencia a días anteriores, un sinfín de personas transitaban por las calles a pesar de ser tan temprano, sus quehaceres