No logró pegar ojo en toda la noche. Cuando salió de la habitación como un pobre muerto en vida, sin ningún tipo de motivación para comenzar el día, lo primero que divisaron sus ojos fue a una sonriente Ekaterina. Ella estaba preparando el desayuno, iba portando solo una larga camisa blanca sobre su ropa interior, tarareaba una canción mientras hacía huevos revueltos. Fue aquella imagen lo más revitalizante que había visto nunca. Fue como si aquella sonrisa preciosa disipara cada duda, cada temor o inseguridad respecto a ellos dos. —Que voz tan hermosa —habló llamando la atención de la joven que al verlo ensanchó su sonrisa. —Buenos días —comentó mientras apagaba el fuego y vertía el contenido de la sartén en un plato. —Buenos días —contestó el agente frotando sus ojos agotado —. Estás radiante, ¿algún motivo en particular?—Tú —confesó algo sonrojada. Era increíble ese lado de Ekaterina que comenzaba a salir a luz. Nathan ni siquiera podía creer que fuera la misma asesina a sang
Nathan se despertó un rato después, no encontró a Ekaterina por ninguna parte en el departamento, sin embargo encontró una nota sobre la mesa con una simple oración escrita: «No me busques, esto lo hago por ambos.»La habitación de la joven estaba intacta, no se había llevado nada de ropa, ni siquiera sus antiguas armas, solo Las Purificadoras y el libro.Sabía que Ekaterina no quería ser encontrada, pero él no estaba dispuesto a dejarla ir así sin más, la encontraría y la ayudaría. Esa era una batalla que debían librar juntos, no por separado. Estaba más que dispuesto a dejar todo atrás, su estúpida misión y su pasado, todo por ella. Habían pasado once largos días. Su búsqueda había sido ardua pero aún así sin frutos. Ekaterina era muy buena ocultándose y si no quería ser encontrada no lo sería. Se hallaba el agente en su trabajo, se servía una taza de café en busca de algo que lo ayudase a espabilarse, ya que las últimas noches sin dormir correctamente le habían jugado una mala pa
—¡No me llames de ese modo, cerdo! —espetó Ekaterina iracunda.Nathan no soportó más la incertidumbre que le causaba toda aquella situación. Salió de su escondite y entró a la pequeña habitación. Al verlo, Ekaterina se sobresaltó y lo contempló totalmente incrédula.—¿Cómo me has encontrado? —preguntó al agente.—He aprendido a predecirte —contestó dándole una rápida mirada.—Mira nada más —habló el hombre desconocido que permanecía a unos dos metros de distancia. Tenía unos treinta años, pelo rubio y ojos verdes. Una sonrisa maliciosa estaba plasmada en su rostro y portaba una túnica roja—. Se nos suma otro a la fiesta, bienvenido.—¿Quién demonios eres? —cuestionó el agente apuntándolo con el arma.—Soy el ex y he de asumir que tú eres el actual —se burló.—¿Ex? —Nathan miró a Ekaterina y esta solo pudo dedicarle una mirada algo turbada.—Hay muchas cosas que no sabes —confesó la de la Iglesia.—Definitivamente las hay —aseguró el hombre—. Apuesto a que jamás te habló de mí, por sup
Nathan remitió una orden a la policía para que detuvieran la persecución, porque estaban alertando demasiado a Leo.—Aún no me dices qué tiene que ver ese Leo en esta historia —habló el agente mientras aún perseguía al otro auto—. ¿Por qué apareció ahora y de la nada?—Ni ahora ni de la nada —comentó Ekaterina cruzándose de brazos—. Leo es el responsable de todos los asesinatos de la ciudad. Lleva en Londres un año y recién comenzó a liderar la secta.—¿Es él? —cuestionó sorprendido el agente.—Sí —suspiró—. Leo fue mi compañero de lucha durante dos años en el Vaticano, en aquel entonces él tenía más experiencia como venator que yo. Siempre tuvo su forma de ser, su forma de pensar. Quizás sueno yo como la traidora, y lo sé, lo soy, pero si recibí órdenes de eliminarlo no fue por abandonar la organización, fue por volverse contra nosotros, traicionó la causa.—Tampoco es que vuestra causa sea muy justa, lo siento, pero tienes que aceptar que hacen cosas horribles.—Lo sé, Castle —bufó—
Nathan jadeó cuando sintió el dolor del impacto de la bala, miró hacia el suelo y vio la sangre que salía de su cuerpo gotear sobre él. Le había disparado, sin siquiera pensarlo, sin medir consecuencias. Sin embargo, cuando miró su brazo, vio que la bala no había entrado, solo rozado, haciendo una herida poco profunda, pero dolorosa.—Toma esto como una advertencia —habló Ekaterina bajando el arma—. La próxima vez no fallaré.—Mátame —Nathan caminó cerca de ella, tomó del suelo uno de los cuchillos que portaban los atacantes ahora muertos y se lo extendió—. Si te vas a ir, si voy a verte hoy por última vez, si este va a ser un adiós, entonces mejor mátame de una vez.Ekaterina tomó el cuchillo y lo colocó sobre el cuello de Nathan.—Debería hacerlo —aceptó —, prefiero llorar tu muerte que tener que vivir con la incertidumbre de que en cualquier descuido, tú podrás matarme a mí.—Yo jamás haría eso —la miró directamente a los ojos—. He tenido muchas oportunidades y ni siquiera ha pasad
Una caricia cómplice, un susurro tentador, unos besos lentos que la conducían a la locura. Ekaterina estaba sumida en un estado casi ajeno a este mundo. Nathan parecía no tener nada de prisa, disfrutando cada toque, cada lento roce, pero para la castaña era como una dulce tortura. No es que aquella fuera la vez más ardiente, la más salvaje, ni la más emocionante, era que aquella era la vez en que se encontraba en esa situación con alguien a quien estaba segura que amaba. Antes no sabía cuál era la diferencia entre estar enamorada o no, ahora lo entendía. La diferencia estaba en la manera en que te hacía sentir, era diferente, era mejor, como nunca antes pensó poder sentirse. Una emoción indescriptible que iba más allá del conocimiento humano.Las manos de Nathan vagaban por todo el cuerpo de la castaña, eran delicadas pero a la vez muy demandantes. La espalda de Ekaterina se encontraba presionada contra la pared del baño, mientras estaba sumida en un beso largo y demandante que había
Nathan pidió a su jefa una oportunidad de ocuparse él de aquella situación. Se le dio carta blanca, así que decidió no detener a Ekaterina mientras avanzaban las investigaciones, lo cual era la principal idea de la jefa.Cuando la policía logró aplacar a los periodistas y los forenses se habían llevado los cadáveres y los trozos de cuerpos en su mayoría inidentificables, la policía cercó el lugar y procedió poco a poco a irse marchando. Nathan aprovechó aquella oportunidad para llevarse a Ekaterina lejos de la escena, lejos de todos.—¿A dónde vamos? —cuestionó Ekaterina mientras bajaba la ventanilla del auto para encender el cuarto cigarrillo de la noche.—A un lugar privado.—Algo me dice que no es a tener un segundo round —le dio una calada al cigarrillo.—Hoy has fumado más de lo normal.—Una vez te dije que suelo fumar cuando me encuentro en situaciones desagradables, de estrés, de hastío.—Lo recuerdo como si hubiera sido ayer —confesó el que iba al volante—. Lo que no entiendo
New York, USA3 Años despuésEra invierno, en la gran ciudad de New York el frío llegaba a tornarse bastante insoportable. Una brisa helada corría entre los altos edificios y traía consigo un desagradable olor a muerte.—¿Estás segura de que es por aquí? —cuestionó Giovanni, siguiéndole el paso a la ahora pelirrubia. Le costaba trabajo alcanzarla, Ekaterina era muy rápida y a él la edad le estaba cobrando la factura.—Por supuesto —miró al alto edificio frente a ambos, estaba abandonado después de un incendio que había cobrado la vida de muchos de los habitantes—. A esa rata le gustan este tipo de sitios.—Si tú lo dices. —Giovanni desenfundó su arma y caminó para colocarse junto a la asesina.—¿Qué crees que haces?—Iré contigo.—¿Estás loco anciano? —elevó una ceja enmascarando una sonrisa—. Que sepas usar un arma no quiere decir que estés capacitado para entrar allí.—Soy tu compañero, Sforza —arrugó el rostro.—Eres mi amigo —colocó una mano en el hombro del anciano—, además de mi