No logró pegar ojo en toda la noche. Cuando salió de la habitación como un pobre muerto en vida, sin ningún tipo de motivación para comenzar el día, lo primero que divisaron sus ojos fue a una sonriente Ekaterina. Ella estaba preparando el desayuno, iba portando solo una larga camisa blanca sobre su ropa interior, tarareaba una canción mientras hacía huevos revueltos. Fue aquella imagen lo más revitalizante que había visto nunca. Fue como si aquella sonrisa preciosa disipara cada duda, cada temor o inseguridad respecto a ellos dos. —Que voz tan hermosa —habló llamando la atención de la joven que al verlo ensanchó su sonrisa. —Buenos días —comentó mientras apagaba el fuego y vertía el contenido de la sartén en un plato. —Buenos días —contestó el agente frotando sus ojos agotado —. Estás radiante, ¿algún motivo en particular?—Tú —confesó algo sonrojada. Era increíble ese lado de Ekaterina que comenzaba a salir a luz. Nathan ni siquiera podía creer que fuera la misma asesina a sang
Dicen que el destino es caprichoso, como un niño pequeño que hace fechorías por doquier. También es aquella carta que mantenemos oculta bajo la manga, la justificación perfecta, aquel ser inexistente al que culpamos la mayoría de las veces por nuestras desventuras. Creer en el destino no es cuestión de que tan soñador seas, que tan crédulo o por el contrario, incrédulo. Es cuestión de que un día, por cuestiones que jamás entenderemos, seas empujado a un camino que te hará vivir más emociones de las que jamás imaginaste, entonces seas un creyente o no, tú también pensarás: Fueron hazares del destino. Era esa una mañana nublada, aunque la primavera se acercaba cada vez más, no parecía aquello tener mucho efecto en Londres. El aire frío y húmedo corría por cada calle, cada vecindario o callejón oscuro. Ese día parecía ser más agitado que cualquier otro mas no había diferencia a días anteriores, un sinfín de personas transitaban por las calles a pesar de ser tan temprano, sus quehaceres
Si había algo que odiaba Nathan Castle, era a los impuntuales. Era él del tipo de personas que siempre llegaría cinco minutos antes a un encuentro, del que prevería cada escenario posible en una situación y haría un plan B, C, D, todos los que fueran necesarios. De ese tipo de gente que no toleran fallos, ni faltas. Del mismo modo que se autoexigía lo hacía con los demás. Era debido a aquella manía que no tenía una relación duradera ni una amistad verdadera. Mirar a Nathan era como estar observando a un reloj, uno que no aceptaba fallos. Caminaba de un lugar a otro dentro de aquella oficina. Después de esperar más de una hora su poca paciencia comenzaba a desbordarse por sus poros. ¿Cómo era posible que tardaran tanto? Había recibido claras órdenes de aguardar por su futura compañera en su oficina, así que como era costumbre suya estuvo allí a tiempo, incluso antes queriendo causar una buena impresión. Sin embrago allí estaba, una hora más tarde de la acordada, y aún esperando a la i
Cuando salió de la oficina, Ekaterina se encontró con Giovanni que conversaba con el superior de Nathan. Ambos tenían establecida una armónica plática acompañada por café y risas momentáneas. Llegó ella ante la presencia de ambos y se cruzó de brazos mirando a su acompañante. —Nos vamos —ordenó haciendo que ambos la miraran extrañados.—Pensé que el agente Castle y usted tomarían más tiempo para conversar —explicó el agente mayor. —El tiempo utilizado ha sido suficiente, se lo aseguro. Si no le importa me marcho, ya tengo la dirección del apartamento que me fue asignado para vivir así que me dirigiré allí, después de un largo viaje estoy exhausta.—Entiendo —asintió el hombre —, pero tenía la idea de que se marcharía con el agente Castle. —¿Por qué habría de hacerlo? —elevó una ceja.—¿No fue informada? —preguntó y Ekaterina negó.—Los dos agentes vivirán juntos. —La había tomado por sorpresa, aquella noticia no fue algo que esperara, aún así no denotó en su expresión nada que ref
Minutos más tarde el auto se detuvo frente a un edificio. Ekaterina miró con recelo la fachada del mismo. Era de unos cuatro pisos, gris, rodeado por una alta reja negra y con cámaras de seguridad visibles en cada punto estratégico. Además de eso había un portero fortachón uniformado, con una expresión de pocos amigos única. —¿Es en serio? —Ekaterina miró a Giovanni con una ceja enarcada. —¿Qué tiene? Luce acogedor. —Tienes que estar bromeando —bufó ella —, mira este lugar, vivir aquí es como llevar un cartel en la frente que diga: «Hola, soy policía». Hay demasiada seguridad en comparación con los otros lugares de Londres, se nota a leguas que es un área de uso militar. —El objetivo es mantenerlos seguros, este lugar parece ser el ideal. —Vivir aquí nos vuelve el centro de atención, ahora las posibilidades de infiltración son nulas y para colmo —suapiró —, no estaremos a salvo. Mira a ese guardia —señaló al hombre —, a parte de su gran masa corporal no tiene nada más con lo cual
Sus miradas convergían en una poderosa lucha que ninguno quería perder. Estaban cerca, mucho más de lo que para ese instante se habían percatado. No parecía ser ese el punto en ese preciso instante, sino demostrar cada uno la fortaleza de ideal que tenían. Nathan tenía aquella mirada firme, segura y valerosa, Ekaterina por otra parte le dedicaba su más inerte mirada, como si todo a su alrededor le diera exactamente igual, todo excepto perder la razón que sentía tenía en esa situación. Los profundos ojos grises de Ekaterina parecían querer devorar a los verdes del contrario. Quería pisotearlo como si se tratara de un insecto. No era un odio personal, más bien una rivalidad auto-impuesta a la que ella mismo se había sometido luego de saber que aquel hombre, tenía las intenciones de dejarla solo como un cero a la izquierda, y ocuparse en su totalidad del caso. —Esto será imposible. —Finalmente Nathan rompió el contacto visual, se alejó despeinando su cabello y resoplando. —Es porque s
Un silencio poco prolongado llenó la habitación. Nathan entró y cerró la puerta tras de sí. Caminó hasta uno de los asientos y al depositarse sobre él señaló en dirección al otro asiento, invitando a la contraria a imitarlo. —¿Qué quiere? —cuestionó Ekaterina cruzándose de brazos. —Tome asiento, no es algo que discutir de pie. Chasqueó la lengua inconforme pero al final terminó sentándose para mirarlo de mala gana. —Que sea rápido, aún no termino de ordenar mi habitación —sentenció la castaña. —Es sobre el caso, ya que como supondrá no tenemos otros temas en común que tratar. —Por ahora —corrigió Ekaterina. Nathan la ignoró para no desviarse del tema. Si iniciaban otra discusión sería interminable. —Tengo muchísimas pruebas recaudadas desde que iniciaron las investigaciones del caso. —¿Alguna apunta a un posible culpable? —preguntó la de la iglesia. —No, ninguna nos hace siquiera tener sospechosos. —Entonces puedes desecharlas —comentó simple y él arrugó la frente. —Debes
Después de aquella incómoda noche, Nathan no hacía más que pensar en una cosa: Su profundo odio hacia Ekaterina. Si aquellos minutos, en los que la observó y sintió una ligera atracción siquiera habían existido, ya no quedaba rastro de ellos. Se tachó a sí mismo de tonto por sentir esa punzada cuando la vio, pero a la vez no se tomó las molestias de darle al asunto más importancia de la necesaria, pues se conocía a sí mismo y sus emociones lo suficiente, como para saber que no fue un deseo real lo que sintió. Todo había sido cuestión de la situación. Su estómago rugió mientras se servía aquella taza de café. No había cenado nada en la noche y, en la prisa de la mañana tampoco tomado el desayuno. Supuso que el café acompañado de una dona con glaseado de fresa, serían suficientes para saciar su hambre, al menos hasta la hora del almuerzo. Se dejó caer en su silla mientras en una mano sostenía la taza, en la otra traía algunos documentos del caso y su boca venía sosteniendo la delici