Salieron del baño luego de acomodar sus aspectos, mayormente Ekaterina que parecía disimular muy bien su aún latente debilidad debido al orgasmo. Caminaban rumbo a la parte central de la pista. Entonces notaron que un grupo en particular de personas se dirigían al área norte del establecimiento, donde había una pequeña puerta negra, estaba abierta y junto a ella un guardia que se encargaba de darle unas inusuales máscaras a todos los que ingresaban. No eran muchos los que atravesaban la puerta y nadie más en el club parecía estar atento a ese suceso. Era como si todos estuvieran sumidos en su propio mundo, ajenos a lo demás. —Vamos.Ekaterina tomó por el brazo al pelinegro y fueron con rapidez a la puerta. El guardia se cuadró al verlos.—No pueden pasar, esta área es exclusiva para clientes VIP. —Somos clientes VIP. —Nunca antes los he visto por aquí —achicó los ojos desconfiado.Ekaterina sonrió con arrogancia y mostró al hombre la tarjeta. El guardia resopló pero les dio a ambo
Nathan parpadeó un par de veces procesando aquellas palabras. Sonaba como una broma de mal gusto, mas la expresión de la castaña decía que no era nada un juego. —¿Pretendes que crea algo así? —preguntó Nathan. —No sé para qué me molesto en decirte nada —Ekaterina bufó y aprovechando que el auto estaba detenido, abrió la puerta para salir. —¿A dónde vas? —preguntó por lo alto el agente mientras la veía alejarse caminando. —A donde pueda pensar, quizás a donde sí me crean. —No seas tan radical —Nathan salió del auto para caminar tras de ella —. Entiende que me dices algo imposible. —¿Imposible? —Ekaterina se detuvo y volteó para verlo mientras negaba riendo con ironía — Tú no tienes ni la más mínima idea de todo lo que existe entre los humanos, de todo lo que se oculta tras mentiras. Y lo entiendo, entiendo que vivas en esa ciega ignorancia, porque si hoy en día es así, si ustedes las personas comunes pueden darse el lujo de vivir como si nada, es gracias a mí —apretó los puños y
Nathan acarició el rostro de Ekaterina, pretendía besarla, esas eran sus intenciones. Al notarlo, la joven cerró los ojos y esperó aquél beso que no llegó. Un golpe en el cristal del auto los sobresaltó a ambos. —Esto es increíble —bufó Ekaterina ya de camino a casa. Nathan había recibido una multa de tránsito por haberse estacionado en un sitio no permitido, y al final, ella jamás recibió su beso —. Maldito policía. —Solo hacía su trabajo —comentó risueño el pelinegro, al cual toda la situación le parecía sumamente divertida. —No hablaba de él, sino de ti —lo señaló con el dedo y el agente no pudo contener una sonora carcajada. Habían llegado a casa, ninguno tenía sueño ni ganas de dormir. Habían decidido conversar para decidir que rumbo tomaría la investigación. Ahora sabían los orígenes y lo peligroso que sería el proceso, aún así tenían confianza en sí mismos y su compañero. —Desde un principio siempre supe que se podría tratar de este tipo de actos —dijo Ekaterina mientras a
No logró pegar ojo en toda la noche. Cuando salió de la habitación como un pobre muerto en vida, sin ningún tipo de motivación para comenzar el día, lo primero que divisaron sus ojos fue a una sonriente Ekaterina. Ella estaba preparando el desayuno, iba portando solo una larga camisa blanca sobre su ropa interior, tarareaba una canción mientras hacía huevos revueltos. Fue aquella imagen lo más revitalizante que había visto nunca. Fue como si aquella sonrisa preciosa disipara cada duda, cada temor o inseguridad respecto a ellos dos. —Que voz tan hermosa —habló llamando la atención de la joven que al verlo ensanchó su sonrisa. —Buenos días —comentó mientras apagaba el fuego y vertía el contenido de la sartén en un plato. —Buenos días —contestó el agente frotando sus ojos agotado —. Estás radiante, ¿algún motivo en particular?—Tú —confesó algo sonrojada. Era increíble ese lado de Ekaterina que comenzaba a salir a luz. Nathan ni siquiera podía creer que fuera la misma asesina a sang
Dicen que el destino es caprichoso, como un niño pequeño que hace fechorías por doquier. También es aquella carta que mantenemos oculta bajo la manga, la justificación perfecta, aquel ser inexistente al que culpamos la mayoría de las veces por nuestras desventuras. Creer en el destino no es cuestión de que tan soñador seas, que tan crédulo o por el contrario, incrédulo. Es cuestión de que un día, por cuestiones que jamás entenderemos, seas empujado a un camino que te hará vivir más emociones de las que jamás imaginaste, entonces seas un creyente o no, tú también pensarás: Fueron hazares del destino. Era esa una mañana nublada, aunque la primavera se acercaba cada vez más, no parecía aquello tener mucho efecto en Londres. El aire frío y húmedo corría por cada calle, cada vecindario o callejón oscuro. Ese día parecía ser más agitado que cualquier otro mas no había diferencia a días anteriores, un sinfín de personas transitaban por las calles a pesar de ser tan temprano, sus quehaceres
Si había algo que odiaba Nathan Castle, era a los impuntuales. Era él del tipo de personas que siempre llegaría cinco minutos antes a un encuentro, del que prevería cada escenario posible en una situación y haría un plan B, C, D, todos los que fueran necesarios. De ese tipo de gente que no toleran fallos, ni faltas. Del mismo modo que se autoexigía lo hacía con los demás. Era debido a aquella manía que no tenía una relación duradera ni una amistad verdadera. Mirar a Nathan era como estar observando a un reloj, uno que no aceptaba fallos. Caminaba de un lugar a otro dentro de aquella oficina. Después de esperar más de una hora su poca paciencia comenzaba a desbordarse por sus poros. ¿Cómo era posible que tardaran tanto? Había recibido claras órdenes de aguardar por su futura compañera en su oficina, así que como era costumbre suya estuvo allí a tiempo, incluso antes queriendo causar una buena impresión. Sin embrago allí estaba, una hora más tarde de la acordada, y aún esperando a la i
Cuando salió de la oficina, Ekaterina se encontró con Giovanni que conversaba con el superior de Nathan. Ambos tenían establecida una armónica plática acompañada por café y risas momentáneas. Llegó ella ante la presencia de ambos y se cruzó de brazos mirando a su acompañante. —Nos vamos —ordenó haciendo que ambos la miraran extrañados.—Pensé que el agente Castle y usted tomarían más tiempo para conversar —explicó el agente mayor. —El tiempo utilizado ha sido suficiente, se lo aseguro. Si no le importa me marcho, ya tengo la dirección del apartamento que me fue asignado para vivir así que me dirigiré allí, después de un largo viaje estoy exhausta.—Entiendo —asintió el hombre —, pero tenía la idea de que se marcharía con el agente Castle. —¿Por qué habría de hacerlo? —elevó una ceja.—¿No fue informada? —preguntó y Ekaterina negó.—Los dos agentes vivirán juntos. —La había tomado por sorpresa, aquella noticia no fue algo que esperara, aún así no denotó en su expresión nada que ref
Minutos más tarde el auto se detuvo frente a un edificio. Ekaterina miró con recelo la fachada del mismo. Era de unos cuatro pisos, gris, rodeado por una alta reja negra y con cámaras de seguridad visibles en cada punto estratégico. Además de eso había un portero fortachón uniformado, con una expresión de pocos amigos única. —¿Es en serio? —Ekaterina miró a Giovanni con una ceja enarcada. —¿Qué tiene? Luce acogedor. —Tienes que estar bromeando —bufó ella —, mira este lugar, vivir aquí es como llevar un cartel en la frente que diga: «Hola, soy policía». Hay demasiada seguridad en comparación con los otros lugares de Londres, se nota a leguas que es un área de uso militar. —El objetivo es mantenerlos seguros, este lugar parece ser el ideal. —Vivir aquí nos vuelve el centro de atención, ahora las posibilidades de infiltración son nulas y para colmo —suapiró —, no estaremos a salvo. Mira a ese guardia —señaló al hombre —, a parte de su gran masa corporal no tiene nada más con lo cual