Una noche, eso era todo lo que él podía darle. En la línea trabajo Leo Bishop, las distracciones son un lujo que no se pueden permitir. Por eso, cuando conoce a Antonella, lo único que está dispuesto a darle es una noche juntos. Eso no hace que se sienta menos decepcionado cuando despierta al día siguiente y descubre que ella se ha ido. Cinco años han pasado desde aquel momento robado, y ambos han seguido adelante con sus vidas. Sin embargo, el destino los reúne nuevamente. Esta vez Leo no podrá resistirse a la atracción que siente hacia ella. La dejó escapar una vez, pero no volverá a cometer el mismo error. Está decidido a mantener a su pequeña fugitiva, sin importar cuánto tiempo le lleve convencerla de que son el uno para el otro. Aunque tendrá que comenzar a ser honesto porque Antonella no va aceptar nada más que la verdad. Mientras él se debate para decirle la verdad, el peligro los acechará.
Leer más—¿Cómo me veo? —preguntó Antonella, girando al escuchar la puerta del baño abrirse.Leo la observó detenidamente, sus ojos recorriéndola lentamente. Antonella sintió sus piernas flaquear ante la intensidad de su mirada.—Estás tan hermosa como siempre —respondió finalmente Leo, avanzando hacia ella.—Detente justo ahí. Puedo ver tus intenciones reflejadas en tus ojos.—¿Ah, sí? ¿Y cuáles son? —Leo esbozó una sonrisa ladina.—No finjas que no lo sabes. —Antonella le dio una mirada severa, o al menos esperaba que lo fuera—. Ya perdimos suficiente tiempo cuando decidiste colarte en la ducha mientras me bañaba.—No escuché quejas en ese momento, solo gemidos.El rubor subió a las mejillas de Antonella. Incluso después de tantos años juntos, él todavía lograba hacerla sonrojar. Leo continuó acercándose, hasta que finalmente la alcanzó. Sus manos rodearon suavemente su cintura, y se inclinó hacia ella antes de besarla con posesividad.—Nunca me canso de besarte —murmuró contra sus labios, y
Leo colocó a su hija, Alessia, en la cuna con delicadeza, cuidando de no hacer ningún movimiento brusco que pudiera despertarla, algo difícil de hacer cuando sostenía a su hijo, Nicolás, en el otro brazo, quien dormía con la misma serenidad. Después de semanas de práctica, finalmente dejaba de sentirse incapaz de criar a dos bebés al mismo tiempo.Después de acomodar a los gemelos en la cuna doble, se quedó a un lado, observándolos dormir. Se veían tan tranquilos que resultaba difícil creer que apenas una hora antes habían causado un alboroto porque su madre se había demorado unos segundos en alimentarlos.—¿Cuándo crees que pueda jugar con ellos? —preguntó Joseph.Leo giró la cabeza y vio a su hijo mayor de pie junto a los pies de la cuna, con el mentón apoyado en el borde de madera, observando a los gemelos. Para su edad, ya era más alto que el promedio, y Leo estaba seguro de que algún día alcanzaría su estatura.—En algunos meses.Joseph frunció el ceño, un puchero formándose en su
Antonella no podía dejar de sonreír mientras observaba a Leo bailar. Los dos habían tenido su oportunidad de bailar juntos y después Antonella había bailado tanto como con su padre y el de Leo, antes de que aquel baile sorpresa comenzara. No era una imagen que habría esperado, y por supuesto, le sorprendió lo bien que él se movía. ¿Acaso había algo que no hiciera bien? A su lado, Vincenzo y Gio, también se movían al ritmo de la música. Se pregunto cuándo se habían reunido para ensayar, ya que los tres estaban muy bien coordinados.A su lado, su gemela soltó un chillido cuando Leo hizo una voltereta perfecta para atrás.—Es mucho mejor de lo que esperaba comentó —dijo Sienna, aplaudiendo—. Espero que el camarógrafo este grabando esto. Pienso reproducir el video cada navidad.—No puedo creer que consiguieras que aceptaran, en especial Gio —comentó Antonella, sin dejar de prestar atención al espectáculo.—No fue tan difícil como crees. A Leo solo tuve que decirle que te gustaría verlo ba
—Les dije que no tardaría en darse cuenta —dijo Sienna pasando en medio de su madre y de Mariella con una enorme sonrisa en el rostro—. Vamos, vamos. Hay mucho que hacer y poco tiempo. —Su hermana la tomó del brazo y la llevó a la sala—. Es tu gran día y debes lucir estupenda.—¿Desde cuándo lo saben? —preguntó Antonella, todavía aturdida.—¿Qué terminarías casándote con ese bombón de chocolate? Desde la primera vez que lo vi mirarte. Parecía querer comerte allí mismo y…—¡No! —interrumpió Antonella, con un leve rubor en las mejillas. Miró a su mamá y a Mariella que tenían una sonrisa divertida en el rostro—. Quiero decir, ¿desde cuándo saben que él me iba a proponer matrimonio ayer y que estaba organizando una boda sorpresa?—Ah, eso. Alrededor de un par de meses —respondió Sienna, con una sonrisa cómplice—. Leo le pidió ayuda a mamá y Mariella con los preparativos de la boda. Yo lo descubrí poco después y, por supuesto, me ofrecí a darles una mano. ¿Recuerdas las constantes pregunta
La brisa del mar acariciaba suavemente el rostro de Antonella, mientras las olas se rompían a escasos pasos de donde estaba. El sol, en su lento descenso hacia el horizonte, bañaba el cielo con una paleta de dorados y rosados que se reflejaban en el agua, creando un paisaje que parecía salido de un sueño.Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando el aroma tan familiar de Leo llenó sus sentidos, justo antes de sentir sus brazos fuertes rodearla desde atrás, atrayéndola hacia su pecho. Antonella recostó la cabeza en su pecho y disfrutó de la calidez que le brindaban los brazos de Leo.—Comenzaba a extrañarte —dijo en voz baja para no romper el hechizo que los envolvía.—Y yo a ti, sweetheart. —Es tan hermoso como la primera vez que estuvimos aquí, ¿verdad? —preguntó Antonella, con la mente llena de recuerdos de la primera vez que se vieron, en aquel mismo lugar.Leo también pensaba en aquel día. Aunque el tiempo había pasado, los recuerdos seguían siendo nítidos, como si hubieran ocurr
Leo observó en silencio al hombre sentado frente a él, ocupando el lugar que antes pertenecía a Dettori. La pregunta de qué había sucedido con su antiguo jefe cruzó brevemente su mente, pero no le dedicó un segundo pensamiento.—Tus hombres me dijeron que querías verme —dijo, echando un vistazo a su reloj—. Pero aún no has mencionado el motivo. Tengo cosas que hacer, así que será mejor que te apresures.El hombre esbozó una sonrisa ladeada.—Parece que les diste una buena lección a mis hombres.—Aparecieron en la puerta de mi casa y me exigieron que los acompañara. Después de lo que sucedió mi último día aquí, no podía confiar en que sus intenciones. Sinceramente, podría haber sido peor para ellosEl hombre soltó una carcajada.—He revisado tu historial, y estoy convencido de que así es. Creo que aún no nos hemos presentado formalmente. Soy el agente Fusco, el nuevo director de la organización.—¿Qué pasó con Dettori?—Fue reasignado después de que se descubrieran algunas irregularida
Antonella descansaba con la mitad superior encima de Leo y los brazos cruzados debajo de su mentón. Toda tensión había abandonado su cuerpo después de la manera en la que Leo le había hecho el amor, habría podido quedarse dormida con facilidad, de no ser porque aun tenía una conversación pendiente con él y no quería postergarlo.—Entonces, ¿qué sucede? —preguntó, dejando un suave beso en el pecho de Leo.Él permaneció en silencio, organizando sus pensamientos antes de hablar.—¿Sabes a dónde fui esta tarde?—Me hago una idea. ¿Está… ella está muerta?Leo dudó antes de responder. Pese a lo que Antonella le había dicho antes, era inevitable preguntarse si su respuesta cambiaría la forma en que ella lo veía, que ella se asustara al ver que no sentía remordimiento después de haberle arrebatado la vida a una persona. —Lo está —respondió, por fin, observándola fijamente para ver si algo cambiaba en su expresión—. Te prometí que nunca más te haría daño, y me aseguré de que sea así.Antone
Antonella miró a Leo, preocupada. Él no había dicho una palabra durante toda la cena y, aunque no era tan extraño tratándose de él, lo conocía demasiado para saber que algo le estaba molestando.Estiró la mano y la colocó sobre el muslo de Leo, dándole un suave apretón. Él dejó de prestar atención a la carretera y la miró, con una expresión de confusión, como si por un instante hubiera olvidado que ella estaba allí.—Te amo —dijo, eligiendo esas palabras en lugar de las preguntas que tenía en mente.Leo esbozó una pequeña sonrisa, una que no logró alcanzar sus ojos. Él tomó su mano y, entrelazando sus dedos con los de ella, la llevó hasta su boca y le dio un beso en el dorso.—Y yo a ti, sweetheart —dijo Leo y regresó su atención a la carretera.Antonella abrió y cerró la boca un par de veces, queriendo preguntarle qué le sucedía, pero al final decidió permanecer en silencio. Durante el resto del viaje, se dedicó a mirar por la ventana perdida en sus pensamientos.—Tomaré una ducha —d
Leo llegó a lo que parecía ser un almacén abandonado. Avanzó a través de los corredores silenciosos. Encontró a Fi y Fernández en una de las habitaciones ubicadas en el fondo de la primera planta.—Hola, jefe —saludó Fernández al verlo.No importaba cuántas veces le dijera que no era el jefe, Fernández seguía llamándolo así, así que ya ni siquiera se molestaba en corregirlo.—Bishop —dijo Fi casi al mismo tiempo.Leo hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo.—¿De quién es este lugar?—De un amigo de un amigo —respondió Fernández con una sonrisa en el rostro—. Me debía un favor.—¿Y le dirá a alguien de nuestra pequeña estancia aquí?—Casi pareciera que no me conocieras —replicó Fernández.—¿Dónde está ella?—En la habitación de al lado —dijo Fi—. Detuve su sangrado lo suficiente para evitar que se muriera y le inyecté algunos analgésicos.—Un desperdicio de medicamentos —comentó Fernández.—No creo que sobreviva, si un médico no la ve pronto. Podríamos dejarla aquí y esperar a que