Leo colocó a su hija, Alessia, en la cuna con delicadeza, cuidando de no hacer ningún movimiento brusco que pudiera despertarla, algo difícil de hacer cuando sostenía a su hijo, Nicolás, en el otro brazo, quien dormía con la misma serenidad. Después de semanas de práctica, finalmente dejaba de sentirse incapaz de criar a dos bebés al mismo tiempo.Después de acomodar a los gemelos en la cuna doble, se quedó a un lado, observándolos dormir. Se veían tan tranquilos que resultaba difícil creer que apenas una hora antes habían causado un alboroto porque su madre se había demorado unos segundos en alimentarlos.—¿Cuándo crees que pueda jugar con ellos? —preguntó Joseph.Leo giró la cabeza y vio a su hijo mayor de pie junto a los pies de la cuna, con el mentón apoyado en el borde de madera, observando a los gemelos. Para su edad, ya era más alto que el promedio, y Leo estaba seguro de que algún día alcanzaría su estatura.—En algunos meses.Joseph frunció el ceño, un puchero formándose en su
—¿Cómo me veo? —preguntó Antonella, girando al escuchar la puerta del baño abrirse.Leo la observó detenidamente, sus ojos recorriéndola lentamente. Antonella sintió sus piernas flaquear ante la intensidad de su mirada.—Estás tan hermosa como siempre —respondió finalmente Leo, avanzando hacia ella.—Detente justo ahí. Puedo ver tus intenciones reflejadas en tus ojos.—¿Ah, sí? ¿Y cuáles son? —Leo esbozó una sonrisa ladina.—No finjas que no lo sabes. —Antonella le dio una mirada severa, o al menos esperaba que lo fuera—. Ya perdimos suficiente tiempo cuando decidiste colarte en la ducha mientras me bañaba.—No escuché quejas en ese momento, solo gemidos.El rubor subió a las mejillas de Antonella. Incluso después de tantos años juntos, él todavía lograba hacerla sonrojar. Leo continuó acercándose, hasta que finalmente la alcanzó. Sus manos rodearon suavemente su cintura, y se inclinó hacia ella antes de besarla con posesividad.—Nunca me canso de besarte —murmuró contra sus labios, y
Una suave brisa se filtraba por las por las cortinas entreabiertas mientras la luz del día empezaba a iluminar la habitación. Leo se despertó lentamente, recordando los sucesos de la noche anterior y una leve sonrisa adornó su rostro. La sensación de lo vivido aún vibraba en su piel y el deseó no tardó en consumirlo.Se dio la vuelta y la sonrisa abandonó su rostro, su emoción remplazada por la decepción. El lado junto al suyo estaba vacío y el único recuerdo que quedaba de Antonella era las sábanas arrugadas. Estiró la mano y tocó la superficie. Estaba fría, así que ella debía de haberse marchado hace un buen rato.No podía creer que no se hubiera dado cuenta cuando Antonella se marchó considerando que siempre se despertaba al mínimo ruido. Sus años de experiencia lo habían vuelto cauteloso y estaba acostumbrado a estar listo para cualquier eventualidad. Un vistazo al reloj sobre el velador le reveló que no solo se había quedado completamente dormido, sino que también había dormido h
Cinco años despuésLeo bajó de su coche y miró alrededor mientras se abrochaba el único botón de su saco. Con un gesto de agradecimiento hacia su conductor, se abrió paso entre la multitud en dirección a la galería de arte. Dentro, el ambiente era bastante animado; risas y conversaciones llenaban el aire.Leo dio rápido vistazo al lugar, asegurándose de que la distribución correspondía a los planos que había estudiado. No sucedía a menudo, pero en una o dos misiones se había encontrado con modificaciones que no estaba retratadas en los planos. Esta vez, sin embargo, todo parecía estar en orden. Levantó una copa de champán de la bandeja de uno de los camareros y se fue a mezclar con el resto de asistentes.Se llevó la copa a los labios y fingió beber mientras se detenía frente a uno de los cuadros.—Bishop, el objetivo acaba de llegar —informó Fi en su oído, a través del audífono—. Trajo compañía. Un par de hombres.Pasó al siguiente cuadro, pero su atención ya no estaba en la pintura.
La misma idea había estado rondando la cabeza de Antonella desde hace unos días, preguntándose cuan probable era que el hombre al que había visto en la exposición de arte fuera Leo. Era difícil estar completamente segura cuando apenas lo había visto por una fracción de segundo antes de que desapareciera como si se hubiera tratado un fantasma.Cada vez estaba más segura de que había sido producto de su imaginación. Aunque no entendía que la había llevado a pensar en él. Hacía tiempo que había decidido dejarlo en el pasado. Para ser más precisa, cuando aceptó que él nunca la contactaría.—Antonella, ¿me estás escuchado?Levantó la mirada del ramo de flores que estaba preparando y miró a su gemela. A veces era casi como verse al espejo. Compartían el mismo cabello color castaño, aunque Antonella se había cortado el suyo y el de Sienna caía largo hasta la mitad de la espalda. Ambas tenían los ojos verdes, pero los de su hermana brillaban con picardía probablemente planeando el próximo lio
Leo se inclinó para darle un beso a su madre en la mejilla.—Mamá —saludó. —Hola, cariño. ¿Cómo estás?—Bien.Su madre soltó un suspiro y lo miró con la diversión en los ojos.—Eres igual de comunicativo que tu padre. ¿Hay algo interesante que quieras contarme? ¿Conociste a alguien? Sabes que no me estoy haciendo más joven y me gustaría tener nietos antes de morir.Leo se conocía el sermón de memoria, pero no se le ocurrió interrumpir a su madre.—Deberías encontrar una buena mujer y casarte con ella —continuó su madre—. Es hora de que pienses en algo más que en el trabajo. Podría presentarte a las hijas de algunas de mis amigas.Nunca le había dicho la verdad a su madre respecto a su trabajo, aunque él no era tan ingenuo como para no darse cuenta de que la mujer que le había dado la vida lo conocía bastante bien y tenía sus sospechas.—No estoy interesado. —La única mujer que le interesaba era Antonella, pero no pensaba hablarle a su madre de ella… al menos no todavía. En cuanto lo
—¿Lista para irnos? —preguntó Antonella.—No. ¿Cómo dejé que me convencieras de hacer esto?—La verdad no fue nada difícil, te quebraste cuando apenas comenzaba con el largo discurso que tenía preparado.—Ja, ja. Muy graciosa.—Estás hermosa y está noche será un éxito. No lo pienses demasiado.—Espero estés en lo cierto. No me gustaría subir al escenario y quedar en ridículo.—No deberías preocuparte por eso.Sienna la tomó del brazo y la llevó fuera del departamento. En la puerta principal del edificio en el que vivían, ya las estaba esperando el auto que las llevaría hasta la fiesta y luego las llevaría de regreso.Durante el viaje, su hermana habló sin parar mientras ella se limitaba a escucharla, asintiendo cada vez que creía que era necesario.El lugar en el que se iba a llevar a cabo el evento ya estaba lleno cuando las dos entraron. Debía haber al menos un par de cientos de personas, cada una más elegante que la otra. Pese a haber crecido en un ambiente rodeado de lujos, no est
Antonella apenas recordaba haber regresado a su lugar junto a los demás. El resto de la subasta se la pasó sumida en sus pensamientos, evitando a cualquier costa mirar en dirección al hombre que acababa de ofertar una buena suma de dinero tan solo para llevarla a cenar… y no era cualquier hombre.Tenía muchas preguntas y su mente era un completo lío. Los minutos se volvieron eternos mientras esperaba que la subasta llegara a su final. Cuando escuchó el agradecimiento del presentador y los aplausos del público, Antonella reaccionó. Con cuidado de no llamar la atención, se escabulló entre los miembros de su familia y bajó del escenario.Se detuvo un instante y miró el lugar en busca de la salida más cercana. Un corredor llamó su atención y se dirigió hacia allí. No le importaba hacia donde la llevara, solo quería poner distancia entre ella y Leo. Se acercó a la primera puerta que vio y probó suerte, pero no tuvo éxito. Continuó avanzando por el corredor, probando cada manija hasta que u