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Capítulo 1: Un reencuentro inesperado

Cinco años después

Leo bajó de su coche y miró alrededor mientras se abrochaba el único botón de su saco. Con un gesto de agradecimiento hacia su conductor, se abrió paso entre la multitud en dirección a la galería de arte. Dentro, el ambiente era bastante animado; risas y conversaciones llenaban el aire.

Leo dio rápido vistazo al lugar, asegurándose de que la distribución correspondía a los planos que había estudiado. No sucedía a menudo, pero en una o dos misiones se había encontrado con modificaciones que no estaba retratadas en los planos. Esta vez, sin embargo, todo parecía estar en orden. Levantó una copa de champán de la bandeja de uno de los camareros y se fue a mezclar con el resto de asistentes.

Se llevó la copa a los labios y fingió beber mientras se detenía frente a uno de los cuadros.

—Bishop, el objetivo acaba de llegar —informó Fi en su oído, a través del audífono—. Trajo compañía. Un par de hombres.

Pasó al siguiente cuadro, pero su atención ya no estaba en la pintura. De soslayo buscó a su objetivo y solo le tomó unos segundos encontrarlo. Estaba al otro lado del salón, hablando con una pareja. Lo estudió con cuidado, para nada sorprendido de la facilidad con la que tipos como él podían pasar por miembros respetables de la comunidad.

El hombre se despidió de la pareja y continuó avanzando, y Leo hizo lo mismo. Debía mantenerse cerca, lo suficiente para detectar cuando el intercambio sucediera, pero no demasiado o levantaría sospechas.

Durante buen rato, nada sucedió y entonces, una mujer se acercó al hombre con una sonrisa coqueta y abrazó al hombre mientras le susurraba algo al oído. Una muy buena escenificación, pero no le pasó desapercibido el sobre que la mujer deslizó en el traje del tipo antes de despedirse.

—Recibió el paquete —informó en un susurro. 

Cuando el hombre miró alrededor como si estuviera comprobando que nadie había visto nada, Leo desvió la mirada. Fue en ese momento cuando la vio y su concentración se tambaleó por primera vez en lo que llevaba haciendo aquel trabajo.

Antonella.

Ella se había cortado el cabello a la altura de los hombros y su piel no conservaba el mismo bronceado producto de haber pasado horas bajo el sol. Sin embargo, no tenía dudas de que era ella. Se veía tan o más hermosa como la recordaba y el deseo despertó como si fuera una llama que nunca se hubiera apagado.

—Bishop, nuestro objetivo está saliendo. —La voz de Fi se escuchaba como un eco en el fondo de su mente—. Bishop, ¿me escuchas? Está afuera, lo vas a perder.

La observó absorto, como si ella fuera una más de las obras de arte de la galería.

—¡Bischop! ¡Maldita sea! Debes comenzar a moverte o será demasiado tarde.

El grito de Fi finalmente se filtró en sus pensamientos y lo sacó de su trance. Con último vistazo a Antonella, se puso en marcha.

—En camino —dijo entrando por un pequeño corredor, asegurándose de que nadie lo viera—. ¿Están en posición? —preguntó, colocándose el pasamontaña. Aisló cualquier emoción y se volvió en un hombre preparado para matar.

—Afirmativo.

Abrió la puerta de emergencia y salió a un pequeño callejón, apenas unos segundos después vio un coche doblar la esquina. Justo a tiempo.

—Tengo al objetivo en la mira.

Sacó su arma con el silenciador puesto, apuntó y disparó. Dio justo a las ruedas delanteras del coche. El auto perdió velocidad, pero no la suficiente, así que se hizo a un lado antes de ser embestido. No desaprovechó el tiempo y apuntó a las llantas traseras también, otra vez no falló. El auto se detuvo con un fuerte chirrido y Leo corrió para alcanzarlo. En cuanto llegó se agachó y ocultó detrás del maletero, donde esperó pacientemente.

En cuanto escuchó las puertas abrirse, levantó la cabeza ligeramente y vio a dos hombres. Se arrastró por el borde del auto y con un disparo certero de encargó de uno de ellos y luego, antes de que el otro tuviera oportunidad de disparar, también se encargó de él.

Se puso de pie con el arma en alto y apuntando hacia la puerta de atrás que seguía abierta.

—No hagas esto difícil y baja del auto —ordenó, cambiando el tono de su voz.

Un disparo se escuchó justo antes de que una bala impactara contra la puerta.

—Si es así como lo quieres. —Observó el reflejo a través de los vidrios y cuando hubo calculado la posición exacta. Se acercó y disparó. Dos disparos, uno al conductor y otro justo en la pierna de su objetivo—. Baja esa jodida arma, antes de que te vuele los sesos —amenazó sin emoción en su voz.

—¿Quién diablos eres?

—Eso no importa. Lo que importa es quien eres tú y lo que has hecho.

El tipo al parecer era un imbécil porque le lanzó el arma a la cara e intentó escapar por la otra puerta. Durante un instante lo observó correr o al menos intentar hacerlo. Con una pierna herida era difícil que llegara muy lejos.

—Nunca hacen lo que se les ordena —murmuró Leo para sí mismo mientras corría detrás del hombre. Al alcanzarlo, lo agarró por la parte trasera del cuello de su traje y le dio la vuelta—. Imbécil —dijo y estampó su puño contra el mentón del sujeto, quien cayó al suelo inconsciente. Buscó en el traje de su objetivo hasta dar con el sobre que la mujer le había entregado minutos atrás.  

Escuchó las ruedas de un coche detrás de él. Una mirada sobre el hombro fue suficiente para ver que era su equipo.

—¿Tomaron el camino más largo? —preguntó abriendo la puerta corrediza del van. Luego cargó al hombre y lo tiró en el interior antes de subir el también—. Vámonos.

—¿Tienes el paquete? —preguntó Fernández, con su marcado acento español.

Sacudió el sobre y reclinó la espalda en el van.

—¿Qué sucedió allá afuera? —le reclamó su jefe en cuanto llegaron a la base.

—Nada importante.

—¿Nada importante? Eres consciente que casi nos cuesta la misión.

Leo no perdió la calma, rara vez lo hacía. Eso hacía que fuera bueno para su trabajo.

—No lo hizo. Tienes el sobre y a nuestro hombre —dijo con lógica.  

Su jefe soltó un suspiro.

Su actitud solía irritar a muchas personas, pero no lo hacía a propósito.

—Que no vuelva a suceder. Puedes retirarte.

—Sí, señor. —Lo saludó y salió de su oficina.

—¿Estás en problemas? —preguntó Fi. Ella y Fernandez lo estaban esperando a unos metros de distancia en el corredor.

—No.

—Está debe ser la primera vez que te veo fallar y en una misión tan simple —comentó Fernández, con una sonrisa.

Sacudió la cabeza.

—No fallé, nunca lo hago.

—Eres demasiado presumido —exclamó Fi, dándole un codazo en el costado.

—Solo digo los hechos.  

—Idiota, hace tiempo habrías muerto si no fuera por nosotros.

Fi, o Josephine como muy pocos sabían que se llamaba, era su especialista en comunicaciones y sistemas, podía jaquear cualquier sistema operativo e infiltrarse en cualquier lugar sin que nadie se diera cuenta. Fernández, era el estratega y conductor de huida, también tenía otras habilidades, una lista larga, aunque no las conocía todas.

Leo, por otro lado, se encargaba del trabajo en campo. Combate mano a mano, uso de armas, infiltración, rescate, lo que se necesitara. Había comenzado a entrenarse desde muy joven y había trabajado para Estados Unidos por algunos años, hasta que fue reclutado por una organización secreta que trabajaba para la unión europea. Una organización que legalmente no existía.

—Me voy a casa —informó—. Nos vemos en unos días.

Mientras conducía en dirección a su departamento, contempló regresar a la galería, pero descartó esa idea tan pronto como se le ocurrió. Ese habría sido un error de principiante. Nunca regresabas al lugar de un trabajo tan pronto; era difícil saber quién podía estar observando. Además, ya era demasiado tarde. Lo más probable es que la exposición hubiera terminado y que Antonella ya no estuviera allí. Encontraría otra manera de dar con ella.

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