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Capítulo 2: Un hombre normal

La misma idea había estado rondando la cabeza de Antonella desde hace unos días, preguntándose cuan probable era que el hombre al que había visto en la exposición de arte fuera Leo. Era difícil estar completamente segura cuando apenas lo había visto por una fracción de segundo antes de que desapareciera como si se hubiera tratado un fantasma.

Cada vez estaba más segura de que había sido producto de su imaginación. Aunque no entendía que la había llevado a pensar en él. Hacía tiempo que había decidido dejarlo en el pasado. Para ser más precisa, cuando aceptó que él nunca la contactaría.

—Antonella, ¿me estás escuchado?

Levantó la mirada del ramo de flores que estaba preparando y miró a su gemela. A veces era casi como verse al espejo. Compartían el mismo cabello color castaño, aunque Antonella se había cortado el suyo y el de Sienna caía largo hasta la mitad de la espalda. Ambas tenían los ojos verdes, pero los de su hermana brillaban con picardía probablemente planeando el próximo lio en el que las iba a involucrar, como en ese momento. Quizás el rasgo más parecido era la sonrisa, la misma que las había sacado de muchos problemas.

—Por supuesto —mintió, intentando recordar algo de todo el parloteo de su hermana—. ¿Qué te parece? —preguntó en un intento de desviar su atención.

Las dos siempre se lo habían contado todo, no había secretos entre ellas… A excepción de uno. Antonella nunca le había hablado a su gemela de Leo y la noche que pasó con él.

Sienna miró el ramo y sonrió.

—Es precioso —halagó su gemela—. Ahora, volviendo a lo que te estaba diciendo. ¿Qué dices? ¿Lo harás?

Si se tratara de otra persona habría dicho “sí”, sin dudar, pero nunca con su gemela. Prefería aceptar que no había escuchado, antes de comprometerse con algo que usualmente era alguna locura.

—¿Hacer qué? —preguntó, dándole su mejor sonrisa.

Su hermana puso los ojos en blanco.

—Por supuesto, no me estabas escuchando.

—A mi favor debo decir que me perdiste cuando empezaste a divagar.

Amaba a su hermana, pero escucharla hablar podía ocasionarle algunos dolores de cabeza. Saltaba de un tema a otro sin ningún aviso y era difícil seguirle el ritmo.

—¿Participarás en la subasta que está organizando la tía Lia?

—No. Ni hablar —respondió sin un segundo de duda.

—Será divertido.

—¿Divertido? ¿Qué tiene de divertido pararse frente a un montón de personas mientras los hombres ofertan para salir contigo?

A diferencia de su gemela, Antonella amaba pasar desapercibida.

—¿Quién sabe y podrías conocer al amor de tu vida?

La imagen de Leo le vino a la mente. Aun pese a todos los años que habían pasado desde que lo vio, podía recordarlo como si fuera ayer. Su semblante serio, la leve sonrisa que adornaba sus labios cuando algo le parecía divertido, sus ojos oscuros como la noche. Leo no era un hombre que pudieras olvidar fácilmente y al parecer, gracias a que creía haberlo visto, su recuerdo estaba de regreso listo para acosarla.

—Antonella —dijo Sienna, devolviéndola a la realidad otra vez—, di que sí. —Su hermana le dio una mirada dulce y suplicante, la misma con la que la había convencido de escaparse de casa para ir a una fiesta, a la que no le interesaba ir, cuando tenían dieciséis. Habían estado castigadas cuando sus padres las atraparon—. Sabes que es por una buena causa. 

—No lo hagas. —Se movió al otro lado de la tienda para coger algunas flores para armar otro ramo.

—¿Qué cosa?

—Empezar con la cosa emocional.

Antonella era la más sensible de todos sus hermanos, y Sienna lo sabía muy bien. Ambas estaban muy unidas y conocían los trucos para persuadir a la otra.

—Ni se me ocurriría… decirte que es para que las mujeres y niños puedan tener un lugar seguro lejos de sus víctimas y por supuesto, no me hagas hablar de…

—Está bien —soltó un suspiro, dándose por vencida—. Lo haré.

Su hermana dio un salto y corrió a abrazarla.

—No celebres tan pronto. Serás tú quien le diga a papá que vamos a participar en la dichosa subasta —dijo con una sonrisa presumida. Su padre era un tipo que llevaba la sobreprotección a otro nivel, si no fuera por su madre nunca se relajaría. El hombre estaba algo loco y cada uno de los pretendientes que Antonella había tenido podían confirmarlo.

Su hermana sacudió una mano, restándole importancia.

—Ya me encargué de él. El fin de semana iremos a ver vestidos. —Su hermana tomó su cartera—. Nos vemos después, llegaré tarde a los entrenamientos.

Antonella soltó un suspiro e inevitablemente una sonrisa se formó en su rostro.

Leo vio a Sienna salir de la florería. Le había sorprendido descubrir que Antonella tenía una gemela. Recordaba que ella había mencionado a una hermana, pero jamás le dijo que era su gemela. Aún así no dudó de que la mujer que había visto en la galería, la misma que ahora estaba en la florería, era Antonella.

Le había tomado unos días conseguir su información, así como descubrir que Antonella le había mentido en un pequeño detalle. Había estudiado todo lo que tenía sobre ella como si fuera otra de sus misiones y podía recitar de memoria cada hoja del expediente que tenía en su poder. Y aun así no estaba satisfecho. Era como si lo consumiera una necesidad por saber más, conocer cada aspecto de la vida de Antonella, hasta el mínimo detalle por muy insignificante que pudiera parecer.

Sabía que debía actuar como un hombre normal y entrar a hablar con ella, quizás invitarle a tomar un café y conseguir su número de la manera convencional. Pero él nunca había sido un hombre normal. Es por lo que era bueno en su trabajo, pero no tanto con las interacciones humanas.

Antonella se movió detrás del mostrador y comenzó a preparar otro ramo. Leo la miró absortó. Era preciosa.

Sus pensamientos fueron de regreso a la noche que habían compartido. La confianza con la que lo había mirado mientras se entregaba a él, la pasión con la que ella se había entregado, los gemidos que habían salido de sus labios. Sacudió esos pensamientos al sentir su cuerpo reaccionar.

En los últimos cinco años había pensado en ella más veces de las que debería. No había dejado de preguntarse qué habría pasado si Antonella no hubiera huido mientras el aún descansaba. Tenía el presentimiento que su determinación de despedirse de ella, deseándole una buena vida, se habría desvanecido al despertar con ella a su lado.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando alguien se paró frente a la ventanilla. Leo tardó un segundo en reconocer el uniforme policial y bajó la ventana lentamente.

—Oficial, buenos días —saludó.

—Señor, no puede estar estacionado aquí. ¿Vive en la zona?

—No —dijo con calma.

—¿Puedo ver su identificación?

—Por supuesto —respondió y buscó en la guantera la placa que tenía guardada allí.

El oficial miró su placa y pareció ponerse algo nervioso.

—Lamento las molestias, señor. 

Leo asintió y cerró a ventana tan pronto el oficial se retiró. 

Podía trabajar para una agencia que no existía, pero la placa era de un departamento muy real, no podía decir lo mismo de su trabajo. Su agencia se había encargado de crearle una fachada muy buena en caso se presentará una emergencia. Incluso si el oficial hubiera buscado en la base datos, habría encontrado su nombre y su cargo, todo falso.

La mayoría del tiempo intentaba mantener un bajo perfil porque solo había un número limitado de veces en el que podía exponerse antes de que alguien comenzara a hacer preguntas.

Encendió su auto y miró a Antonella una última vez. Ella levantó la mirada justo en ese momento. A pesar del vidrio tintado, fue como si ella pudiera verlo, pero luego ella volvió a bajar la mirada y continuó con su trabajo.

—Nos vemos pronto, pequeña —prometió y salió de allí.  

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