La misma idea había estado rondando la cabeza de Antonella desde hace unos días, preguntándose cuan probable era que el hombre al que había visto en la exposición de arte fuera Leo. Era difícil estar completamente segura cuando apenas lo había visto por una fracción de segundo antes de que desapareciera como si se hubiera tratado un fantasma.
Cada vez estaba más segura de que había sido producto de su imaginación. Aunque no entendía que la había llevado a pensar en él. Hacía tiempo que había decidido dejarlo en el pasado. Para ser más precisa, cuando aceptó que él nunca la contactaría.
—Antonella, ¿me estás escuchado?
Levantó la mirada del ramo de flores que estaba preparando y miró a su gemela. A veces era casi como verse al espejo. Compartían el mismo cabello color castaño, aunque Antonella se había cortado el suyo y el de Sienna caía largo hasta la mitad de la espalda. Ambas tenían los ojos verdes, pero los de su hermana brillaban con picardía probablemente planeando el próximo lio en el que las iba a involucrar, como en ese momento. Quizás el rasgo más parecido era la sonrisa, la misma que las había sacado de muchos problemas.
—Por supuesto —mintió, intentando recordar algo de todo el parloteo de su hermana—. ¿Qué te parece? —preguntó en un intento de desviar su atención.
Las dos siempre se lo habían contado todo, no había secretos entre ellas… A excepción de uno. Antonella nunca le había hablado a su gemela de Leo y la noche que pasó con él.
Sienna miró el ramo y sonrió.
—Es precioso —halagó su gemela—. Ahora, volviendo a lo que te estaba diciendo. ¿Qué dices? ¿Lo harás?
Si se tratara de otra persona habría dicho “sí”, sin dudar, pero nunca con su gemela. Prefería aceptar que no había escuchado, antes de comprometerse con algo que usualmente era alguna locura.
—¿Hacer qué? —preguntó, dándole su mejor sonrisa.
Su hermana puso los ojos en blanco.
—Por supuesto, no me estabas escuchando.
—A mi favor debo decir que me perdiste cuando empezaste a divagar.
Amaba a su hermana, pero escucharla hablar podía ocasionarle algunos dolores de cabeza. Saltaba de un tema a otro sin ningún aviso y era difícil seguirle el ritmo.
—¿Participarás en la subasta que está organizando la tía Lia?
—No. Ni hablar —respondió sin un segundo de duda.
—Será divertido.
—¿Divertido? ¿Qué tiene de divertido pararse frente a un montón de personas mientras los hombres ofertan para salir contigo?
A diferencia de su gemela, Antonella amaba pasar desapercibida.
—¿Quién sabe y podrías conocer al amor de tu vida?
La imagen de Leo le vino a la mente. Aun pese a todos los años que habían pasado desde que lo vio, podía recordarlo como si fuera ayer. Su semblante serio, la leve sonrisa que adornaba sus labios cuando algo le parecía divertido, sus ojos oscuros como la noche. Leo no era un hombre que pudieras olvidar fácilmente y al parecer, gracias a que creía haberlo visto, su recuerdo estaba de regreso listo para acosarla.
—Antonella —dijo Sienna, devolviéndola a la realidad otra vez—, di que sí. —Su hermana le dio una mirada dulce y suplicante, la misma con la que la había convencido de escaparse de casa para ir a una fiesta, a la que no le interesaba ir, cuando tenían dieciséis. Habían estado castigadas cuando sus padres las atraparon—. Sabes que es por una buena causa.
—No lo hagas. —Se movió al otro lado de la tienda para coger algunas flores para armar otro ramo.
—¿Qué cosa?
—Empezar con la cosa emocional.
Antonella era la más sensible de todos sus hermanos, y Sienna lo sabía muy bien. Ambas estaban muy unidas y conocían los trucos para persuadir a la otra.
—Ni se me ocurriría… decirte que es para que las mujeres y niños puedan tener un lugar seguro lejos de sus víctimas y por supuesto, no me hagas hablar de…
—Está bien —soltó un suspiro, dándose por vencida—. Lo haré.
Su hermana dio un salto y corrió a abrazarla.
—No celebres tan pronto. Serás tú quien le diga a papá que vamos a participar en la dichosa subasta —dijo con una sonrisa presumida. Su padre era un tipo que llevaba la sobreprotección a otro nivel, si no fuera por su madre nunca se relajaría. El hombre estaba algo loco y cada uno de los pretendientes que Antonella había tenido podían confirmarlo.
Su hermana sacudió una mano, restándole importancia.
—Ya me encargué de él. El fin de semana iremos a ver vestidos. —Su hermana tomó su cartera—. Nos vemos después, llegaré tarde a los entrenamientos.
Antonella soltó un suspiro e inevitablemente una sonrisa se formó en su rostro.
Leo vio a Sienna salir de la florería. Le había sorprendido descubrir que Antonella tenía una gemela. Recordaba que ella había mencionado a una hermana, pero jamás le dijo que era su gemela. Aún así no dudó de que la mujer que había visto en la galería, la misma que ahora estaba en la florería, era Antonella.
Le había tomado unos días conseguir su información, así como descubrir que Antonella le había mentido en un pequeño detalle. Había estudiado todo lo que tenía sobre ella como si fuera otra de sus misiones y podía recitar de memoria cada hoja del expediente que tenía en su poder. Y aun así no estaba satisfecho. Era como si lo consumiera una necesidad por saber más, conocer cada aspecto de la vida de Antonella, hasta el mínimo detalle por muy insignificante que pudiera parecer.
Sabía que debía actuar como un hombre normal y entrar a hablar con ella, quizás invitarle a tomar un café y conseguir su número de la manera convencional. Pero él nunca había sido un hombre normal. Es por lo que era bueno en su trabajo, pero no tanto con las interacciones humanas.
Antonella se movió detrás del mostrador y comenzó a preparar otro ramo. Leo la miró absortó. Era preciosa.
Sus pensamientos fueron de regreso a la noche que habían compartido. La confianza con la que lo había mirado mientras se entregaba a él, la pasión con la que ella se había entregado, los gemidos que habían salido de sus labios. Sacudió esos pensamientos al sentir su cuerpo reaccionar.
En los últimos cinco años había pensado en ella más veces de las que debería. No había dejado de preguntarse qué habría pasado si Antonella no hubiera huido mientras el aún descansaba. Tenía el presentimiento que su determinación de despedirse de ella, deseándole una buena vida, se habría desvanecido al despertar con ella a su lado.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando alguien se paró frente a la ventanilla. Leo tardó un segundo en reconocer el uniforme policial y bajó la ventana lentamente.
—Oficial, buenos días —saludó.
—Señor, no puede estar estacionado aquí. ¿Vive en la zona?
—No —dijo con calma.
—¿Puedo ver su identificación?
—Por supuesto —respondió y buscó en la guantera la placa que tenía guardada allí.
El oficial miró su placa y pareció ponerse algo nervioso.
—Lamento las molestias, señor.
Leo asintió y cerró a ventana tan pronto el oficial se retiró.
Podía trabajar para una agencia que no existía, pero la placa era de un departamento muy real, no podía decir lo mismo de su trabajo. Su agencia se había encargado de crearle una fachada muy buena en caso se presentará una emergencia. Incluso si el oficial hubiera buscado en la base datos, habría encontrado su nombre y su cargo, todo falso.
La mayoría del tiempo intentaba mantener un bajo perfil porque solo había un número limitado de veces en el que podía exponerse antes de que alguien comenzara a hacer preguntas.
Encendió su auto y miró a Antonella una última vez. Ella levantó la mirada justo en ese momento. A pesar del vidrio tintado, fue como si ella pudiera verlo, pero luego ella volvió a bajar la mirada y continuó con su trabajo.
—Nos vemos pronto, pequeña —prometió y salió de allí.
Leo se inclinó para darle un beso a su madre en la mejilla.—Mamá —saludó. —Hola, cariño. ¿Cómo estás?—Bien.Su madre soltó un suspiro y lo miró con la diversión en los ojos.—Eres igual de comunicativo que tu padre. ¿Hay algo interesante que quieras contarme? ¿Conociste a alguien? Sabes que no me estoy haciendo más joven y me gustaría tener nietos antes de morir.Leo se conocía el sermón de memoria, pero no se le ocurrió interrumpir a su madre.—Deberías encontrar una buena mujer y casarte con ella —continuó su madre—. Es hora de que pienses en algo más que en el trabajo. Podría presentarte a las hijas de algunas de mis amigas.Nunca le había dicho la verdad a su madre respecto a su trabajo, aunque él no era tan ingenuo como para no darse cuenta de que la mujer que le había dado la vida lo conocía bastante bien y tenía sus sospechas.—No estoy interesado. —La única mujer que le interesaba era Antonella, pero no pensaba hablarle a su madre de ella… al menos no todavía. En cuanto lo
—¿Lista para irnos? —preguntó Antonella.—No. ¿Cómo dejé que me convencieras de hacer esto?—La verdad no fue nada difícil, te quebraste cuando apenas comenzaba con el largo discurso que tenía preparado.—Ja, ja. Muy graciosa.—Estás hermosa y está noche será un éxito. No lo pienses demasiado.—Espero estés en lo cierto. No me gustaría subir al escenario y quedar en ridículo.—No deberías preocuparte por eso.Sienna la tomó del brazo y la llevó fuera del departamento. En la puerta principal del edificio en el que vivían, ya las estaba esperando el auto que las llevaría hasta la fiesta y luego las llevaría de regreso.Durante el viaje, su hermana habló sin parar mientras ella se limitaba a escucharla, asintiendo cada vez que creía que era necesario.El lugar en el que se iba a llevar a cabo el evento ya estaba lleno cuando las dos entraron. Debía haber al menos un par de cientos de personas, cada una más elegante que la otra. Pese a haber crecido en un ambiente rodeado de lujos, no est
Antonella apenas recordaba haber regresado a su lugar junto a los demás. El resto de la subasta se la pasó sumida en sus pensamientos, evitando a cualquier costa mirar en dirección al hombre que acababa de ofertar una buena suma de dinero tan solo para llevarla a cenar… y no era cualquier hombre.Tenía muchas preguntas y su mente era un completo lío. Los minutos se volvieron eternos mientras esperaba que la subasta llegara a su final. Cuando escuchó el agradecimiento del presentador y los aplausos del público, Antonella reaccionó. Con cuidado de no llamar la atención, se escabulló entre los miembros de su familia y bajó del escenario.Se detuvo un instante y miró el lugar en busca de la salida más cercana. Un corredor llamó su atención y se dirigió hacia allí. No le importaba hacia donde la llevara, solo quería poner distancia entre ella y Leo. Se acercó a la primera puerta que vio y probó suerte, pero no tuvo éxito. Continuó avanzando por el corredor, probando cada manija hasta que u
Antonella se alejó de Leo tan rápido como sus piernas se lo permitieron y se mezcló con el resto de los invitados. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que su hermana venía directamente hacia ella, hasta que estuvieron a punto de chocar. Se detuvo abruptamente y dio un paso hacia atrás.—¿Dónde estabas? —le preguntó Sienna, mirando detrás de ella.—En el baño —mintió.Su hermana la miró con sospecha, pero no insistió. Ella se colocó a su lado y pasó su brazo por el de ella, luego la arrastró por todo el salón deteniéndose de vez en cuando para hablar con los invitados. O al menos Sienna lo hizo, Antonella estaba demasiado distraída recordando los sucesos recientes como para prestar atención a algo más.En algún momento se vieron abordados por un par de tipos y uno de ellos invitó a su hermana a invitar. Sienna le dio una mirada y solo se alejó cuando ella le dio una sonrisa para tranquilizarla.Antonella asintió automáticamente cuando el tipo con el que se qu
Antonella no pudo alejar la mirada de Leo mientras recorría la distancia que los separaba. A su lado, su hermana le estaba diciendo algo, pero por mucho que lo intentaba, le era difícil concentrarse.Leo no había dado un solo paso en su dirección; simplemente permanecía allí, como una imagen sacada de la portada de una revista. Tenía que admitir que su hermana tenía razón: él era realmente atractivo. Sus rasgos, ya de por sí definidos y fuertes, se destacaban aún más gracias al contraste con su piel cálida y profunda.Su mirada continuó bajando por su cuerpo, absorbiendo cada detalle. El traje que llevaba, claramente hecho a medida, se ajustaba perfectamente a su torso musculoso, delineando sus anchos hombros. Cada detalle, desde los puños impecablemente ajustados hasta los zapatos de cuero brillante, contribuía a resaltar su aura imponente.Sus mejillas comenzaron a calentarse cuando sus ojos se quedaron fijos a la altura de la entrepierna de Leo, recordando muy bien lo dotado que él
El día que Antonella conoció a Leo, se sintió tan cómoda con él que no tuvo reparos en hablarle sobre su vida. Habló hasta el cansancio, tanto que creyó que lo estaba aburriendo, pero Leo nunca dejó de mirarla con atención y hacía las preguntas correctas en los momentos oportunos, así que ella continuó. Antonella le contó sobre su familia, sus gustos, sus sueños. Sin embargo, esa noche, las cosas iban muy diferentes.En los últimos veinte minutos en el restaurante, Antonella se había dedicado a observar el lugar, refugiarse en el menú y concentrar toda su atención en el plato que había pedido, cualquier cosa para evitar la mirada de Leo. Él tampoco había intentado iniciar una conversación, pero a diferencia de ella, no había hecho más que observarla. Podía sentir su mirada fija en ella.Agarró su tenedor y pinchó una de las coles de Bruselas para llevársela a la boca. Tan pronto como la col tocó su lengua, hizo una mueca ante el desagradable sabor y casi la escupió. Odiaba las coles de
Antonella dejó aun lado las flores al escuchar la campanilla que anunciaba la entrada de alguien en la tienda. Dejó las tijeras que había estado utilizando para cortar los tallos de las flores sobre la pequeña mesa que estaba a un lado y se quitó los guantes, antes de dirigirse a la parte delantera de su florería.—Bienvenido, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó mientras cruzaba la puerta que separaba la tienda principal de la zona que usaba para preparar las flores. Dirigió su mirada más allá del mostrador y su sonrisa desapareció al ver a Leo.Habían pasado cinco días desde la última vez que lo vio, justo después de que él la dejara frente a su departamento. Esa noche había dejado que él se saliera con la suya y la llevara de regreso porque le pareció la única manera de distraerlo. No se había sentido cómoda admitiendo que, años atrás, cuando él le preguntó sobre su edad, Antonella le había mentido porque estaba demasiado cautivada por él y no quería que se alejara al descubrir que ape
Leo no se inmutó al escuchar el grito de Antonella. Podía adivinar, sin necesidad de verla, que no estaba nada contenta, pero lidiaría con eso después. Mantuvo su postura firme y su mirada fija en el idiota frente a él, que parecía creer ingenuamente que tenía una oportunidad con Antonella.Prefería no tener que llegar a los golpes, pero lo haría si el tal Lucian le daba una razón.—Yo... yo… —tartamudeó Lucian e intentó mirar más allá de él, en dirección a Antonella.—Ojos en mí —ordenó con la voz baja, pero mortal.Lucian obedeció de inmediato. —Buen, chico. Ahora responde mi pregunta. ¿Cuánto te gusta respirar?—Mucho, señor.—Eso pensé. Entonces, ¿qué harás?—Yo… debería irme —dijo Lucian—. Te llamaré después, Antonella.—O no lo harás.—No… no lo haré —se rectificó Lucian con las manos en alto.—Hombre inteligente —dijo mientras el tipo retrocedía, justo antes de darse la vuelta y salir apresurado.Un silencio cayó sobre la tienda mientras Antonella observaba a Lucian pasar fren