Leo se inclinó para darle un beso a su madre en la mejilla.
—Mamá —saludó.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?
—Bien.
Su madre soltó un suspiro y lo miró con la diversión en los ojos.
—Eres igual de comunicativo que tu padre. ¿Hay algo interesante que quieras contarme? ¿Conociste a alguien? Sabes que no me estoy haciendo más joven y me gustaría tener nietos antes de morir.
Leo se conocía el sermón de memoria, pero no se le ocurrió interrumpir a su madre.
—Deberías encontrar una buena mujer y casarte con ella —continuó su madre—. Es hora de que pienses en algo más que en el trabajo. Podría presentarte a las hijas de algunas de mis amigas.
Nunca le había dicho la verdad a su madre respecto a su trabajo, aunque él no era tan ingenuo como para no darse cuenta de que la mujer que le había dado la vida lo conocía bastante bien y tenía sus sospechas.
—No estoy interesado. —La única mujer que le interesaba era Antonella, pero no pensaba hablarle a su madre de ella… al menos no todavía. En cuanto lo hiciera, su madre saldría a buscarla como si no hubiera nada de extraño en ello.
Su madre sacudió la cabeza.
—Eres un caso perdido.
Leo dejó a su madre atrás y se dirigió hacia su padre. Él estaba unos metros más allá, trabajando en el jardín. Sus padres tenían el dinero para contratar un jardinero, pero a su padre le gustaba encargarse él mismo de sus flores. Algo sobre mantenerse ocupado y que nadie tenía era tan detallista y cuidadoso como él.
—Deberías presentarle a alguien, así te dejará tranquilo por un tiempo —comentó su padre sin dejar de hacer lo que estaba haciendo, en cuanto Leo se acercó lo suficiente para escucharlo.
Era imposible tomar a su padre por sorpresa. Aún intentaba tomarlo desprevenido, pero él siempre lo escuchaba acercarse, sin importar cuán silencioso fuera.
Nunca habían hablado mucho de lo que su padre había hecho en sus años en el ejército americano, pero Leo podía hacerse una idea. Había visto las cicatrices que marcaban su cuerpo y la dureza en sus ojos que solo se desarrollaba después de haber presenciado las peores atrocidades.
—No creo que eso funcione. En cuanto le presente a alguien, comenzará a hablar sobre planes de boda e hijos.
Su padre se puso de pie y se giró hacia él con una leve sonrisa en el rostro. Él era apenas unos centímetros más bajo que Leo y, pese a su edad, conservaba un buen físico.
—Tienes razón —dijo, limpiándose el sudor con el antebrazo—. Supongo que podrías darle lo que quiere.
—¿Estás hablando en serio?
Su padre se encogió de hombros y empezó a alejarse. Leo desvió la mirada hacia el jardín y observó con fascinación el trabajo que su padre había hecho. Pensó que a Antonella le habría gustado mucho aquel lugar, era fácil darse cuenta lo mucho que amaba las flores. Había pasado algunos días desde que la había visto por última vez y aún no había reunido el valor suficiente para acercarse a ella.
Se unió a sus padres en la mesa resguardada bajo la sombra de una sombrilla. Se sirvió un vaso de limonada y lo llevó a sus labios. Por encima del borde del vaso, observó a sus padres interactuar. Ambos parecían estar atrapados en su propia burbuja que los mantenía aislados del resto del mundo. Su padre era un hombre serio y estricto, pero se mostraba muy diferente cuando se trataba de su esposa.
—Señora, esto acaba de llegar para usted —informó Berenice, la empleada de la casa, acercándose a ellos con una tarjeta dorada en la mano.
—Muchas gracias, Berenice —dijo su madre, recibiendo la tarjeta.
La mujer asintió y se marchó.
Su madre abrió la tarjeta y lo leyó mientras Leo y su padre la observaban en silencio.
—Es una lástima —dijo su madre dejando la tarjeta en la mesa.
—¿Qué sucede?
—Es una invitación para asistir a una gala benéfica, pero no podremos asistir porque será cuando tu padre y yo estemos en nuestro viaje.
—Bueno, seguro podrás asistir a otro evento en cuanto regresen —dijo con practicidad. Su madre recibía constantemente invitaciones de ese tipo. Al ser parte de una familia importante, siempre la tenían en cuenta para esa clase de eventos, aunque su madre no siempre estaba interesada en asistir.
—Lo sé, pero me habría gustado asistir a este en particular. ¿Hay alguna posibilidad de que vayas en mi lugar?
—Sabes que no me gustan esa clase de eventos.
—Solo tendrías que presentarte en mi nombre y quedarte una hora o como mucho dos. Lia Morelli, la anfitriona, es una conocida a quién aprecio mucho. Ella hace una gran labor, una real. A diferencia de muchas otras personas que solo buscan una excusa para organizar una fiesta y de paso quedar bien con las personas.
Leo había dejado de escuchar en cuanto su madre mencionó el nombre de la anfitriona. Tenía buena memoria, nunca olvidaba un nombre una vez que lo leía o escuchaba, y estaba seguro que había visto ese nombre en el expediente que tenía de Antonella.
—Iré —dijo, manteniendo el rostro inexpresivo.
Su madre dejó de hablar y lo miró, sorprendida.
—¿Acabas de aceptar?
—Eso hice.
—¡Oh! —su madre casi rebotaba de la emoción en su asiento—. ¿Escuchaste querido? Él aceptó ir a una fiesta.
Sus ojos se encontraron con los de su padre, que lo miraban con curiosidad. Era más difícil ocultarle algo a su padre. Era como si él pudiera leerle la mente. Esperó que el hiciera algún comentario que lo delatara frente a su madre, pero él se limitó a asentir con la cabeza.
—Quizás conozcas a alguien.
***
Antonella se observó en el espejo e hizo una mueca de desagrado.
—A mí tampoco me gusta —dijo su gemela a sus espaldas—. Es algo que una monja usaría.
Soltó una carcajada y se dio la vuelta para ver a su hermana.
—Las monjas usan hábitos, no vestidos demasiado caros.
—Bueno, el color de ese vestido es demasiado tétrico y el diseño, tan aburrido, que casi podría pasar por un hábito. Se supone que debes ir vestida para robar suspiros, no para que las personas se pongan a rezar al verte. No se me ocurre un buen motivo por el cual lo escogiste.
Sonrió ante las ocurrencias de Sienna.
—Se veía bien en el mostrador.
—No, no lo hacía. ¿Qué te parece si te pruebas el otro? El naranja. Ese hará que los hombres se pongan de rodillas y por las razones correctas. —Sienna subió las cejas de arriba hacia abajo y Antonella se sonrojó al entender las implicaciones de sus palabras.
Era curioso lo diferentes que podían llegar a ser.
Antonella se apresuró a tomar el vestido y volvió a encerrarse en el probador. Salió unos minutos después con pasos vacilantes y se miró frente al espejo. El vestido se ataba en el cuello y tenía un escote en uve que caía casi hasta la mitad de su vientre. La parte de atrás dejaba su espalda por completo descubierto.
—Es perfecto —comentó su hermana.
Antonella tuvo que estar de acuerdo con su hermana, aunque no era algo que habría elegido a primera vista, le encantaba. El único problema era que no se veía llevándolo en público. Era demasiado atrevido.
—No —dijo Sienna.
—¿Qué cosa?
—Conozco esa cara y sé que estás a punto de poner alguna excusa para no comprarlo. Es hermoso y te queda muy bien. No voy a dejar que te eches para atrás.
Antonella regresó su mirada al espejo y le gustó lo que vio.
—Lo llevaré.
—Así se habla.
—¿Lista para irnos? —preguntó Antonella.—No. ¿Cómo dejé que me convencieras de hacer esto?—La verdad no fue nada difícil, te quebraste cuando apenas comenzaba con el largo discurso que tenía preparado.—Ja, ja. Muy graciosa.—Estás hermosa y está noche será un éxito. No lo pienses demasiado.—Espero estés en lo cierto. No me gustaría subir al escenario y quedar en ridículo.—No deberías preocuparte por eso.Sienna la tomó del brazo y la llevó fuera del departamento. En la puerta principal del edificio en el que vivían, ya las estaba esperando el auto que las llevaría hasta la fiesta y luego las llevaría de regreso.Durante el viaje, su hermana habló sin parar mientras ella se limitaba a escucharla, asintiendo cada vez que creía que era necesario.El lugar en el que se iba a llevar a cabo el evento ya estaba lleno cuando las dos entraron. Debía haber al menos un par de cientos de personas, cada una más elegante que la otra. Pese a haber crecido en un ambiente rodeado de lujos, no est
Antonella apenas recordaba haber regresado a su lugar junto a los demás. El resto de la subasta se la pasó sumida en sus pensamientos, evitando a cualquier costa mirar en dirección al hombre que acababa de ofertar una buena suma de dinero tan solo para llevarla a cenar… y no era cualquier hombre.Tenía muchas preguntas y su mente era un completo lío. Los minutos se volvieron eternos mientras esperaba que la subasta llegara a su final. Cuando escuchó el agradecimiento del presentador y los aplausos del público, Antonella reaccionó. Con cuidado de no llamar la atención, se escabulló entre los miembros de su familia y bajó del escenario.Se detuvo un instante y miró el lugar en busca de la salida más cercana. Un corredor llamó su atención y se dirigió hacia allí. No le importaba hacia donde la llevara, solo quería poner distancia entre ella y Leo. Se acercó a la primera puerta que vio y probó suerte, pero no tuvo éxito. Continuó avanzando por el corredor, probando cada manija hasta que u
Antonella se alejó de Leo tan rápido como sus piernas se lo permitieron y se mezcló con el resto de los invitados. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que su hermana venía directamente hacia ella, hasta que estuvieron a punto de chocar. Se detuvo abruptamente y dio un paso hacia atrás.—¿Dónde estabas? —le preguntó Sienna, mirando detrás de ella.—En el baño —mintió.Su hermana la miró con sospecha, pero no insistió. Ella se colocó a su lado y pasó su brazo por el de ella, luego la arrastró por todo el salón deteniéndose de vez en cuando para hablar con los invitados. O al menos Sienna lo hizo, Antonella estaba demasiado distraída recordando los sucesos recientes como para prestar atención a algo más.En algún momento se vieron abordados por un par de tipos y uno de ellos invitó a su hermana a invitar. Sienna le dio una mirada y solo se alejó cuando ella le dio una sonrisa para tranquilizarla.Antonella asintió automáticamente cuando el tipo con el que se qu
Antonella no pudo alejar la mirada de Leo mientras recorría la distancia que los separaba. A su lado, su hermana le estaba diciendo algo, pero por mucho que lo intentaba, le era difícil concentrarse.Leo no había dado un solo paso en su dirección; simplemente permanecía allí, como una imagen sacada de la portada de una revista. Tenía que admitir que su hermana tenía razón: él era realmente atractivo. Sus rasgos, ya de por sí definidos y fuertes, se destacaban aún más gracias al contraste con su piel cálida y profunda.Su mirada continuó bajando por su cuerpo, absorbiendo cada detalle. El traje que llevaba, claramente hecho a medida, se ajustaba perfectamente a su torso musculoso, delineando sus anchos hombros. Cada detalle, desde los puños impecablemente ajustados hasta los zapatos de cuero brillante, contribuía a resaltar su aura imponente.Sus mejillas comenzaron a calentarse cuando sus ojos se quedaron fijos a la altura de la entrepierna de Leo, recordando muy bien lo dotado que él
El día que Antonella conoció a Leo, se sintió tan cómoda con él que no tuvo reparos en hablarle sobre su vida. Habló hasta el cansancio, tanto que creyó que lo estaba aburriendo, pero Leo nunca dejó de mirarla con atención y hacía las preguntas correctas en los momentos oportunos, así que ella continuó. Antonella le contó sobre su familia, sus gustos, sus sueños. Sin embargo, esa noche, las cosas iban muy diferentes.En los últimos veinte minutos en el restaurante, Antonella se había dedicado a observar el lugar, refugiarse en el menú y concentrar toda su atención en el plato que había pedido, cualquier cosa para evitar la mirada de Leo. Él tampoco había intentado iniciar una conversación, pero a diferencia de ella, no había hecho más que observarla. Podía sentir su mirada fija en ella.Agarró su tenedor y pinchó una de las coles de Bruselas para llevársela a la boca. Tan pronto como la col tocó su lengua, hizo una mueca ante el desagradable sabor y casi la escupió. Odiaba las coles de
Antonella dejó aun lado las flores al escuchar la campanilla que anunciaba la entrada de alguien en la tienda. Dejó las tijeras que había estado utilizando para cortar los tallos de las flores sobre la pequeña mesa que estaba a un lado y se quitó los guantes, antes de dirigirse a la parte delantera de su florería.—Bienvenido, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó mientras cruzaba la puerta que separaba la tienda principal de la zona que usaba para preparar las flores. Dirigió su mirada más allá del mostrador y su sonrisa desapareció al ver a Leo.Habían pasado cinco días desde la última vez que lo vio, justo después de que él la dejara frente a su departamento. Esa noche había dejado que él se saliera con la suya y la llevara de regreso porque le pareció la única manera de distraerlo. No se había sentido cómoda admitiendo que, años atrás, cuando él le preguntó sobre su edad, Antonella le había mentido porque estaba demasiado cautivada por él y no quería que se alejara al descubrir que ape
Leo no se inmutó al escuchar el grito de Antonella. Podía adivinar, sin necesidad de verla, que no estaba nada contenta, pero lidiaría con eso después. Mantuvo su postura firme y su mirada fija en el idiota frente a él, que parecía creer ingenuamente que tenía una oportunidad con Antonella.Prefería no tener que llegar a los golpes, pero lo haría si el tal Lucian le daba una razón.—Yo... yo… —tartamudeó Lucian e intentó mirar más allá de él, en dirección a Antonella.—Ojos en mí —ordenó con la voz baja, pero mortal.Lucian obedeció de inmediato. —Buen, chico. Ahora responde mi pregunta. ¿Cuánto te gusta respirar?—Mucho, señor.—Eso pensé. Entonces, ¿qué harás?—Yo… debería irme —dijo Lucian—. Te llamaré después, Antonella.—O no lo harás.—No… no lo haré —se rectificó Lucian con las manos en alto.—Hombre inteligente —dijo mientras el tipo retrocedía, justo antes de darse la vuelta y salir apresurado.Un silencio cayó sobre la tienda mientras Antonella observaba a Lucian pasar fren
El resto del viaje transcurrió en silencio De vez en cuando, Leo lanzaba miradas furtivas a Antonella por el rabillo del ojo. La había extrañado durante los días que había estado lejos, deseando contactarla en numerosas ocasiones. Sin embargo, casi nunca podía contactar a nadie durante el tiempo que duraba sus misiones.— El no merecía tu tiempo —dijo, asumiendo que ella aun estaba molesta por el asunto con Lucian.—¿De quién hablas? —preguntó ella, girando la cabeza para mirarlo.—El tipo que estuvo en tu tienda antes.—¿Y crees que tú si mereces mi tiempo? —replicó ella con ironía—. No quiero hablar de eso. —Antonella volvió a mirar más allá de las ventanas del coche—. ¿Vives por aquí? No parece haber ninguna casa cerca.—Mi casa está a un par de kilómetros de aquí.—¿En medio de la nada? No sé si has visto alguna película de suspenso, pero es así como comienzan. Una mujer ingenua, un hombre atractivo y misterioso, una casa lejos de cualquier atisbo de civilización. —Antonella sacudi