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Capítulo 4: La noche de la subasta

—¿Lista para irnos? —preguntó Antonella.

—No. ¿Cómo dejé que me convencieras de hacer esto?

—La verdad no fue nada difícil, te quebraste cuando apenas comenzaba con el largo discurso que tenía preparado.

—Ja, ja. Muy graciosa.

—Estás hermosa y está noche será un éxito. No lo pienses demasiado.

—Espero estés en lo cierto. No me gustaría subir al escenario y quedar en ridículo.

—No deberías preocuparte por eso.

Sienna la tomó del brazo y la llevó fuera del departamento. En la puerta principal del edificio en el que vivían, ya las estaba esperando el auto que las llevaría hasta la fiesta y luego las llevaría de regreso.

Durante el viaje, su hermana habló sin parar mientras ella se limitaba a escucharla, asintiendo cada vez que creía que era necesario.

El lugar en el que se iba a llevar a cabo el evento ya estaba lleno cuando las dos entraron. Debía haber al menos un par de cientos de personas, cada una más elegante que la otra. Pese a haber crecido en un ambiente rodeado de lujos, no estaba acostumbrada a ellos. Quizás porque su madre, siempre se había asegurado que ella y sus hermanos mantuvieran los pies sobre la tierra.

Algunas personas los detuvieron en el camino hacia el escenario, y varios de los hombres dejaron claras sus intenciones de ofertar por ellas.

—¡Mis lindas princesas! —vociferó su padre al verlas y abrió los brazos. Él las envolvió en un fuerte abrazo a ambas a la misma vez—. Se ven magníficas esta noche.

—Estoy segura que a nadie le pasó desapercibido tu obvia declaración de guerra si alguien intenta sobrepasarse con tus hijas —comentó su madre—, así que ya puedes dejarlas respirar un poco.

—¿Estás segura? —preguntó su padre.

—Muy segura, al menos la mitad de los invitados está mirando para aquí.

—No es suficiente, pero supongo tendré que conformarme con eso. —Su padre se hizo para atrás, no sin antes darles un beso en la frente a las dos—. Y confiaré en que se corra la voz. 

—Eso fue muy infantil —se quejó Sienna—. ¿Alguna vez te harás a la idea de que ya no somos niñas?

—No.

Antonella sonrió, divertida. Amaba a su padre, con sus locuras incluidas.

 —¿Están listas para esta noche? —preguntó su madre.

—Ni un poco —respondió su padre—. ¿Cómo es que las dejé hacer esto?

—Porque era aceptarlo o que ellas lo hicieran sin tu consentimiento. —Su madre sacudió la cabeza—. Y, solo para que quede claro, la pregunta no iba para ti.

—Eres demasiado dura conmigo. —Su padre envolvió un brazo en torno a la cintura de su esposa y la acercó a su cuerpo, luego la sujetó del mentón con la otra mano y le dio un beso en los labios—. Espero me lo compenses más tarde.

—¡Ugh! ¡Basta! —se quejó Sienna—. Hay público sensible presente. No nos interesa escuchar sobre vuestra vida amorosa. —Su gemela la tomó de la mano—. Salgamos de aquí antes de que nos sigan traumando. Como si no fuera suficiente todo lo que hemos soportado mientras crecíamos.

Su padre soltó una carcajada.

—Suerte —dijo su madre justo cuando Antonella y su hermana empezaban a alejarse.

—Son peor que unos adolescentes lujuriosos.

Antonella rio y su gemela la miró con una sonrisa adornando su rostro.

—Son bastante tiernos, si me preguntas —comentó.  

—Lo sé, pero no dejes que ellos se enteren que lo dije.

Sus hermanos y sus primos, así como el resto de participantes, ya estaban n el escenario cuando Antonella y Sienna llegaron al escenario.

Antonella saludó a su familia y compartió una mirada confidente con su hermano mayor, Giovanni o Gio como lo llamaban los miembros de su familia. Había escuchado que él también había aceptado participar en la subasta, pero no fue hasta que lo vio con sus propios ojos que lo creyó. Él no parecía nada emocionado y no le sorprendía. Gio odiaba tanto como ella participar en eventos públicos.

—¿Así que dejaste que mamá te embaucara en esto?

—Eso parece.

Los dos compartieron una breve sonrisa.

—¿Y cómo fue que tu dejaste arrastrar a esto? Estoy convencido que tenías más probabilidades que yo de librarte de participar.

Soltó un suspiro.

—Deje que Sienna me convenciera —respondió, mirando a su hermana que hablaba entusiasmada con sus primas, Carmine y Lionetta.

—¿Por qué no me sorprende?

Los dos se quedaron en silencio y pronto el evento dio comienzo. Pese a sus dudas iniciales Antonella comenzó a divertirse… hasta que llegó su momento. Se puso tensa al escuchar su nombre de boca del presentador, pero se las arregló para dirigirse al frente, demostrando seguridad en cada paso.

Desde una de las mesas, Leo observó a Antonella con detenimiento. Se veía hermosa y demasiado seductora para su propio bien. Podía ver a muchos de los imbéciles que estaban en el lugar mirarla con deseo. Pronto cada uno de ellos descubriría que no tenía ninguna posibilidad de llevarla a cenar, no cuando él estaba decidido a impedirlo.  

No podía haberle importado menos cuando escuchó hablar a los invitados sobre la subasta que se desarrollaría esa noche, pero todo cambió cuando descubrió que una de las personas a la que estaban subastando era Antonella.

Antonella esbozó una sonrisa mientras el presentador la describía y Leo tuvo que apretar su vaso con fuerza para controlarse. Nadie más debería tener el privilegio de verla. Luchó contra las ganas irrefrenables de subir al escenario y cargarla sobre el hombro. Proclamar que era suya y llevársela lejos. Solo que había dos problemas con ese plan. El primero era que la familia de Antonella estaba en el lugar y podía no estar de acuerdo con sus acciones y, aunque podría enfrentarse a la mayoría, no parecía la mejor manera de conocerlos.  El segundo problema era que Antonella no era suya, no todavía.

—¡Cinco mil! —dijo un hombre entre los invitados, sacándolo de sus cavilaciones.

Leo giró la cabeza y miró al imbécil que había ofertado. Sus pensamientos asesinos apenas habían empezado a cobrar vida cuando otro y luego otro tipo ofertaron. La subasta continuó mientras cada vez quedaban menos.

Dejó su mente en blanco y respiro profundo, justo como haría antes de empezar una misión. Centró su atención en la única persona que importaba y actuó.

—¡Cincuenta mil! —ofreció, poniéndose de pie.

Sintió que todos en el salón lo miraban fijamente, pero no dejó de ver a su pequeña castaña. Los ojos de Antonella brillaron con sorpresa en cuanto lo ubicó en la multitud, y Leo esbozó una sonrisa.

—Hola, preciosa —susurró.

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