—¿Lista para irnos? —preguntó Antonella.
—No. ¿Cómo dejé que me convencieras de hacer esto?
—La verdad no fue nada difícil, te quebraste cuando apenas comenzaba con el largo discurso que tenía preparado.
—Ja, ja. Muy graciosa.
—Estás hermosa y está noche será un éxito. No lo pienses demasiado.
—Espero estés en lo cierto. No me gustaría subir al escenario y quedar en ridículo.
—No deberías preocuparte por eso.
Sienna la tomó del brazo y la llevó fuera del departamento. En la puerta principal del edificio en el que vivían, ya las estaba esperando el auto que las llevaría hasta la fiesta y luego las llevaría de regreso.
Durante el viaje, su hermana habló sin parar mientras ella se limitaba a escucharla, asintiendo cada vez que creía que era necesario.
El lugar en el que se iba a llevar a cabo el evento ya estaba lleno cuando las dos entraron. Debía haber al menos un par de cientos de personas, cada una más elegante que la otra. Pese a haber crecido en un ambiente rodeado de lujos, no estaba acostumbrada a ellos. Quizás porque su madre, siempre se había asegurado que ella y sus hermanos mantuvieran los pies sobre la tierra.
Algunas personas los detuvieron en el camino hacia el escenario, y varios de los hombres dejaron claras sus intenciones de ofertar por ellas.
—¡Mis lindas princesas! —vociferó su padre al verlas y abrió los brazos. Él las envolvió en un fuerte abrazo a ambas a la misma vez—. Se ven magníficas esta noche.
—Estoy segura que a nadie le pasó desapercibido tu obvia declaración de guerra si alguien intenta sobrepasarse con tus hijas —comentó su madre—, así que ya puedes dejarlas respirar un poco.
—¿Estás segura? —preguntó su padre.
—Muy segura, al menos la mitad de los invitados está mirando para aquí.
—No es suficiente, pero supongo tendré que conformarme con eso. —Su padre se hizo para atrás, no sin antes darles un beso en la frente a las dos—. Y confiaré en que se corra la voz.
—Eso fue muy infantil —se quejó Sienna—. ¿Alguna vez te harás a la idea de que ya no somos niñas?
—No.
Antonella sonrió, divertida. Amaba a su padre, con sus locuras incluidas.
—¿Están listas para esta noche? —preguntó su madre.
—Ni un poco —respondió su padre—. ¿Cómo es que las dejé hacer esto?
—Porque era aceptarlo o que ellas lo hicieran sin tu consentimiento. —Su madre sacudió la cabeza—. Y, solo para que quede claro, la pregunta no iba para ti.
—Eres demasiado dura conmigo. —Su padre envolvió un brazo en torno a la cintura de su esposa y la acercó a su cuerpo, luego la sujetó del mentón con la otra mano y le dio un beso en los labios—. Espero me lo compenses más tarde.
—¡Ugh! ¡Basta! —se quejó Sienna—. Hay público sensible presente. No nos interesa escuchar sobre vuestra vida amorosa. —Su gemela la tomó de la mano—. Salgamos de aquí antes de que nos sigan traumando. Como si no fuera suficiente todo lo que hemos soportado mientras crecíamos.
Su padre soltó una carcajada.
—Suerte —dijo su madre justo cuando Antonella y su hermana empezaban a alejarse.
—Son peor que unos adolescentes lujuriosos.
Antonella rio y su gemela la miró con una sonrisa adornando su rostro.
—Son bastante tiernos, si me preguntas —comentó.
—Lo sé, pero no dejes que ellos se enteren que lo dije.
Sus hermanos y sus primos, así como el resto de participantes, ya estaban n el escenario cuando Antonella y Sienna llegaron al escenario.
Antonella saludó a su familia y compartió una mirada confidente con su hermano mayor, Giovanni o Gio como lo llamaban los miembros de su familia. Había escuchado que él también había aceptado participar en la subasta, pero no fue hasta que lo vio con sus propios ojos que lo creyó. Él no parecía nada emocionado y no le sorprendía. Gio odiaba tanto como ella participar en eventos públicos.
—¿Así que dejaste que mamá te embaucara en esto?
—Eso parece.
Los dos compartieron una breve sonrisa.
—¿Y cómo fue que tu dejaste arrastrar a esto? Estoy convencido que tenías más probabilidades que yo de librarte de participar.
Soltó un suspiro.
—Deje que Sienna me convenciera —respondió, mirando a su hermana que hablaba entusiasmada con sus primas, Carmine y Lionetta.
—¿Por qué no me sorprende?
Los dos se quedaron en silencio y pronto el evento dio comienzo. Pese a sus dudas iniciales Antonella comenzó a divertirse… hasta que llegó su momento. Se puso tensa al escuchar su nombre de boca del presentador, pero se las arregló para dirigirse al frente, demostrando seguridad en cada paso.
Desde una de las mesas, Leo observó a Antonella con detenimiento. Se veía hermosa y demasiado seductora para su propio bien. Podía ver a muchos de los imbéciles que estaban en el lugar mirarla con deseo. Pronto cada uno de ellos descubriría que no tenía ninguna posibilidad de llevarla a cenar, no cuando él estaba decidido a impedirlo.
No podía haberle importado menos cuando escuchó hablar a los invitados sobre la subasta que se desarrollaría esa noche, pero todo cambió cuando descubrió que una de las personas a la que estaban subastando era Antonella.
Antonella esbozó una sonrisa mientras el presentador la describía y Leo tuvo que apretar su vaso con fuerza para controlarse. Nadie más debería tener el privilegio de verla. Luchó contra las ganas irrefrenables de subir al escenario y cargarla sobre el hombro. Proclamar que era suya y llevársela lejos. Solo que había dos problemas con ese plan. El primero era que la familia de Antonella estaba en el lugar y podía no estar de acuerdo con sus acciones y, aunque podría enfrentarse a la mayoría, no parecía la mejor manera de conocerlos. El segundo problema era que Antonella no era suya, no todavía.
—¡Cinco mil! —dijo un hombre entre los invitados, sacándolo de sus cavilaciones.
Leo giró la cabeza y miró al imbécil que había ofertado. Sus pensamientos asesinos apenas habían empezado a cobrar vida cuando otro y luego otro tipo ofertaron. La subasta continuó mientras cada vez quedaban menos.
Dejó su mente en blanco y respiro profundo, justo como haría antes de empezar una misión. Centró su atención en la única persona que importaba y actuó.
—¡Cincuenta mil! —ofreció, poniéndose de pie.
Sintió que todos en el salón lo miraban fijamente, pero no dejó de ver a su pequeña castaña. Los ojos de Antonella brillaron con sorpresa en cuanto lo ubicó en la multitud, y Leo esbozó una sonrisa.
—Hola, preciosa —susurró.
Antonella apenas recordaba haber regresado a su lugar junto a los demás. El resto de la subasta se la pasó sumida en sus pensamientos, evitando a cualquier costa mirar en dirección al hombre que acababa de ofertar una buena suma de dinero tan solo para llevarla a cenar… y no era cualquier hombre.Tenía muchas preguntas y su mente era un completo lío. Los minutos se volvieron eternos mientras esperaba que la subasta llegara a su final. Cuando escuchó el agradecimiento del presentador y los aplausos del público, Antonella reaccionó. Con cuidado de no llamar la atención, se escabulló entre los miembros de su familia y bajó del escenario.Se detuvo un instante y miró el lugar en busca de la salida más cercana. Un corredor llamó su atención y se dirigió hacia allí. No le importaba hacia donde la llevara, solo quería poner distancia entre ella y Leo. Se acercó a la primera puerta que vio y probó suerte, pero no tuvo éxito. Continuó avanzando por el corredor, probando cada manija hasta que u
Antonella se alejó de Leo tan rápido como sus piernas se lo permitieron y se mezcló con el resto de los invitados. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que su hermana venía directamente hacia ella, hasta que estuvieron a punto de chocar. Se detuvo abruptamente y dio un paso hacia atrás.—¿Dónde estabas? —le preguntó Sienna, mirando detrás de ella.—En el baño —mintió.Su hermana la miró con sospecha, pero no insistió. Ella se colocó a su lado y pasó su brazo por el de ella, luego la arrastró por todo el salón deteniéndose de vez en cuando para hablar con los invitados. O al menos Sienna lo hizo, Antonella estaba demasiado distraída recordando los sucesos recientes como para prestar atención a algo más.En algún momento se vieron abordados por un par de tipos y uno de ellos invitó a su hermana a invitar. Sienna le dio una mirada y solo se alejó cuando ella le dio una sonrisa para tranquilizarla.Antonella asintió automáticamente cuando el tipo con el que se qu
Antonella no pudo alejar la mirada de Leo mientras recorría la distancia que los separaba. A su lado, su hermana le estaba diciendo algo, pero por mucho que lo intentaba, le era difícil concentrarse.Leo no había dado un solo paso en su dirección; simplemente permanecía allí, como una imagen sacada de la portada de una revista. Tenía que admitir que su hermana tenía razón: él era realmente atractivo. Sus rasgos, ya de por sí definidos y fuertes, se destacaban aún más gracias al contraste con su piel cálida y profunda.Su mirada continuó bajando por su cuerpo, absorbiendo cada detalle. El traje que llevaba, claramente hecho a medida, se ajustaba perfectamente a su torso musculoso, delineando sus anchos hombros. Cada detalle, desde los puños impecablemente ajustados hasta los zapatos de cuero brillante, contribuía a resaltar su aura imponente.Sus mejillas comenzaron a calentarse cuando sus ojos se quedaron fijos a la altura de la entrepierna de Leo, recordando muy bien lo dotado que él
El día que Antonella conoció a Leo, se sintió tan cómoda con él que no tuvo reparos en hablarle sobre su vida. Habló hasta el cansancio, tanto que creyó que lo estaba aburriendo, pero Leo nunca dejó de mirarla con atención y hacía las preguntas correctas en los momentos oportunos, así que ella continuó. Antonella le contó sobre su familia, sus gustos, sus sueños. Sin embargo, esa noche, las cosas iban muy diferentes.En los últimos veinte minutos en el restaurante, Antonella se había dedicado a observar el lugar, refugiarse en el menú y concentrar toda su atención en el plato que había pedido, cualquier cosa para evitar la mirada de Leo. Él tampoco había intentado iniciar una conversación, pero a diferencia de ella, no había hecho más que observarla. Podía sentir su mirada fija en ella.Agarró su tenedor y pinchó una de las coles de Bruselas para llevársela a la boca. Tan pronto como la col tocó su lengua, hizo una mueca ante el desagradable sabor y casi la escupió. Odiaba las coles de
Antonella dejó aun lado las flores al escuchar la campanilla que anunciaba la entrada de alguien en la tienda. Dejó las tijeras que había estado utilizando para cortar los tallos de las flores sobre la pequeña mesa que estaba a un lado y se quitó los guantes, antes de dirigirse a la parte delantera de su florería.—Bienvenido, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó mientras cruzaba la puerta que separaba la tienda principal de la zona que usaba para preparar las flores. Dirigió su mirada más allá del mostrador y su sonrisa desapareció al ver a Leo.Habían pasado cinco días desde la última vez que lo vio, justo después de que él la dejara frente a su departamento. Esa noche había dejado que él se saliera con la suya y la llevara de regreso porque le pareció la única manera de distraerlo. No se había sentido cómoda admitiendo que, años atrás, cuando él le preguntó sobre su edad, Antonella le había mentido porque estaba demasiado cautivada por él y no quería que se alejara al descubrir que ape
Leo no se inmutó al escuchar el grito de Antonella. Podía adivinar, sin necesidad de verla, que no estaba nada contenta, pero lidiaría con eso después. Mantuvo su postura firme y su mirada fija en el idiota frente a él, que parecía creer ingenuamente que tenía una oportunidad con Antonella.Prefería no tener que llegar a los golpes, pero lo haría si el tal Lucian le daba una razón.—Yo... yo… —tartamudeó Lucian e intentó mirar más allá de él, en dirección a Antonella.—Ojos en mí —ordenó con la voz baja, pero mortal.Lucian obedeció de inmediato. —Buen, chico. Ahora responde mi pregunta. ¿Cuánto te gusta respirar?—Mucho, señor.—Eso pensé. Entonces, ¿qué harás?—Yo… debería irme —dijo Lucian—. Te llamaré después, Antonella.—O no lo harás.—No… no lo haré —se rectificó Lucian con las manos en alto.—Hombre inteligente —dijo mientras el tipo retrocedía, justo antes de darse la vuelta y salir apresurado.Un silencio cayó sobre la tienda mientras Antonella observaba a Lucian pasar fren
El resto del viaje transcurrió en silencio De vez en cuando, Leo lanzaba miradas furtivas a Antonella por el rabillo del ojo. La había extrañado durante los días que había estado lejos, deseando contactarla en numerosas ocasiones. Sin embargo, casi nunca podía contactar a nadie durante el tiempo que duraba sus misiones.— El no merecía tu tiempo —dijo, asumiendo que ella aun estaba molesta por el asunto con Lucian.—¿De quién hablas? —preguntó ella, girando la cabeza para mirarlo.—El tipo que estuvo en tu tienda antes.—¿Y crees que tú si mereces mi tiempo? —replicó ella con ironía—. No quiero hablar de eso. —Antonella volvió a mirar más allá de las ventanas del coche—. ¿Vives por aquí? No parece haber ninguna casa cerca.—Mi casa está a un par de kilómetros de aquí.—¿En medio de la nada? No sé si has visto alguna película de suspenso, pero es así como comienzan. Una mujer ingenua, un hombre atractivo y misterioso, una casa lejos de cualquier atisbo de civilización. —Antonella sacudi
—¿Tu preparaste esto? —preguntó Antonella mirando la comida sobre la mesa. —Así es.—¿Y es seguro comerlo? Porque el hospital más cercano debe estar al menos a una hora de distancia y no es mi intención morir tan joven.Leo soltó una carcajada.—Prometo que nada te pasara —dijo separando la silla para ella antes de irse a sentarse en su lugar.—No creí que fueras del tipo que cocina.—¿Y de qué tipo pensaste que era? —Leo preguntó y Antonella no pudo evitar dar un vistazo a sus músculos trabajados.—No estoy segura, pero no de los que cocinan.—Bueno, solo para tu información, aprendí muy joven. A mi mamá le encantaba cocinar y solía pasar las tardes haciendo mi tarea junto a ella, lo que despertó mi interés. No me tomó demasiado tiempo aprender y descubrí que me ayudaba a mantener mi mente despejada, lo cual no era tan fácil. —Leo parecía perdido en sus recuerdos mientras hablaba—. Adelante, prueba un poco y dame tu opinión —dijo él, alentándola con una sonrisa.Antonella tomó su c