Mi pequeña fugitiva
Mi pequeña fugitiva
Por: Joana Guzman
Prólogo

Una suave brisa se filtraba por las por las cortinas entreabiertas mientras la luz del día empezaba a iluminar la habitación. Leo se despertó lentamente, recordando los sucesos de la noche anterior y una leve sonrisa adornó su rostro. La sensación de lo vivido aún vibraba en su piel y el deseó no tardó en consumirlo.

Se dio la vuelta y la sonrisa abandonó su rostro, su emoción remplazada por la decepción. El lado junto al suyo estaba vacío y el único recuerdo que quedaba de Antonella era las sábanas arrugadas. Estiró la mano y tocó la superficie. Estaba fría, así que ella debía de haberse marchado hace un buen rato.

No podía creer que no se hubiera dado cuenta cuando Antonella se marchó considerando que siempre se despertaba al mínimo ruido. Sus años de experiencia lo habían vuelto cauteloso y estaba acostumbrado a estar listo para cualquier eventualidad. Un vistazo al reloj sobre el velador le reveló que no solo se había quedado completamente dormido, sino que también había dormido hasta tarde.

Se incorporó y las sábanas dejaron al descubierto una leve mancha de sangre.

—Nunca he hecho esto. —La voz de Antonella resonó en su cabeza y fue transportado a la noche anterior.

—Tampoco acostumbro irme a la cama con mujeres al azar. —Leo se inclinó y cubrió los labios de Antonella con los suyos. Eran suaves y fácilmente podrían volverse adicto a ellos.

—No me refiero a eso —dijo ella, con la respiración entrecortada—. Yo… yo nunca he estado con ningún hombre.

Leo se detuvo y la miró directo a los ojos. Había notado su inocencia en cuanto la conoció, pero escucharlo de sus labios activó un sentido primitivo en él.

—¿Estás segura de que quieres continuar? —se obligó a preguntar, deteniendo su exploración.

Antonella tardó unos segundos antes de asentir.

Leo tenía grabado a fuego en su memoria lo que había sucedido después. La imagen de Antonella tendida debajo de él, los gemidos de placer y la arrolladora explosión que sintió cuando llegó a la cima del éxtasis. 

La noche anterior había sido increíble, más de lo que había esperado. Una parte de él le insistió que saliera a buscarla, pero la más racional le recordó que no tenía nada más que ofrecer. Una noche, eso era lo único que se había prometido cuando se acercó a ella. Su trabajo, no le permitiría más. Para comenzar, ya había roto una de sus propias reglas al acercarse a Antonella cuando estaba allí por una misión. Continuar rompiendo las reglas solo podía ocasionar problemas.

Su celular comenzó a sonar desde algún lugar de la habitación, sacándolo de sus pensamientos. Buscó el origen con la mirada y encontró el aparato encima de su ropa, que ahora yacía doblada sobre el sillón. Antonella debía de haberla recogido antes de irse. De nuevo se preguntó cómo es que no la había escuchado moverse.

—¿Qué sucede?

—Se reunirán al medio día. Te enviaré las coordenadas.

—Está bien —dijo y dio por terminada la llamada.

Con un suspiro resignado, se pasó una mano por su cabello desordenado y se dirigió al baño. Relegó los pensamientos sobre Antonella a un rincón de su mente, guardándolos para cuando estuviera solo, y se concentró en la misión que lo había llevado hasta allí.

Se dio una ducha y se vistió con prisa. Sus pensamientos ya centrados en su próximo objetivo. De pie en la puerta, miró la habitación una última vez y una sensación de vacío lo invadió. No era solo la ausencia física de Antonella, era algo más profundo, más íntimo. Había sentido una conexión entre ellos, algo más complejo que el simple deseo físico.

Sacudió la cabeza y se forzó a alejarse de aquel lugar.

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