Zarah siempre fue una mujer enfermiza cuyas fiebres le traían delirios que duraban semanas. Su padre apenas la dejaba abandonar el castillo. Pero cuando el Rey de los Dragones viene a pedir la mano de su hermana Miriam, es Zarah quien es entregada al tirano para salvar a la heredera del Sol Naciente. Un año después de que su esposo partiera a la guerra se ha convertido en la señora de la fortaleza de los Dragones. Sin embargo, ahora que la guerra ha terminado y su esposo vuelve a casa su corazón se inquieta al pensar en tener que convivir con un hombre que la desprecia.
Leer más—Las botellas de licor estaban en el estante alto, sobre la hoguera. Recuerdo que le dije a Miriam que no debíamos estar allí... Ella me respondió algo como que ese palacio era nuestro y podíamos estar donde quisiéramos cuando quisiéramos —Zarah se encogió de hombros, resignada ante aquellas declaraciones de su hermana— Así siempre fue la vida para ella. Hacía lo que quería, todo el mundo la amaba. Cada vez que algo como esto pasaba, ella simplemente lo volvía un relato divertido a la que no había que dar importancia. Mis penurias se convertían en sus anécdotas. Si mal no recuerdo a esta en particular la llamaba "la mujer de fuego"... Tabar sintió como la sangre hervía en sus venas frente a aquellas palabras. Abrazó con más fuerza el cuerpo desnudo de Zarah, intentando reconfontarla, incluso si parecía imposible hacerle olvidar el dolor que sus memorias cargaban. —¿Y cómo era la vida para ti, esposa mía? Zarah dudó antes de contestar "¿Cómo era la vida para mí?" La pregunta reso
Tabar no podía creer lo que oía. En Dragones un talento como el de Zarah, una sangre antigua con la capacidad de sanar, podía valer su peso en monedas de oro. Los Magos de Oficio escaseaban y contratar a uno costaba una fortuna que muy pocos se podían permitir. Muchos grandes señores a lo largo de todo el territorio habrían entregado la mitad de sus tierras a cambio de la mano de Zarah si hubieran conocido la inmensidad de sus poderes. Sin embargo, en Sol Naciente su mujer no era más que escoria despreciada por la sangre que corría por sus venas. ¿Qué tanto había sufrido Zarah en aquellas tierras? ¿Estaba encerrado su espíritu aventurero entre aquellos altos muros de la capital solo por las estúpidas creencias de los pueblerinos? Intentó controlar la furia que lo invadía, el deseo de quemar aquel reino maldito hasta los cimientos. Entonces sintió el cuerpo de Zarah temblar entre sus brazos. Decidió que no era momento de dejarse llevar por su enojo. Tomó su rostro con delicadeza, ob
Zarah sintió un cosquilleo en su pecho. Una chispa que comenzaba a encender el fuego de las dudas. Todo aquello parecía demasiado real para ser solo un sueño y, al mismo tiempo, era demasiado irreal para no serlo. Tabar la ayudó a salir de la bañera. Con delicadeza le había sacado el camisón empapado. Su esposo la había visto desnuda en más de una ocasión pero esta era la primera vez que sentía el pudor invadiendola. Tal vez porque no tenía en sus ojos la mirada hambrienta a la que estaba acostumbrada sino una mirada cálida, acompañada de un tacto cuidadoso y amable. Por más que Zarah insistió en secarse ella misma, Tabar no se lo permitió. Le indicó que se siente en la cama mientras él se liberaba de su ropa mojada. Zarah apretó las piernas sin pensar cuando sintió un calor incontrolable inundar su vientre. El cuerpo desnudo de Tabar goteaba sobre la alfombra de piel de wargo. Se esforzó por apartar la mirada de la piel húmeda, los músculos marcados de la ancha espalda, el cabel
Tabar tomó a Zarah por la cintura, obligandola a sentarse sobre su regazo. La mujer se sobresaltó al principio pero terminó por acomodarse obedientemente sobre sus piernas. Tabar deseaba arrancarle ese camisón húmedo y observar su cuerpo desnudo mas tenía que controlarse si quería averiguar que había detrás de esas palabras. Cuando quedaron frente a frente Zarah sonrió. —Ya te estabas tardando en seducirme...- intentó acercarse a él para besarlo pero Tabar la frenó tomándola por los hombros con firmeza. Zarah lo miró confundida. Pensó en ese intante que era el sueño más extraño que había tenido hasta el momento con Tabar. Estaba tan acostumbrada a su trato salvaje y su deseo desesperado incluso en sus fantasías que charlar tanto con él la confundía, pero más la confundía el hecho de que la rechazara. —Dime... ¿Cuántos amantes tuviste en Sol Naciente? — Zarah notó que los músculos de Tabar se tensaron al hablar. No pudo evitar sonreír ante la idea de que los celos estaban consumiend
—¿Mukhtar?— Tabar sonrió confundido. Era extraño que cualquiera lo llamara por el nombre que había heredado de su más antiguo ancestro, pero era más extraño aún que Zarah lo hiciera. Solo los gobernantes tenían un segundo nombre que representaba a su linaje y se usaba casi exclusivamente para cuestiones diplomáticas entre reinos. —Si, ese es también mi nombre aunque nadie me llama así…¿Qué cosas extrañas te han hecho soñar la fiebre, esposa mía? Tabar sintió un nudo en su pecho cuando vio los ojos de Zarah llenarse de lágrimas. La abrazó sin dudar cuando la mujer se refugió en su pecho buscando escapar de los demonios que atormentaban su mente. “¿Qué tan terrible habrá sido ese sueño para dejarla en este estado? ¿Acaso siempre tiene pesadillas cuando estos episodios la asaltan? ¿Cómo Hafid nunca me habló de esto? Peor aún... ¿Cómo nunca se me ocurrió buscarlo para averiguar por el estado de salud de Zarah? Ah... M****a." De nuevo se sintió un inútil. Poco había logrado hacer
—Gloria eterna al Rey de los Dragones y a toda su descendencia— Un hombre hace una reverencia frente a mi. Parece un campesino. Observo mi alrededor con cautela. Estoy parada en medio de un cruce de caminos, en un bosque cuya vegetación no reconozco. Esto no es Dragones ni Sol Naciente ¿Dónde estoy entonces? O mejor dicho ¿Dónde está Talayeh? ¿Sigo en sus recuerdos? Miro mis manos buscando la piel dorada pero estan cubiertas por guantes de cuero negro. Un invierno cruel parece estar azotando estas tierras. El hombre se levanta y poso mi mirada en él. Siento que un nudo se forma en mi pecho ¿Es Tabar quien está parado frente a mi? Imposible. Observando bien sus rasgos puedo encontrar las diferencias más sutiles pero el parecido es impresionante. —¿Quién eres muchacho? ¿Eres amigo o enemigo? Dilo con prisa así se si debo matarte o no. Un largo viaje me espera y no quiero perder tiempo en las enredadas trampas de un humano. El hombre me observa sorprendido aunque enseguida su expr
Siento mi cuerpo consumirse en llamas a causa de la fiebre. Las palabras que oigo no tienen ningún sentido. En algún momento creo escuchar la voz de Tabar pero creo imposible que él esté en mis aposentos luego de la terrible pelea que tuvimos horas atrás. De pronto todo se apaga, los ruidos, la luz, el calor agobiante. Ya no siento nada. Luego de un rato en esa oscuridad absoluta una brisa fría me acaricia el rostro. Abro los ojos lentamente. La luz del sol reflejada en la nieve me deslumbra. Parpadeo un par de veces para adaptar la vista al paisaje. Nunca he estado en ese lugar pero aún así lo conozco. Estoy parada casi sobre la cima de Shanin, la montaña más alta del continente ¿Cómo es posible? Ningún humano ha llegado tan lejos. Miro mis manos pero no las reconozco. El color dorado de mis dedos, las uñas largas como garras, nada es familiar. Frente a mí se extiende un espejo de agua congelada. Me acerco para ver mi rostro. No soy yo. Es una mujer tan hermosa que describirla con p
Tabar sintió que su corazón se paralizaba al entrar al Cuarto Blanco y ver aquella escena transcurriendo frente a sus ojos. Zarah se retorcía sobre su cama, cubierta de rasguños que no se desvanecían con la facilidad con que siempre lo hacían sus heridas. Munira y Deka la sostenían por las piernas intentando contenerla. Fausto trataba de sostener sus brazos para que el sanador pudiera verter un brebaje entre sus labios, pero los espasmos de su cuerpo eran tan fuertes que no lograban hacerla tragar la medicina. Algunas sirvientas pasaban por detrás de Tabar llenando la bañera con agua helada que parecía recién sacada de los pozos por la escarcha que rodeaba los baldes. ―¡Sostenganla con más fuerza! No siente dolor por las alucinaciones, así que no necesitan ser suaves. ― Reconoció la voz del hombre. Se trataba de Hafid, el sanador encargado de los guerreros. Tabar le había pedido que se quedara en el castillo vigilando a Zarah durante la guerra y que le informará sobre su salud pero
Zarah se abrazó intentando unir los pedazos de su espíritu destrozado. Su voluntad había sucumbido con tal facilidad ante las caricias de Tabar que se dio lástima. Había estado días sosteniendo su papel indiferente sin flaquear ni una vez pero un roce de sus asperos manos fue suficiente para desarmar sus defensas. —Vete. Las palabras salieron de sus labios con firmeza por más que no expresaran sus verdaderos deseos. —Zarah…— No pensaba dejarse engañar por la voz temblorosa de Tabar. No estaba dispuesta a compartir el afecto de su esposo con otra. No deseaba dejarse enredar en palabras vacías de amor para luego terminar suplicando migajas. —Fuera. Ahora. —Yo… —¡No me importa lo que tengas que decir!— Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro contra su voluntad. Ya no tenía sentido esconderlas.— Vete, Tabar. Corre a los brazos de tu amante y déjame en paz de una buena vez. Bajó la mirada tratando de ignorar la expresión mortificada del hombre. Sentía su cuerpo tem