Pronto la bañera estuvo llena de agua tibia y cristalina. El aroma de aceites sanadores lo intrigó. Se preguntó si eso también era obra de Zarah. No sabia si confiar en cualquier brebaje que su esposa mandara a mezclar en su agua de baño. Pero tal vez un mago de oficio había pasado por el castillo vendiendo pociones y polvos curativos.
Desde que la Cofradía había colapsado decenios atrás los pocos que aprendían a usar su magia innata se instruían a sí mismos. Algunos magos de oficio eran mejores que otros pero ninguno llegaba a desarrollar su magia al punto de convertirse en Hechicero. Y sólo los Hechiceros podían controlar la poderosa magia de los Dragones. Los magos que llegaron a sus tierras pidiéndole intentarlo estaban muertos. Él intentaba advertirles pero no habia caso. Todos se creían los suficientemente poderosos para absorver y redirigir la magia residual que rodeaba el volcán. El poder inconmensurable de los restos de las bestias, incluso si sólo era una sombra del antiguo poder que tenían en vida, hacía a los magos estallar en mil pedazos como fuegos artificiales. Era un espectáculo cruel y sanguinario aunque espléndido. Cuando deslizó su cuerpo dentro de la bañera se sintió reconfortado de inmediato. A pesar de sus sospechas debió admitir que eran aceites de calidad. Las heridas que aún tenía abiertas comenzaron a cicatrizar. Pudo sentir el alivio recorriendo sus músculos como una ráfaga de calor que lo relajó por completo. Pero una vez aliviado su cansancio aún tenía una necesidad que buscaba ser saciada. Ver de nuevo a Zarah había revuelto un fuego dormido en su abdomen. Estaba mas hermosa que el día que la dejó desnuda en esa habitación. Se decía que el resabio de magia que cubría el volcan curaba las más raras enfermedades. Se preguntó si habría sido esa la razón de Mizmedh para enviar a su reino a Zarah a pesar de ser tan reacio a mostrarla a cualquiera. Una cura milagrosa para el sufrimiento de su hija podía justificar todos los riesgos de hacerla viajar durante semanas hasta el Reino de los Dragones. "¿Estoy siendo un imbécil desconfiado? Se ve mejor de cara ¿Será solamente eso? Un padre preocupado por su hija enferma y yo pensando que es una zorra manipuladora. Ya no se que creer. Si pudiera preguntarle tal vez lo sabría pero se escapó de mi como si tuviera la peste" Le molestaba no tenerla allí para poder interrogarla. Necesitaba acabar con esa inquietud que no lo dejaba descansar la mente. Aunque más aun le molestaba no tenerla allí para satisfacer ese hambre de su cuerpo, de esa piel suave con la que había soñado tantas veces durante la guerra. No confiaba en ella pero no podía evitar desearla con cada parte de su ser. Era un deseo inexplicable que nunca antes había sentido con ninguna mujer. Le molestaba lo mucho que ansiaba tenerla entre sus brazos. Pensó que no debía ser mas que la abstinencia a la que lo había sometido la guerra. Se hundió en el agua ya fría intentando calmarse pero no funcionó. Necesitaba liberar la tensión y la lujuria que su cuerpo había acumulado. Tomó su erección con una mano y comenzó a masturbarse. La imagen de Zarah se cruzó por su mente casi de inmediato. La recordó parada en la entrada del castillo, mirándolo con altanería. No pudo evitar sonreir cuando se imaginó arrancandole ese vestido blanco tan seductor, besando la suave piel de su vientre, deslizándose hacia abajo hasta llegar al paraíso que había entre sus piernas. Aun recordaba el sonido de sus gemidos débiles que lo volvieron loco esa noche. Tomó su erección con las dos manos, desesperado. Masturbarse no era suficiente. Quería tener a su mujer allí en la bañera montandolo como si fuera un caballo salvaje. Tan sólo imaginársela desnuda sobre él, enloqueciendo mientras la penetraba, fue suficiente para hacerlo llegar al orgasmo. Le tomó unos segundos calmar su respiración agitada. Chasqueó la lengua irritado al notar que seguía duro. No iba a calmarse hasta que pudiera tener a Zarah en su cama de nuevo. Pensó que solo una vez cumplido ese capricho podría olvidarse de ella. Salió de la bañera dispuesto a prepararse para el banquete. Ya había oscurecido y necesitaba ver a su mujer antes de volverse loco.—Mi señora... —La voz de suave de Deka la despertó—¿Esta usted bien?¿Acaso estuvo llorando otra vez? Zarah se incorporó aún somnolienta. La joven doncella vestía una túnica simple de color hueso, sin mangas. Llevaba un cinturón color turquesa que indicaba su rango como sirvienta personal de la Señora de los Dragones. Incluso la hebilla de plata tenía grabada la silueta de Vahid, el primero de los Dragones que se mostró frente a los humanos para ofrecerles su magia. Tener su imagen en cualquier prenda era un símbolo de estatus que pocos siervos conseguían. Además de los caballeros que lo llevaban grabado en su armadura, sólo sus dos doncellas, Fausto y Ada lo portaban en sus vestiduras. Zarah sintió una repentina angustia. "Yo no tengo nada con el rostro del gran Vahid grabado... JA Vaya señora de los Dragones que soy" En un acto inconsciente Zarah extendió la mano hacia Deka, acariciando su cinturón. —Hay leyendas que dicen que Vahid podía tomar forma de hombre. El hombre más b
Tabar entró al Salón de los Antiguos admirando cada detalle. Ese lugar nunca fallaba en fascinarlo. Todo el recinto estaba cubierto de imágenes que relataban antiguas batallas talladas en el mármol blanco que revestia las paredes. Los candelabros de oro iluminaban la habitación. Una alfombra con la figura de Vahid tejida en hilos plateados atravesaba todo el salón donde los invitados ya bebían y comían festejando el por fin regresar a su hogar. Los siervos iban y venían charlando con los guerreros que hace tiempo no veían. En la mesa principal, donde se sentaban los Señores y los mejores caballeros, estaba colocada una fina vajilla que llevaba la cabeza de Vahid labrada en los extremos. Le molestó notar que los tronos del Señor y la Señora estaban enfrentados en lugar de uno al lado del otro pero intentó restarle importancia. "No la quiero pegada a mí como una sanguijuela todo el banquete. Solamente la necesito esta noche en mi cama para librarme de esta abstinencia insoportable"
Zarah observó el Salón de los Antiguos con fascinación. Era tan hermoso que le daban ganas de llorar. Por un momento se sintió tonta al ser la única descalza pero trató de no darle importancia. No era un gesto para los mortales sino para los Antiguos. Las leyendas decían que los espíritus de los Dragones habitaban en su forma etérea la tierra durante siglos hasta alcanzar la paz. Si Vahid seguía allí lo quería de su lado. Todo parecía ir como lo había planeado y eso la hizo relajarse un momento, pero pronto se vio sorprendida por la actitud amable de Tabar. Intentó que su rostro no la delatara. No debía flaquear ante el Señor de los Dragones, ni siquiera cuando la miraba de esa manera tan seductora que encendía en su vientre un fuego difícil de ignorar. Se dejó guiar sintiendo que su mano empezaba a transpirar por la ansiedad que le generaba el tacto de Tabar. Nunca sabía si su próximo gesto sería bondadoso o cruel por eso no se permitía bajar la guardia. Se sentó en el trono esfo
Tabar se hartó de esperar. No tardó mucho en darse cuenta de que Zarah estaba ignorandolo deliberadamente. No lograba oír de que hablaba con Said y Parvaiz. Le molestaba verla reír con sus hombres mientras que a él no hacia más que mirarlo con desprecio. Vació otra copa de un solo trago, conteniendo la ira antes de hablar casi a los gritos. —Mi Señora, veo que se está divirtiendo. Notó la incomodidad en el rostro de su esposa pero no se inmutó. El silencio que había causado al alzar de más la voz volvió el ambiente denso. Clavó su mirada en los ojos verdes de Zarah esperando una respuesta. —Si, mi Señor. Espero que usted también esté disfrutando el banquete. No había ninguna emoción en esas palabras. La rabia de Tabar aumentaba a cada segundo. —No tanto como usted parece estar disfrutando la conversación con mis caballeros. Vio palidecer a Parvaiz y aunque Said no cambió su semblante sonriente su mirada se ensombrecio. —Nuestra Señora no hace más que contarnos de las
—¿Qué m****a quieres, Jabari? Tabar no había aguantado estar mucho más en el banquete. Poco después de la partida de Zarah él también se había retirado. Cuando se dirigia hacia sus aposentos la cobardía lo consumió y terminó por encerrarse en su oficina. Perdió la noción del tiempo. No sabía por cuanto estuvo haciendo girar el vaso de ron entre sus dedos cuando su guerrero entró en la oficina sin siquiera tocar la puerta. —¿Estas tomando coraje para obligar a tu esposa a tener sexo contigo? Una mueca de horror invadió el rostro de Tabar. —¿Me consideras esa clase de hombre? —Es lo que insinuante ahí afuera, frente a todos tus guerreros. Es contradictorio, mi Señor, considerando lo mucho que insistes en decirles que nunca ultrajen a una dama aunque sea de tierra enemiga. Le has cortado la lengua a buenos caballeros por decir palabras más sutiles que las que pronunciaste en ese banquete. La expresion de su Señor pasó del horror al asco y del asco al arrepentimiento en tan sólo seg
Zarah entró en sus aposentos consumida por la ira que las palabras de Tabar le habían generado. Mas una vez que cruzó el umbral su cuerpo se deshizo en lágrimas y frustración. Cayó de rodillas al suelo cuando Deka cerró la puerta detrás de ella. Las sirvientas cruzaron miradas preocupadas pero no dijeron ni una palabra. Aunque quisieran no podían oponerse a los deseos del Señor de los Dragones. Deka se movió con sigilo en busca de los atuendos de noche para su Señora mientras Munira la ayudaba a levantarse del suelo, acompañándola delicadamente hasta el tocador. La mayor de las sirvientas comenzó a sacar una a una las numerosas joyas que decoraban su elaborado peinado. Al ver la Tiara de los Amantes Zarah suspiró decepcionada. "¿Por qué me abandonaste esta noche Vahid? ¿No te he sido devota a pesar de ser una extraña en estas tierras? Cuide de este Reino y su gente ¿No merezco tu ayuda?" Un viento frío entró por la ventana entreabierta en forma de respuesta pero Zarah aún era i
Tabar se preguntó si había llegado al paraíso prometido por los Antiguos cuando sintió a Zarah gemir sobre sus labios. Ninguno de sus sueños le hacía justicia al embriagador placer que experimentó al sentir el cuerpo de su mujer de nuevo entre sus brazos. Deseaba morder cada parte de su dulce piel, marcarla como suya. Sus instintos lo dominaron y sin pensar comenzó a desvestirla. Estaba desesperado por llevarla a la cama. Había tantas cosas que deseaba hacerle, tantos lugares por donde deseaba pasar sus labios. Pero sus ensoñaciones fueron interrumpidas por el brusco empujón de Zarah. Un dolor punzante le atravesó el pecho. Tabar creyó por un segundo que a pesar de todo Zarah lo deseaba tanto como él la deseaba a ella. Cuando levantó la mirada buscando los ojos verdes de su esposa notó el pánico reflejado en sus pupilas. Una mezcla de angustia y malestar lo invadieron. "El desprecio que me tienes es más fuerte que cualquier otra cosa ¿verdad princesa? No importa lo que yo haga" U
—¿Esta es la bestia que crees que soy? ¡Vamos, contéstame! —No, mi Señor— “Es la bestia que sé que eres” dijo sólo para ella “Como si no tuviera suficientes muestras de tu bestialidad Tabar Mukhtar” Se preparó para lo peor pero la reacción de su esposo logró confundirla ¿De verdad iba a dejarla dormir pacíficamente? ¿O estaba esperando que baje la guardia? Trató de no darle demasiada entidad a sus preocupaciones. Si le daba tanta libertad a su mente terminaría por imaginar los escenarios más terribles. Cerró con fuerza sus párpados deseando quedar rendida por el cansancio que había acumulado en el cuerpo después de tantas horas de tensión. Mas el frío atroz que se filtraba por las ventanas entreabiertas la mantuvo en vela. A causa de su salud débil, su padre la obligó desde pequeña a dormir abrigada en exceso para no enfermar por la noche con otra de sus terribles fiebres. Incluso Deka y Munira se aseguraban siempre de que tuviera frazadas gruesas asi como pieles en sus aposentos par