PELIGROSA INQUIETUD

Tabar se mantuvo parado en las escalinatas un momento, inhalando el aire frío cargado de magia antigua que tanto había extrañado. Se dirigió a sus aposentos con pasos lentos y cansados, dejando partes de la armadura tiradas por los pasillos que los diligentes siervos recogieron tras él. Le había perdido el rastro por completo a Zarah.

Sintió cierta decepción al notar en su camino a la alcoba que nada había cambiado. Ni un mueble se había movido de lugar en su ausencia. Tenía la idea de que con la presencia de una Señora en la casa esta se llenaría de cuadros, tapices y esperpentos de colores. Pero todo se veía igual de frío y sin alma que a su partida.

"La desgraciada es astuta como un zorro. Me hizo caso sin chistar y no habrá movido un dedo en todo el año. Por lo menos sabe que le conviene no desobedecerme" Y aun así la molestia permaneció en su pecho, torturandolo "No se por que carajos me enoja tanto que haya hecho lo que le dije. Los golpes que me dieron en la cabeza fueron más fuertes de lo que pensaba"

Intentó aplacar la inquietud pero cuando entró a la habitación de los Señores la molestia inicial se transformó en rabia.

El aspecto rústico que él había elegido para decorar la morada estaba intacto. Las pieles de animales en el suelo habían juntado polvo al igual que las antiguas pinturas de Dragones que decoraban hasta el techo las paredes. Caminó meditabundo hasta el centro de la habitación. Ni un solo libro fuera de su estante. La cama donde la hizo suya, donde esperaba encontrarla al abrir la puerta, estaba impecablemente tendida . Ni una arruga se vislumbraba en el fino tejido de las mantas. Pero lo que más le molestó fue verla vacía. Se preguntó dónde estaba, por qué no estaba allí esperándolo. La incertidumbre que rodeaba a esa mujer lo estaba desesperando más de lo que quería admitir.

Apretó los puños intentando controlar su temperamento volátil. Miró por encima de su hombro y se encontró con la figura expectante de Fausto esperando sus órdenes.

—Fausto ¿La Señora no duerme aquí?

Fracasó en suavizar su tono. Cada palabra salió con violencia de sus labios exponiendo su insatisfacción.

—No, mi Señor. Tiene sus aposentos en la planta de arriba.

—¿Por? Esta es su habitación. Nuestra habitación ¿No pasó ni una sola noche aquí desde que me fui?

—No, mi Señor, ella...

—Ya basta con mi Señor. Me desespera. Directo al grano ¿Por qué m****a no duerme en mi habitación mi mujer?

Fausto sonrió dubitativo. Su fidelidad hacia Tabar era incuestionable pero le parecía una crueldad exponer las desgracias de Zarah con tanta ligereza. No había sido mala como Señora de los Dragones. De hecho, había llevado adelante un trabajo admirable considerando su corta experiencia y el desagrado que provocaba en muchos de los sirvientes del castillo. Pero también era cierto que le faltaba algo de carácter. Y esa falta de carácter le había causado un profundo sufrimiento en ausencia del Señor. Fausto dudaba si contar o no esa parte de la historia.

—No estoy seguro. La Señora dijo que no le gustaba compartir habitación y que prefería privacidad. Le ofreci el Cuarto Blanco pero termino por elegir una habitación de invitados con vista a los caminos montañosos. Tal vez... —Fausto miró un momento a su Señor pero no se atrevió a confesar sus preocupaciones— Tal vez aprecia el silencio. Este ala del castillo es bastante caótica.

Tabar clavó la mirada en Fausto intentando descifrar por qué su más fiel sirviente le mentía tan descaradamente. En sus treinta y dos años eran contadas las ocasiones en que Fausto le había mentido y no entendía por qué lo hacía por una mujer que conocía hace tan poco tiempo. Un pensamiento indeseable cruzó por su mente. Se preguntó que tan cercana era la relación de Fausto con Zarah. La sola idea le revolvió la tripas.

Sacudió la cabeza para alejar las imágenes desagradables, tratando de convencerse de que era desconfianza y no otra emoción la que hizo nacer esa furia en su vientre. Dejó estar el tema sin responderle a Fausto.

Sintió que estaba empezando a delirar. Necesitaba un baño caliente y algo en el estómago antes de que su imaginación desbordada lo hiciera cometer un locura y lo obligara a visitar a los aposentos de Zarah antes del banquete para recordarle quien era su esposo.

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