Zarah sintió como las palmas de sus manos transpiraban mientras cruzaba las altas puertas del castillo. Dudaba en cada paso, expectante a la reacción de su esposo al verla de nuevo. Al fin sabría cual era el destino que el Rey de los Dragones tenía planeado para ella.
Al pisar las escalinatas, el aire frío de invierno la golpeó en el rostro y un escalofrío le recorrió la columna. Las estaciones en la Morada de los Dragones eran tan extrañas como impredecibles. En el mismo día podía hacer un calor infernal por la mañana y nevar tormentosamete por la tarde. Muchos decían que un resabio de magia cubría el volcán dormido generando esos abruptos cambios. La magia dispersa siempre era desastrosa. Desde que los Dragones se extinguieron nadie podía controlarla. Ni siquiera los magos de oficio que ocasionalmente lo habían intentado. Parecía que una tormenta se avecinaba. Zarah se arrepintió de inmediato de su elección de vestido. Era uno de los pocos que nunca había tenido la ocasión de utilizar. Su blanco brillante se conservaba a la perfección mientras que los detalles bordados en hilos de oro estaban intactos. Pero el escote abierto era en extremo revelador haciendo que el viento frío la abrazara. No era una noche adecuada para otra de sus fiebres incontrolables. También era cierto que no le quedaban muchas otras opciones en su escaso guardarropas. No había traído más que una docena de vestidos, algunos trajes de montar y otros de caza. En un año todo se había arruinado. Ada le informó el primer día de su estancia alli que el Rey había dejado estrictas instrucciones sobre el uso del dinero asingado a la Señora de los Dragones. En una guerra solo las urgencias eran motivo de gasto. El resto debía reservarse a la subsistencia. Eso significaba nada de vestidos, joyas o ningun artículo superficial. Con algo de insistencia había logrado autorizar la compra de un par de botas para reemplazar unas que no tenían forma de ser reparadas pero era toda la flexibilidad que había obtenido de la Superiora encargada de la casa. Le molestaba pero no podía oponerse a las órdenes del Señor de los Dragones. Se quedó inmóvil en lo alto de la escalinata mientras los guerreros cruzaban el puente. El patio principal estaba también hecho de piedra volcánica. Zarah deseaba sembrar algunas flores o árboles frutales pero nada crecía en un clima tan volátil. El oscuro basalto lo invadía todo. Respiro profundo una vez más para tranquilizarse. Fausto volteó un segundo para ofrecerle una sonrisa amable. Su presencia la había consolado durante ese largo año. Era un hombre servicial que se alegraba de que la fortaleza por fin tuviera una Señora. Frente a la partida de Tabar fue el único en tratarla con respeto desde el inicio. Con el resto de los sirvientes había tenido que luchar para ganar cada favor. No siempre lo había logrado. Levantó la vista con un semblante imperturbable pero la imagen del Rey de los Dragones vestido en su armadura sobre su yegua negra la dejó sin aliento ¿Era tan apuesto cuando se fue? La última imagen que tenía de él era tan desagradable que lo olvidó por completo. Cuando Tabar dejó caer la capucha de su capa al bajar de su montura pudo ver el cabello azabache que le llegaba a los hombros. Los ojos negros admiraron el castillo con una sonrisa. Se pasearon por el rostro de Fausto y el de Ada con una mirada cálida. Pronto encontraron los suyos y cualquier calidez se esfumó del rostro del hombre. Un nudo se formó en la garganta de Zarah mientras Tabae la inspeccionaba molesto. "¿Será el vestido? Ni una sola moneda salió de su tesoro para comprarlo. Es imposible que lo sepa si se fue la misma noche que me usó como un agujero con piernas donde descargar su semilla. Ni siquiera sabe que traje conmigo y ya pone esa cara ¿Qué tan imbécil me cree para desobedecerlo por cualquier vanidad que me surja? Oh, Tabar, si quisiera robar de tu precioso e intocable tesoro lo hubiese hecho para comprar un buen caballo y largarme, idiota" Sus pensamientos se agolpaban buscando escapar por su garganta pero se mordió la lengua para apresarlos. Bajó la escalinata lentamente, midiendo cada paso y lo reverenció. Había ensayado cada palabra que salió de sus labios desde que se enteró que volvería. La mortificaba pensar que podía pasar vergüenza frente a un hombre que respetaba tan poco como Tabar. Un salvaje sin modales ni tacto. Se sorprendió cuando sintió la mano áspera del Rey rodear la suya. Un recuerdo fugaz se cruzó por su mente. Los primeros momentos de aquella noche donde esas manos ásperas habían sido tan gentiles con ella. Sintió un calor en el vientre que se apagó enseguida cuando el recuerdo del dolor excruciante de su primera vez apareció. Liberó sus manos para dirigirse a los guerreros. Cada palabra ensayada, ni un movimiento en falso. El vitoreo de los hombres la ayudó a relajarse. Pero podía sentir la mirada penetrante de Tabar en su espalda. La ignoró con todas sus fuerzas. Temblaba ligeramente cuando por fin logró entrar al castillo. Una vez fuera de la vista del Rey se apresuró para encerrarse en sus aposentos. Agradeció estar sola para poder desplomarse sobre el piso de piedra. Una sensación de asfixia la invadió, sentía las lágrimas brotar de sus ojos como cada vez que entraba a esa habitación silenciosa. Había logrado mantener durante un año la imagen de Señora de los Dragones pero cada vez era más duro tolerar el desprecio de los sirvientes del castillo. Solo Fausto y unas pocas doncellas la trataban dignamente. Lo único que agradecía del regreso de Tabar era que por fin podría acabar con la incertidumbre. Su más grande deseo era ser rechazada por el Rey de los Dragones. Si su matrimonio se anulaba podía regresar al Reino del Sol Naciente. Eso o la muerte. Ambas servían a sus ojos porque ambas significaban libertad. Su cuerpo aguantaba cada vez menos la ansiedad que la carcomia cada noche en esa habitación solitaria. Se levantó del suelo sintiendo un intenso dolor en el pecho. Necesitaba dormir unas horas para contrarrestar el cansancio que su cuerpo cargaba, culpa del insomnio que la había torturado la noche anterior. Se deshizo del vestido para tirarse en la cama sabiendo que las doncellas vendrían a despertarla para prepararla para el banquete. —Un poco más... Solamente un poco más...—se decía entre sollozos ahogados. La habitación oscura estaba casi vacía. No había en ella nada más que la cama, un tocador y el baúl con las pocas pertenencias que había traído desde Sol Naciente. Pronto todo quedó en silencio dándole algo de paz a su pobre alma torturada. Asi se sentía ella, oscura y vacía como la habitación de piedra donde se refugiaba. Abrazó la almohada. Tratando de escapar de la angustia empezó a relatar entre susurros los cuentos de Dragones que su nodriza le contaba hasta que logró quedarse dormida.Tabar se mantuvo parado en las escalinatas un momento, inhalando el aire frío cargado de magia antigua que tanto había extrañado. Se dirigió a sus aposentos con pasos lentos y cansados, dejando partes de la armadura tiradas por los pasillos que los diligentes siervos recogieron tras él. Le había perdido el rastro por completo a Zarah. Sintió cierta decepción al notar en su camino a la alcoba que nada había cambiado. Ni un mueble se había movido de lugar en su ausencia. Tenía la idea de que con la presencia de una Señora en la casa esta se llenaría de cuadros, tapices y esperpentos de colores. Pero todo se veía igual de frío y sin alma que a su partida. "La desgraciada es astuta como un zorro. Me hizo caso sin chistar y no habrá movido un dedo en todo el año. Por lo menos sabe que le conviene no desobedecerme" Y aun así la molestia permaneció en su pecho, torturandolo "No se por que carajos me enoja tanto que haya hecho lo que le dije. Los golpes que me dieron en la cabeza fueron má
Pronto la bañera estuvo llena de agua tibia y cristalina. El aroma de aceites sanadores lo intrigó. Se preguntó si eso también era obra de Zarah. No sabia si confiar en cualquier brebaje que su esposa mandara a mezclar en su agua de baño. Pero tal vez un mago de oficio había pasado por el castillo vendiendo pociones y polvos curativos. Desde que la Cofradía había colapsado decenios atrás los pocos que aprendían a usar su magia innata se instruían a sí mismos. Algunos magos de oficio eran mejores que otros pero ninguno llegaba a desarrollar su magia al punto de convertirse en Hechicero. Y sólo los Hechiceros podían controlar la poderosa magia de los Dragones. Los magos que llegaron a sus tierras pidiéndole intentarlo estaban muertos. Él intentaba advertirles pero no habia caso. Todos se creían los suficientemente poderosos para absorver y redirigir la magia residual que rodeaba el volcán. El poder inconmensurable de los restos de las bestias, incluso si sólo era una sombra del antiguo
—Mi señora... —La voz de suave de Deka la despertó—¿Esta usted bien?¿Acaso estuvo llorando otra vez? Zarah se incorporó aún somnolienta. La joven doncella vestía una túnica simple de color hueso, sin mangas. Llevaba un cinturón color turquesa que indicaba su rango como sirvienta personal de la Señora de los Dragones. Incluso la hebilla de plata tenía grabada la silueta de Vahid, el primero de los Dragones que se mostró frente a los humanos para ofrecerles su magia. Tener su imagen en cualquier prenda era un símbolo de estatus que pocos siervos conseguían. Además de los caballeros que lo llevaban grabado en su armadura, sólo sus dos doncellas, Fausto y Ada lo portaban en sus vestiduras. Zarah sintió una repentina angustia. "Yo no tengo nada con el rostro del gran Vahid grabado... JA Vaya señora de los Dragones que soy" En un acto inconsciente Zarah extendió la mano hacia Deka, acariciando su cinturón. —Hay leyendas que dicen que Vahid podía tomar forma de hombre. El hombre más b
Tabar entró al Salón de los Antiguos admirando cada detalle. Ese lugar nunca fallaba en fascinarlo. Todo el recinto estaba cubierto de imágenes que relataban antiguas batallas talladas en el mármol blanco que revestia las paredes. Los candelabros de oro iluminaban la habitación. Una alfombra con la figura de Vahid tejida en hilos plateados atravesaba todo el salón donde los invitados ya bebían y comían festejando el por fin regresar a su hogar. Los siervos iban y venían charlando con los guerreros que hace tiempo no veían. En la mesa principal, donde se sentaban los Señores y los mejores caballeros, estaba colocada una fina vajilla que llevaba la cabeza de Vahid labrada en los extremos. Le molestó notar que los tronos del Señor y la Señora estaban enfrentados en lugar de uno al lado del otro pero intentó restarle importancia. "No la quiero pegada a mí como una sanguijuela todo el banquete. Solamente la necesito esta noche en mi cama para librarme de esta abstinencia insoportable"
Zarah observó el Salón de los Antiguos con fascinación. Era tan hermoso que le daban ganas de llorar. Por un momento se sintió tonta al ser la única descalza pero trató de no darle importancia. No era un gesto para los mortales sino para los Antiguos. Las leyendas decían que los espíritus de los Dragones habitaban en su forma etérea la tierra durante siglos hasta alcanzar la paz. Si Vahid seguía allí lo quería de su lado. Todo parecía ir como lo había planeado y eso la hizo relajarse un momento, pero pronto se vio sorprendida por la actitud amable de Tabar. Intentó que su rostro no la delatara. No debía flaquear ante el Señor de los Dragones, ni siquiera cuando la miraba de esa manera tan seductora que encendía en su vientre un fuego difícil de ignorar. Se dejó guiar sintiendo que su mano empezaba a transpirar por la ansiedad que le generaba el tacto de Tabar. Nunca sabía si su próximo gesto sería bondadoso o cruel por eso no se permitía bajar la guardia. Se sentó en el trono esfo
Tabar se hartó de esperar. No tardó mucho en darse cuenta de que Zarah estaba ignorandolo deliberadamente. No lograba oír de que hablaba con Said y Parvaiz. Le molestaba verla reír con sus hombres mientras que a él no hacia más que mirarlo con desprecio. Vació otra copa de un solo trago, conteniendo la ira antes de hablar casi a los gritos. —Mi Señora, veo que se está divirtiendo. Notó la incomodidad en el rostro de su esposa pero no se inmutó. El silencio que había causado al alzar de más la voz volvió el ambiente denso. Clavó su mirada en los ojos verdes de Zarah esperando una respuesta. —Si, mi Señor. Espero que usted también esté disfrutando el banquete. No había ninguna emoción en esas palabras. La rabia de Tabar aumentaba a cada segundo. —No tanto como usted parece estar disfrutando la conversación con mis caballeros. Vio palidecer a Parvaiz y aunque Said no cambió su semblante sonriente su mirada se ensombrecio. —Nuestra Señora no hace más que contarnos de las
—¿Qué m****a quieres, Jabari? Tabar no había aguantado estar mucho más en el banquete. Poco después de la partida de Zarah él también se había retirado. Cuando se dirigia hacia sus aposentos la cobardía lo consumió y terminó por encerrarse en su oficina. Perdió la noción del tiempo. No sabía por cuanto estuvo haciendo girar el vaso de ron entre sus dedos cuando su guerrero entró en la oficina sin siquiera tocar la puerta. —¿Estas tomando coraje para obligar a tu esposa a tener sexo contigo? Una mueca de horror invadió el rostro de Tabar. —¿Me consideras esa clase de hombre? —Es lo que insinuante ahí afuera, frente a todos tus guerreros. Es contradictorio, mi Señor, considerando lo mucho que insistes en decirles que nunca ultrajen a una dama aunque sea de tierra enemiga. Le has cortado la lengua a buenos caballeros por decir palabras más sutiles que las que pronunciaste en ese banquete. La expresion de su Señor pasó del horror al asco y del asco al arrepentimiento en tan sólo seg
Zarah entró en sus aposentos consumida por la ira que las palabras de Tabar le habían generado. Mas una vez que cruzó el umbral su cuerpo se deshizo en lágrimas y frustración. Cayó de rodillas al suelo cuando Deka cerró la puerta detrás de ella. Las sirvientas cruzaron miradas preocupadas pero no dijeron ni una palabra. Aunque quisieran no podían oponerse a los deseos del Señor de los Dragones. Deka se movió con sigilo en busca de los atuendos de noche para su Señora mientras Munira la ayudaba a levantarse del suelo, acompañándola delicadamente hasta el tocador. La mayor de las sirvientas comenzó a sacar una a una las numerosas joyas que decoraban su elaborado peinado. Al ver la Tiara de los Amantes Zarah suspiró decepcionada. "¿Por qué me abandonaste esta noche Vahid? ¿No te he sido devota a pesar de ser una extraña en estas tierras? Cuide de este Reino y su gente ¿No merezco tu ayuda?" Un viento frío entró por la ventana entreabierta en forma de respuesta pero Zarah aún era i