Inicio / Romance / La hechicera prometida / FRENTE A LAS PUERTAS DEL REINO
FRENTE A LAS PUERTAS DEL REINO

Sus hombres estaban agotados pero no les permitio parar. Era el último esfuerzo antes de regresar a sus tierras.

Tabar tomó un sorbo de aguardiente para mantenerse despierto. El alcohol le calentó la garganta, quemandolo por dentro. Acarició el lomo de su yegua pidiéndole en silencio que aguante un poco más. Al levantar la vista se encontró con la imponente imagen de la fortaleza negra. Estaba tallada directamente sobre la piedra volcánica. La morada de los Dragones se había apagado hace decenios. Decían que era la quietud del volcán la que mantenía a los Dragones dormidos. Ciertos sabios especulaban que los huevos yacían aún en las chimeneas esperando una erupción para despertar a las bestias.

Tabar nunca había visto a un dragón con vida y dudaba ver uno alguna vez pero le gustaba oír las leyendas alrededor del fuego. Sabía que esas historias mantenían viva la chispa de los guerreros. Sobretodo aquellas que decían que ellos mismos eran descendientes de los Antiguos Dragones.

Más próximo estaba a su castillo y más le preocupaba el estado en el que lo encontraría. Confiaba en Fausto lo suficiente para dejarlo a cargo de todo. Y, a pesar de sus corta edad, Ada había demostrado ser una sirvienta fiel y habilidosa. Era su esposa la que le preocupaba. Una princesa como ella viviendo en un oscuro castillo en el fin del mundo.

"¿Habrá delapidado ya todo mi oro en vestidos y joyas? Ja, mas que eso ¿Estará viva incluso con ese cuerpecito frágil que tiene?"

El recuerdo del cuerpo de Zarah lo hizo tensar la mandíbula. Cuando la hizo suya, estaba tan delgada que podía verle las costillas, sentía que iba a partirla en dos. Y aun así era preciosa. Su piel dorada, su cabello oscuro pegado a su cuello por el sudor. Como se retorcía suavemente al acariciarla. Podría haber pasado toda la noche entre esos muslos desnudos. Pero la guerra no esperaba a los amantes. Cuando sintió que no podría separarse de esa piel tan suave si seguía saboreandola se decidió a consumar el acto con rapidez para poder marchar.

Reconoció la crueldad que había cometido cuando levantó la mirada y se encontró con la imagen de Zarah temblorosa por el dolor, con los ojos cubiertos por las lágrimas. No supo que hacer más que decir un torpe "lo siento" que no pareció consolarla demasiado. Estaba seguro de que la joven lo odiaba desde esa noche. Tal vez así era mejor.

Según lo que había oído en el Reino del Sol Naciente la menor de las princesas no era sólo débil de espíritu sino de mente. La tenian encerrada en el castillo fuera del alcance de las criticas y poco se sabia de ella. No había asistido a la academia y se rumoreaba que era para evitar poner en vergüenza a la familia real. Por eso, antes de marchar, había sugerido dejar todo en manos de Ada y Fausto para evitarle frustraciones a su esposa.

"Quebradiza como una rama y tonta como una piedra. Me asombra que ese castillo siga en pie. Tal vez me hizo caso y se quedó quieta dejandole las tareas a gente más capaz " refunfuñó para sus adentros Tabar.

A pesar de sus defectos, Zarah fue la mejor oferta que pudo obtener después de que Miriam lo rechazara. Al menos la menor de las princesas compensaba su estupidez con belleza. Era al menos diez veces más hermosa que su hermana mayor. Si no fuera por su debilidad e ineptitud hace tiempo habrían pedido su mano.

Las grandes puertas de madera de la fortaleza bajaron para recibir a los victoriosos guerreros. Los clamores de su gente conmovieron al Rey de los Dragones. Extrañaba recorrer esas callejuelas angostas y empinadas que lo llevaban al imponente castillo negro.

En la puerta de su hogar se encontró con la figura elegante de Fausto. Los años habían hecho mella en su cabellera ya gris y en su rostro plagado de arrugas. Aun así sus modales permanecían impecables. Con una breve reverencia lo ayudó a bajar del caballo. La pesada armadura le dificultaba el movimiento con tanto cansancio. Una vez en el suelo saludo a Ada. La joven sonriente de cabello negro se inclinó dándole la bienvenida. La frescura que le transmitía la doncella siempre lo reconfortaba. Siendo un joven inexperto había pensado en hacerla su esposa pero pronto aprendió la necesidad de la alianzas. Los reinos no se mantienen en pie casándose con sirvientas huérfanas.

Una imagen robó su atención antes de que siquiera pudiera devolverle el gesto a Ada. La mujer parada sobre las escalinatas que lo miraba fríamente. Cuando sus ojos verdes se clavaron en él sintió como el corazón se le aceleraba ¿Esa era Zarah? ¿La misma joven temblorosa que había dejado esa noche en sus aposentos? Le costaba creerlo.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP