Sarah Blake fue criada en la mansion más lujosa del país, siempre estuvo rodeada de la familia más poderosa; Los Vandervert, pero nunca fue una de ellos, era la hija de la sirvienta, despreciada y humillada toda su vida hasta que cumplió dieciocho años, ese día le dijeron que se casaría con Cristhian Vandervert, el hijo mayor y heredero sucesor de la presidencia del grupo Vandervert. ¡un sueño hecho realidad! la boda, su nueva vida, todo era como en los cuentos de hadas. Cristhian no era un príncipe romántico, era más bien frío y distante. Pero Sarah lo amaba, era guapo, elegante, educado y era el padre de su hijo. Sarah sabia que Cristhian no la amaba. Nunca entendió por qué se habia casado con ella, pero no lo cuestionó, despues de todo, aquel matrimonio le había dado estatus, lujos, una vida que jamás imaginó, haciendo a un lado la indiferencia de su esposo, podría decirse que era feliz, pero todo acabó el día de su tercer aniversario de bodas, como ya era costumbre, su suegro organizaba la fiesta más extravagante del mundo a la que Cristhian iba solo un par de horas, posaba para las fotos y se ausentaba, aquel año fue todo igual, excepto por una cosa, ese día su vida dio un giro total, su propio esposo la acusó de ser una criminal, fue humillada en público, la alejaron de su hijo e intentaron asesinarla. Por mucho tiempo la creyeron muerta, pero Sarah vuelve con un nombre y un rostro diferente, ya no es más la esposa sumisa de antes, ahora es fuerte y decidida, la nueva Sarah vuelve loco a Cristhian al punto de tenerlo a sus pies ¿aprovechará la oportunidad para vengarse o se dejará llevar por el amor que aún siente por su exesposo?
Leer másLa oficina estaba en su estado habitual: impecable, con un aire de orden casi opresivo. El zumbido constante del aire acondicionado hacía que el ambiente pareciera aún más estéril, pero no me importaba. Había algo satisfactorio en la frialdad de este lugar, algo que resonaba conmigo.Mis dedos se movían con precisión sobre el teclado, descifrando las capas de seguridad que protegían los secretos de Richard Vandervert. Era casi un juego para mí, uno que llevaba meses perfeccionando. Había sonrisas y cafés entregados en el momento justo, palabras calculadas para evitar sospechas, y la impecable actuación de ser la secretaria dulce e inofensiva que hacía que todo pareciera funcionar con magia.Pero hoy era diferente. Hoy, después de cinco meses de infiltración, tenía lo que buscábamos. Los contratos fraudulentos, las transferencias sospechosas, las firmas falsificadas que sostenían el imperio Vandervert como un castillo de naipes. Cada archivo que descargaba era una pieza más de un rompe
SarahNo sabía qué había pasado después de mi confesión, no sabía cual había sido la reacción de Devon, tampoco sabía si aquellas dos personas que me habían escuchado eran Ryan y Dyana, cuando abrí los ojos al día siguiente estaba en una habitación desconocida, el techo era verde agua y una lámpara de bronce emitía destellos suaves de luz.-¿Buenos días, Bella Durmiente? —La voz de Devon llegó desde la puerta. Apoyado en el marco, lucía una camiseta negra ajustada y pantalones de lino, sosteniendo una taza de café humeante en cada mano.¿Qué hora es? —pregunté con voz ronca.—La suficiente como para que tu esposo esté afuera esperándote.El corazón me dio un vuelcoXavier? -pregunté-No, se sentó a mi lado -tu verdadero esposo; Cristhian -sentí que el alma se me salió del cuerpo, y podia ver la escena desde afuera, Devon clavando una estaca en mi corazón y retorciendola para hacerme daño-No sé de que hablas -traté de hacerme la tonta-Oye, descuida, no le diré tu secreto a nadie -pare
CristhianVolví a casa con el anillo más extravagante y caro de la tienda. Estaba seguro de que a Elena le encantaría. Sin embargo, mis dudas no tenían nada que ver con su reacción. ¿Por qué iba a proponerle matrimonio? Me repetí la respuesta una y otra vez: Porque la amo. Pero cuanto más lo pensaba, más huecas sonaban esas palabras. La amo y quiero pasar el resto de mis días con ella, insistí, como si repetirlo pudiera convencerme.—¿A dónde has ido tan temprano, amor? —preguntó Elena en cuanto crucé la puerta. Estaba en la cocina, rodeada de un pequeño caos de cacerolas y sartenes, pero parecía orgullosa de haber preparado un par de huevos con tocino. Zackary estaba sentado en una silla infantil, comiendo un tazón de cereal. No sabía que Elena tuviera una de esas en casa. Quizá tenía más interés en el niño de lo que imaginaba. Aquello me tranquilizó; era una buena señal. Lo que estaba a punto de hacer no era un error, o al menos eso me repetí para convencerme. Me acerqué a Zackary y
El momento tenso pasó rápido, pero yo no dejé de pensar en qué hubiese pasado de haberme ido con Cristhian. ¿Y si había perdido mi oportunidad de estar con él? Últimamente tenía la constante fantasía de que Cristhian podría enamorarse de mí. Si eso pasaba, yo le contaría que era su esposa, Sarah Blake; continuaríamos con nuestro matrimonio, criaríamos juntos a nuestro hijo y viviríamos felices para siempre. ¡Ilusa!—¿Qué hay entre tú y Cristhian Vandervert? —preguntó Devon después de aspirar una copa de martini de una sola vez. Yo miré a Ryan y a Dyana; bailaban como ebrios, aunque ninguno de los dos había bebido una gota de alcohol. Envidié aquella felicidad despreocupada.—Te contestaré con una condición —removí la aceituna de mi martini y bebí un sorbo del contenido de la copa.—Sí, claro, lo que sea.—Solo quiero que contestes una pregunta —su gesto cambió; se rascó la nuca—. ¿Qué hay entre tú y Cristhian Vandervert? —le pregunté, y él soltó una risita. Sin duda, no se esperaba qu
Rubí dio unos pasos tímidos hacia mí, pero de pronto se detuvo.—No —dijo, levantando la voz—. No iré contigo, Cristhian.Devon se acercó a ella y se colocó a su lado. Una sonrisa se asomó en sus labios, una sonrisa de satisfacción que hizo que la sangre me hirviera. Sentí un calor abrasador subir desde mi pecho hasta mis sienes, el ritmo de mi corazón retumbando con fuerza como un tambor de guerra. Quería arrancarle esa m*****a sonrisa de la cara a golpes, borrarla junto con su presencia de la vida de Rubí.—No conoces a Devon, Rubí. Es una persona peligrosa.—No soy una niña, Cristhian. Puedo cuidarme sola.Se sujetó del brazo de Devon como si buscara reafirmar su decisión.—Vamos —le dijo, ignorándome como si fuera un extraño más.El dolor punzante de sus palabras se sintió como un cuchillo girando en mi pecho, pero no me dejé caer.—Entiendo que estés enojada —le dije, interceptando su camino. Mi voz era más áspera de lo que pretendía—. Quería disculparme por lo que pasó hoy.Ni si
Cerré los ojos y rogué que Devon no cayera. Cuando los abrí, aún estaba ahí. El viento agitaba su cabello; ese mismo viento me hacía temblar de frío. Me quité los tacones y corrí hacia él. Sujeté su camiseta con ambas manos y tiré con fuerza, atrayéndolo a mí. Ambos caímos al suelo; me golpeé la cabeza, y por unos segundos todo se oscureció. Cuando abrí los ojos, el rostro anguloso de Devon estaba a pocos centímetros del mío. En sus ojos había una mezcla de pánico y alivio.—¿Estás bien? —me preguntó.Sentía todo su cuerpo encima del mío. El calor que emanaba era agradable, su perfume también. Su boca olía a una mezcla de vodka y cigarrillos. No tenía idea de que fumara, pero sí parecía del tipo que lo hacía. Noté que sus ojos eran negros, muy negros; nunca había visto ojos tan oscuros.—Rubí —dijo mi nombre como si intentara despertarme de un sueño profundo, con tono firme. Pero yo estaba despierta. Me dio un par de palmaditas en la mejilla. Supongo que me quedé detallando sus faccio
DevonLa llamada de Rubí había sido inesperada. Nos invitaba a salir. Ryan y Dyana se emocionaron tanto que me vi obligado a aceptar. Esa Rubí era una chica extraña.—Está bien, está bien —ambos me miraban con ojitos de gato con botas—, pero les advierto dos cosas. Primero: no saldré con esa chica, no es mi tipo y me parece que tiene algún tipo de trastorno mental. —Ryan y Dyana me miraron como si el del problema mental fuera yo. Continué sin hacerles caso—. Y segundo, y más importante que el primero: Dyana, sabes que no puedes beber alcohol, ni una gota, y si te sientes mal, tan solo un mínimo malestar, te llevaré a casa. ¿Estamos? —Dyana puso los ojos en blanco, pero luego asintió con la cabeza.—Yo estoy bien con eso, si es que Dyana lo está —dijo Ryan.—¡Genial! ¡A fiestear!Rubí pasó por nosotros en un auto con chofer. Nos saludó eufórica, como si nos conociera de toda la vida. ¡Está loca!, pensé. Cuando llegamos al Cocobar, Rubí nos dio instrucciones de seguirla. Nos saltamos la
CristhianLo que sentía por Rubí era pasión desenfrenada, un deseo enfermizo que por momentos me nublaba el juicio. Por un instante, mi mente salió de mi cuerpo y mi cerebro no parecía tener control sobre mis acciones, hasta que la imagen de Elena en el hospital me vino a la cabeza. Entonces, tuve que detenerme. Elena no merecía lo que le estaba haciendo. Habíamos prometido empezar de cero: sin traiciones, sin secretos.—No puedo... —susurré.El ceño de Rubí se frunció. Cogió la camiseta y se la puso en un movimiento veloz, como si de pronto sintiera vergüenza de su desnudez. Se levantó y caminó a zancadas hacia la puerta.—Vete —ordenó tajante.Asentí con la cabeza. Entendía bien su reacción; sabía que mis acciones la tenían confundida: el beso en la cabaña, mis palabras asegurándole que no había sido por despecho y, luego, retractarme de eso. Mi intención no era jugar con ella, pero todo parecía indicar que eso era exactamente lo que estaba haciendo. Obligando a mis piernas, di un pa
Sarah-Problemas con Xavier -le dije lo primero que se me ocurrió.-¿Quieres beber algo? -traté de cambiar el tema.-Una copa de vino estaría bien -asentí con la cabeza y caminé hacia la sala de estar.-Entonces, Xavier es el causante de tus lágrimas -dijo, arrugando el rostro como si pronunciar su nombre tuviera un sabor amargo-. Por cierto, ¿está en casa? Quisiera saludarlo.-Está de viaje -dije mientras cogía un par de copas y las colocaba en una mesilla de vidrio en el centro de la sala.-¿De negocios o de placer? -preguntó, y supe a qué se refería.-La verdad es que no lo sé -fingí estar muy afectada-. Ese es el problema; siempre hemos sido sinceros, pero últimamente ha estado muy extraño, no me dice a dónde va ni por qué.-Creí que no te importaba que se viera con otras personas -dijo, sentándose. Serví su copa y luego la mía.-No me importa. Me gusta nuestra relación porque no nos limita el uno al otro, pero no me gusta que me mienta.-¿Realmente funciona? -Cristhian olió el vi