CAYENDO

Devon

Me abroché el cinturón y le indiqué a Cristhian que hiciera lo mismo, él parecía estar medio dormido aun, ambos cogimos las mascarillas y las pusimos en nuestros rostros

—¡Por favor, mantengan la calma! —gritó una azafata desde el pasillo, pero su voz se perdió entre los sollozos y los gritos. El avión vibraba violentamente, como un animal herido.

Intenté inhalar, pero el aire me sabía a metal y miedo. Mi mente se negaba a procesar lo que veía. Las miradas de pánico de los demás pasajeros, las manos temblorosas de un hombre que trataba de ajustar la mascarilla de su hijo, una mujer rezando con los ojos cerrados. Todo era un borrón, un caleidoscopio de terror.

“Esto es real. Esto está pasando”, pensé mientras sentía un tirón en el estómago, como si el suelo se hubiera desprendido bajo mis pies. El piloto habló, pero su voz sonaba distante y opaca, filtrada por la interferencia del sistema de altavoces. Algo sobre un aterrizaje de emergencia en el agua. Pero yo no podía comprender
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