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ANIVERSARIO DE BODAS. 3 AÑOS

                             

Sarah

La fiesta de aniversario fue igual a las demás: muchas personas desconocidas, numerosos fotógrafos y periodistas de revistas de farándula, siempre al acecho de los mínimos detalles de nuestras vidas, con los que yo tenía completamente prohibido hablar. Solo se me permitía posar para las fotos; jamás debía conversar con alguien que no fuera un Vandervert. Ni siquiera podía decir mi verdadero apellido. Para el mundo entero, Cristhian Vandervert se había casado con Sarah Bennet, una chica proveniente de una familia humilde que vivía en un pueblo rural, a horas de la ciudad más cercana, y que había conquistado el corazón del magnate; de la que nadie sabía nada antes de convertirse en Sarah Vandervert.

Cristhian y yo llegamos con ropa del mismo color; ese año, mi suegra había elegido el turquesa y la temática de la fiesta era de bosque encantado. Todo era hermoso y perfecto, como de costumbre.

Posamos para las fotos con aquellas sonrisas acartonadas a las que nos habíamos acostumbrado a fingir. Ese año, como en los anteriores, tenía la esperanza de que algo en Cristhian cambiaría, pero no fue así. Ni siquiera el bebé que cargaba en sus brazos para las fotografías había ablandado el corazón duro de Cristhian. Después de las fotos, me entregó a nuestro hijo, bebió un par de tragos, conversó con algunos invitados y se ausentó.

Vi a mi madre llevar unas bebidas a la mesa principal. Hacía mucho que no pasábamos tiempo juntas; se me había prohibido presentarla como mi madre, ni siquiera había estado en la boda, mucho menos en las fiestas de aniversario. Necesitaba abrazarla, escuchar su voz, pedirle consejos. Ella salió del salón y yo intenté seguirla, pero en el camino, mi suegra me interceptó.

—Sarah, querida, ¿cómo la estás pasando? —preguntó sin mirarme. Cogió a Zacary de mis brazos—. ¡Bebé hermoso de la abuela! —exclamó después de darle un beso que le dejó marcada la mejilla.

—No me siento muy bien —le dije—. ¿Podría estar con Zack un momento?

—Por supuesto, cariño —no me preguntó qué tenía. No le importaba en absoluto; toda aquella amabilidad era fingida. Salí del salón y caminé por el pasillo, buscando a mi madre. Tenía un regalo para ella. Estando casada con Cristhian, tenía cierta libertad financiera, una tarjeta a nombre de él con unos miles de dólares para gastar al mes en lo que yo quisiera. La mayor parte la gastaba en cosas para mi madre; le pedí un millón de veces que dejara de trabajar para los Vandervert, le supliqué. No soportaba estar en la misma casa siendo una gran señora y ella una sirvienta, pero ella se negaba, me decía que estaba feliz por mí y cambiaba de tema.

No encontré a mi madre. Cuando iba hacia la cocina, escuché voces provenientes del despacho de mi suegro, el señor Vandervert.

—Habla, firma —era el señor Vandervert; se le escuchaba alterado.

—¿Crees que aceptará firmar e irse así, sin más? —al principio creí que hablaban de negocios hasta que escuché mi nombre.

—Sarah dejaría que limpiaras el piso con ella si se lo pidieras.

Me llevé la mano a la boca para contener la exclamación de asombro. ¿Qué era lo que quería que firmara? ¿Acaso se trataba del divorcio?

—Sí, haría cualquier cosa por mí, menos renunciar a Zack. Sabes que jamás lo dejaría.

—Resuélvelo —dijo tajante el señor Vandervert—. Resuélvelo o no podremos ganar en la corte. Oblígala a firmar o engáñala para que lo haga y luego haz que desaparezca. Podríamos decir que fue un accidente —se hizo el silencio—. Por supuesto —agregó después de unos segundos—, si muere tendrás derecho a las acciones con el documento o sin él.

—Padre, de verdad estás sugiriendo...

—Lo sabía. Sabía que no tendrías las agallas cuando llegara el momento —se escuchó una palmada.

—Lo siento, padre. Lo haré, haré lo necesario para salvar la empresa. Haré que Sarah firme su renuncia a sus acciones y luego la haré desaparecer. ¿Puedo retirarme?

—Vamos, volvamos a la fiesta. Tenemos que celebrar que serás un hombre libre y recuperarás la empresa.

Me quité los tacones de inmediato y eché a correr. Era un corredor largo y no sabía si podría llegar al salón o a la cocina sin ser vista. Corrí en dirección al salón y me metí en un armario para abrigos que estaba antes de llegar. Los escuché riendo cuando pasaron. Después de unos minutos, salí del armario; tenía que volver a la fiesta, sacar a Zack de allí y escapar lejos, muy lejos. Pero me ganó la curiosidad; tenía que entrar al despacho y saber de qué documentos hablaban Cristhian y su padre. ¿Qué acciones eran aquellas a las que debía renunciar? Yo nunca había tenido nada que ver con la empresa de los Vandervert. Ni siquiera sabía que estaban teniendo problemas. ¿Qué tenía que ver yo en todo eso?

Sin darme cuenta, había caminado de vuelta al despacho. Mi corazón retumbaba como caballos cabalgando; ya no estaba en mi pecho, sino en mi garganta, como si intentara escapar. La puerta estaba abierta y había un montón de papeles sobre la mesa, como si estuvieran esperando por mí. Jamás fui a la escuela y tenía prohibido tener un libro. Pero mi madre me había enseñado a leer en secreto; no era muy buena porque nunca había practicado.

—Re-nuncia —leí arrastrando las sílabas. El documento decía:

"Yo, Sarah Blacke, en pleno uso de mis facultades mentales y sin ningún tipo de coacción externa, renuncio a las acciones del grupo Vanderblake que me han sido heredadas, según consta en el testamento de mi difunta madre Amanda Blake. Cediendo todos mis derechos sobre las mencionadas acciones y sobre toda ganancia que ellas hubieran generado a mi esposo, Cristhian Vandervert."

Mis lágrimas empaparon el papel y mis ojos se fueron hacia los otros documentos. "Amanda Blake", leí en una de las hojas; la levanté ansiosa. Necesitaba saber quién era Amanda Blake y por qué decía ser mi madre. Acerqué el papel a mi rostro para mirar mejor; mis ojos estaban nublados de lágrimas. "Testamento", leí. La hoja amarillenta temblaba entre mis manos.

Ojeé sobre las líneas y vi mi nombre resaltado en letras mayúsculas y más oscuras: "Dejo el cien por ciento de las acciones del grupo Vanderblake a mi hija Sarah Blacke, quien deberá cumplir los veintiún años, estar casada y tener un hijo para reclamar sus derechos. Y a mi hija Elena Blacke dejo el total de nuestras propiedades en España, Italia y Francia, los hoteles y las haciendas cafeteras...."

—Sarah —aquella voz femenina me atravesó el pecho como un trozo de metal frío. Solté la hoja, espantada, y me di la vuelta.

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