Izan Quintero y Dante Armone nacieron en un mundo alejado del crimen, pero el destino tiene un plan oscuro para ellos. A pesar de los esfuerzos de sus padres por mantenerlos lejos de la mafia, el legado de sangre que arrastran pronto se hace evidente. Sobre todo cuando Dominic King, el temido heredero de la mafia americana y rusa, busca venganza por el daño infligido a su familia y, para hacerlo, sus ojos se posan en Trina Quintero Armone. Ella es la joven que lleva consigo las dos sangres culpables de su desgracia, y Dominic está decidido a usarla como su arma más poderosa. Su plan es seducirla, enamorarla y destruirla desde adentro, haciéndolos sentir el dolor de perder a un ser querido. Sin embargo, lo que comienza como una estrategia fría y calculadora pronto se convierte en un juego peligroso de emociones. A medida que Dominic se acerca a Trina, sus intenciones se complican, el deseo y la venganza chocan en su corazón, desdibujando las líneas entre el amor y el odio. Mientras tanto, Trina lucha con su propia identidad y la pesada carga del legado familiar. Con cada paso que dan hacia un inevitable enfrentamiento, las tensiones aumentan y los secretos amenazan con salir a la luz. ¿Podrán Izan y Dante proteger a Trina del peligro inminente? ¿O caerán todos en la trampa mortal que han tejido?
Ler maisSeamus.El humo del cigarro se enreda entre mis dedos mientras observo las fotos esparcidas sobre la mesa. Trina. Dominic. Nadia. Piezas en un tablero que solo yo veo completo. —Prepárense —digo, levantando la mirada hacia mis hombres—. Es cuestión de horas para arrancarle el corazón al Zar —concluyo con burla. Y cuando ese momento llegue… que el infierno tiemble, pensé.Me giré hacia uno de mis hombres de confianza.—Cuando tengan a Trina. Tráiganla viva, aunque la quiero que la aten con gruesas cadenas, porque sí, algo me he dado cuenta de que ella no es tan simple como parece. Si ha enamorado a un hombre como Dominic, es porque está hecha del mismo material que él.Trina.Desde la ventana veo cómo los autos se pierden en la noche, llevándose a Dominic con él. Me quedo en la oscuridad, mientras el viento frío azota mi piel marcada por sus dientes, sus manos, su ira disfrazada de pasión. “Te mandaré con unos hombres a otro lugar, no es bueno que estés aquí”, sus palabras
NadiaLa rabia me carcomía como un ácido. Seguía abajo, entre los restos del humo, la música decadente y los gemidos apagados de sumisas y jefes de clanes ebrios de poder. Pero yo... yo estaba ardiendo.¡Maldita perra!Dominic se la había llevado. Marcada. Poseída. Conquistada. Y no, no le dio el escarmiento que todos esperábamos. No la humilló. No la dejó sangrando. No la hizo suplicar, no la golpeó.Aunque dijo que le haría pagar, se la llevó como si fuera un trofeo.Como si... la amara.Me crucé de brazos, apretando los dientes hasta que me dolieron. Sentí las miradas de los hombres que antes me buscaban desviarse. Ya no era la mujer al lado del jefe. Ahora era solo otra que miraba desde la sombra.—Tengo que acabar con esa perra —espeté entre dientes.Fue entonces cuando sentí la vibración del teléfono. Un mensaje de un número desconocido. "Responde. Te conviene". Dudé un segundo, con miles de preguntas revoloteando en mi mente. ¿Quién era? ¿Por qué la llamaban? ¿Qué quería?Mi cu
TrinaAnte mi pregunta, vi el cambio en sus ojos. Como si hubiese tocado algo que no debía. Su cuerpo se endureció. Su mano subió rápido a mi cuello, sin apretar, solo posándose allí como una amenaza velada.—Tengo miedo de que alguien más tenga el placer de apretar este precioso cuello antes que yo —murmuró.Su tono fue oscuro. Letal. Pero en sus ojos había otra cosa. Un brillo ahogado. Una angustia que no combinaba con su voz.Y eso me desarmó por dentro.No tuve tiempo de pensar más.Porque sus labios cayeron sobre los míos como una tormenta, y todo volvió a prenderse fuego.Su cuerpo me aplastó de nuevo contra la cama, su lengua invadió mi boca como si quisiera borrarme la memoria, la voluntad, el mundo.Lo abracé con los muslos, con las manos, con los labios, sabiendo que él no era mi refugio. Era mi guerra.Y yo había nacido para pelearla.Y si eso me costaba la vida... entonces que el infierno venga por mí.Porque antes, iba a llevármelo conmigo.DominicLa tenía bajo mí, sus g
Seamus McLoughlin. Jefe de la mafia irlandesa.El humo del cigarro dibujaba espirales grises en el aire viciado del almacén, cuando recibí la llamada de mi espía. Ese que estaba justo en el poblado donde había llegado Dominic con su gente."Confirmado", murmuró el hombre al otro lado de la línea “Esa mujer es el talón de Aquiles de Dominic. Hubieses visto como la marcó con hierro al verla coqueteando con otro, y ella le regresó el gesto marcándolo".La voz al otro lado de la línea era áspera, grave, sin sombra de duda. El hombre había estado infiltrado durante un par de semanas en aquel maldito pueblo ruso, escondido entre los mercados, las sombras y los techos con francotiradores.Una risa seca resonó desde mi garganta.—Entonces lo tenemos.Me levanté del sillón de cuero desgastado donde había estado repasando planos y fotos.—Nos pondremos en Trina, y él hará todo lo que le pidamos. Todo.Giré el cigarro entre los dedos, observando cómo la ceniza caía al suelo.—Creo que Nadia ser
DominicAún sentía el ardor bajo la piel. La marca que ella me había dejado seguía humeando como si Trina hubiera grabado en mi pecho un recordatorio de que yo no era invencible.Jodida niña salvaje.Mientras la llevábamos fuera del poblado, con los Vory a nuestro alrededor abriendo paso, yo no podía dejar de mirar esa figura desafiante caminando delante de mí. Su cabello danzaba con el viento, su cuello desnudo relucía sin el collar.Ella había roto las reglas. Y yo... Yo había dejado que lo hiciera.No dije ni una palabra durante el trayecto. Mi puño apretado sobre la empuñadura del jeep temblaba. No por miedo. No por dolor. Por la furia contenida que me carcomía desde adentro.Llegamos a uno de los refugios secundarios, una construcción apartada del edificio principal, hecho de concreto y acero, custodiada por mis hombres más leales. Nadie habló. Todos sabían que algo se había desatado en mí. Algo oscuro. Algo viejo.Apenas entramos, la empujé dentro de la habitación con la mirada.
TrinaLa rabia que se le veía a Dominic haría retroceder a cualquiera, pero el bielorruso no parecía importarle, seguía sonriendo, desafiante.Mientras el bielorruso olía a pino y tabaco caro. Dominic, a ira y pólvora. —Quizás al no tener un collar una marca que indique ser de tu propiedad, la dama prefiera elegir por sí misma —sugirió Mikhael, deslizando un dedo por mi clavícula. Craso error. Antes de que pudiera parpadear, Dominic lo empujó y lo agarró por el cuello, empujándolo contra una mesa que crujió bajo el impacto. —¿Eso crees? Ya lo veremos. —susurró con una calma aterradora.DominicSolté al bielorruso, quien no dejaba de provocarme con esa sonrisa de burla, no sabía que el simple hecho de respirar el mismo aire que Trina, era un privilegio que yo le había concedido. ¿A cuántos no había matado anteriormente por eso?Pero estaba dispuesto a darle una lección no solo a los presentes, sino a ella, para que aprendiera de una vez que conmigo no se podía jugar.Mis pies me ll
Trina —¿Qué? —pregunté sin entender, fue allí cuando ella señaló mi cuello. —El collar. Ese símbolo —dijo—. Te marca. Nadie que quiera conservar sus dedos y su integridad física se te va a acercar mientras lleves eso. Toqué el collar con los dedos. Lo había olvidado. El jodido collar que Dominic me había vuelto a poner. —¿A esto? —pregunté, con incredulidad—. ¿Por esto no me acercan? La mujer asintió. —Eso, querida… es una sentencia. Y una advertencia. La furia me recorrió como un rayo. Una propiedad. Un maldito objeto. Pero si creía que me iba a controlar con ese maldit0 collar como si fuera un perro, no me conocía bien. Dominic Ivankov iba a descubrir que no se puede encerrar a una llama sin que se queme la jaula. Y si quería jugar con fuego… yo iba a ser el incendio. Allí me di cuenta de que el collar pesaba como un grillete alrededor de mi cuello. “Una sentencia. Una advertencia”. Las palabras de la mujer resonaban en mi cabeza mientras mis dedos se cerr
TrinaSabía que no me había creído. Podía sentirlo. Como un cuchillo presionando contra la garganta sin terminar de hundirse. Dominic no era de los que se tragaban mentiras disfrazadas de inocencia. Menos aún cuando las pruebas le escupían la verdad en la cara.Me duché en silencio, sintiendo el agua caliente golpearme la piel como si intentara borrarme la culpa. Pero la culpa no era por llamarla. Era por lo que vendría después.Al salir del baño, encontré a una de las señoras del servicio parada, junto a la cama. Su postura rígida, como soldado entrenado. No era la misma ternura de otras veces. Algo había cambiado.—Por orden del señor, debe ponerse esa ropa —dijo, señalando el conjunto que descansaba sobre la colcha.Un jean ajustado, camisa de tirantes. Nada como los vestidos de lujos o ropa seductora de días anteriores. Esta vez me querían lista para algo... distinto.Suspiré. Asentí en silencio. Tomé la ropa y volví al baño. Me vestí con movimientos bruscos, sintiendo cómo la te
DominicSalí de la habitación con los dientes apretados y el pulso enloquecido. Mi pecho subía y bajaba como si acabara de correr una maldita maratón.La furia me quemaba las venas como vodka barato. El teléfono en mi mano aún guardaba el calor de sus dedos. “Una llamada a Nueva York” Mierd4. ¿Dormida? ¿Creía que podía verme a la cara y mentirme con ese tono suavecito? ¿Esa carita de santa?¡Había un número desconocido en mi puto teléfono en la mano y me negó en la cara que lo había tocado!Caminé con paso firme por el pasillo, bajé los escalones de dos en dos y me encontré con Andru en la sala de control, revisando mapas y rutas.—Toma —le dije, lanzándole el móvil—. Quiero que rastrees el número que aparece como última llamada. Nombre, dirección, historial. Todo.Andru frunció el ceño mientras desbloqueaba el celular.—¿Pasó algo con la chica? —preguntó, levantando la mirada.—Andru, limítate a averiguar lo que te dije y ¡deja de meterte en lo que no te importa! —le espeté con e