Isabela Arriaga se ve atrapada en un matrimonio de conveniencia con Leonardo Arriaga, un hombre que la ve como una mera obligación, sin amor ni compasión. Casada por contrato, su vida se ve opacada por la presencia de Camila, la mejor amiga de su esposo, quien manipula y se burla de ella a cada paso. Mientras Isabela lucha por encontrar su lugar en una mansión que se siente más una prisión que un hogar, su marido sigue enamorado de la villana que la ha arrebatado no solo su afecto, sino también su dignidad. El tormento emocional de Isabela se ve acentuado cuando se da cuenta de que Leonardo la desprecia y prefiere a Camila. A pesar de su dulzura y sumisión, Isabela no es ajena a la frustración que crece en su corazón, mientras lucha por mantener la calma ante la manipulación constante. En una inesperada muestra de valentía, comienza a desafiar las reglas del juego, buscando ser más que la sombra que Leonardo ha creado a su alrededor. A medida que los celos y la posesividad de Leonardo salen a la luz, Isabela se enfrenta a la difícil decisión de vivir como una prisionera emocional o tomar las riendas de su vida. Pero, ¿es posible que el hombre que la desprecia también pueda amarla algún día? En un enredo de engaños, traiciones y manipulación, Isabela debe encontrar su propia voz antes de que su alma se pierda para siempre.
Leer másLeonardo Arriaga caminaba de un lado a otro su habitación, sus manos temblaban de furia e impotencia. Había dinero, poder, conexiones, pero en ese momento nada de eso le servía. Isabela no estaba. No había rastro de su esposa. Sus investigadores estaban rastreando cada posible ubicación, pero hasta ahora, todo era un callejón sin salida. Tomó su teléfono y marcó el número de su hermano. Darío contestó al segundo timbrazo. —Leonardo, dime que la encontraste. —No hay rastro de ella, Darío —su voz sonó quebrada por primera vez en años—. Necesito que vengas. Ahora mismo. —Estoy en camino —respondió su hermano sin dudar. Leonardo cortó la llamada y miró hacia la cuna de su hijo. Leandro dormía, pero su respiración era agitada. Como si también sintiera la ausencia de su madre. Leonardo pasó una mano por su cabello y suspiró con rabia contenida. "Voy a encontrarte, Isabela. No importa lo que cueste." Mientras tanto, a kilómetros de distancia, el auto negro que transportaba a Isabela di
El sol de la mañana se filtraba por los ventanales de la Mansión Arriaga mientras Isabela amamantaba a Leandro en la tranquilidad de su habitación. El pequeño se aferraba con fuerza a su madre, mientras ella acariciaba su cabecita con ternura. Todo parecía en calma, hasta que el sonido del timbre interrumpió la armonía del momento. La ama de llaves se apresuró a abrir la puerta y se encontró con un grupo de hombres vestidos de traje negro, con placas de identificación reluciendo en sus solapas. —¿Podemos hablar con la señora Isabela Arriaga? —preguntó uno de los oficiales con tono serio. La ama de llaves palideció y sin saber qué hacer, titubeó por un instante. —¿Puedo saber de qué se trata? —Tenemos una notificación oficial. La señora Isabela Arriaga está acusada de fraude y necesitamos que nos acompañe para esclarecer la situación. En ese momento, uno de los guardias de la mansión, alarmado por la situación, sacó su teléfono y marcó rápidamente el número de Leonardo, quien se
La noche en la mansión Arriaga era tranquila, con una brisa suave que entraba por las ventanas abiertas, trayendo consigo la fragancia de las flores del jardín. En la habitación principal, Isabela se acomodó en un sillón junto a la cuna, con Leandro en sus brazos. El pequeño comenzó a moverse inquieto, buscando el calor de su madre, y ella, con una ternura infinita, lo acercó a su pecho. Leonardo, que acababa de salir del baño con el cabello ligeramente húmedo, se detuvo en seco al ver la escena. Isabela tenía el rostro sereno, su mirada llena de amor mientras su hijo se alimentaba de ella con avidez. Su piel se iluminaba con la tenue luz de la lámpara de la mesita de noche, dándole un aire casi etéreo. Leonardo se acercó en silencio, sin querer interrumpir ese momento tan sagrado. Se sentó en la orilla de la cama y apoyó los codos en las rodillas, simplemente observando. Había visto muchas cosas en su vida, había conquistado empresas y vencido rivales, pero nada… absolutamente na
El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo de naranja y rojo. En la mansión de los Arriaga, la paz que había reinado en los últimos días parecía inquebrantable. Leonardo e Isabela, junto a su pequeño Leandro, disfrutaban de la calma y el amor que solo podía brindar un hogar lleno de familia. Sin embargo, fuera de las paredes de su mansión, las sombras del pasado comenzaban a acercarse nuevamente. En una oficina oscura y fría, Alejandro Altamirano revisaba una carpeta de información que acababa de recibir. Su rostro, normalmente sereno, mostraba una mueca de satisfacción al ver que la noticia de que Isabela había dado a luz finalmente había llegado a sus oídos. “Leandro Arriaga…” murmuró para sí mismo, con una sonrisa calculadora en los labios. El nombre de aquel niño le daba una idea muy clara de cómo podría manipular las cosas a su favor. “Un nuevo jugador en el tablero…” En la misma habitación, Camila Fernández, que había estado observando todo desde la puerta,
El sol de la mañana filtraba su luz suave a través de las cortinas de la habitación, iluminando el espacio con una calidez que acompañaba el momento perfecto que vivían Leonardo e Isabela. El recién nacido dormía plácidamente en la cuna al lado de la cama, y Isabela, en el sillón junto a la ventana, lo amamantaba con ternura, rodeada por el silencio de su nueva realidad. Su corazón latía en paz, en una calma que solo podía brindar la llegada de su hijo. El pequeño Leandro Arriaga, un ser tan diminuto, pero que ya ocupaba todo su mundo.Leonardo, de pie cerca de la ventana, observaba con una sonrisa llena de orgullo a su esposa. Nunca imaginó que ver a Isabela en ese momento, con su bebé en brazos, lo haría sentir tan completo. Había sido un viaje lleno de angustia, temores y retos, pero ahora, con su familia en sus brazos, sentía que todo había valido la pena.Isabela, al ver a Leonardo, sonrió, aunque el cansancio aún la invadía. Con una delicadeza que solo ella podía tener, miró al
Leonardo conducía la Lamborghini como un demonio desbocado. Sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, y su mandíbula estaba tensada en pura furia. Cada semáforo, cada vehículo en su camino era un obstáculo que solo lo hacía pisar el acelerador con más fuerza. Cuando llegó a la mansión, no se tomó el tiempo de apagar el motor por completo. Bajó del auto de un salto y entró a la casa a grandes zancadas. — ¿Dónde está Isabela? — preguntó con voz grave, mirando a la ama de llaves. — En su habitación, señor… no ha querido salir. Leonardo no esperó más. Subió las escaleras de dos en dos, y cuando llegó a la puerta, la abrió sin siquiera llamar. Allí estaba Isabela, sentada al borde de la cama, con el rostro pálido y la mirada fija en la ventana. En la televisión aún sonaban las palabras de Camila, pero Leonardo la apagó de inmediato. — Isabela… — murmuró mientras se acercaba a ella. Isabela levantó la mirada y sus ojos se encontraron. No
La vida parecía haber encontrado su calma luego de tanto caos, y Leonardo disfrutaba cada momento junto a Isabela. Sin embargo, el mundo empresarial, tan lleno de tensiones y decisiones difíciles, estaba por invadir su paz nuevamente. Un día, Leonardo recibió una llamada inesperada que cambiaría el rumbo de las siguientes semanas. Era una llamada del director financiero de la empresa. La voz del hombre sonaba preocupada, como si estuviera luchando por encontrar la manera correcta de comunicarle una noticia devastadora. — Señor Arriaga, hay algo muy grave que necesita saber. Las acciones de la empresa han caído drásticamente en las últimas 48 horas. Estamos perdiendo mucho dinero y, lo peor, es que la gente está comenzando a sospechar de un fraude. Leonardo frunció el ceño. Algo no encajaba. Su empresa había sido una de las más estables durante años, siempre manteniendo su lugar en el mercado con buen nombre y confianza. ¿Qué había sucedido? — ¿De qué fraude hablas? — preguntó,
El sol estaba en su punto más alto, derramando su luz dorada sobre las aguas cristalinas que se extendían hasta el horizonte. La brisa salada del mar acariciaba suavemente la piel de Isabela, quien caminaba descalza por la orilla junto a Leonardo. Cada paso que daban sobre la arena mojada los acercaba más, no solo físicamente, sino emocionalmente. Era como si el mundo entero se hubiera detenido para permitirles disfrutar de este refugio de paz y amor.Isabela miraba el mar con una sonrisa serena, su corazón lleno de gratitud por todo lo que había vivido hasta ese momento. A su lado, Leonardo caminaba con una calma que rara vez se veía en él, disfrutando de cada instante como si realmente fuera el primero. Sus ojos, llenos de ternura y preocupación por ella, observaban atentamente cada gesto, cada paso que daba Isabela, siempre cercano, siempre protector."Este lugar es perfecto," dijo Isabela con una voz suave, mirando el horizonte. "Es todo lo que necesitaba."Leonardo asintió, miran
La sala de juntas estaba llena de ejecutivos, todos esperando las indicaciones de Leonardo. La reunión había estado avanzando con normalidad, pero su mente no estaba completamente enfocada en los números ni en los detalles del contrato que discutían. Algo lo inquietaba, un presentimiento que no podía deshacerse. El teléfono de Leonardo vibró sobre la mesa, y su mirada se desvió hacia él, reconociendo el número de la ama de llaves."Disculpen un momento," dijo, interrumpiendo la reunión y levantándose de su asiento. Con paso firme, salió de la sala, y al contestar la llamada, la voz preocupada de la ama de llaves lo sorprendió."Señor Arriaga, disculpe la interrupción, pero la señora Isabela no se encuentra bien. Está descansando, pero ha comenzado a sentirse mareada y está un poco pálida. No sé si deba preocuparme, pero me parece que algo no anda bien."Leonardo frunció el ceño, su corazón latió más rápido. La preocupación invadió su pecho, borrando cualquier rastro de calma que había