La recepción continuaba con la música de una orquesta en vivo y los invitados disfrutaban de un banquete exquisito. Sin embargo, Isabela, parada en una esquina con su vestido blanco perfectamente ajustado, era una silueta solitaria en medio de la multitud. Intentó disimular su incomodidad mientras buscaba a Leonardo, quien había desaparecido hacía más de media hora.
Leonardo no estaba perdido, sino exactamente donde quería estar: en uno de los pasillos del lugar, junto a Camila. La mujer, enfundada en un vestido rojo que dejaba poco a la imaginación, lo miraba con una sonrisa seductora. —¿Qué haces aquí, Leo? Esto es tu boda. ¿O es que ya no puedes estar lejos de mí? —preguntó Camila con un tono que mezclaba burla y provocación. Leonardo pasó una mano por su cabello, frustrado. —¿De verdad crees que quiero estar ahí con ella? Esto es un teatro ridículo que no pedí. Camila se acercó más, colocando una mano en su pecho. —Entonces no lo hagas. Vete conmigo. Deja de fingir por los demás. Mereces ser feliz, y sabes que tu lugar es conmigo. Leonardo dudó solo un instante antes de tomar la decisión que sellaría su destino. Sin mirar atrás, tomó a Camila de la mano y salieron discretamente del salón, dejando atrás a su esposa, sus invitados y las expectativas familiares. Horas después, las redes sociales y los medios de comunicación explotaron con titulares: "Leonardo Arriaga abandona a su esposa en pleno día de boda para irse con su amante, Camila Beltrán." "Isabela Montiel: La esposa humillada." "Escándalo en el matrimonio del año." Isabela, sentada sola en la habitación que se suponía sería la suite nupcial, no sabía qué era más doloroso: las miradas de los empleados del hotel al llevarla allí sola o los mensajes de su familia pidiendo explicaciones sobre la vergonzosa escena. Encendió su teléfono solo para ver las fotos que inundaban internet: Leonardo y Camila entrando a un lujoso hotel en el centro de la ciudad, riendo como si fueran la pareja perfecta. Camila, siempre impecable, se aseguraba de lucir cercana a Leonardo, mientras él la miraba con una calidez que jamás había mostrado hacia Isabela. La prensa no tardó en acercarse a ella. Desde la recepción del hotel, escuchó el bullicio de los periodistas que exigían declaraciones. —¡Señora Arriaga! ¿Qué tiene que decir sobre el comportamiento de su esposo? —¿Es cierto que su matrimonio fue un arreglo por conveniencia? —¿Cómo planea enfrentar esta humillación pública? Isabela, al borde de las lágrimas, intentó mantener la compostura. Sabía que ceder al escándalo solo empeoraría las cosas, pero el dolor era casi insoportable. ¿Cómo podía alguien a quien apenas estaba conociendo causarle tanto daño? Al mismo tiempo, en el hotel donde Leonardo y Camila disfrutaban de una cena privada, Camila no podía estar más satisfecha. —¿Viste cómo todos nos miraban al salir? Esto es lo que merecemos, Leo, vivir sin que nadie nos diga qué hacer. Leonardo, con una copa de vino en la mano, asintió. Pero en el fondo, algo en su pecho lo inquietaba. ¿Había ido demasiado lejos?El amanecer trajo consigo una tormenta mediática que Isabela no estaba preparada para enfrentar. Mientras el sol apenas asomaba en el horizonte, su nombre ya estaba en boca de todos. En televisión, radio y redes sociales, las imágenes de Leonardo y Camila abandonando la ceremonia se repetían una y otra vez, cada titular más cruel que el anterior: “La esposa abandonada: ¿Merecía Isabela Montiel este trato?”“Camila Beltrán, la verdadera mujer de Leonardo Arriaga”“La dulce pero débil Isabela: ¿una elección impuesta?” Isabela permanecía encerrada en la suite nupcial, ahora vacía de toda alegría. Había pasado la noche en vela, leyendo los comentarios llenos de burlas en internet. Su teléfono no paraba de vibrar con mensajes y llamadas de conocidos, familiares, e incluso desconocidos que no dudaban en opinar sobre su vida privada. —"Si ni su esposo la quiere, por algo será."—"Debe de ser una mujer muy aburrida."—"Pobre Leonardo, atrapado en un matrimonio obligado." Incluso su propia
En el exclusivo hotel donde Camila y Leonardo se refugiaron tras abandonar la boda, la atmósfera era una mezcla de lujo y descaro. La suite presidencial era un oasis de mármol, cristales y vistas panorámicas de la ciudad, pero el verdadero espectáculo estaba ocurriendo en las redes sociales y los medios, donde Camila movía los hilos a su favor. Con una copa de champán en la mano y su teléfono en la otra, Camila revisaba con satisfacción las noticias. Las fotografías de ellos dos habían logrado exactamente lo que ella quería: acaparar la atención de todos. Mientras Leonardo permanecía sentado en el sofá con una expresión de cansancio, ella se inclinó hacia él con una sonrisa seductora. —¿Lo ves, amor? Ahora todos saben lo que siempre hemos sido: tú y yo contra el mundo. Isabela no tiene lugar en esta historia. Leonardo la miró, dudando por un momento. Sabía que lo que había hecho era cruel, pero Camila tenía una habilidad única para justificar lo injustificable.—¿Crees que esto era
La madrugada envolvía la ciudad en un silencio inquietante, interrumpido solo por el sonido del motor del auto de Leonardo Arriaga. Las calles estaban desiertas, iluminadas por faroles que proyectaban sombras fantasmales. Dentro del vehículo, Leonardo sujetaba con fuerza el volante, sus pensamientos arremolinándose como una tormenta.Había dejado a Camila durmiendo en la suite presidencial del hotel lujoso, su sonrisa satisfecha aún grabada en su mente. Pero esa satisfacción que siempre lo había atraído ahora lo incomodaba. Por primera vez en años, las palabras de Camila sonaban huecas, como si estuviera interpretando un papel demasiado perfecto.El destino de su trayecto era claro: el hotel donde había dejado a Isabela. Una parte de él no entendía por qué estaba haciendo esto; después de todo, la boda había sido un acuerdo sin sentimientos. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Isabela en la iglesia, ese gesto vulnerable pero esperanzado que lo había perseguid
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Isabela entró al restaurante del hotel. Había pasado la noche más larga de su vida, y aunque sus ojos seguían hinchados por el llanto, se obligó a mostrarse tranquila ante los empleados del lugar. Era una mujer de familia respetada, y lo último que quería era parecer derrotada frente a extraños. Llevaba un sencillo vestido azul claro que había encontrado en su maleta, nada comparable al esplendor del traje de novia que aún estaba arrumbado en el sofá de la suite. Mientras avanzaba hacia una mesa junto a una ventana, sintió las miradas de algunas personas. No sabía si eran de lástima o simple curiosidad, pero ambas le pesaban igual. Pidió un té y un pequeño desayuno, intentando centrarse en algo, cualquier cosa que la distrajera del desastre que era su vida. Sin embargo, su breve momento de calma se vio interrumpido cuando una voz familiar, cargada de una falsa dulzura, la hizo estremecerse. —Isabela, qué sorpresa verte aquí tan tempran
La suite presidencial del hotel estaba impregnada de un aroma dulce a flores frescas y perfume caro. Camila, envuelta en un lujoso albornoz de seda, se miraba al espejo con una sonrisa de satisfacción. La escena en el restaurante había salido exactamente como lo planeó, y ahora tenía a Leonardo más cerca que nunca. Leonardo entró en la habitación con una bandeja de desayuno en las manos. Su rostro reflejaba una mezcla de cansancio y preocupación, pero sus ojos se suavizaron al ver a Camila.—Te traje algo de comer —dijo mientras colocaba la bandeja sobre la mesa. La disculpa que le pidió a Isabela definitivamente no valía la pena.Camila se giró hacia él, su expresión radiante, como si él fuera su salvador.—Eres tan atento, Leo. No sé qué haría sin ti. Leonardo esbozó una pequeña sonrisa y se sentó en el borde de la cama, frotándose las sienes.—No puedo creer lo que pasó esta mañana. No entiendo cómo Isabela pudo hacer algo tan... mezquino. Camila se acercó a él, dejando caer su
La enorme mansión Arriaga brillaba bajo el sol de la tarde, una imponente construcción que reflejaba lujo y poder. Había sido remodelada especialmente para recibir a Leonardo y a su nueva esposa, pero el ambiente en su interior estaba lejos de ser armonioso.Isabela estaba en la cocina, organizando los últimos detalles para la cena, cuando escuchó el sonido de un automóvil deteniéndose frente a la entrada principal. Su corazón dio un vuelco. Leonardo no le había avisado que llegaría tan temprano, y menos acompañado.Se apresuró hacia la puerta principal y, al abrirla, se encontró con una escena que jamás habría imaginado. Allí estaba Leonardo, sosteniendo las maletas de Camila, quien se paraba a su lado con una sonrisa de suficiencia.—¿Qué está pasando? —preguntó Isabela, su voz cargada de incredulidad.Leonardo avanzó sin responder de inmediato, dejando las maletas en el vestíbulo.—Camila se quedará aquí con nosotros por un tiempo —anunció con frialdad.Isabela sintió cómo las pala
El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. El jardín de la mansión Arriaga era un lugar tranquilo, lleno de flores cuidadosamente cuidadas que contrastaban con la tormenta emocional que habitaba en la casa. Isabela, sentada en un banco de piedra junto a un rosal, trataba de encontrar algo de calma en medio del caos que se había convertido en su vida.La llegada de Camila a la casa había cambiado todo. Ahora, cada rincón del lugar que se suponía sería su hogar estaba impregnado con la presencia de la otra mujer, quien no perdía oportunidad de recordarle que no era más que una intrusa en su propio matrimonio. Isabela suspiró, pasando la mano por las suaves hojas de una rosa, intentando ahogar el dolor que sentía en su pecho.Del otro lado de la casa, Leonardo llegó en su automóvil, estacionándolo en el garaje con rapidez. Había pasado todo el día en la oficina, lidiando con reuniones y documentos, pero su mente no podía apartarse de lo q
El comedor de la mansión Arriaga estaba lleno de actividad esa mañana. Los empleados de la casa iban y venían, organizando los detalles del desayuno bajo la atenta mirada de Camila, quien se había tomado la libertad de supervisar todo, como si fuera la dueña del lugar. Su actitud altiva y dominante no pasaba desapercibida; incluso los empleados más experimentados parecían incómodos con su presencia. Isabela, por su parte, estaba en la cocina, ayudando a organizar las bandejas de frutas y panes. Desde la llegada de Camila, había evitado los espacios comunes tanto como podía, tratando de no cruzarse con ella. Sabía que cualquier interacción con la mujer terminaría mal. Sin embargo, esa mañana, el destino no estuvo de su lado. —¡Isabela! —la voz de Camila resonó desde el comedor con un tono imperioso. Isabela cerró los ojos un momento, respirando hondo antes de salir de la cocina. Cuando llegó al comedor, encontró a Camila sentada en la cabecera de la mesa, con una taza de café en la