La imponente iglesia estaba decorada con ramos de rosas blancas y candelabros que iluminaban el altar con un brillo dorado. Isabela Montiel, con un vestido de encaje perlado y un velo que parecía flotar a su alrededor, temblaba ligeramente mientras esperaba frente al sacerdote. Sus manos estaban heladas, aunque trataba de mantenerse firme. Ese día debía ser el inicio de un nuevo capítulo en su vida, uno lleno de amor, o al menos eso quería creer.
Leonardo Arriaga, por otro lado, estaba rígido y ausente. Vestía un impecable traje negro que resaltaba su porte elegante, pero su expresión era fría. Sus ojos no se fijaban en la mujer que estaba a punto de convertirse en su esposa, sino que buscaban a alguien más entre los invitados: Camila Beltrán. Camila, sentada en una de las primeras filas, le sonrió con esa mezcla de ternura y complicidad que solo ella sabía usar. Era la única capaz de romper la fachada impenetrable de Leonardo. Él le devolvió la mirada por un segundo, como si estuviera prometiéndole en silencio que este matrimonio no significaba nada. El sacerdote comenzó la ceremonia, pero las palabras resonaban vacías en los oídos de Leonardo. Para Isabela, sin embargo, cada frase era un anhelo, una promesa de un futuro que deseaba construir. Cuando llegó el momento de los votos, Leonardo los pronunció con una indiferencia que hizo que Camila su amada sonriera triunfante. Después de la ceremonia, en la recepción, Isabela intentó acercarse a su nuevo esposo. —Leonardo, ¿te gustaría bailar? —preguntó tímidamente, con una sonrisa cálida que apenas ocultaba su nerviosismo. Leonardo, con una copa de champán en la mano, ni siquiera volteó a verla. —No tengo tiempo para esto, Isabela. Haz lo que quieras, pero no esperes que juegue el papel de esposo enamorado y lo sabes perfectamente, esto es una m*****a obligación y lo sabes. El corazón de Isabela se encogió, pero asintió en silencio. Se repitió a sí misma que solo era el inicio y que, con paciencia, podría derribar los muros que Leonardo había construido a su alrededor. Mientras tanto, Camila aprovechó la oportunidad para acercarse a Leonardo. —Es un desperdicio verte al lado de ella, Leo —dijo, colocando una mano en su brazo con delicadeza. Su voz era un susurro que solo él podía escuchar—. Tú y yo sabemos que ella no pertenece a tu mundo — la mujer se volvió muy coqueta. Leonardo la miró con intensidad. —Este matrimonio es solo un acuerdo. Nada más, no importa como ella se vea si es o no para este mundo no tiene nada que ver conmigo. Camila sonrió, satisfecha con su respuesta. En su mente, ya había ganado, Leonardo Arriaga era suyo y ahora solo tenía una misión y era acabar con el matrimonio y que ella se convierta en la Señora Arriaga y destruir a Isabela Montiel. Camila se mostraba arrogante y todos en la Ceremonia querían acercarse a ella ya que saben que es la mujer adorada en el corazón de Leonardo Arriaga.La recepción continuaba con la música de una orquesta en vivo y los invitados disfrutaban de un banquete exquisito. Sin embargo, Isabela, parada en una esquina con su vestido blanco perfectamente ajustado, era una silueta solitaria en medio de la multitud. Intentó disimular su incomodidad mientras buscaba a Leonardo, quien había desaparecido hacía más de media hora.Leonardo no estaba perdido, sino exactamente donde quería estar: en uno de los pasillos del lugar, junto a Camila. La mujer, enfundada en un vestido rojo que dejaba poco a la imaginación, lo miraba con una sonrisa seductora.—¿Qué haces aquí, Leo? Esto es tu boda. ¿O es que ya no puedes estar lejos de mí? —preguntó Camila con un tono que mezclaba burla y provocación.Leonardo pasó una mano por su cabello, frustrado.—¿De verdad crees que quiero estar ahí con ella? Esto es un teatro ridículo que no pedí.Camila se acercó más, colocando una mano en su pecho.—Entonces no lo hagas. Vete conmigo. Deja de fingir por los demás.
El amanecer trajo consigo una tormenta mediática que Isabela no estaba preparada para enfrentar. Mientras el sol apenas asomaba en el horizonte, su nombre ya estaba en boca de todos. En televisión, radio y redes sociales, las imágenes de Leonardo y Camila abandonando la ceremonia se repetían una y otra vez, cada titular más cruel que el anterior: “La esposa abandonada: ¿Merecía Isabela Montiel este trato?”“Camila Beltrán, la verdadera mujer de Leonardo Arriaga”“La dulce pero débil Isabela: ¿una elección impuesta?” Isabela permanecía encerrada en la suite nupcial, ahora vacía de toda alegría. Había pasado la noche en vela, leyendo los comentarios llenos de burlas en internet. Su teléfono no paraba de vibrar con mensajes y llamadas de conocidos, familiares, e incluso desconocidos que no dudaban en opinar sobre su vida privada. —"Si ni su esposo la quiere, por algo será."—"Debe de ser una mujer muy aburrida."—"Pobre Leonardo, atrapado en un matrimonio obligado." Incluso su propia
En el exclusivo hotel donde Camila y Leonardo se refugiaron tras abandonar la boda, la atmósfera era una mezcla de lujo y descaro. La suite presidencial era un oasis de mármol, cristales y vistas panorámicas de la ciudad, pero el verdadero espectáculo estaba ocurriendo en las redes sociales y los medios, donde Camila movía los hilos a su favor. Con una copa de champán en la mano y su teléfono en la otra, Camila revisaba con satisfacción las noticias. Las fotografías de ellos dos habían logrado exactamente lo que ella quería: acaparar la atención de todos. Mientras Leonardo permanecía sentado en el sofá con una expresión de cansancio, ella se inclinó hacia él con una sonrisa seductora. —¿Lo ves, amor? Ahora todos saben lo que siempre hemos sido: tú y yo contra el mundo. Isabela no tiene lugar en esta historia. Leonardo la miró, dudando por un momento. Sabía que lo que había hecho era cruel, pero Camila tenía una habilidad única para justificar lo injustificable.—¿Crees que esto era
La madrugada envolvía la ciudad en un silencio inquietante, interrumpido solo por el sonido del motor del auto de Leonardo Arriaga. Las calles estaban desiertas, iluminadas por faroles que proyectaban sombras fantasmales. Dentro del vehículo, Leonardo sujetaba con fuerza el volante, sus pensamientos arremolinándose como una tormenta.Había dejado a Camila durmiendo en la suite presidencial del hotel lujoso, su sonrisa satisfecha aún grabada en su mente. Pero esa satisfacción que siempre lo había atraído ahora lo incomodaba. Por primera vez en años, las palabras de Camila sonaban huecas, como si estuviera interpretando un papel demasiado perfecto.El destino de su trayecto era claro: el hotel donde había dejado a Isabela. Una parte de él no entendía por qué estaba haciendo esto; después de todo, la boda había sido un acuerdo sin sentimientos. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Isabela en la iglesia, ese gesto vulnerable pero esperanzado que lo había perseguid
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Isabela entró al restaurante del hotel. Había pasado la noche más larga de su vida, y aunque sus ojos seguían hinchados por el llanto, se obligó a mostrarse tranquila ante los empleados del lugar. Era una mujer de familia respetada, y lo último que quería era parecer derrotada frente a extraños. Llevaba un sencillo vestido azul claro que había encontrado en su maleta, nada comparable al esplendor del traje de novia que aún estaba arrumbado en el sofá de la suite. Mientras avanzaba hacia una mesa junto a una ventana, sintió las miradas de algunas personas. No sabía si eran de lástima o simple curiosidad, pero ambas le pesaban igual. Pidió un té y un pequeño desayuno, intentando centrarse en algo, cualquier cosa que la distrajera del desastre que era su vida. Sin embargo, su breve momento de calma se vio interrumpido cuando una voz familiar, cargada de una falsa dulzura, la hizo estremecerse. —Isabela, qué sorpresa verte aquí tan tempran
La suite presidencial del hotel estaba impregnada de un aroma dulce a flores frescas y perfume caro. Camila, envuelta en un lujoso albornoz de seda, se miraba al espejo con una sonrisa de satisfacción. La escena en el restaurante había salido exactamente como lo planeó, y ahora tenía a Leonardo más cerca que nunca. Leonardo entró en la habitación con una bandeja de desayuno en las manos. Su rostro reflejaba una mezcla de cansancio y preocupación, pero sus ojos se suavizaron al ver a Camila.—Te traje algo de comer —dijo mientras colocaba la bandeja sobre la mesa. La disculpa que le pidió a Isabela definitivamente no valía la pena.Camila se giró hacia él, su expresión radiante, como si él fuera su salvador.—Eres tan atento, Leo. No sé qué haría sin ti. Leonardo esbozó una pequeña sonrisa y se sentó en el borde de la cama, frotándose las sienes.—No puedo creer lo que pasó esta mañana. No entiendo cómo Isabela pudo hacer algo tan... mezquino. Camila se acercó a él, dejando caer su
La enorme mansión Arriaga brillaba bajo el sol de la tarde, una imponente construcción que reflejaba lujo y poder. Había sido remodelada especialmente para recibir a Leonardo y a su nueva esposa, pero el ambiente en su interior estaba lejos de ser armonioso.Isabela estaba en la cocina, organizando los últimos detalles para la cena, cuando escuchó el sonido de un automóvil deteniéndose frente a la entrada principal. Su corazón dio un vuelco. Leonardo no le había avisado que llegaría tan temprano, y menos acompañado.Se apresuró hacia la puerta principal y, al abrirla, se encontró con una escena que jamás habría imaginado. Allí estaba Leonardo, sosteniendo las maletas de Camila, quien se paraba a su lado con una sonrisa de suficiencia.—¿Qué está pasando? —preguntó Isabela, su voz cargada de incredulidad.Leonardo avanzó sin responder de inmediato, dejando las maletas en el vestíbulo.—Camila se quedará aquí con nosotros por un tiempo —anunció con frialdad.Isabela sintió cómo las pala
El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. El jardín de la mansión Arriaga era un lugar tranquilo, lleno de flores cuidadosamente cuidadas que contrastaban con la tormenta emocional que habitaba en la casa. Isabela, sentada en un banco de piedra junto a un rosal, trataba de encontrar algo de calma en medio del caos que se había convertido en su vida.La llegada de Camila a la casa había cambiado todo. Ahora, cada rincón del lugar que se suponía sería su hogar estaba impregnado con la presencia de la otra mujer, quien no perdía oportunidad de recordarle que no era más que una intrusa en su propio matrimonio. Isabela suspiró, pasando la mano por las suaves hojas de una rosa, intentando ahogar el dolor que sentía en su pecho.Del otro lado de la casa, Leonardo llegó en su automóvil, estacionándolo en el garaje con rapidez. Había pasado todo el día en la oficina, lidiando con reuniones y documentos, pero su mente no podía apartarse de lo q