ALMACÉN

Leonardo se movía con rapidez, sus pasos firmes resonaban en el suelo de concreto mientras se acercaba al almacén abandonado. Su corazón latía con fuerza, impulsado por la ira y la desesperación. Isabela estaba ahí dentro, y nada ni nadie iba a impedir que la sacara de ese infierno.

Pero antes de llegar a la entrada, una figura femenina se cruzó en su camino. Camila. Su rostro mostraba una extraña combinación de satisfacción y locura, con los labios curvados en una sonrisa inquietante.

—Leonardo... —su voz sonó melosa, pero con un dejo de inestabilidad—. ¿A dónde crees que vas con tanta prisa?

Él la fulminó con la mirada. No tenía tiempo para sus juegos. Pero entonces, algo en la expresión de Camila lo hizo detenerse. Sus ojos destilaban un brillo enfermizo, como si estuviera al borde de la locura.

—Apártate, Camila —espetó con frialdad—. No tengo tiempo para tus estupideces.

Ella soltó una carcajada perturbadora y dio un paso al frente, bloqueando su camino.

—¿De verdad crees que pue
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