ESPOSA SILENCIADA

El amanecer trajo consigo una tormenta mediática que Isabela no estaba preparada para enfrentar. Mientras el sol apenas asomaba en el horizonte, su nombre ya estaba en boca de todos. En televisión, radio y redes sociales, las imágenes de Leonardo y Camila abandonando la ceremonia se repetían una y otra vez, cada titular más cruel que el anterior:

“La esposa abandonada: ¿Merecía Isabela Montiel este trato?”

“Camila Beltrán, la verdadera mujer de Leonardo Arriaga”

“La dulce pero débil Isabela: ¿una elección impuesta?”

Isabela permanecía encerrada en la suite nupcial, ahora vacía de toda alegría. Había pasado la noche en vela, leyendo los comentarios llenos de burlas en internet. Su teléfono no paraba de vibrar con mensajes y llamadas de conocidos, familiares, e incluso desconocidos que no dudaban en opinar sobre su vida privada.

—"Si ni su esposo la quiere, por algo será."

—"Debe de ser una mujer muy aburrida."

—"Pobre Leonardo, atrapado en un matrimonio obligado."

Incluso su propia familia, en lugar de ofrecerle consuelo, se mostraba preocupada por cómo este escándalo afectaría su reputación. Su madre, siempre preocupada por las apariencias, no ocultaba su disgusto.

—Esto es un desastre, Isabela. ¿Cómo permitiste que esto sucediera? Tienes que hablar con Leonardo y arreglar esto. No podemos ser el centro de una humillación pública.

Isabela sintió el peso de esas palabras como una losa sobre su pecho. Era como si nadie entendiera lo que ella estaba pasando, como si todo el dolor que sentía fuera irrelevante frente al daño a la imagen familiar.

Los medios de comunicación, mientras tanto, no cesaban. Cada programa de espectáculos tenía algo que decir sobre ella, y nadie salía en su defensa. Analistas de relaciones, periodistas y hasta figuras públicas opinaban con crueldad disfrazada de análisis.

—“La señorita Montiel parece no estar a la altura de un hombre como Leonardo De la Vega.”

—“Es evidente que Camila Beltrán y Leonardo tienen una conexión que Isabela nunca podrá igualar.”

No hubo una sola voz que cuestionara la actitud de Leonardo o la de Camila. La narrativa dominante la colocaba a ella como el problema, como la intrusa en una relación perfecta.

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Esa tarde, la desesperación de Isabela alcanzó un punto crítico cuando uno de los empleados del hotel le entregó un periódico con la fotografía de portada: Camila y Leonardo entrando a la suite presidencial de un lujoso hotel, sonriendo. El titular decía:

“Un amor que desafía los límites: Leonardo Arriaga y Camila Beltrán.”

El nudo en su garganta fue imposible de contener. Las lágrimas comenzaron a brotar mientras se preguntaba cómo alguien podía ser tan cruel. ¿Qué había hecho ella para merecer tanto desprecio?

Pero lo que más dolía no era la indiferencia de Leonardo ni las palabras malintencionadas de los medios, sino el hecho de que nadie, absolutamente nadie, alzaba la voz por ella. Ni su familia, ni sus amigos, ni siquiera alguien que sintiera compasión por su situación.

En un acto de coraje silencioso, Isabela se miró al espejo. Sus ojos, hinchados de tanto llorar, reflejaban no solo tristeza, sino también una chispa de determinación. Sabía que si nadie estaba dispuesto a defenderla, tendría que aprender a hacerlo por sí misma.

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