El comedor de la mansión Arriaga estaba lleno de actividad esa mañana. Los empleados de la casa iban y venían, organizando los detalles del desayuno bajo la atenta mirada de Camila, quien se había tomado la libertad de supervisar todo, como si fuera la dueña del lugar. Su actitud altiva y dominante no pasaba desapercibida; incluso los empleados más experimentados parecían incómodos con su presencia. Isabela, por su parte, estaba en la cocina, ayudando a organizar las bandejas de frutas y panes. Desde la llegada de Camila, había evitado los espacios comunes tanto como podía, tratando de no cruzarse con ella. Sabía que cualquier interacción con la mujer terminaría mal. Sin embargo, esa mañana, el destino no estuvo de su lado. —¡Isabela! —la voz de Camila resonó desde el comedor con un tono imperioso. Isabela cerró los ojos un momento, respirando hondo antes de salir de la cocina. Cuando llegó al comedor, encontró a Camila sentada en la cabecera de la mesa, con una taza de café en la
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