El comedor de la mansión Arriaga estaba lleno de actividad esa mañana. Los empleados de la casa iban y venían, organizando los detalles del desayuno bajo la atenta mirada de Camila, quien se había tomado la libertad de supervisar todo, como si fuera la dueña del lugar. Su actitud altiva y dominante no pasaba desapercibida; incluso los empleados más experimentados parecían incómodos con su presencia. Isabela, por su parte, estaba en la cocina, ayudando a organizar las bandejas de frutas y panes. Desde la llegada de Camila, había evitado los espacios comunes tanto como podía, tratando de no cruzarse con ella. Sabía que cualquier interacción con la mujer terminaría mal. Sin embargo, esa mañana, el destino no estuvo de su lado. —¡Isabela! —la voz de Camila resonó desde el comedor con un tono imperioso. Isabela cerró los ojos un momento, respirando hondo antes de salir de la cocina. Cuando llegó al comedor, encontró a Camila sentada en la cabecera de la mesa, con una taza de café en la
La mañana amaneció gris y fría en la mansión Arriaga, como un reflejo del ambiente tenso que se respiraba dentro de la casa. Desde el día en que Camila llegó a vivir allí, las cosas habían cambiado drásticamente para Isabela. Lo que antes era un hogar tranquilo, ahora era un campo de batalla silencioso donde la dulzura de Isabela y la malicia de Camila chocaban constantemente.Aquella mañana, Isabela se encontraba en la biblioteca, organizando algunos libros que los empleados habían dejado fuera de lugar. Para ella, sumergirse en el orden y la rutina era una forma de escapar de la humillación constante a la que Camila la sometía. Sin embargo, su calma no duraría mucho.Camila irrumpió en la biblioteca como una tormenta, vestida impecablemente con un conjunto que parecía sacado de una revista de moda. Su actitud arrogante llenaba la habitación, y sus tacones resonaban contra el suelo de madera, anunciando su presencia.—Oh, mírate —dijo con una sonrisa burlona al ver a Isabela arrodill
El amanecer llegó con una brisa suave, pero dentro de la mansión Arriaga el ambiente estaba cargado de tensión. Camila, siempre un paso adelante, había despertado temprano con un nuevo plan en mente. Sabía que la clave para destruir completamente a Isabela no solo estaba en humillarla, sino en aislarla por completo. Y, por supuesto, en mantener a Leonardo bajo su control.Mientras se arreglaba frente al espejo, con un vestido ajustado que resaltaba cada curva, esbozó una sonrisa llena de satisfacción. Sabía que era irresistible para Leonardo, pero necesitaba algo más para asegurar su posición. Su objetivo esa mañana no era solo atacar a Isabela, sino también fortalecer la idea en la mente de Leonardo de que su esposa era débil, incompetente y totalmente inadecuada para él.Cuando bajó al comedor, encontró a Leonardo revisando algunos documentos. Se acercó con una taza de café que había ordenado especialmente para él.—Buenos días, amor —dijo con voz melosa, colocando la taza frente a
La tarde avanzaba lentamente en la mansión Arriaga, bañando los jardines con la luz cálida del sol. Isabela, siempre buscando una forma de mantenerse ocupada y alejada de las miradas humillantes de Camila, decidió salir al jardín trasero para cuidar las flores. Para ella, el aroma fresco de las rosas y el contacto con la tierra eran un pequeño consuelo en medio de su tormento diario.Vestida con un sencillo vestido blanco y un sombrero para protegerse del sol, Isabela parecía una visión sacada de un cuadro. Su inocencia brillaba incluso en los momentos más oscuros, aunque ella misma no lo notaba. Mientras podaba cuidadosamente las plantas, no se dio cuenta de que Leonardo la observaba desde una de las ventanas del segundo piso.Leonardo había salido de su estudio en busca de aire fresco después de otra conversación tensa con Camila. Sin embargo, al pasar por la ventana, su mirada se detuvo en Isabela. Algo en la tranquilidad de su rostro, en la manera en que trataba las flores con tan
La tarde en la mansión transcurría en un silencio inquietante, roto únicamente por el susurro del viento que se filtraba por las ventanas. Leonardo no había podido concentrarse en sus asuntos durante todo el día. Las escenas de Camila humillando a Isabela seguían repitiéndose en su mente, como un eco que no podía ignorar.Decidido a aclarar su confusión, se dirigió al jardín donde había visto a Isabela esa mañana. La encontró sentada en un banco de piedra bajo el gran roble, con las manos descansando sobre su regazo. Sus ojos estaban fijos en las flores frente a ella, pero su mente parecía muy lejos de allí.Leonardo se detuvo a unos metros, observándola en silencio. Había algo en su expresión, una mezcla de melancolía y paz, que lo hacía sentirse inquieto. ¿Cómo podía alguien soportar tantas humillaciones y aún mantener esa aura de pureza?Finalmente, se armó de valor y se acercó.—¿Puedo sentarme contigo? —preguntó, su tono más suave de lo habitual.Isabela levantó la mirada, sorpre
El clima en la mansión Arriaga era tenso, como si la misma casa hubiera absorbido la hostilidad que rondaba en sus pasillos. Isabela, aún herida por las palabras de Camila, trató de mantenerse ocupada limpiando los estantes de la biblioteca, un lugar que siempre había considerado su refugio. Sin embargo, la calma no duró mucho.Camila entró en la habitación con su característico aire de superioridad, sus tacones resonando en el suelo de mármol. Se detuvo junto a la puerta, observando a Isabela con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.—Así que aquí estás —dijo Camila, con un tono que ya presagiaba problemas—. Siempre trabajando como la buena sirvienta que eres.Isabela suspiró, dejando el plumero a un lado.—¿Qué quieres, Camila? No tengo ganas de discutir contigo.Camila se acercó, cruzándose de brazos.—No quiero discutir, querida. Solo quiero recordarte algo: tú no perteneces a este lugar. Leonardo y yo tenemos una historia que tú nunca podrás superar.Isabela intentó ignorarla, p
La tensión en la mansión se podía cortar con un cuchillo. Desde el enfrentamiento en la biblioteca, Isabela había intentado mantenerse alejada de Camila tanto como podía, pero el destino, o más bien la manipulación calculada de Camila, parecía empeñado en ponerlas en el mismo espacio una y otra vez.Aquella mañana, Leonardo estaba en el salón principal, revisando unos documentos importantes, cuando Camila entró acompañada por Isabela, quien llevaba una bandeja con el desayuno de su esposo.—Ah, qué maravilla —exclamó Camila al ver la escena—. Isabela, siempre tan dedicada. Aunque… —se detuvo dramáticamente, mirándola de arriba abajo con una sonrisa venenosa—. Creo que esa bandeja está más acorde para una sirvienta que para una esposa.Isabela se detuvo en seco, sus manos temblando ligeramente mientras colocaba la bandeja sobre la mesa frente a Leonardo. Decidió no responder, consciente de que cualquier palabra solo empeoraría la situación.Camila, al no recibir una reacción inmediata,
La tarde en la mansión Arriaga era serena, con el sol filtrándose entre las ramas de los árboles que adornaban el jardín trasero. Isabela, en busca de un momento de tranquilidad, había decidido pasar el tiempo cuidando las flores. El jardín era su refugio, un lugar donde podía olvidar, aunque fuera por unos minutos, el constante hostigamiento de Camila y la indiferencia de Leonardo.Con las manos ocupadas arrancando malas hierbas y podando un pequeño arbusto, Isabela no se dio cuenta de que alguien la observaba.Leonardo, quien había regresado temprano de la empresa debido a un inesperado cierre de reuniones, había notado la figura de su esposa desde la ventana de su estudio. Había algo en la forma en que Isabela se movía, en la tranquilidad que irradiaba, que lo hizo decidir salir al jardín.Cuando llegó, Isabela levantó la vista, sorprendida al verlo allí.—Leonardo, no sabía que estabas en casa.—Terminé antes de lo esperado —respondió, metiendo las manos en los bolsillos de su pan