EL JUEGO

El clima en la mansión Arriaga era tenso, como si la misma casa hubiera absorbido la hostilidad que rondaba en sus pasillos. Isabela, aún herida por las palabras de Camila, trató de mantenerse ocupada limpiando los estantes de la biblioteca, un lugar que siempre había considerado su refugio. Sin embargo, la calma no duró mucho.

Camila entró en la habitación con su característico aire de superioridad, sus tacones resonando en el suelo de mármol. Se detuvo junto a la puerta, observando a Isabela con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—Así que aquí estás —dijo Camila, con un tono que ya presagiaba problemas—. Siempre trabajando como la buena sirvienta que eres.

Isabela suspiró, dejando el plumero a un lado.

—¿Qué quieres, Camila? No tengo ganas de discutir contigo.

Camila se acercó, cruzándose de brazos.

—No quiero discutir, querida. Solo quiero recordarte algo: tú no perteneces a este lugar. Leonardo y yo tenemos una historia que tú nunca podrás superar.

Isabela intentó ignorarla, p
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