El aire nocturno era frío y denso, abrazando a Isabela con un escalofrío mientras avanzaba hacia el portón principal de la mansión. Su maleta, pequeña pero cargada con el peso de su decisión, rodaba por el suelo silencioso. No miró atrás; temía que hacerlo pudiera debilitar su determinación.Sin embargo, justo cuando extendió la mano para abrir la puerta, una voz grave y autoritaria la detuvo en seco.—¿A dónde crees que vas?Isabela sintió que su corazón se detenía. Su respiración se aceleró mientras giraba lentamente, encontrándose con la imponente figura de Leonardo de pie en el umbral. Su rostro estaba parcialmente cubierto por la penumbra, pero sus ojos ardían con una furia contenida que le erizó la piel.—Yo… —Isabela intentó hablar, pero las palabras no salieron.Leonardo dio un paso adelante, cerrando la distancia entre ellos en cuestión de segundos. La maleta a su lado no pasó desapercibida para él. Su mirada alternaba entre el equipaje y el rostro pálido de Isabela.—Te hice
El balcón de la habitación de Isabela se convirtió en su refugio aquella noche, un rincón donde la brisa fría acariciaba su piel y las estrellas parecían observar su dolor en silencio. Se sentó en una silla de hierro forjado, abrazando sus rodillas mientras miraba hacia el vasto jardín. El reloj marcaba las tres de la madrugada, pero el sueño era un lujo que no podía permitirse.La escena con Leonardo aún resonaba en su mente. Su voz autoritaria, la firmeza en su mirada, y la forma en que había arrebatado la maleta de sus manos eran imágenes imposibles de olvidar. Había algo en él que la aterrorizaba y, al mismo tiempo, la mantenía atada, como si su voluntad fuera una prisión de la que no podía escapar.—¿Por qué no puedo simplemente irme? —susurró al vacío.Los pensamientos de IsabelaLa soledad que sentía era abrumadora. Desde que había llegado a esta mansión, nunca se había sentido bienvenida. Camila la humillaba constantemente, y Leonardo… él era un enigma. A veces, su mirada pare
La mañana en la mansión comenzó como cualquier otra, con los empleados ocupados en sus tareas diarias y un silencio tenso que envolvía las habitaciones. Isabela estaba en la cocina, ayudando a organizar las frutas frescas que habían llegado temprano, cuando la voz autoritaria de Camila rompió la tranquilidad.—¡Isabela! Ven aquí ahora mismo.Isabela dejó el cuchillo que tenía en la mano y caminó rápidamente hacia el salón principal, donde Camila estaba sentada en el sofá de cuero, bebiendo té en una delicada taza de porcelana. Su expresión altiva y mirada penetrante le hacían saber que esto no sería un encuentro agradable.—Sí, Camila, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó Isabela con calma, intentando mantener la compostura.Camila no respondió de inmediato. En cambio, dio un sorbo largo a su té y luego, con un movimiento deliberado, inclinó la taza hasta que el líquido caliente se derramó sobre la alfombra blanca del salón.—¡Oh, qué torpe soy! —exclamó con fingida preocupación, mirando
La mansión Arriaga siempre había sido un lugar de elegancia y grandeza, con sus pasillos interminables y sus paredes adornadas con cuadros antiguos. Pero para Isabela, esas paredes parecían cada vez más frías e implacables, como si estuvieran diseñadas para atraparla en su propio dolor. Las horas se alargaban en la mansión, y la incertidumbre se apoderaba de ella con cada paso que daba.Aquella mañana había comenzado como tantas otras, con la rutina monótona de la casa, hasta que la cruel intervención de Camila lo cambió todo. La escena de la alfombra manchada de té, la humillación abierta, el orden de arrodillarse para limpiar… Isabela todavía sentía el peso de esa vergüenza en su cuerpo. Sin embargo, algo en su interior había cambiado con la intervención de Darío, el hermano de Leonardo, cuya presencia, aunque repentina, le ofreció una extraña sensación de consuelo.La Confusión de IsabelaAún con la cálida presencia de Darío, Isabela no podía sacudirse la sensación de estar atrapad
La mansión Arriaga, con su fachada imponente y sus amplios salones, seguía siendo un refugio de lujo para todos los que habitaban en ella, pero para Isabela, se había convertido en una prisión de la que no podía escapar. Cada rincón de la casa le recordaba su sufrimiento, la frialdad de su esposo y las constantes humillaciones que recibía de Camila. Pero lo que más la desgarraba era la indiferencia de Leonardo, quien, con cada día que pasaba, parecía alejarse más de ella.Desde la última conversación con su marido, en la que él había defendido a Camila sin dudar, Isabela no sabía cómo enfrentar su realidad. Todo lo que deseaba era ser vista, ser escuchada, pero parecía que todo a su alrededor conspiraba para mantenerla en las sombras.La Presencia de DaríoSin embargo, había algo diferente en los últimos días. La presencia de Darío en la mansión, aunque inesperada, había traído consigo una pequeña chispa de esperanza para Isabela. A pesar de su actitud protectora y su constante defens
La mansión Arriaga, con sus pasillos amplios y ventanales que dejaban entrar la luz del sol de manera impecable, parecía un lugar ideal para escapar del caos exterior, pero para Isabela, cada rincón de esa casa se sentía como una trampa, un espacio en el que la libertad era un concepto lejano. Había momentos en los que lograba olvidarse de la tensión constante, pero siempre había algo que lo rompía, algo que la regresaba a la cruel realidad.Esa tarde, como tantas otras, Isabela decidió caminar por los jardines, con las flores que tanto amaba rodeándola, intentando encontrar en ellas un poco de paz. El sol ya comenzaba a bajar en el horizonte, y los colores cálidos del atardecer pintaban el cielo de tonos dorados. La brisa suave acariciaba su rostro mientras caminaba lentamente por los senderos de piedra.De repente, la risa de Darío la alcanzó. Isabela levantó la vista y vio que él se acercaba hacia ella, con una sonrisa genuina en los labios, una sonrisa que hacía tiempo que ella no
La mansión Arriaga, con su majestuosa arquitectura, seguía siendo un escenario de constante tensión para Isabela. Cada paso que daba en su interior parecía más pesado que el anterior. Había intentado adaptarse a esa vida, a esa soledad que la acompañaba a cada momento. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no lograba liberarse de la sensación de ser una prisionera, atrapada entre paredes frías que no la dejaban escapar. Y ahora, había algo más, una presión creciente, una presión que venía de la persona que alguna vez pensó que sería su refugio: Leonardo.Esa tarde, ella caminaba por los pasillos de la mansión, como siempre, buscando un rincón donde pudiera encontrarse a sí misma, sin el peso de las expectativas ajenas. Cuando pasó cerca de una de las puertas del salón, escuchó risas, y al asomarse, vio a Leonardo y a Camila en el mismo espacio, hablando y riendo juntos. La imagen la golpeó como una ola fría. No sabía qué había cambiado, pero sentía una presión en el pecho al verlos tan unid
La mansión Arriaga, tan majestuosa y opulenta, continuaba siendo una cárcel silenciosa para Isabela. La joven esposa se había refugiado en el balcón de su habitación, donde la fría brisa nocturna le daba un consuelo efímero. La soledad era su única compañía, y aunque intentaba mantenerse fuerte, cada día se sentía más pequeña dentro de esos muros que parecían cerrarse a su alrededor.Por otro lado, Leonardo estaba en su estudio, revisando documentos, o al menos intentándolo. Desde la confrontación con Isabela, sus pensamientos habían sido un caos. No podía sacarla de su mente. Sus palabras resonaban en su cabeza como un eco interminable: "De la misma manera en que tú estás cerca de Camila, yo también puedo estar cerca de otra persona".Aquella declaración había despertado algo primitivo en él, un sentimiento que no quería aceptar: posesividad. La idea de Isabela compartiendo sonrisas, momentos, o algo más con otro hombre lo atormentaba, y aunque su orgullo lo empujaba a ignorarla, alg