UNA NOCHE ETERNA

El balcón de la habitación de Isabela se convirtió en su refugio aquella noche, un rincón donde la brisa fría acariciaba su piel y las estrellas parecían observar su dolor en silencio. Se sentó en una silla de hierro forjado, abrazando sus rodillas mientras miraba hacia el vasto jardín. El reloj marcaba las tres de la madrugada, pero el sueño era un lujo que no podía permitirse.

La escena con Leonardo aún resonaba en su mente. Su voz autoritaria, la firmeza en su mirada, y la forma en que había arrebatado la maleta de sus manos eran imágenes imposibles de olvidar. Había algo en él que la aterrorizaba y, al mismo tiempo, la mantenía atada, como si su voluntad fuera una prisión de la que no podía escapar.

—¿Por qué no puedo simplemente irme? —susurró al vacío.

Los pensamientos de Isabela

La soledad que sentía era abrumadora. Desde que había llegado a esta mansión, nunca se había sentido bienvenida. Camila la humillaba constantemente, y Leonardo… él era un enigma. A veces, su mirada pare
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