La mansión Arriaga, con sus pasillos amplios y ventanales que dejaban entrar la luz del sol de manera impecable, parecía un lugar ideal para escapar del caos exterior, pero para Isabela, cada rincón de esa casa se sentía como una trampa, un espacio en el que la libertad era un concepto lejano. Había momentos en los que lograba olvidarse de la tensión constante, pero siempre había algo que lo rompía, algo que la regresaba a la cruel realidad.Esa tarde, como tantas otras, Isabela decidió caminar por los jardines, con las flores que tanto amaba rodeándola, intentando encontrar en ellas un poco de paz. El sol ya comenzaba a bajar en el horizonte, y los colores cálidos del atardecer pintaban el cielo de tonos dorados. La brisa suave acariciaba su rostro mientras caminaba lentamente por los senderos de piedra.De repente, la risa de Darío la alcanzó. Isabela levantó la vista y vio que él se acercaba hacia ella, con una sonrisa genuina en los labios, una sonrisa que hacía tiempo que ella no
La mansión Arriaga, con su majestuosa arquitectura, seguía siendo un escenario de constante tensión para Isabela. Cada paso que daba en su interior parecía más pesado que el anterior. Había intentado adaptarse a esa vida, a esa soledad que la acompañaba a cada momento. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no lograba liberarse de la sensación de ser una prisionera, atrapada entre paredes frías que no la dejaban escapar. Y ahora, había algo más, una presión creciente, una presión que venía de la persona que alguna vez pensó que sería su refugio: Leonardo.Esa tarde, ella caminaba por los pasillos de la mansión, como siempre, buscando un rincón donde pudiera encontrarse a sí misma, sin el peso de las expectativas ajenas. Cuando pasó cerca de una de las puertas del salón, escuchó risas, y al asomarse, vio a Leonardo y a Camila en el mismo espacio, hablando y riendo juntos. La imagen la golpeó como una ola fría. No sabía qué había cambiado, pero sentía una presión en el pecho al verlos tan unid
La mansión Arriaga, tan majestuosa y opulenta, continuaba siendo una cárcel silenciosa para Isabela. La joven esposa se había refugiado en el balcón de su habitación, donde la fría brisa nocturna le daba un consuelo efímero. La soledad era su única compañía, y aunque intentaba mantenerse fuerte, cada día se sentía más pequeña dentro de esos muros que parecían cerrarse a su alrededor.Por otro lado, Leonardo estaba en su estudio, revisando documentos, o al menos intentándolo. Desde la confrontación con Isabela, sus pensamientos habían sido un caos. No podía sacarla de su mente. Sus palabras resonaban en su cabeza como un eco interminable: "De la misma manera en que tú estás cerca de Camila, yo también puedo estar cerca de otra persona".Aquella declaración había despertado algo primitivo en él, un sentimiento que no quería aceptar: posesividad. La idea de Isabela compartiendo sonrisas, momentos, o algo más con otro hombre lo atormentaba, y aunque su orgullo lo empujaba a ignorarla, alg
Camila había pasado toda la mañana en su habitación, sentada frente al tocador mientras un pequeño ejército de estilistas la preparaba para el día. Su mente, sin embargo, no estaba en su reflejo ni en los elogios de sus asistentes. Estaba planeando su próxima jugada, una que asegurara que Isabela quedara completamente humillada y, sobre todo, más lejos de Leonardo.—Hoy tiene que ser perfecto —murmuró mientras se miraba en el espejo, una sonrisa maliciosa curvando sus labios.—¿A qué se refiere, señora? —preguntó tímidamente una de las estilistas.Camila la miró por el espejo, y la intensidad en sus ojos fue suficiente para silenciar cualquier otra pregunta. Nadie debía saber lo que tramaba hasta que todo estuviera en marcha.Mientras tanto, Isabela estaba en el jardín, trabajando en su pequeño rincón de flores. Era uno de los pocos lugares donde podía encontrar algo de paz. Los colores vibrantes y los aromas dulces de las plantas la ayudaban a olvidar, aunque fuera por un instante, e
El sol brillaba intensamente sobre la mansión Arriaga, pero para Isabela, cada día dentro de esos muros era una lucha constante por mantener la calma. Desde el incidente en el almuerzo organizado por Camila, la joven se había refugiado aún más en su mundo interior. Se encontraba en el jardín, cuidando sus flores, como solía hacer para encontrar algo de paz en medio del caos.Dario, el hermano menor de Leonardo, observaba a Isabela desde la distancia. Había llegado temprano esa mañana para conversar con Leonardo sobre negocios, pero no pudo evitar notar la expresión de soledad en el rostro de Isabela mientras trabajaba en silencio. Algo en ella despertaba su instinto protector, y, al verla, decidió acercarse.—Isabela —la llamó suavemente, haciendo que ella levantara la mirada sorprendida.—Oh, Dario, no te vi llegar —dijo ella con una tímida sonrisa, dejando las herramientas de jardinería a un lado.—Eso parece. Estabas muy concentrada —respondió, devolviéndole la sonrisa. Luego hizo
La noche había caído sobre la mansión Arriaga, trayendo consigo un silencio inquietante que envolvía los pasillos. Isabela se encontraba en su habitación, sentada junto a la ventana, mirando las estrellas en busca de consuelo. Después del incómodo enfrentamiento con Leonardo, había intentado convencerse de que sus palabras no la afectaban, pero su corazón seguía latiendo rápido cada vez que recordaba la intensidad de su mirada.Por otro lado, Leonardo estaba en su estudio, pero su mente no lograba enfocarse en los documentos frente a él. La imagen de Isabela sonriendo con Dario lo atormentaba, como un recuerdo que no podía desterrar. Sentía una mezcla de celos y rabia, emociones que no estaba dispuesto a admitir siquiera ante sí mismo. Finalmente, incapaz de soportarlo más, se levantó de su silla y salió al pasillo, sus pasos resonando con fuerza en el silencio de la mansión.Isabela se sobresaltó al escuchar un golpe en la puerta. Antes de que pudiera responder, Leonardo entró sin es
El amanecer en la mansión Arriaga era tan silencioso como imponente, pero no para Camila, quien ya estaba en pie, como era su costumbre, paseándose por los amplios pasillos con aire altivo. Todo parecía en calma hasta que una de las mucamas se acercó apresurada.—Señora Camila, algo que tal vez le interese —dijo la empleada, inclinándose ligeramente en señal de respeto.Camila arqueó una ceja, intrigada.—Habla, ¿qué es eso tan importante?La mujer titubeó, consciente de que lo que estaba a punto de decir podría causar un terremoto.—Anoche vi al señor Leonardo dirigirse a la habitación de la señora Isabela. Estuvo allí por un buen rato.El rostro de Camila se endureció de inmediato, y sus labios se curvaron en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.—¿De verdad? Eso es… interesante. Gracias, puedes retirarte.Mientras la mucama se alejaba, Camila apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en sus palmas. Su mente trabajaba rápido, llena de rabia y sospechas. ¿Qué había
La mañana amaneció con un ambiente extraño en la mansión Arriaga. Isabela, después del cruel enfrentamiento con Camila, había decidido mantenerse ocupada para evitar pensar en las hirientes palabras que aún resonaban en su cabeza. Sabía que quedarse en la mansión era como vivir en una prisión, pero salir parecía igualmente imposible, al menos hasta que algo realmente cambiara en su vida.Mientras se dirigía al jardín, donde siempre encontraba algo de paz, un empleado se le acercó con un sobre en la mano.—Señora Isabela, este sobre llegó para usted esta mañana —dijo, entregándoselo con respeto.Isabela lo tomó, frunciendo el ceño al ver que no había remitente. Con curiosidad, abrió el sobre y sacó una carta formal con un logotipo que reconoció de inmediato: Grupo Altamirano, la empresa rival más importante de Arriaga Corporation.Señora Isabela Arriaga,Es un placer dirigirnos a usted. Hemos seguido su trayectoria académica y consideramos que su talento sería un gran aporte a nuestra