EL VENENO DE LAS PALABRAS

El amanecer en la mansión Arriaga era tan silencioso como imponente, pero no para Camila, quien ya estaba en pie, como era su costumbre, paseándose por los amplios pasillos con aire altivo. Todo parecía en calma hasta que una de las mucamas se acercó apresurada.

—Señora Camila, algo que tal vez le interese —dijo la empleada, inclinándose ligeramente en señal de respeto.

Camila arqueó una ceja, intrigada.

—Habla, ¿qué es eso tan importante?

La mujer titubeó, consciente de que lo que estaba a punto de decir podría causar un terremoto.

—Anoche vi al señor Leonardo dirigirse a la habitación de la señora Isabela. Estuvo allí por un buen rato.

El rostro de Camila se endureció de inmediato, y sus labios se curvaron en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—¿De verdad? Eso es… interesante. Gracias, puedes retirarte.

Mientras la mucama se alejaba, Camila apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en sus palmas. Su mente trabajaba rápido, llena de rabia y sospechas. ¿Qué había
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