El sonido del motor del coche de Leonardo se apagó cuando estacionó frente a la mansión. La noche había sido larga y llena de frustración. Su mente seguía dando vueltas, no podía sacarse de la cabeza la imagen de Isabela caminando al lado de Alejandro. La ira lo invadía cada vez más, y aunque había tratado de evitarlo, la sensación de celos y posesividad lo dominaban. Al llegar a la mansión, no pudo soportarlo más. Subió rápidamente las escaleras, ignorando por completo el silencio que envolvía la casa. Su cuerpo, tenso y nervioso, se dirigió hacia la habitación de Isabela sin pensarlo. Necesitaba respuestas, necesitaba controlarla. Cuando llegó a la puerta, notó que estaba cerrada con llave. Leonardo frunció el ceño. Sabía que no iba a quedarse allí, esperando a que su esposa le abriera. Rápidamente, se dirigió hacia su oficina y tomó la copia de la llave. Un gesto que había hecho tantas veces, pero que esa noche lo llenó de una extraña sensación de desesperación. Regresó a la pue
Leonardo salió de la habitación sin mirar atrás, el sonido de sus pasos resonando en el pasillo vacío como un eco en su mente. La intensidad del beso aún ardía en sus labios, pero lo que lo atormentaba no era eso. Era la imagen de Isabela, su esposa, tan diferente a la mujer que él había imaginado en su mente cuando aceptó el matrimonio.Isabela siempre había sido esa mujer callada, obediente, casi invisible ante sus propios ojos. La había visto como una pieza más en su vida, una que debía cumplir su función sin hacer preguntas. Sin embargo, las últimas semanas lo habían dejado completamente confundido. La imagen de ella al lado de Alejandro, compartiendo risas, mirando al otro con esos ojos que alguna vez fueron solo suyos, lo había desbordado. Un torrente de emociones que no podía entender lo atormentaba.Se adentró en el pasillo oscuro, sus pensamientos atrapados en la confusión de su mente. Sabía lo que sentía por Camila, lo había sabido desde el primer día que la vio, pero no pod
Isabela despertó temprano, el sol apenas asomando por el horizonte. El ambiente en la Mansión Arriaga era inquietante, lleno de silencios pesados y tensos que la acompañaban desde su llegada. Aunque el matrimonio con Leonardo nunca fue por amor, ella había logrado convencerse durante un tiempo de que podría encontrar su lugar en ese mundo frío y distante. Pero las constantes humillaciones y el desprecio de su esposo, junto con las manipulaciones de Camila, la habían hecho sentir que no pertenecía allí. Esa mañana, tras una noche llena de pensamientos confusos y frustrantes, decidió que era hora de tomar una decisión. No más sacrificios ni quedarse a la sombra de lo que no podía controlar. No estaba dispuesta a vivir como una espectadora de su propia vida. Así que, tras vestirse con rapidez, recogió sus pertenencias más esenciales y salió de la villa sin hacer ruido. Su objetivo estaba claro: la Compañía Altamirano. Isabela había estado considerando esta opción durante días, aunque l
El primer día de trabajo de Isabela en la Compañía Altamirano fue todo lo que ella había esperado. Desde el momento en que cruzó las puertas de la moderna edificación, se sintió como en casa. El ambiente estaba lleno de energía positiva, con empleados dedicados y un liderazgo visionario que la inspiraba a dar lo mejor de sí misma. Alejandro le había brindado un puesto en el departamento de marketing, y desde el primer momento, ella demostró su talento innato. Se sumergió en los proyectos, entregándose por completo a las tareas y mostrando su capacidad de análisis y creatividad.Su habilidad para pensar fuera de la caja se hizo evidente cuando presentó varias ideas innovadoras para nuevas campañas. Era evidente que su lugar allí era más que merecido. La gente empezó a reconocer su profesionalismo y su capacidad de liderazgo, aunque Isabela no se dejaba llevar por los halagos. Estaba allí para hacer su trabajo, para demostrar que podía ser alguien por sí misma, lejos de la sombra de su
La Ferrari avanzaba por las calles, deslizándose con agilidad por el asfalto, pero dentro del automóvil, la atmósfera era densa, cargada de una tensión que parecía no querer desvanecerse. Isabela se encontraba sentada en el asiento del pasajero, con las manos entrelazadas sobre su regazo, mirando por la ventana sin querer enfrentar a Leonardo. El sonido del motor era el único que rompía el silencio entre ellos, pero la incomodidad que sentía en su pecho la hacía sentir como si el aire fuera denso, casi irrespirable.Después de aquella breve conversación, Leonardo no había vuelto a hablarle. El rostro impasible de él, detrás de los lentes de sol, la perturbaba más de lo que quería admitir. Sabía que su esposo tenía una presencia que dominaba cualquier habitación, cualquier espacio. Pero esa misma presencia ahora se sentía como una presión, como si de alguna manera estuviera atrapada entre dos mundos, entre la vida que había dejado atrás y la vida que estaba comenzando a construir.No p
La atmósfera dentro del coche se había vuelto aún más tensa después de las palabras que Leonardo había pronunciado. Los segundos se estiraban como si el tiempo se hubiera detenido por completo, cada segundo arrastrando consigo más de esa incomodidad que había invadido el espacio entre ellos. Isabela no podía creer lo que acababa de escuchar. Aunque trataba de entender la postura de su esposo, sus palabras le resultaban incomprensibles y dolorosas. ¿Qué había hecho ella para merecer semejante reproche? ¿Por qué su simple deseo de trabajar, de tener una vida propia, parecía amenazar tanto a Leonardo?El silencio se hizo insoportable mientras el coche avanzaba por las calles. El viento se colaba por las rendijas de las ventanas, pero ni siquiera eso podía aliviar la creciente tensión que pesaba sobre ella. Isabela miró por la ventana, viendo cómo el paisaje urbano se deslizaba ante sus ojos sin ser realmente consciente de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Su mente estaba ocupada e
La mansión Arriaga se despertó temprano esa mañana, como siempre, pero para Isabela, el día ya había comenzado con una nube oscura encima. Las primeras luces del día no lograron disipar la tristeza que la invadía, pero lo que más la afectaba era la constante presencia de Camila. La mujer no perdía oportunidad para recordarle a Isabela que su posición en la vida de Leonardo estaba asegurada, y lo hacía de una manera que solo un ser tan manipulador y retorcido como ella podía.Isabela se encontraba en el vestíbulo, preparándose para salir a dar un paseo corto, cuando la escuchó.—Isabela, no olvides lo que te hice en la Gala —dijo Camila, acercándose a ella con una sonrisa falsa en el rostro. Su tono era venenoso, y su mirada desafiante. —Leonardo siempre va a cuidar de mí. Tú solo eres una sombra en su vida.Isabela apretó los dientes y giró hacia ella, manteniendo una calma que era casi irreal. No tenía tiempo para las diatribas de Camila, ni para sus constantes recordatorios de la to
La mansión Arriaga permanecía envuelta en un silencio tenso, solo interrumpido por los pasos rápidos y pesados de Leonardo al caminar por los pasillos. El rostro del hombre estaba marcado por la furia contenida, la frustración y una mezcla de celos que no lograba comprender del todo. Cada vez que pensaba en Alejandro acercándose a Isabela, una rabia indescriptible se apoderaba de él, como si la presencia de ese hombre fuera una amenaza para algo más que su matrimonio.Camila lo observaba desde el umbral de la sala, sabiendo exactamente lo que debía hacer para alimentar aún más las dudas de Leonardo. Lo había hecho tantas veces antes que su actuación era casi perfecta. Cuando él pasó junto a ella, con su expresión endurecida, Camila vio la oportunidad de dar el golpe final.—Leonardo —dijo Camila con suavidad, acercándose a él mientras posaba su mano en su brazo—. Estás muy molesto. Sé lo que sientes, pero no puedes dejar que eso te controle. Tienes que entender que Isabela… Isabela no