La Ferrari avanzaba por las calles, deslizándose con agilidad por el asfalto, pero dentro del automóvil, la atmósfera era densa, cargada de una tensión que parecía no querer desvanecerse. Isabela se encontraba sentada en el asiento del pasajero, con las manos entrelazadas sobre su regazo, mirando por la ventana sin querer enfrentar a Leonardo. El sonido del motor era el único que rompía el silencio entre ellos, pero la incomodidad que sentía en su pecho la hacía sentir como si el aire fuera denso, casi irrespirable.Después de aquella breve conversación, Leonardo no había vuelto a hablarle. El rostro impasible de él, detrás de los lentes de sol, la perturbaba más de lo que quería admitir. Sabía que su esposo tenía una presencia que dominaba cualquier habitación, cualquier espacio. Pero esa misma presencia ahora se sentía como una presión, como si de alguna manera estuviera atrapada entre dos mundos, entre la vida que había dejado atrás y la vida que estaba comenzando a construir.No p
La atmósfera dentro del coche se había vuelto aún más tensa después de las palabras que Leonardo había pronunciado. Los segundos se estiraban como si el tiempo se hubiera detenido por completo, cada segundo arrastrando consigo más de esa incomodidad que había invadido el espacio entre ellos. Isabela no podía creer lo que acababa de escuchar. Aunque trataba de entender la postura de su esposo, sus palabras le resultaban incomprensibles y dolorosas. ¿Qué había hecho ella para merecer semejante reproche? ¿Por qué su simple deseo de trabajar, de tener una vida propia, parecía amenazar tanto a Leonardo?El silencio se hizo insoportable mientras el coche avanzaba por las calles. El viento se colaba por las rendijas de las ventanas, pero ni siquiera eso podía aliviar la creciente tensión que pesaba sobre ella. Isabela miró por la ventana, viendo cómo el paisaje urbano se deslizaba ante sus ojos sin ser realmente consciente de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Su mente estaba ocupada e
La mansión Arriaga se despertó temprano esa mañana, como siempre, pero para Isabela, el día ya había comenzado con una nube oscura encima. Las primeras luces del día no lograron disipar la tristeza que la invadía, pero lo que más la afectaba era la constante presencia de Camila. La mujer no perdía oportunidad para recordarle a Isabela que su posición en la vida de Leonardo estaba asegurada, y lo hacía de una manera que solo un ser tan manipulador y retorcido como ella podía.Isabela se encontraba en el vestíbulo, preparándose para salir a dar un paseo corto, cuando la escuchó.—Isabela, no olvides lo que te hice en la Gala —dijo Camila, acercándose a ella con una sonrisa falsa en el rostro. Su tono era venenoso, y su mirada desafiante. —Leonardo siempre va a cuidar de mí. Tú solo eres una sombra en su vida.Isabela apretó los dientes y giró hacia ella, manteniendo una calma que era casi irreal. No tenía tiempo para las diatribas de Camila, ni para sus constantes recordatorios de la to
La mansión Arriaga permanecía envuelta en un silencio tenso, solo interrumpido por los pasos rápidos y pesados de Leonardo al caminar por los pasillos. El rostro del hombre estaba marcado por la furia contenida, la frustración y una mezcla de celos que no lograba comprender del todo. Cada vez que pensaba en Alejandro acercándose a Isabela, una rabia indescriptible se apoderaba de él, como si la presencia de ese hombre fuera una amenaza para algo más que su matrimonio.Camila lo observaba desde el umbral de la sala, sabiendo exactamente lo que debía hacer para alimentar aún más las dudas de Leonardo. Lo había hecho tantas veces antes que su actuación era casi perfecta. Cuando él pasó junto a ella, con su expresión endurecida, Camila vio la oportunidad de dar el golpe final.—Leonardo —dijo Camila con suavidad, acercándose a él mientras posaba su mano en su brazo—. Estás muy molesto. Sé lo que sientes, pero no puedes dejar que eso te controle. Tienes que entender que Isabela… Isabela no
La noche había sido larga y llena de compromisos para Isabela. Su presencia en varios eventos seguía siendo bien recibida, y aunque Leonardo no lo quería admitir, su esposa se estaba ganando la admiración y el respeto de muchas personas. En cada reunión, Isabela brillaba con su actitud serena, su sonrisa genuina y su capacidad para conectar con los demás. No era solo su belleza, sino también su inocencia y bondad, lo que la hacía destacar. Sin embargo, dentro de la mansión Arriaga, las tensiones aumentaban.Isabela había llegado tarde, y sin quererlo, había traído consigo una ola de incomodidad, pues su presencia en los eventos la había convertido en un tema de conversación. Sabía que, al entrar en la mansión, tendría que enfrentarse nuevamente a la realidad de su matrimonio. Un matrimonio lleno de apariencias, de reclamos silenciosos y de emociones guardadas.Al entrar en la mansión, Isabela no se dio cuenta de que Leonardo ya la estaba esperando. Estaba cansada, con la mente llena d
La mansión Arriaga estaba silenciosa en la oscuridad de la noche. La luz tenue que iluminaba el despacho de Leonardo reflejaba un ambiente sombrío, cargado de pensamientos confusos y emociones que se debatían en su interior. Se encontraba sentado tras su escritorio, los codos apoyados en la superficie de madera maciza, la mirada perdida en el vacío. En sus manos, sostenía un vaso de cristal, el cual giraba lentamente, observando el líquido dorado que se movía con el vaivén de sus dedos. El whisky tenía el sabor amargo de las decisiones no tomadas, y aunque el alcohol lo relajaba, no lograba calmar el caos en su mente.Había algo que lo atormentaba, algo que lo mantenía despierto en la quietud de la madrugada. Algo que había comenzado con un beso impulsivo, una chispa encendida entre él y su esposa de contrato, Isabela. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué después de todo este tiempo, después de todo lo que había hecho para mantener su distancia, su control, se sentía cada vez más atraído
La mansión Arriaga, habitada por el silencio de la noche, parecía más grande que nunca. Leonardo se encontraba solo en su despacho, donde el aire estaba cargado de una tensión que no podía disiparse. Había tomado una decisión, una que lo haría alejarse de todo lo que lo estaba perturbando, de todo lo que lo mantenía atrapado en una espiral de dudas y emociones que no lograba controlar.A través de la ventana, miraba la ciudad iluminada a lo lejos, pero su mente estaba lejos de todo eso. No podía dejar de pensar en Isabela, en cómo se sentía cada vez más inquieto por ella, en cómo su presencia lo afectaba de maneras que no había previsto. La imagen de su esposa, de su beso, lo perseguía constantemente, y eso no podía seguir siendo así. Necesitaba un respiro, alejarse de la fuente de su agitación.Respiró profundamente y, con un suspiro de frustración, tomó el teléfono que descansaba sobre su escritorio. Era el único recurso que tenía para tratar de calmarse, para huir de la situación.
El amanecer en la mansión Arriaga llegó con una calma inquietante. Los rayos de sol filtraban suavemente por las ventanas de la habitación de Leonardo, pero él no podía disfrutar de la serenidad del nuevo día. Estaba sentado al borde de la cama, con las manos entrelazadas, observando el vacío frente a él. La decisión que había tomado la noche anterior lo pesaba más de lo que había anticipado.Había decidido tomar ese maldito viaje con Camila, pero en el fondo sabía que no era la distancia lo que necesitaba. Estaba huyendo de sus propios sentimientos, de la atracción que sentía por Isabela, de las dudas que no lo dejaban dormir. Unos días lejos de la mansión, de la presión constante de tener a Isabela cerca, parecía la única solución para recuperar el control sobre su vida.Se levantó con lentitud y se dirigió al baño, buscando en la rutina matutina un escape temporal para la tormenta que rugía en su interior. Mientras se miraba al espejo, recordó cómo, la noche anterior, la imagen de