La villa Arriaga parecía más vacía de lo habitual, aunque todos los empleados seguían con sus tareas cotidianas. La ausencia de Leonardo había dejado un aire de silencio incómodo en la casa. Camila había partido con él temprano esa mañana, irradiando una alegría que solo ella podía demostrar con tanto descaro. Isabela, por su parte, intentaba mantenerse ocupada, enfocándose en todo menos en lo que su mente insistía en traerle a la memoria.En su habitación, Isabela observaba por la ventana el jardín perfectamente cuidado. Era un lugar hermoso, pero para ella no era más que una prisión adornada. El viento movía suavemente las hojas de los árboles, y en su mente, se repetían las palabras de una de las empleadas de la casa:— ¿Sabía usted, señora, que el señor Leonardo y la señorita Camila han salido juntos? Se dice que estarán fuera varios días.Isabela había mantenido la compostura frente a la mujer, pero al quedarse sola, sintió un nudo en el pecho. Aunque no era sorpresa que Leonardo
VARIOS DIAS DESPUESAquella noche en la ciudad se vestía de luces que brillaban como estrellas caídas. Isabela, con un elegante vestido azul que resaltaba su delicada figura, salió de su auto frente a un conocido restaurante de alta categoría. A su lado, Dario la escoltaba con una sonrisa relajada, aunque en sus ojos brillaba un atisbo de interés que no trataba de disimular.Isabela había aceptado la invitación de Dario después de pensarlo mucho. Necesitaba un momento de desconexión, algo que la alejara del asfixiante ambiente de la mansión Arriaga. Aunque sabía que su cercanía con Dario podía levantar rumores, no le preocupaba. Estaba decidida a vivir un poco más para sí misma y menos para lo que otros esperaban de ella.— Este lugar es uno de mis favoritos. Espero que te guste. — dijo Dario mientras abría la puerta del restaurante para ella.— Estoy segura de que lo disfrutaré. — respondió Isabela con una sonrisa sincera.Ambos tomaron asiento en una mesa discreta pero con una vista
La mañana había comenzado como cualquier otra para Isabela. Al llegar a la Compañía Altamirano, fue recibida con las sonrisas y los saludos cordiales de sus compañeros. Desde que se había integrado al equipo, su eficiencia y profesionalismo habían ganado el respeto de todos, incluidos los altos directivos.Isabela se dirigió a su oficina, un espacio amplio con una vista impresionante de la ciudad. Había organizado su agenda para el día: reuniones, revisiones de proyectos y un par de entregas importantes que Alejandro había solicitado personalmente. Aunque el ritmo de trabajo era intenso, Isabela lo disfrutaba. Cada día en la empresa era un recordatorio de que podía valerse por sí misma, algo que en la mansión Arriaga siempre parecía estar en duda.Mientras revisaba unos documentos, la puerta de su oficina se abrió ligeramente, y una de las recepcionistas asomó la cabeza.— Disculpe, señora Arriaga… Bueno, señorita Isabela — corrigió con una sonrisa nerviosa —, esto acaba de llegar par
La mansión estaba sumida en una tensa calma tras el regreso de Leonardo y Camila. Aunque nadie lo decía en voz alta, todos los empleados podían sentir la incomodidad que flotaba en el aire. Camila, en particular, no lograba ocultar su descontento. Se paseaba por la casa como una leona enjaulada, su mente consumida por pensamientos oscuros. Desde el momento en que Leonardo había decidido regresar abruptamente de sus “vacaciones”, Camila sabía que algo estaba cambiando. El hombre parecía más distante que nunca, y, aunque intentaba mostrarse comprensivo hacia ella, había una frialdad en sus gestos que no podía ignorar. Camila estaba convencida de que todo se debía a Isabela. En su habitación, mientras observaba su reflejo en el espejo, Camila apretó los puños con rabia contenida. Su mirada se endureció al recordar cómo Leonardo miraba a Isabela, cómo su atención se desviaba siempre hacia su esposa, incluso cuando estaba a su lado. — Si ella no estuviera aquí… todo sería diferente — mu
La tarde transcurrió con una aparente tranquilidad en la mansión Arriaga, pero bajo esa calma se escondían las tormentas personales de cada uno de sus habitantes. Isabela, aún sacudida por los acontecimientos recientes, se encontraba en su habitación, revisando algunos papeles de trabajo cuando su teléfono vibró con un mensaje de Alejandro.—¿Cena esta noche? Es una reunión informal, pero creo que sería útil que estuvieras. Puedo pasar por ti a las 8.Isabela leyó el mensaje varias veces. Aunque sabía que aceptar esa invitación podría traerle problemas, no encontró una razón válida para rechazarla. Alejandro siempre había sido respetuoso y, además, era su jefe. Ella quería demostrar su compromiso con la empresa, y esta era una oportunidad para ello.— Está bien, te espero a las 8 — respondió finalmente.En otra parte de la ciudad, Leonardo revisaba documentos en su despacho cuando su teléfono sonó. Era Camila.— Leonardo, querido, ¿sabes que tu esposa va a salir con Alejandro esta noc
La mansión Arriaga estaba envuelta en un silencio inquietante cuando Isabela regresó esa noche. El camino desde el auto de Alejandro hasta su habitación se sintió más largo de lo habitual, como si cada paso estuviera cargado de una anticipación que no podía explicar. Al entrar a su habitación, Isabela cerró la puerta detrás de ella y dejó su bolso sobre el tocador. Sus pensamientos estaban dispersos entre la reunión con Alejandro y los sentimientos contradictorios que Leonardo siempre provocaba en ella. Se quitó los tacones con un suspiro, deseando nada más que un momento de paz. Sin embargo, cuando se giró, su corazón dio un salto al encontrar a Leonardo allí, sentado en un sillón junto a la ventana, sus ojos oscuros fijos en ella. — ¿Qué haces aquí? — preguntó, con la voz entrecortada por la sorpresa. Leonardo se levantó lentamente, cada movimiento irradiando una autoridad silenciosa que llenaba la habitación. — Esperándote — respondió con un tono grave, avanzando hacia ella.
La luz de la luna entraba por las rendijas de la ventana, proyectando sombras danzantes en las paredes del dormitorio. Isabela, con el corazón acelerado y la mente llena de pensamientos confusos, apenas podía pensar en lo que estaba a punto de suceder. La cercanía de Darío y Alejandro durante la cena había sembrado en Leonardo una tormenta de celos que ahora estallaba en su interior. El ambiente se había cargado de tensión desde que los hombres llegaron para saludar a su esposa, y en esa presión acumulada, la pasión había encontrado su camino. Leonardo, con una mirada intensa y casi animal, la tomó por la cintura y acercó su rostro al de ella, susurrando palabras que se perdían más allá de la comprensión. El aire era espeso, empapado de deseo y frustración. Con cada toque, cada roce, Isabela sentía su propio cuerpo responder ante la furia celosa de su esposo, aunque también había un rayo de miedo punzante que la atravesaba. —No puedes dejar que se acerquen a ti, Isabela —dijo él, su
El amanecer se filtraba débilmente a través de las cortinas de la habitación de Isabela. La joven se encontraba aún en su cama, sumida en un sueño inquieto, cuando el sonido seco de la puerta al abrirse la despertó de golpe. Leonardo entró sin tocar, su presencia dominante llenando el espacio con un aire frío y cortante. Isabela se incorporó lentamente, cubriéndose con la sábana, confusa y vulnerable. — ¿Qué haces aquí? — preguntó, su voz cargada de una mezcla de sorpresa y temor. Leonardo no respondió de inmediato. Cerró la puerta tras de sí y avanzó hasta quedar frente a ella, sacando un pequeño fajo de billetes de su bolsillo y lanzándolo sobre la cama. El sonido de los billetes al caer resonó como un eco cruel en la habitación. — Tómalo — dijo con voz firme y desprovista de emoción. — Para que compres la pastilla. Isabela lo miró, incrédula, sin comprender del todo lo que acababa de decir. — ¿De qué estás hablando? Leonardo cruzó los brazos, su mirada helada clavada en ella