La luz de la luna entraba por las rendijas de la ventana, proyectando sombras danzantes en las paredes del dormitorio. Isabela, con el corazón acelerado y la mente llena de pensamientos confusos, apenas podía pensar en lo que estaba a punto de suceder. La cercanía de Darío y Alejandro durante la cena había sembrado en Leonardo una tormenta de celos que ahora estallaba en su interior. El ambiente se había cargado de tensión desde que los hombres llegaron para saludar a su esposa, y en esa presión acumulada, la pasión había encontrado su camino. Leonardo, con una mirada intensa y casi animal, la tomó por la cintura y acercó su rostro al de ella, susurrando palabras que se perdían más allá de la comprensión. El aire era espeso, empapado de deseo y frustración. Con cada toque, cada roce, Isabela sentía su propio cuerpo responder ante la furia celosa de su esposo, aunque también había un rayo de miedo punzante que la atravesaba. —No puedes dejar que se acerquen a ti, Isabela —dijo él, su
El amanecer se filtraba débilmente a través de las cortinas de la habitación de Isabela. La joven se encontraba aún en su cama, sumida en un sueño inquieto, cuando el sonido seco de la puerta al abrirse la despertó de golpe. Leonardo entró sin tocar, su presencia dominante llenando el espacio con un aire frío y cortante. Isabela se incorporó lentamente, cubriéndose con la sábana, confusa y vulnerable. — ¿Qué haces aquí? — preguntó, su voz cargada de una mezcla de sorpresa y temor. Leonardo no respondió de inmediato. Cerró la puerta tras de sí y avanzó hasta quedar frente a ella, sacando un pequeño fajo de billetes de su bolsillo y lanzándolo sobre la cama. El sonido de los billetes al caer resonó como un eco cruel en la habitación. — Tómalo — dijo con voz firme y desprovista de emoción. — Para que compres la pastilla. Isabela lo miró, incrédula, sin comprender del todo lo que acababa de decir. — ¿De qué estás hablando? Leonardo cruzó los brazos, su mirada helada clavada en ella
La tarde se cernía sobre la Mansión Arriaga, y Camila esperaba en el salón principal, sentada en el sofá de terciopelo beige, con una copa de vino en la mano. Estaba lista para su próxima jugada. Leonardo había llegado hace poco de la empresa, su semblante serio y ausente, como había sido costumbre en los últimos días. Sin embargo, esta vez, Camila estaba decidida a romper esa barrera y empujar las cosas en la dirección que ella deseaba. — ¿Puedo hablar contigo un momento? — dijo Camila con su tono más dulce, ese que siempre había funcionado con Leonardo. El hombre la miró desde el umbral, su mandíbula tensa mientras asentía con un leve movimiento. — Habla. Camila se levantó, dejando la copa sobre la mesa de cristal, y se acercó a él, con sus ojos brillando de falsa preocupación. — Leonardo, no quiero que te enojes conmigo por lo que voy a decir, pero siento que alguien tiene que hacerlo. Leonardo frunció el ceño, cruzando los brazos. — ¿Qué es lo que tienes que decirme, Camila
Leonardo volvió ya tarde a la mansión, Camila no lo había vuelto a buscar y aquello no le importaba al hombre en mo absoluto, cuando entró en la Casa Grande el silencio era el Rey, su mirada viaja hasta la escalera y después de dudar por unos segundos Leonardo toma la decisión de avanzar, el hombre se detuvo por delante de la puerta de la habitación de su esposa, cuando abrió la puerta Isabela estaba allí dormida, pero cuando sintió la puerta abrirse ella también abre los ojos, se sobresaltarse al observar a Leonardo allí. — ¡Tú! ¿Qué estás haciendo aquí? — Pregunta ella sentándose en la cama. — ¿Qué te imaginas tu? — Al momento en que Isabela escucha aquella respuesta se ha puesto pálida, pero no tuvo tiempo de reaccionar cuando Leonardo ya avanza hasta quedar a escasos centímetros de ella y se inclina, sin dudar toma con propiedad los labios de su esposa. Isabela intenta apartarlo, pero en su intento solo logra que Leonardo profundice el beso, segundos después todo el cuerpo masc
La tarde avanzaba en la Mansión Arriaga, bañando los jardines con una luz dorada. Isabela, ajena al peligro que se avecinaba, decidió salir a dar un paseo por la ciudad. Había pasado demasiadas horas encerrada en la casa, soportando las constantes provocaciones de Camila y los silencios cada vez más intensos de Leonardo. Necesitaba aire fresco, necesitaba espacio. Camila, desde su habitación, observaba desde la ventana cómo Isabela salía, sosteniendo su bolso con elegancia. Una sonrisa cruel se dibujó en sus labios. Había llegado el momento. Había planeado esto con precisión. —"Asegúrense de que no regrese" —había dicho a los hombres a quienes contrató esa misma mañana. Eran dos, conocidos por hacer "trabajos limpios". Camila no quería involucrarse más de lo necesario; todo debía parecer un simple accidente. Mientras tanto, Leonardo estaba en su despacho, revisando documentos de la empresa. Sin embargo, su concentración era inexistente. La imagen de Isabela no dejaba de invadir sus
La mañana se alzó gris, con nubes pesadas que cubrían el cielo como un manto sombrío. Isabela se despertó con una sensación extraña en el cuerpo, un dolor sordo en la cabeza y el estómago revuelto. No era un malestar normal, era más profundo, como si su cuerpo estuviera luchando contra algo que no podía entender. A pesar de haber intentado levantarse y prepararse para el día, pronto se dio cuenta de que no sería posible. Se tumbó nuevamente en la cama, con los ojos cerrados, buscando algo de alivio. Al principio, pensó que podría ser solo una indigestión o algo pasajero, pero pronto los mareos y la fiebre la obligaron a quedarse allí, inmóvil, mientras el tiempo pasaba lentamente. Desde la otra parte de la mansión, Leonardo había estado ocupado en su oficina cuando uno de los sirvientes lo informó que Isabela no se encontraba bien. El mensaje le causó una punzada de preocupación que, aunque no reconociera abiertamente, lo hizo moverse con rapidez. Al llegar a su habitación, encontr
La tarde caía lentamente sobre la mansión Arriaga, el sol apenas tocaba las cúpulas de las altas torres y se filtraba por las grandes ventanas, inundando la sala principal con una luz tenue y dorada. Isabela se encontraba en el sanatorio privado de la mansión, aún recuperándose de la fiebre que la había aquejado durante los últimos días. Aunque su salud había mejorado, el ambiente en la mansión seguía siendo denso, cargado de tensiones no resueltas. A pesar de su malestar, Isabela había insistido en salir de la cama y descansar en un sillón junto a la ventana, donde podía ver el jardín sin tener que moverse mucho. Su mente no dejaba de girar, atrapada entre el amor, la frustración y la confusión de su matrimonio con Leonardo. Algo había cambiado entre ellos, pero ella no estaba segura de si lo que sentía era algo positivo o simplemente un espejismo que la mantenía en una constante montaña rusa emocional. Aquel día, como si el destino quisiera agregar más complejidad a su situación,
La mansión Arriaga seguía en silencio, como si los ecos de la confrontación entre los dos hermanos aún flotaran en el aire. La tensa atmósfera en la habitación donde Isabela había estado descansando seguía vibrando, incluso después de que Dario se marchara y Leonardo permaneciera allí, viendo cómo su hermano se alejaba. Isabela, visiblemente afectada por la discusión, se había retirado al fondo de la sala, sin saber qué decir o hacer. La situación entre los tres ya había cruzado una línea invisible, y no podía evitar sentirse atrapada entre dos hombres que, de alguna manera, la veían como una pieza en su juego. Mientras tanto, Leonardo, con la cabeza llena de pensamientos contradictorios, se dirigió al pasillo. Sus pasos pesaban más de lo normal, cargados por la furia que no terminaba de desahogar. Sabía que algo dentro de él había cambiado, pero no entendía qué ni por qué. La presencia de Dario había sido suficiente para despertar algo en su interior, una celosa posesividad que lo a