EL DESPERTAR DE LOS CELOS

La tarde caía lentamente sobre la mansión Arriaga, el sol apenas tocaba las cúpulas de las altas torres y se filtraba por las grandes ventanas, inundando la sala principal con una luz tenue y dorada. Isabela se encontraba en el sanatorio privado de la mansión, aún recuperándose de la fiebre que la había aquejado durante los últimos días. Aunque su salud había mejorado, el ambiente en la mansión seguía siendo denso, cargado de tensiones no resueltas.

A pesar de su malestar, Isabela había insistido en salir de la cama y descansar en un sillón junto a la ventana, donde podía ver el jardín sin tener que moverse mucho. Su mente no dejaba de girar, atrapada entre el amor, la frustración y la confusión de su matrimonio con Leonardo. Algo había cambiado entre ellos, pero ella no estaba segura de si lo que sentía era algo positivo o simplemente un espejismo que la mantenía en una constante montaña rusa emocional.

Aquel día, como si el destino quisiera agregar más complejidad a su situación,
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