El sol resplandecía con fuerza en las Islas Caribeñas, pintando el cielo con un azul cristalino y bañando el mar con reflejos dorados. Leonardo e Isabela estaban parados en el muelle del hotel, esperando para abordar un bote que los llevaría en un recorrido turístico por la isla. La tensión entre ellos era palpable, aunque ninguno lo reconociera abiertamente. —¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Leonardo, cruzando los brazos sobre su pecho. Su tono era neutral, pero sus ojos no se apartaban de Isabela. —Es una visita obligada según el gerente del hotel. Además, no pienso quedarme encerrada en la habitación todo el día —respondió Isabela con calma, ajustándose el sombrero que protegía su rostro del sol. Leonardo la observó en silencio, notando cómo el vestido ligero que llevaba parecía moverse con la brisa. Algo en su interior se removió, una sensación que había tratado de ignorar desde que iniciaron el viaje. El guía los llamó para abordar, y ambos subieron al bote.
El sol se alzaba sobre las cristalinas aguas del Caribe, marcando el inicio de un nuevo día en el paraíso. Isabela estaba en su habitación del hotel, sentada en el borde de la cama, con las manos entrelazadas y la mirada perdida en el suelo. Las sábanas revueltas a su espalda eran un testigo silencioso de la intimidad compartida con Leonardo la noche anterior. Su mente estaba llena de preguntas. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué Leonardo insistía en acercarse solo para luego alejarse? ¿Y por qué, pese a todo, su corazón se aceleraba cada vez que él la miraba? Afuera, el sol iluminaba el día, pero dentro de Isabela todo era un torbellino de emociones. Necesitaba respuestas, pero sabía que de Leonardo solo obtendría evasivas. Un Desayuno Diferente Cuando finalmente bajó al comedor, Leonardo ya estaba allí, sentado con su portátil abierto y una taza de café en la mano. Su postura era relajada, como si el día anterior no hubiera significado nada. —Buenos días —saludó ella con un h
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Isabela se encontraba en la terraza del hotel, observando el mar que parecía tan infinito como los pensamientos que la invadían. Desde que habían llegado a las islas, su vida había sido un torbellino de emociones y confusión. Primero, la inexplicable cercanía con Leonardo, y ahora, la aparición de Luisa Navarro, una mujer que irradiaba seguridad y no ocultaba su interés por su esposo. Leonardo, como siempre, estaba distante, actuando como si todo estuviera bajo control, mientras Isabela se sentía cada vez más perdida. El Encuentro con Luisa Isabela estaba bajando las escaleras del hotel para dirigirse al restaurante cuando escuchó la voz de Luisa detrás de ella. —Vaya, pero si es la señora Arriaga. El tono de Luisa era amigable, pero había algo afilado en sus palabras. Isabela se giró lentamente, enfrentándose a la mujer que había sido una sombra constante desde que llegaron al hotel.
El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, mientras Isabela caminaba descalza por la playa. La arena tibia acariciaba sus pies y el sonido del mar llenaba el aire, calmando momentáneamente su mente inquieta. Había escapado de la sofocante realidad de su vida con Leonardo, buscando un respiro, pero cada ola que rompía contra la orilla parecía llevar su nombre. “Leonardo…” murmuró en voz baja, como si al pronunciarlo pudiera deshacerse del peso que sentía en el pecho. Había querido alejarse, convencerse de que era lo mejor para ambos, pero no importaba cuánto intentara engañarse, su corazón seguía atado a él. A lo lejos, una figura alta y decidida apareció entre las sombras del atardecer. Isabela lo vio venir, y su corazón dio un vuelco. Era Leonardo. Sus pasos eran firmes, pero había algo en su andar que parecía diferente, como si él mismo estuviera librando una batalla interna. Cuando llegó hasta ella, no dijo nada. No hubo repro
El sol brillaba intensamente en el horizonte, pintando el cielo con tonos cálidos mientras Isabela se encontraba en la terraza de la cabaña, disfrutando de la brisa marina. Habían pasado unas horas desde que Leonardo salió a buscar algo para desayunar, y aunque el ambiente era sereno, su mente estaba lejos de estar en calma. La cercanía con Leonardo durante la noche anterior había removido sentimientos que ella intentaba ignorar. Pero su momento de introspección se interrumpió cuando el rugido de un motor llamó su atención. Miró hacia la playa y vio un vehículo que se detenía frente al hotel. De él bajó Camila, impecable como siempre, con un vestido blanco que ondeaba con el viento y unas gafas de sol que ocultaban sus intenciones. Su llegada fue como un golpe de realidad, un recordatorio de que el paraíso tenía un precio y de que Leonardo seguía siendo un hombre difícil de descifrar. Isabela sintió un nudo en el estómago mientras la veía avanzar con paso decidido hacia la recepció
El sol estaba en su punto más alto cuando Isabela salió de su habitación, lista para enfrentar otro día en el paraíso convertido en prisión. A pesar del paisaje idílico, las tensiones y las emociones no resueltas la tenían agotada. No había visto a Leonardo desde la cena de la noche anterior, y la idea de encontrárselo, sabiendo que Camila estaba cerca, le generaba una mezcla de ansiedad y tristeza. Sin embargo, lo que no esperaba era que Camila fuera directamente a buscarla. La encontró cerca del vestíbulo, observando distraídamente el mar que brillaba en el horizonte. —Isabela —la voz de Camila sonó como un látigo, rompiendo la tranquilidad del momento. Isabela se giró lentamente, notando de inmediato la expresión de triunfo en el rostro de Camila. Vestida impecablemente, con su usual porte de superioridad, Camila se acercó, dejando claro que tenía un propósito en mente. —¿Qué quieres, Camila? —preguntó Isabela, con un tono cansado pero firme. Camila se cruzó de brazos, su sonr
El aire salado del mar envolvía a Isabela mientras permanecía de pie en la cubierta del yate. Había dejado que el viento jugara con su cabello, permitiendo que el vaivén de las olas calmara la tormenta en su interior. Sin embargo, la calma que buscaba se rompió abruptamente cuando una llamada por radio resonó en la cabina principal. —A la tripulación del yate, detengan su curso inmediatamente. Esta es una orden directa de Leonardo Arriaga. Isabela se detuvo en seco. Su corazón se aceleró al escuchar el nombre de su esposo. ¿Qué estaba haciendo ahora? Se giró hacia el capitán, que había tomado la radio, evidentemente confundido. —Señor Arriaga, aquí el capitán del yate. ¿Puede confirmar la orden? La voz de Leonardo llegó clara, grave y autoritaria. —He dicho que detengan el yate. Ningún barco de la familia Arriaga sigue su curso sin mi autorización. El capitán miró a Isabela, esperando instrucciones. Ella entendió que la decisión recaía en sus manos, y no estaba dispuesta a ceder
El helicóptero aterrizó en un pequeño muelle donde el yate de la familia Arriaga había anclado. Isabela estaba sentada en la cubierta, su mente perdida en pensamientos, cuando escuchó el sonido de las hélices acercándose. Al levantar la vista, vio a Leonardo bajar con paso firme, sus ojos oscuros clavados en ella. —Isabela —llamó con voz grave, haciéndola girarse completamente hacia él. Ella se levantó, insegura de cómo recibirlo. Había algo en su mirada que mezclaba furia, preocupación y, quizá, algo más que no podía identificar. —¿Qué haces aquí? —preguntó, tratando de mantener su compostura. —Vine por ti. —Leonardo se acercó, dejando claro que no aceptaría una negativa como respuesta. Isabela retrocedió un paso, pero él la alcanzó, atrapando su muñeca con suavidad. —No puedes seguir huyendo. —¿Huyendo? —replicó ella con un destello de indignación en su mirada—. ¿Huir de qué, Leonardo? ¿De tu control? ¿De la manera en que me humillas constantemente? Leonardo apretó la mandíb