La tarde avanzaba en la Mansión Arriaga, bañando los jardines con una luz dorada. Isabela, ajena al peligro que se avecinaba, decidió salir a dar un paseo por la ciudad. Había pasado demasiadas horas encerrada en la casa, soportando las constantes provocaciones de Camila y los silencios cada vez más intensos de Leonardo. Necesitaba aire fresco, necesitaba espacio. Camila, desde su habitación, observaba desde la ventana cómo Isabela salía, sosteniendo su bolso con elegancia. Una sonrisa cruel se dibujó en sus labios. Había llegado el momento. Había planeado esto con precisión. —"Asegúrense de que no regrese" —había dicho a los hombres a quienes contrató esa misma mañana. Eran dos, conocidos por hacer "trabajos limpios". Camila no quería involucrarse más de lo necesario; todo debía parecer un simple accidente. Mientras tanto, Leonardo estaba en su despacho, revisando documentos de la empresa. Sin embargo, su concentración era inexistente. La imagen de Isabela no dejaba de invadir sus
La mañana se alzó gris, con nubes pesadas que cubrían el cielo como un manto sombrío. Isabela se despertó con una sensación extraña en el cuerpo, un dolor sordo en la cabeza y el estómago revuelto. No era un malestar normal, era más profundo, como si su cuerpo estuviera luchando contra algo que no podía entender. A pesar de haber intentado levantarse y prepararse para el día, pronto se dio cuenta de que no sería posible. Se tumbó nuevamente en la cama, con los ojos cerrados, buscando algo de alivio. Al principio, pensó que podría ser solo una indigestión o algo pasajero, pero pronto los mareos y la fiebre la obligaron a quedarse allí, inmóvil, mientras el tiempo pasaba lentamente. Desde la otra parte de la mansión, Leonardo había estado ocupado en su oficina cuando uno de los sirvientes lo informó que Isabela no se encontraba bien. El mensaje le causó una punzada de preocupación que, aunque no reconociera abiertamente, lo hizo moverse con rapidez. Al llegar a su habitación, encontr
La tarde caía lentamente sobre la mansión Arriaga, el sol apenas tocaba las cúpulas de las altas torres y se filtraba por las grandes ventanas, inundando la sala principal con una luz tenue y dorada. Isabela se encontraba en el sanatorio privado de la mansión, aún recuperándose de la fiebre que la había aquejado durante los últimos días. Aunque su salud había mejorado, el ambiente en la mansión seguía siendo denso, cargado de tensiones no resueltas. A pesar de su malestar, Isabela había insistido en salir de la cama y descansar en un sillón junto a la ventana, donde podía ver el jardín sin tener que moverse mucho. Su mente no dejaba de girar, atrapada entre el amor, la frustración y la confusión de su matrimonio con Leonardo. Algo había cambiado entre ellos, pero ella no estaba segura de si lo que sentía era algo positivo o simplemente un espejismo que la mantenía en una constante montaña rusa emocional. Aquel día, como si el destino quisiera agregar más complejidad a su situación,
La mansión Arriaga seguía en silencio, como si los ecos de la confrontación entre los dos hermanos aún flotaran en el aire. La tensa atmósfera en la habitación donde Isabela había estado descansando seguía vibrando, incluso después de que Dario se marchara y Leonardo permaneciera allí, viendo cómo su hermano se alejaba. Isabela, visiblemente afectada por la discusión, se había retirado al fondo de la sala, sin saber qué decir o hacer. La situación entre los tres ya había cruzado una línea invisible, y no podía evitar sentirse atrapada entre dos hombres que, de alguna manera, la veían como una pieza en su juego. Mientras tanto, Leonardo, con la cabeza llena de pensamientos contradictorios, se dirigió al pasillo. Sus pasos pesaban más de lo normal, cargados por la furia que no terminaba de desahogar. Sabía que algo dentro de él había cambiado, pero no entendía qué ni por qué. La presencia de Dario había sido suficiente para despertar algo en su interior, una celosa posesividad que lo a
El reloj marcaba el mediodía cuando Alejandro Altamirano, siempre encantador y persuasivo, apareció en la oficina de Isabela con una sonrisa que iluminaba su rostro. Ella, aunque algo sorprendida, no pudo evitar devolverle una sonrisa cordial, agradecida por la amabilidad que él siempre le mostraba. —¿Tienes algo planeado para el almuerzo? —preguntó Alejandro, cruzándose de brazos mientras apoyaba su hombro en el marco de la puerta. —No, en realidad no —respondió Isabela, apartando la mirada de los documentos que tenía sobre su escritorio. —Perfecto, entonces estás invitada. Hay un restaurante que quiero mostrarte. La comida es increíble, y tengo una propuesta que me gustaría discutir contigo —añadió Alejandro, sin dejar de mirarla con su característico interés. Isabela dudó por un momento. Sabía que aceptar podría generar comentarios, especialmente en un entorno tan competitivo como el de la empresa, pero al final decidió que no había nada de malo en un simple almuerzo de negocio
— ¿Dónde estabas Isabela? — Cuando la mujer bajo en la cocina por un vaso de leche no esperaba encontrarse allí con su marido — ¿Estabas muy a gusto con Alejandro Altamirano? — Como que últimamente estas muy pendiente de mi Leonardo ¿Sabe tu amada de tus andanzas? — Te hice una pregunta yo, así que estoy esperando la respuesta — Leonardo acorta la distancia e Isabela retrocede, pero el mueble de la cocina impide que de muchos pasos más. — Leonardo, estoy cansada — Expuso ella, pero el hombre no la escucho y sin mucho tiempo que perder se lanzó a devorar los labios de su esposa, ella tampoco hace mucho para impedirlo entonces ambos se dejan envolver por la sensación de aquel beso, hasta el hombre le da la vuelta y aparta la bata de su esposa. — Leonardo no... — Calla y se mía — Era evidente la necesidad en aquella voz, entonces Isabela cierra los ojos y se muerde los labios, para que segundos después las manos de Leonardo se posen en su cuello y la masculinidad de su esposo la tra
El sol resplandecía con fuerza en las Islas Caribeñas, pintando el cielo con un azul cristalino y bañando el mar con reflejos dorados. Leonardo e Isabela estaban parados en el muelle del hotel, esperando para abordar un bote que los llevaría en un recorrido turístico por la isla. La tensión entre ellos era palpable, aunque ninguno lo reconociera abiertamente. —¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Leonardo, cruzando los brazos sobre su pecho. Su tono era neutral, pero sus ojos no se apartaban de Isabela. —Es una visita obligada según el gerente del hotel. Además, no pienso quedarme encerrada en la habitación todo el día —respondió Isabela con calma, ajustándose el sombrero que protegía su rostro del sol. Leonardo la observó en silencio, notando cómo el vestido ligero que llevaba parecía moverse con la brisa. Algo en su interior se removió, una sensación que había tratado de ignorar desde que iniciaron el viaje. El guía los llamó para abordar, y ambos subieron al bote.
El sol se alzaba sobre las cristalinas aguas del Caribe, marcando el inicio de un nuevo día en el paraíso. Isabela estaba en su habitación del hotel, sentada en el borde de la cama, con las manos entrelazadas y la mirada perdida en el suelo. Las sábanas revueltas a su espalda eran un testigo silencioso de la intimidad compartida con Leonardo la noche anterior. Su mente estaba llena de preguntas. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué Leonardo insistía en acercarse solo para luego alejarse? ¿Y por qué, pese a todo, su corazón se aceleraba cada vez que él la miraba? Afuera, el sol iluminaba el día, pero dentro de Isabela todo era un torbellino de emociones. Necesitaba respuestas, pero sabía que de Leonardo solo obtendría evasivas. Un Desayuno Diferente Cuando finalmente bajó al comedor, Leonardo ya estaba allí, sentado con su portátil abierto y una taza de café en la mano. Su postura era relajada, como si el día anterior no hubiera significado nada. —Buenos días —saludó ella con un h