La mansión Arriaga estaba silenciosa en la oscuridad de la noche. La luz tenue que iluminaba el despacho de Leonardo reflejaba un ambiente sombrío, cargado de pensamientos confusos y emociones que se debatían en su interior. Se encontraba sentado tras su escritorio, los codos apoyados en la superficie de madera maciza, la mirada perdida en el vacío. En sus manos, sostenía un vaso de cristal, el cual giraba lentamente, observando el líquido dorado que se movía con el vaivén de sus dedos. El whisky tenía el sabor amargo de las decisiones no tomadas, y aunque el alcohol lo relajaba, no lograba calmar el caos en su mente.Había algo que lo atormentaba, algo que lo mantenía despierto en la quietud de la madrugada. Algo que había comenzado con un beso impulsivo, una chispa encendida entre él y su esposa de contrato, Isabela. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué después de todo este tiempo, después de todo lo que había hecho para mantener su distancia, su control, se sentía cada vez más atraído
La mansión Arriaga, habitada por el silencio de la noche, parecía más grande que nunca. Leonardo se encontraba solo en su despacho, donde el aire estaba cargado de una tensión que no podía disiparse. Había tomado una decisión, una que lo haría alejarse de todo lo que lo estaba perturbando, de todo lo que lo mantenía atrapado en una espiral de dudas y emociones que no lograba controlar.A través de la ventana, miraba la ciudad iluminada a lo lejos, pero su mente estaba lejos de todo eso. No podía dejar de pensar en Isabela, en cómo se sentía cada vez más inquieto por ella, en cómo su presencia lo afectaba de maneras que no había previsto. La imagen de su esposa, de su beso, lo perseguía constantemente, y eso no podía seguir siendo así. Necesitaba un respiro, alejarse de la fuente de su agitación.Respiró profundamente y, con un suspiro de frustración, tomó el teléfono que descansaba sobre su escritorio. Era el único recurso que tenía para tratar de calmarse, para huir de la situación.
El amanecer en la mansión Arriaga llegó con una calma inquietante. Los rayos de sol filtraban suavemente por las ventanas de la habitación de Leonardo, pero él no podía disfrutar de la serenidad del nuevo día. Estaba sentado al borde de la cama, con las manos entrelazadas, observando el vacío frente a él. La decisión que había tomado la noche anterior lo pesaba más de lo que había anticipado.Había decidido tomar ese maldito viaje con Camila, pero en el fondo sabía que no era la distancia lo que necesitaba. Estaba huyendo de sus propios sentimientos, de la atracción que sentía por Isabela, de las dudas que no lo dejaban dormir. Unos días lejos de la mansión, de la presión constante de tener a Isabela cerca, parecía la única solución para recuperar el control sobre su vida.Se levantó con lentitud y se dirigió al baño, buscando en la rutina matutina un escape temporal para la tormenta que rugía en su interior. Mientras se miraba al espejo, recordó cómo, la noche anterior, la imagen de
La villa Arriaga parecía más vacía de lo habitual, aunque todos los empleados seguían con sus tareas cotidianas. La ausencia de Leonardo había dejado un aire de silencio incómodo en la casa. Camila había partido con él temprano esa mañana, irradiando una alegría que solo ella podía demostrar con tanto descaro. Isabela, por su parte, intentaba mantenerse ocupada, enfocándose en todo menos en lo que su mente insistía en traerle a la memoria.En su habitación, Isabela observaba por la ventana el jardín perfectamente cuidado. Era un lugar hermoso, pero para ella no era más que una prisión adornada. El viento movía suavemente las hojas de los árboles, y en su mente, se repetían las palabras de una de las empleadas de la casa:— ¿Sabía usted, señora, que el señor Leonardo y la señorita Camila han salido juntos? Se dice que estarán fuera varios días.Isabela había mantenido la compostura frente a la mujer, pero al quedarse sola, sintió un nudo en el pecho. Aunque no era sorpresa que Leonardo
VARIOS DIAS DESPUESAquella noche en la ciudad se vestía de luces que brillaban como estrellas caídas. Isabela, con un elegante vestido azul que resaltaba su delicada figura, salió de su auto frente a un conocido restaurante de alta categoría. A su lado, Dario la escoltaba con una sonrisa relajada, aunque en sus ojos brillaba un atisbo de interés que no trataba de disimular.Isabela había aceptado la invitación de Dario después de pensarlo mucho. Necesitaba un momento de desconexión, algo que la alejara del asfixiante ambiente de la mansión Arriaga. Aunque sabía que su cercanía con Dario podía levantar rumores, no le preocupaba. Estaba decidida a vivir un poco más para sí misma y menos para lo que otros esperaban de ella.— Este lugar es uno de mis favoritos. Espero que te guste. — dijo Dario mientras abría la puerta del restaurante para ella.— Estoy segura de que lo disfrutaré. — respondió Isabela con una sonrisa sincera.Ambos tomaron asiento en una mesa discreta pero con una vista
La mañana había comenzado como cualquier otra para Isabela. Al llegar a la Compañía Altamirano, fue recibida con las sonrisas y los saludos cordiales de sus compañeros. Desde que se había integrado al equipo, su eficiencia y profesionalismo habían ganado el respeto de todos, incluidos los altos directivos.Isabela se dirigió a su oficina, un espacio amplio con una vista impresionante de la ciudad. Había organizado su agenda para el día: reuniones, revisiones de proyectos y un par de entregas importantes que Alejandro había solicitado personalmente. Aunque el ritmo de trabajo era intenso, Isabela lo disfrutaba. Cada día en la empresa era un recordatorio de que podía valerse por sí misma, algo que en la mansión Arriaga siempre parecía estar en duda.Mientras revisaba unos documentos, la puerta de su oficina se abrió ligeramente, y una de las recepcionistas asomó la cabeza.— Disculpe, señora Arriaga… Bueno, señorita Isabela — corrigió con una sonrisa nerviosa —, esto acaba de llegar par
La mansión estaba sumida en una tensa calma tras el regreso de Leonardo y Camila. Aunque nadie lo decía en voz alta, todos los empleados podían sentir la incomodidad que flotaba en el aire. Camila, en particular, no lograba ocultar su descontento. Se paseaba por la casa como una leona enjaulada, su mente consumida por pensamientos oscuros. Desde el momento en que Leonardo había decidido regresar abruptamente de sus “vacaciones”, Camila sabía que algo estaba cambiando. El hombre parecía más distante que nunca, y, aunque intentaba mostrarse comprensivo hacia ella, había una frialdad en sus gestos que no podía ignorar. Camila estaba convencida de que todo se debía a Isabela. En su habitación, mientras observaba su reflejo en el espejo, Camila apretó los puños con rabia contenida. Su mirada se endureció al recordar cómo Leonardo miraba a Isabela, cómo su atención se desviaba siempre hacia su esposa, incluso cuando estaba a su lado. — Si ella no estuviera aquí… todo sería diferente — mu
La tarde transcurrió con una aparente tranquilidad en la mansión Arriaga, pero bajo esa calma se escondían las tormentas personales de cada uno de sus habitantes. Isabela, aún sacudida por los acontecimientos recientes, se encontraba en su habitación, revisando algunos papeles de trabajo cuando su teléfono vibró con un mensaje de Alejandro.—¿Cena esta noche? Es una reunión informal, pero creo que sería útil que estuvieras. Puedo pasar por ti a las 8.Isabela leyó el mensaje varias veces. Aunque sabía que aceptar esa invitación podría traerle problemas, no encontró una razón válida para rechazarla. Alejandro siempre había sido respetuoso y, además, era su jefe. Ella quería demostrar su compromiso con la empresa, y esta era una oportunidad para ello.— Está bien, te espero a las 8 — respondió finalmente.En otra parte de la ciudad, Leonardo revisaba documentos en su despacho cuando su teléfono sonó. Era Camila.— Leonardo, querido, ¿sabes que tu esposa va a salir con Alejandro esta noc