POSESIVIDAD

La mansión Arriaga, con su majestuosa arquitectura, seguía siendo un escenario de constante tensión para Isabela. Cada paso que daba en su interior parecía más pesado que el anterior. Había intentado adaptarse a esa vida, a esa soledad que la acompañaba a cada momento. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no lograba liberarse de la sensación de ser una prisionera, atrapada entre paredes frías que no la dejaban escapar. Y ahora, había algo más, una presión creciente, una presión que venía de la persona que alguna vez pensó que sería su refugio: Leonardo.

Esa tarde, ella caminaba por los pasillos de la mansión, como siempre, buscando un rincón donde pudiera encontrarse a sí misma, sin el peso de las expectativas ajenas. Cuando pasó cerca de una de las puertas del salón, escuchó risas, y al asomarse, vio a Leonardo y a Camila en el mismo espacio, hablando y riendo juntos. La imagen la golpeó como una ola fría. No sabía qué había cambiado, pero sentía una presión en el pecho al verlos tan unid
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