LOS HILOS INVISIBLES

La suite presidencial del hotel estaba impregnada de un aroma dulce a flores frescas y perfume caro. Camila, envuelta en un lujoso albornoz de seda, se miraba al espejo con una sonrisa de satisfacción. La escena en el restaurante había salido exactamente como lo planeó, y ahora tenía a Leonardo más cerca que nunca.

Leonardo entró en la habitación con una bandeja de desayuno en las manos. Su rostro reflejaba una mezcla de cansancio y preocupación, pero sus ojos se suavizaron al ver a Camila.

—Te traje algo de comer —dijo mientras colocaba la bandeja sobre la mesa. La disculpa que le pidió a Isabela definitivamente no valía la pena.

Camila se giró hacia él, su expresión radiante, como si él fuera su salvador.

—Eres tan atento, Leo. No sé qué haría sin ti.

Leonardo esbozó una pequeña sonrisa y se sentó en el borde de la cama, frotándose las sienes.

—No puedo creer lo que pasó esta mañana. No entiendo cómo Isabela pudo hacer algo tan... mezquino.

Camila se acercó a él, dejando caer su
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