Annika Klein es una huérfana que vive en un monasterio, donde finge ser devota mientras oculta un oscuro secreto que podría costarle la vida. Todo cambia cuando su secreto es descubierto por Rainer Vogel, un hombre cruel y despiadado, quien la lleva de regreso a la ciudad donde comenzó su pesadilla. Allí, la obliga a casarse con él para tener un hijo, prometiéndole guardar su secreto si acepta todas sus condiciones. Su vida marital se convierte en un tormento, pero cuando su despiadado esposo le permite trabajar y no la mantiene solo como una muñeca decorativa, Annika ve una oportunidad para escapar de su sufrimiento. Termina por trabajar en una antigua mansión, donde su nuevo jefe es un hombre temible y enigmático, siempre cubierto por una capucha oscura que oculta su rostro. Nadie sabe quién es, ni se atreve a acercarse a él. Sin embargo, cada vez que Annika se encuentra con esos ojos de color titanio que parecen quemarlo todo, siente una atracción peligrosa e incontrolable. ¿Y si él también siente algo por ella, por esa mujer prohibida? Tal vez ese monstruo sombrío necesite a su bella. Pero, ¿qué sucederá cuando el secreto de Annika salga a la luz? Un secreto tan profundo que podría destruir cualquier posibilidad de felicidad con un hombre que sabe que no debe desear, un hombre que la lleva al límite de sus más oscuros deseos.
Leer másPOV: Annika Klein Lothar me dejó hecha trizas. Moverme de la cama en ese momento parecía un desafío descomunal. Ni loca intentaría poner un pie en el suelo; si lo hacía, seguro terminaría besando el piso.A mi lado, él descansaba desnudo, viéndose renovado y satisfecho, mientras yo apenas podía recomponerme. ¿Era justo? No, en absoluto.—¿Estás bien? —me atrajo contra su pecho y besó mi frente—. No me culpes, esta vez fue tu culpa.Y tenía razón. Lo había querido tanto como él, pero en mi desesperación pedí más, mucho más. Quise que me llevara al límite, que me follara hasta dejarme sin aliento, y lo hizo. —Me duele todo —solté en un murmullo débil—. Cuatro fue demasiado.—Si realmente lo fuera, no habrías terminado viniéndote esas cuatro veces —replicó y mi cara ardió enseguida—. La víctima aquí soy yo, fuiste tú quien se me lanzó encima.—Te veías demasiado tentador —me excusé, escondiendo el rostro contra su pecho—. Así que, en parte, también es tu culpa.Loti se rió y deslizó la
POV: Lothar Weber —¿Cuándo podré ir a verte? —preguntó Dorothea cuando ya iba de salida—. Nunca he podido ir a tu casa… Así que, mi regalo de cumpleaños será ese, ¿sí? Que me dejes ir.Mis ojos se desviaron más allá de ella, enfocándose en Artem, que estaba sentado en uno de los sofás del vestíbulo, observándonos con evidente recelo. No podía decirle que no, pero tampoco era tan sencillo aceptar su petición de inmediato. Ahora que Nika vivía conmigo y esperaba a mi hijo, la situación era más delicada. No había mencionado nada en el almuerzo de hoy, sobre todo porque Artem y Alaric detestaban a Rainer con cada fibra de su ser. Lo último que necesitaba era que Nika se sintiera incómoda o, peor aún, expuesta ante ellos.Aun así, terminé asintiendo. Dorothea soltó una exclamación de júbilo y se lanzó a abrazarme con emoción. Su esposo me fulminó con la mirada, como si el simple contacto físico con ella fuera una afrenta. Era un enfermo sin remedio.Me di media vuelta y salí, calculando m
POV: Annika Klein —Lothar —mi tono se endureció cuando lo sujeté de la manga de su sudadera—. No vayas.Se detuvo de inmediato y me miró. Sabía a lo que me refería. Quería evitar que asistiera a esas peleas clandestinas en las que solía participar. Después de lo que vi aquella vez, el miedo de que le pasara algo no me dejaba tranquila. Por muy bueno que fuera, siempre existía el riesgo de que algo saliera mal.—¿Por qué? —preguntó con calma.—¿Cómo que por qué? —insistí—. No tienes que hacerlo. Ese lugar es horrible, Loti. No me gusta que estés metido en eso.No quería prohibirle nada. Apenas llevábamos una semana juntos, y lo último que deseaba era que sintiera que lo asfixiaba.—Es necesario —respondió tras observarme por unos segundos.—Yo no le veo lo necesario —tomé su mano, intentando persuadirlo—. Además, sabes que Rainer suele ir a esos lugares. ¿Y si te lo encuentras?—No me importa.—Pero a mí sí —lo abracé, rodeando su cintura—. Me asusta lo que pueda pasar. No quiero que
POV: Rainer Vogel Todo era un maldito desastre. Como si no bastara haber regresado del hospital anoche tras ver el lamentable estado de Jessica, la mansión se había convertido en una escena de masacre. Cadáveres por todas partes, los cuerpos de mis guardias perforados por balas. Todos con huecos en la cabeza y el torso. Según los informes, Annika y su maldita sirvienta eran las responsables. Lo tenían planeado, seguramente lo hicieron justo frente a mis malditas narices.Pasé la noche buscándola sin descanso, pero no dimos con su paradero. ¿A dónde diablos pudo ir si no tenía familia, amigos ni un lugar seguro? Esa perra no tenía nada, y aun así logró desaparecer.Esto no iba a quedarse así. Cuando la encontrara, iba a arrepentirse del día en que nació. No serían los rusos quienes convirtieran su vida en un infierno, sería yo. No tenía derecho a huir de mí. Ninguno.Sin embargo, había alguien más que debía pagar por este desastre. La verdadera culpable de que todo se fuera al carajo.
Quise abrazarlo en ese momento, pero preferí darle su espacio. Seguía mirando su comida tras el primer bocado. No era que desconfiara de mí; si así fuera, ni siquiera habría probado el plato. No estaba en su naturaleza. Solo era miedo, y ese miedo lo conocía bastante bien.—Mírame —sonreí suavemente, acariciando su barba con delicadeza—. Hagamos algo, ¿sí? Yo te daré de comer.Su mirada se fijó en mí, como siempre, en silencio, esperando que actuara. Tomé la tostada con huevos y tocino y la acerqué a sus labios. Su cuerpo seguía tenso.—Solo mira mis ojos —le pedí—. Soy yo, nadie más. Nunca te haría daño.Lothar era sorprendentemente obediente conmigo, tan sumiso que asentó de inmediato. Hacía todo lo que le pedía, incluso si iba en contra de sus propios deseos o enfrentaba sus temores más profundos. No sabía si sentirme afortunada o culpable por ello. ¿Podría ser así con alguien más? Algo en mí me decía que no, que solo yo podía manejarlo. Y no era una sensación de poder, sino de gra
POV: Annika Klein Las sudaderas de Lothar me quedaban enormes, pero no tenía otra opción. Aquí no había ropa de mujer, solo el uniforme de sirvienta que Sergio me había dado antes.Apenas desperté, me escabullí de la cama para darme una ducha urgente. Loti me había mantenido atrapada entre sus brazos toda la noche, impidiéndome moverme demasiado. Aproveché que seguía dormido para escapar momentáneamente y refrescarme.Cuando me miré en el espejo, tuve que reírme. Parecía ridícula con su ropa, pero al mismo tiempo me gustaba. Lothar era mucho más grande que yo, y la tela llevaba su aroma, ese que se impregnaba en su piel y en cada rincón de su habitación.Al regresar, el cuarto seguía siendo un desastre. Tendríamos que mudarnos temporalmente a otra habitación hasta que lo remodelaran. Lothar había arrasado con todo a su paso, reduciendo muebles y objetos a ruinas. Lo único que permanecía intacto era la cama, y justo ahí, Loti dormía profundamente.Aproveché su descanso para salir a hu
POV: Lothar Weber Mi cabeza era un campo de batalla. Todo estallaba dentro de mí: voces, gritos, angustia y dolor. Las sienes palpitaban como tambores, el dolor era tan intenso que me costaba abrir los ojos, razonar, siquiera respirar."Si te quedas esperando, te darás cuenta de que nadie vendrá por ti.""Nunca serás lo suficientemente bueno para que alguien te quiera de verdad."La voz seguía, constante, hiriente. Cada palabra era una daga directa a la herida. Recordaba sus ojos, vacíos, fríos, tan llenos de desprecio. Esos labios fruncidos, casi deformados de tanto odio. La piel arrugada, salpicada de pecas que nunca me parecieron encantadoras. Cada detalle permanecía grabado en mi mente como una fotografía que, con el tiempo, cobraba más vida, tornando mis días aún más grises.La desesperación por calmar el caos interno me llevaba a comportamientos destructivos. Rompía cosas, me infligía dolor, gritaba a esas voces que se callaran. Todo para evitar que las imágenes de mi pasado re
No supe qué planeaba Lena cuando mencionó que solo necesitábamos diez minutos, y tampoco me detuve a preguntarlo. Apenas terminó de hablar por teléfono, guardó el dispositivo en el bolsillo de su delantal y retomó el camino por el estrecho sendero flanqueado por arbustos. Ella iba delante, moviéndose como una pantera sigilosa, mientras yo la seguía, con la fría presión del arma que me había dado aún pesando en mi mano. Hacía mucho que no sostenía una de estas.—Quédese aquí —dijo en voz baja, deteniéndose tras el último arbusto que nos ofrecía cobertura—. Esto tomará tres minutos, como máximo. Nos quedan siete, o tal vez menos. Si alguien aparece, dispare.No hubo tiempo para objeciones. Lena se esfumó en la oscuridad como una sombra, dejando tras de sí solo el crujido leve de las hojas bajo sus pasos. Mi mente debería haber estado procesando lo absurdo de la situación: una mujer que ocultaba armas en el jardín, moviéndose con la destreza de un soldado entrenado. Pero no lo hizo. Solo
Jessica estaba ahora en el hospital, mientras yo permanecía en la mansión, inquieta. La culpa no tardó en aplastarme por lo sucedido. Los demás no dudaron en señalarme, acusándome de haber envenenado intencionadamente a Jessica.—Rainer va a matarte por lo que hiciste —me recriminó Lavinia, con los brazos cruzados en el umbral de mi habitación—. Todos en la mansión ya saben que lo hiciste por envidia.No respondí; no valía la pena. Yo era inocente, y ella lo sabía perfectamente.—No sabes lo que dices —escupió Lena, quien permanecía a mi lado—. ¿No será que tú tienes algo que ver, Lavinia? La señora ni siquiera había salido de su cuarto hasta hoy.—¿Me culpas a mí ahora? —Lavinia mantenía su serenidad—. Todo esto es obra de esta mustia. Como ahora está encinta, quiere deshacerse del bastardo de Jessica. ¿No es evidente? Rainer lo creerá sin titubear.—Fuiste tú —mis palabras surgieron de forma automática—. Tú lo insinuaste, Lavinia.—¿Tienes pruebas? —se mofó con desdén—. No, no las t